ADVERTENCIA
EPÍGRAFE
PRÓLOGO
PERSONAJES
DATOS DE IMPERIUM
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                        2 || SUSTO


April Beláu D'Angelo


¿Coincidencia o destino?


Mi corazón era un tambor en mi pecho martillando mis costillas con total frenesí. Había desempacado y acomodado las pertenencias de mi príncipe de Dubái, ¿qué debía hacer?, ¿qué debía decir?


—Están graciosos tus moños, puca —Señaló con gracia mi cabeza Beasley—. ¿Por qué estás roja?


En mi campo de visión apareció Borkan vistiendo su típico turbante, pero ésta vez de color blanco junto a su agal negro envolviendo aquel tocado. La jubha blanca lo hacía parecer un ser celestial que acababa de caer del cielo, y es que él era divino. La perfección hecho hombre.


—Gracias.


Su sonrisa alumbró mi mirada haciéndome perder el raciocinio en esa hilera de dientes perfectamente blancos. ¿La razón de aquella sonrisa era yo? Sus ojos castaños me estudiaban de pies a cabeza; tenía unas muy largas pestañas y unas espesas cejas. Sus labios, Dios; sus labios carnosos y rojos me invitaban a probarlos cada vez que lo veía, y esas facciones varoniles y exquisitas de su rostro lo hacían hermoso. La ligera barba lo hacía aún más atractivo, y es que Borkan era sinónimo de perfección.


—A... Creo que entró en shock por la confusión —Escuché decir al castaño—. April, ¿te encuentras bien?


—Yo... Yo...


Borkan cogió la maleta que aún faltaba desempacar y la colocó sobre la cama, al abrirla ahí se encontraban sus turbantes y parte de esas prendas tradicionales de su país.


—Yo puedo acomodártelas en sus debidos lugares —propuse. Lo dije tan rápido que por el gesto de confusión en su cara supuse no lo había entendido.


—No es necesario —negó para mí desgracia—; puedo hacerlo yo no te preocupes. Pero de igual manera muchas gracias.


—Oh, no —Me acerqué a él sin dudar y le tendí la mano—. Lo hice con mucho gusto. Mi nombre es April Beláu D'Angelo, pero puedes llamarme solo Roja.


Volvió a sonreír alumbrando con su sonrisa mi mirada. Miró mi pequeña mano y la estrechó con la suya, que era grande y varonil. Mi alma abandonó mi cuerpo cuando se acercó más y depositó un educado beso en mi mejilla derecha, tomándome totalmente por sorpresa.


—Hadid Rashid al Borkan —musitó tan cerca a mi oído que por poco y se me doblan las piernas por cómo lo dijo, por sentir su cálido aliento en esa zona de mi cuerpo y al oler su penetrante aroma—. Puedes llamarme Fazza.


Con la misma sonrisa soltó mi mano para coger algunas prendas y subir con ellas las escaleras. Dejé escapar un suspiro soñador tan sólo verlo desaparecer ahí arriba. No sé si él creía en el destino, pero estaba segura que mi destino era él.


—¿Qué, fué eso? 


Carraspeé al notar la presencia de Beasley frente a mí, y es que no podía evitarlo, Borkan se había convertido en mi crush desde que ingresé a Imperium. 


Disimulé mi embobamiento.


—Entonces ¿qué propones Beasley? ¿Aún quieres que te desempaque las cosas y las acomode en tu vestuario? —cuestioné con cautela, mirándolo directamente a esos ojos azules tan intensos que me observaban con dudosa diversión plasmada en ellos—. Habla.


—Vé al dormitorio de Dae, mañana regresas al mío y terminas lo que aún te falta por empezar.


—Okay.


Me dí media vuelta para retirarme repitiéndome a mí misma de volver a equivocarme, había valido la pena cada maldito segundo de desespero por no equivocarme en la colocación de las prendas de vestir en sus respectivos lugares. Sonreí aún más al divisar a L'Royse sentado en la cama de Beasley, se había cubierto su perfecto torso desnudo con una elegante camiseta ploma de algodón, la cual estaba arremangada hasta la mitad de los antebrazos. 


