LA NIÑA
EL PACTO DE ANA
LA ABUELA INFINITA
LA ABUELA INFINITA
—Va a suceder otra vez —susurró la anciana— ¡va a suceder otra vez!. —Continuó, se paseaba por la casa repitiendo aquellas palabras una y otra vez, su nieta yacía en algún lugar de la casa pero ella se sentía ansiosa, no permitirá que la niña baje al sótano, si lo hace la historia se repetirá, la última vez casi lo logra, detener el bucle.

El reloj en la pared marcan las 03:00 AM, el ladrido de un perro opaca el silencio mientras las luces como es de costumbre a esa hora se intercalaban, apagándose y encendiéndose de nuevo, la anciana cada día se despertaba con la sensación de haber vivido un solo día durante toda su vida, no recuerda nada más que él hoy y a su nieta, de alguna manera sabe que está atrapada, las notas en toda su habitación le advierten sobre el sótano y dicen

La niña se despierta a esa hora de la madrugada, sentía la presencia de algo que constantemente la observaba, quizás era causa de la a ansiedad dado que de alguna manera se sentía atrapada, su mente es un torbellino de recuerdos confusos—. ¡Va a suceder otra vez! —decía su abuela mientras sentía como se paseaba por la casa. Tenía la sensación de que debía evitarla, tenía que bajar al sótano pero no sabía por qué.

—Uno, dos, tres —se apagaron las luces— cuatro, cinco. —Continuó susurrando, la casa de su abuela se tornaba más oscura, volvió la mirada a sus espaldas y no había nada, solo ella, sola en la oscuridad.

—!seis, siete! —abrió la puerta del sótano y bajó lentamente por las escaleras. —El silencio que reinaba parecía susurrarle, seguía tarareando los números, una bombilla dejo ver su luz de una manera tan repentina que por un instante sintió como algo parecía ocultarse de la luz. La niña la cual aparentaba tan solo diez años se veía sonámbula, sin embargo era consiente, los ojos cafés miraban a un punto fijo en la esquina del sótano en donde la luz no alcanza—. ¿Por qué te ocultas de mí? —pregunto la niña a lo que fuera que estaba con ella—. No me ocultó de ti dulce Débora —susurro la voz, esta era de un tono grave y carrasposa —entonces sal de allí, quiero verte —insistió la niña, ella no parecía tener miedo.

—!No puedo! —alzó la voz— soy sensible a la luz. —Débora dio un paso, luego otro y después ya se veía caminando hacia eso, eso que tanta curiosidad le causaba, eso que cada noche la observa al pie de su cama. De entre la oscuridad de aquel rincón una mano se extendió a la espera de que la niña entrelace sus dedos con él—. ¡Sí!... No tengas miedo, acércate, solo un poco más. —Sus dedos estaban por tocarse, ella miraba fascinada esa mano venosa de un color púrpura, los dedos delgados y flacos humeantes por los efectos de la luz. Pronto unos ojos ansiosos crepitantes de fuego, rojos, podía verse el infierno en ellos, todo parecía suceder en cámara lenta o tal vez la entidad se sentía tan ansiosa que así lo percibía—. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete —susurró la voz siguiendo el movimiento de los labios de la niña.

—¡Débora! —rugió su abuela— ¡Débora! —continuó. —La niña se detuvo cuando las yemas de sus dedos estaban por tocar al ente, las luces se encendieron y lo que sea que estaba allí había desaparecido, ¿o no?—. Maldita niña, cuantas veces debo decirte que no bajes aquí —rugió la anciana. —Llevaba su látigo de cuero y azotó con él a la niña, pero esta apenas si lo noto, su piel enrojecida por el golpe se tornaba de un tono púrpura—. Uno, dos, tres —la niña se dio la vuelta— cuatro, cinco. —Miró con fijación a su abuela, los ojos cafés se tornaron rojos—, seis, siete —las luces se apagaron una vez más. —La anciana se vio en medio de la oscuridad, solo los ojos rojos eran visibles.

—¡Dios! —rezó la señora— está sucediendo otra vez —susurró.

En la mañana siguiente una niña angustiada llamó al -911- la policía acudió a la residencia y lo que encontraron les heló la sangre. Siete cuerpos se encontraron muertos en la residencia, lo singular del caso es que todos los cuerpos eran idénticos, en todos los casos los análisis demostraron que se trataba de la señora Maggi de setenta años de edad.
© Jhordan Ortiz,
книга «LA NOCHE DEL DEMONIO/Relatos».
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