Aún llevaba esa mona gorra rusa cubriendo sus claros cabellos, y tenía la espalda apoyada sobre una pila de almohadas con una pierna a medio doblar y la otra doblada, de modo que apoyaba su antebrazo sobre esa rodilla. En su mano izquierda tenía su móvil tecleando rápidamente con su pulgar algo a alguien o quizá buscando información en Google, lo que sea; parecía un muñequito desde el perfil que lo mirases.


Me acerqué a él embelesada por esa tierna belleza masculina que derrochaba naturalmente, para empujarte a apapacharlo o hacerle el amor, y sin avisarle, tomé su cabeza con ambas manos para  sin pensarlo estamparle un beso en su mejilla.


—¿Qué significa esto?


Por segunda vez me quedé petrificada con los labios pegados en su suave y cálida mejilla. Sus clara mirada azúl conectó con la mía para luego lentamente posarla sobre la persona que estaba a mis espaldas.


—Mierda —Escuché musitar al castaño.


—¿Me pueden explicar qué significa esto?


Estaba en problemas, y problemas muy gordos. Sólo le estaba agradeciendo porque gracias a él pude equivocarme, pero ella no lo entendería. Solté el rostro de mi compañero como si su contacto me quemara y me giré para encarar al problema que vestía como mujer de cuarenta años y como rectora.


—Yo ya me iba —aclaré, dando unos pasitos hacia la salida.


—¿Qué hace usted señorita Beláu en la habitación de varones? —espetó severamente.


—Eh, yo le puedo explicar —intervino Beasley desde su posición—. La señorita Beláu está trabajando para mí y para Dae-hyun Shin, por eso ella... ella está acá.


La furibunda mirada de Madame Curie estudió mi aspecto tan despectivamente que me hizo recordar la primera vez que llegué a éste lugar.


—¿Está registrado con el prefecto? Todo lo que sea situaciones laborales por parte de los becados debe ser registrado previamente, para que puedan poseer un permiso y no tener problemas luego.


—Ah, nop. Yo... —El castaño rascó un lado de su cuello y sonrió—, yo lo olvidé.


La bruja mayor, digo la rectora se hizo a un lado para que pueda pasar. Su mirada desconcertada miraba tras mi espalda; hacia Sèvastian, con una intensidad abrumadora. Acusadora.


—Los espero a los dos en mi despacho —dictaminó para luego observarme a mí—. Y usted puede retirarse a seguir con sus labores.


—Permiso —sonreí, disculpándome y queriendo fugar del lugar.


Ya iba a salir pero ella me ganó chocando a propósito su cuerpo al mío, como diciendo "quítate de mi camino, estúpida."


(...)


—Ya vine.


No toqué, me adentré como Pedro por su casa. Ya casi oscurecía así que mi paciencia se había ido al tacho de basura.


—Llegas tarde.


Escuché decir sobre mi cabeza.


El chino se encontraba observándome desde la segunda planta, apoyado de ambas manos sobre el barandal de plata.


—Sube — ordenó secamente. 


—¿Lo haremos arriba primero? —pregunté, subiendo los peldaños antes de que vuelva a ordenar algo.


—¿Quieren que vigilemos la puerta?


Me arrimé al barandal de la escalera para buscar al dueño de esa voz en la primera planta; Zèv. El chico de apariencia angelical se hallaba junto a un moreno de su misma edad, con una guitarra cada uno junto a su escritorio. Ambos me miraban con expectación esperando una respuesta.


—¿Qué hacen? —pregunté a nadie en especial.


—Acariciando las guitarras —respondió con mofa el moreno que me resultaba anónimo.


—Muy gracioso.


Ambos rompieron en risas.


—¿Esperas una invitación?


Entorné los ojos al escuchar la voz ligeramente grave de Dae-hyun desde el vestidor.


—Voy jefecito.


Continué mi ascenso por la escalera, tenía los auriculares aún sobre mis oídos pero sin música, por lo que los pobres ya estaban adoloridos por la ligera presión.


—¡Soy Jordan Smith! —gritó el moreno desde abajo.


—¡April Beláu! —le respondí de igual modo y me adentré al vestidor.


El chino con las manos en los bolsillos de sus elegantes pantalones me esperaba apoyado sobre un gigantesco armario de ropa.


—Empieza con el calzado —ordenó—; y asegúrate de que todo vaya en sus respectivos lugares.


Caminó hacia la puerta sin perderme de vista y yo lo seguí de reojo; llevaba el pelo rubio  perfectamente peinado hacia adelante dándole una apariencia aún más juvenil. Su piel era tan blanca que me picaban las manos para comprobar su textura y si no llevaba protector solar.


—Apúrate.


Asentí aún ensimismada en mis pensamientos, ¿usaría crema blanqueadora? ¿Me daría sus secretos? Yo como toda mortal usaba mascarillas, cremas e incluso maquillaje para eliminar o cubrir las imperfecciones propias de la edad, pero él... Bueno en sí su hermana parecía gozar de la misma dicha... Aunque si hablábamos de natural todos los chicos estaban incluídos.


—¡Hey!


—¿Eh?


—Empieza. ¡Ya!


Y así empecé con su calzado. Tenía una infinidad de sandals, botines, botas, tenis, mocacines, alpargatas, zapatos casuales, zapatillas de diferentes estilos, colores, diseños, y marcas al igual que su ropa. El tiempo pasó volando mientras acomodaba cada pieza en tan desmesurado vestidor. No tenía hora, pero lo más seguro era que ya pasaba de la media noche. Mis tripas pedían alimento a gritos porque no había asistido a la cena. 


Tanto sacrificio para mantener en la clandestinidad al malagradecido de Bonzo.


Bajé las escaleras con las piernas medias adormecidas, el frío se colaba por las aberturas de ambos lados de mis pants, haciéndome arrepentir el haberlo elegido para este día. Zèv ya dormía, su lado de la habitación ya estaba oscura mientras el lado del chino gruñón seguía con luz pero él no estaba. ¿A dónde se habría ido a medianoche? No iba a quedarme para averiguarlo así que me salí de su dormitorio, estaba cansada, hambrienta y soñolienta.


En el camino de regreso a mi habitación me topé con Gallagher haciendo sus rondas nocturnas, él sabía de mi situación de empleada así que sólo me deseó buenas noches. Entré a mi dormitorio modo zombie y con toda la poca energía que me quedaba me fuí rumbo a las escaleras para ir al baño, darme una ducha y bajar a dormir.


Al bajar las escaleras ya con mi pijama y fresca por la ducha helada me encontré con la mirada burlona de Dae sobre mi apariencia. Era una chica ruda, pero me derretían las pijamas de animales y más el de Lémur. Fué amor a primera vista cuando lo ví en el cuerpo de un maniquí.


—¿Algo que te guste Shin? —pregunté cruzándome de brazos y ladeando la cabeza mientras lo observaba.


—Qué Kawai —sonrió la china desde su cama.


Ella ya tenía todo el cuerpo cubierto por el cobertor rosado, su hermano estaba sentado a su costado. Éste mordió su labio inferior aún observándome curiosamente, y me dí cuenta que él tenía unos carnosos labios rojos y boca pequeña...


Okay, si lo seguía observando también quizá pensaría otra cosa.


—Que descansen —mascullé al borde del colapso por el cansancio.


Con la poca lucidez que me quedaba me lancé a la cama, mi cuerpo rebotó en el colchón al caer de cara sobre él. Mis ojos ya se cerraban por lo pesados que sentía los párpados cuando sentí algo cálido y de un aroma hipnotizador cubrir mi espalda y parte baja, pero no di importancia y cerré los ojos.


(...)


La maldita mañana la desperdicié en el dormitorio de Beasley, había demorado adrede por si el príncipe Borkan se acordaba que tenía una habitación e iba a verla, pero ni se asomó. Almorcé junto al resto en el inmenso comedor, y ésta vez las hienas prefirieron sentarse en la mesa del medio, evitándome la molestia de sentir sus chillonas voces y sus engreídas presencias.


Después del almuerzo pasé a cepillarme los dientes a la habitación esperando de paso encontrar a Dae-hyun para entregarle su pesado, caliente y olorosa gabardina; esa enorme prenda negra con una amplia capucha que me abrigó la noche anterior, pero no había nadie más que Bonzo en la habitación.


Según el horario de hoy a estas horas tocaba el sorteo de compañeros de carpeta así que me levanté de la cama, cogí mi mochila vacía y me enrumbé hacia el salón de literatura. Como era de esperarse, ya la mayoría estaba ahí a excepción de L'Royse y raramente de Dylan.


—¿Dónde está Dylan? —pregunté a Beca a tan sólo sentarme junto a ella.


Lo busqué por el salón entero una vez más por si se me había pasado, pero no lo encontré. Sólo algunas miradas sospechosas que miraban hacia nuestra dirección.


—Aún no llega —respondió ella, haciéndose dos colitas bien finitas con sus cabellos. Creo que sólo tenía cuatro—; creo que tiene tráfico de sábanas.


La maestra ingresó al aula vestida elegantemente como de costumbre. Era una mujer de cincuenta años que se mantenía joven; tenía el cabello castaño caído en ondas por sus hombros. Unos ojos cafés intensos y la piel ligeramente bronceada por el sol. Esta vez vestía un jumpsuit azúl y tacones blancos. Colocó su maletín sobre el escritorio y nos encaró.


—Buenas tardes alumnos. Veo un rostro nuevo —observó e hizo un movimiento con la mano, invitando a Adalee a pasar hacia adelante—. Vamos a empezar con el tema de Aceptación, y quiero que todos guarden silencio y no cuestionen los cambios a realizarse.


Miró a Badanni quien ya se encontraba al frente; nerviosa. Adalee tenía el pelo castaño largo, ondulado y brillante que caía a ambos lados de sus pechos, su piel era como el color de la miel. Vestía unos vaqueros negros rasgados por los muslos muy pegados a sus largas y moldeadas piernas, unos biker boots de tres correas anchas de color beige y una sudadera azúl.


—Preséntese.


Sus ojos de un verde mezclado con castaño muy claro nos observaron dudosos y desconfiados. Al encontrar mi mirada le sonreí tratando de darle confianza para su presentación.


—Así, se va a pasar la tarde entera —escuché bufar a Heister.


—¿Por qué no te muerdes la lengua? —espeté, girándome hacia su lado.


Él ocupaba un asiento más atrás que el mío, pero de la fila vecina.


—¿Y a tí qué te importa? Metiche.


El idiota vestía en cueros y no me refiero a desnudo, sino en un chaleco de cuero negro con varios bolsillos, un crop top marrón, vaqueros y sus botas oscuras de marca .


Iba a responderle con otra pulla, pero la voz de la maestra me hizo morder la lengua.


—Silencio.


—Mi-mi nombre es Adalee Badanni, y tengo dieciséis años.


Me giré tan sólo escuchar la rápida presentación de mi amiga nueva, ella miraba sus botines como si en ellos encontrara su valor.


—Señorita Badanni desde hoy su asiento será junto a la señorita Hutson —informó la maestra sentándose en el asiento de su escritorio—. Alumno Koch pase adelante con sus pertenencias, por favor. 


El vampiro elegante como siempre en su vestuario, pasó al frente esquivando a Adalee que se dirigía al asiento que él antes ocupaba. Amaba sus intensos y duros ojos azules.


—El alumno que sobra en la carpeta del alumno que mencione debe hacer lo mismo para ubicarlo luego —avisó la maestra Lambert—. Usted compartirá carpeta con la señorita Yang mi Shin.


Que bonita pareja.


Lo acompañé hasta que ocupó asiento junto a la siamesa de Dae. El chino con una semblante aburrido cogió su mochila y pasó adelante. Hoy había optado por una camisa blanca abierta hasta el esternón y mangas arremangadas, pantalón y zapatos de vestir marrones. Al llegar a su rostro me crucé con su mirada que la tenía clavada en mí.


Sentí el empuje del hombro de Beca a mí costado. ¿Por qué me observaba? Oh, cierto ¿será la manera de recordarme su gabardina?


—Pase a ocupar el asiento de la señorita Beláu.


—¡¿Qué?!


—Señorita Beláu D'Angelo pase al frente.


—Pe-pe-pero...


Risas. 


Sin debatir más cedí y pasé al frente arrastrando mi mochila. Dae-hyun al pasar a mi lado me chocó con su hombro intensionalmente para hacerme trastabillar con mis propios pies. Maldije cuando de reojo pude apreciar su sonrisa torcida, y más cuando estuve al frente, porque sentí todas las miradas puestas en mí.


—Beláu usted se sentará junto a su compañero L'Royse —Sonreí al escuchar ese apellido y no porque quería sentarme con él, sino porque la cara de la zorra Schwarz se deformó ante la orden de la maestra—. ¿Dónde está el joven Sèvastian L'Royse?



Dylan Bennett


Cuando nací los doctores me pronosticaron una semana de vida porque aún no había desarrollado algunos órganos. Había nacido por cesárea a los cinco meses, mi madre tenía catorce cuando me trajo al mundo. De mi padre no sé nada hasta el día de hoy.


Viví hasta los cinco años en el hospital porque presentaba algunas complicaciones que sólo se corregirían con el pasar del tiempo y chequeos diarios. Mi madre al ser menor de edad no podía hacerse cargo de mí, por lo que me pasaron al cuidado de la abuela a los dos años. Para cuando cumplí los cuatro años ella nunca se separaba de mí, había dejado la escuela para estar conmigo en el día y trabajar de noche en un cabaret. Al salir del hospital empecé a vivir la vida de un niño normal. Asistí a kinder, colegio estatal y escuela hasta ganar la beca para Imperium en segundo grado. Mi madre siempre estuvo orgullosa de mí y mi desenvolvimiento en las materias, pero lo que no sabía era que sufría bullying desde primaria hasta el día de hoy.


Y aunque ella ni siquiera lo imaginaba, yo también estaba orgulloso de ella.


Lo que Dios me había dado de cerebro no lo había hecho con la fuerza. Era el más bajo de mi salón, mis compañeros eran todos tamaño y músculos. Jóvenes dotados y muy parecidos, muchos inteligentes de buen estatus social a los que sus familias muchas veces los apartaban inscribiéndolos en lugares cerrados y alejados como Imperium, ya sea por deshacerse de responsabilidades, para moldearlos según su sello familiar, o para que sigan con lo que ellos planean para sus vidas, sin importarles sus opiniones o gustos.


El noventa y siete por ciento de jóvenes multimillonarios seguían sueños o conveniencias ajenas.


Los chicos que se divertían conmigo eran parte de ese por ciento. Muchos no conocían el significado del amor, sacrificio, humildad, pobreza, pero sí de sufrimiento. Ellos no pensaban sólo actuaban, se desahogaban de aquella cruel manera de su triste realidad. Quizá sólo querían llamar la atención, su manera de actuar para con los demás era su forma de pedir ayuda.


Siempre me preguntaban por qué no me defendía y yo no respondía, y es que suelo ser así. Yo no respondo. Quizá algún día se cansen de mí. Eran personas carentes de entendimiento y empatía por lo que no valía la pena hablarles o rogarles para que no hagan lo que acostumbran hacer, porque de todos modos lo harían. Hasta sentía cierta pena por ellos. 


El ser humano gozaba de raciocinio a diferencia de los animales, podíamos pensar para actuar. Resolver problemas. Podíamos hablar para quejarnos y decir lo que pensábamos, pero lo que ví hoy me hizo cuestionar acerca de la capacidad humana del sentir y pensar. Quizá sólo algunos humanos gozaban de esos dones y otros necesitaban golpear. Estaba seguro de que los chicos que me molestaban a diario se convertirían en monstruos en un futuro como los que ví hace unos minutos.


Él no decía nada, estaba sentado al borde de su cama con ambos codos apoyados sobre sus rodillas abiertas y con la cabeza caída; mirando el pequeño cúmulo carmín en los azulejos negros. La sangre clara caía en gotas parsimoniosas de su nariz, tenía los dedos blancos y delgados señalando el piso. Sus cabellos rubios estaban desordenados, su chaqueta negra de cuero estaba manchada con sangre en algunas partes al igual que su pantalón de piel y sus botines negros.


—¿Quieres que-que llame a alguien? —pregunté con cautela.


Él era más alto que yo, incluso para su edad tenía buena masa muscular moldeando su anatomía, hacía ejercicios, era espectacular en el baile, esgrima, equitación y en juegos de mesa. Llevaba una dieta estricta para mantenerse sano, era un genio encerrado en una botella y siempre me pregunté el motivo. Pocas veces lo había visto acompañado, incluso llegué a pensar de que se trataba de un chico engreído, presumido y vanidoso. Pero los seres humanos nos equivocamos y quizá sólo no encontraba un lugar entre nosotros. No encontraba un lugar en el mundo.


Silencio.


Dos hombres maduros y fuertes sujetando a un chico de dieciséis años mientras otro lo golpeaba. ¿Cómo un padre podía odiar tanto a su hijo? Quizá si no entraba lo mataban, o quizá exageraba, pero no imaginé que sería testigo de tanta brutalidad y abuso.


Mi móvil había sonado muchas veces al igual que el suyo dentro de su pantalón pero desde que se sentó no se movió del mismo lugar. Sin pensarlo cojí una camiseta usada de mi propiedad y me acerqué para colocarlo sobre la sangre que ya formaba un pequeño charco sobre el piso, pero tan sólo querer colocar la camiseta su mano atrapó mi muñeca.


—Déjalo así —ordenó casi en un susurro.


—¿Bennett?


Giré el cuello al oír mi apellido por la puerta; el prefecto se adentró a grandes zancadas hacia nuestra ubicación acuclillándose a mi lado y frente a L'Royse.


—¿Qué diablos pasó? —inquirió asustado. Sus ojos iban de un lado a otro sobre el aspecto del rubio como queriendo encontrar una respuesta—. Bennett vé a clase de literatura, se está repartiendo asientos —ordenó sin mirarme—; y no digas nada sobre L'Royse. ¿De acuerdo?


—Pero...


—Vé.


Dejé el dormitorio para asistir a literatura, sabía la programación de hoy pero no quería dejar solo a Sèvastian, porque sospechaba lo que había tras su silencio. No traté con el chico pero nunca me imaginé la situación en la que vivía, mis problemas resultaron pequeños en comparación de los suyos.


—... por eso éste año no pudimos ir al otro campus de Imperium, pero saldremos a fines de Diciembre éste año. También tenemos programado varias actividades durante el transcurso de los días, actividades que sé que a algunos de ustedes les interesa.


Sin darme cuenta ya estaba frente a la puerta abierta del moderno salón de literatura, los ojos de la maestra se posaron en mí haciéndome unas señas con los dedos para invitarme a pasar mientras terminaba de hablar.


Las conversaciones cedieron ante mi presencia, y las miradas cayeron sobre mi persona al atravesar el umbral de la puerta.


—Alumno Bennett.


—Ma-maestra, disculpe la tardanza —dije avergonzado frente a la pizarra acrílica.


Aún mi cuerpo temblaba, había sentido en carne propia lo que le hicieron a mi compañero de cuarto. No tenía ni valor para mirar a los ojos a la maestra y menos a mis compañeros.


—Es la primera vez desde que llegaste a ésta institución —dijo ella, observándome fijamente—. Por eso te perdono Bennett, pero que sea la primera y última vez. ¿Estamos de acuerdo?


—Claro —acepté sin titubeos la oportunidad—. Gracias.


—Tu sitio desde hoy será junto a Sasha Grey —Ay no—. Pase a su asiento.


Atravesé el pasillo entre carpetas rumbo a mi nuevo lugar ignorando miradas. Al pasar junto a Beca -quién estaba sentada junto a Heister- me pellizcó el pantalón para que la mirase, pero aún no estaba preparado para mentirles. La ignoré y caminé de largo.


Al llegar a la que sería mi carpeta me encontré con los enormes ojos cafés de Sasha que me miraban recelosos, como si fuera un vulgar ladrón o violador en el peor de los casos. La carpeta era de un sólo asiento para dos personas así que tomé la iniciativa y acomodé mi mochila en medio del asiento para mí propia protección, tampoco me fiaba de ella.


Era como una rosa con afiladas espinas.


—¿Sabe algo del alumno L'Royse? —preguntó la maestra Lambert.


—Eh — Aún no estaba preparado para mentir, tenía que decir no—... no.


—Bien —musitó sin perderme de vista. Sabía que le estaba mintiendo—. Desde mañana se iniciarán con normalidad las clases. Los libros que usaremos este año estarán a la venta en la dirección, creo que algunos ya los adquirieron pero los que faltan no demoren, ya que será indispensable para tareas y exámenes.


—Vaca deja de frotarte en mi chaqueta, o te juro que explotarás como globo.


—Alumno Heister, ¿hay algo que quiera compartir con el resto del salón?


Desde mi posición podía ver la espalda de mi amiga vistiendo sus acostumbrados polos de algodón con el estampado de BTS en ambas caras. Esta vez se había hecho dos colitas sobre su cabeza; parecía una hormiga.


—¿Podría cambiarme de compañero? —preguntó con fastídio Heister—. La mía tiene complejo de gato o no sé qué le pasa.


Las risas invadieron el salón ante tan estúpido pedido y observación.


—En eso consiste el tema de éste año —mencionó la maestra apuntando algo en su computadora—; deben aprender a aceptar tal cual a sus compañeros.


—Pues ya casi me bota del asiento —bufó el chico malo de Imperium.


—¡Qué nenita! —clamó Beca, haciendo reír al salón.


—Silencio Courtney, y Heister; verá que poco a poco se irá complementando con su compañera —sonrió la mujer al frente de su ordenador. A ella le divertía la situación—. Quizá hasta la extrañe cuando la cambien de lugar al próximo año.


—Pero si ya está completa —resopló Amón.


—Qué manía de joder, hombre.


—Alumna Courtney colabore usted también.


Después de darnos una introducción del tema a tratar en su clase de mañana nos liberó para que disfrutemos de la tarde. Abandoné rápidamente el salón para que mis amigas no me bombardeen de preguntas y me enrumbé hacia las habitaciones de varones.


—¡Dylan! —llamó April tras mi espalda—. ¡Detente!


Había llegado el momento de enfrentar a mis amigas.


Me quedé parado en medio del colosal pasillo de piedra y me giré para ver a Beca y April correr hacia mi dirección. Courtney ya estaba agitada por haber corrido, sentí culpa por comportarme tan hosco con ellas, pero estaba prisionero de lo que sabía y de lo que tenía que mentir. April estaba acostumbrada a la agitación pero en sí podía notar la molestia en su bello rostro.


—¿Por qué tan raro? —inquirió la pelirroja apenas llegar junto a mí.


—Casi muero. Espera. Que. Me. Recu. Pere  —jadeó exhausta Beca.


—Yo-yo me sentía indispuesto —Era malo mintiendo. Muy malo.


—¿Qué, ahora te llega la regla? —espetó divertida April, pasando uno de sus brazos sobre mis hombros.


—Nece. Sito A. Gua.


Saqué mi botella de té verde de mi maletín y se lo tendí a Beca, quien retiró las manos apoyadas en sus muslos para cogerla. Sus joggers tenían impregnado una hello Kitty con la cara manchada de chocolate. Al probar el contenido de la botella lo escupió dando en las extensas botas negras de tacón alto de April.


—¡¿Me.quieres.acaso.matar?! —Rabió, tendiendo un pañuelo a April.


—Es té verde —señalé, mientras Roja retiraba su brazo de mis hombros para limpiar sus botas—. El té verde es bueno para evitar el riesgo de cáncer. Ayuda a combatir el envejecimiento, fortalecer los huesos...


—Está bien, está bien. Me lo tomaré pero ya para.


—Ahora, ¿nos vas a decir qué sucede contigo? —cuestionó April, acomodando su mini-short negro—. Y no cambies de tema ni nos mientas.


—Estaba en mi habitación y—


—Cierto, ¿con quién te tocó compartir dormitorio? —volvió a preguntar April..


Inhalé hondo, no me sentía cómodo.


—Con L'Royse.


—Entonces te acompañamos a tu habitación —espetó, caminando hacia donde yo me dirigía—. Necesito pedirle disculpas.


¿Disculpas? Arrugué el ceño.


—¿Por qué?


—Caminar de nuevo —bufó Beca, caminando a mi lado.


—Porque la rectora me sorprendió besándolo.


—¡¿QUÉ?!


Exclamamos al unísono con mi compañera atrayendo algunas miradas a nuestra dirección.


—Admiro a ésta mujer —confío por lo bajo Courtney, dándome un ligero golpe en las costillas.


—O sea, besándolo en la mejilla —aclaró April.


—Olvida lo que dije —murmulló Beca.


—Oh.


¿Será coincidencia lo de los golpes? Desde que llegué a Imperium nunca lo ví enrollarse con alguna fémina, ¿será por algo en particular?


Continuamos en silencio hasta mi habitación. 


Los pasillos estaban vacíos así que avanzamos con confianza, pero al momento de entrar al dormitorio la cama de L'Royse estaba perfectamente lizada como si nunca hubiera sido utilizada. Busqué con la mirada sus pertenencias sobre la mesita de noche y sobre la cómoda; estaban vacías.


—¿No que compartías habitación con Sèvastian? —oí preguntar a April, pero no respondí inmediatamente. Corrí escaleras arriba y entré a su vestidor; estaba vacío.


Regresé de nuevo con mis compañeras que me esperaban sentadas sobre mi cama estudiando la habitación.


—Creo que se fué.


Ambas se miraron para luego mirarme a mí.


—¿Se pueden cambiar de habitación así como así? —cuestionó Beca.


Fruncí el ceño y la miré también con la duda reflejada en mis ojos.


—No lo sé.

                                    ★

Lhuana Fox


—¿Entonces quedaremos con esa coreografía? —pregunté a Kami. Después de terminar la aburrida repartición de carpetas me había marcado para quedar de acuerdo sobre la coreografía que ensayaremos desde mañana. Escuché un sí casi parecido a un gemido—. Está bien. ¿Zèv está contigo?


Reí al escuchar un No como respuesta. De primera mano sabía que ella andaba con Ronny de su mismo grado a espaldas del niñato Ergen. Me despedí y colgué, no quería escuchar sus porquerías. Suficiente era soportar su voz imperativa en las prácticas como para soportar sus asquerosos gemidos a través de la línea telefónica.


Arreglé por costumbre mi cabello, no me gustaba que tan solo uno se levantara como si me hubiera pasado electricidad. Odiaba el frizz. Guardé el móvil en mi cartera y pensé en qué invertir mi tiempo de soledad. Annette había ido a la enfermería acompañando a Sasha para que se realice algunos análisis, estos días estaba botando literalmente el estómago por la boca. Y no era su bulimia. Para su beneficio una de las enfermeras era amiga suya, eso le facilitaba para salir de dudas en secreto con respecto a alguna posible enfermedad o en el peor de los casos un embarazo. Aunque esperaba que no fuera eso, por su bien y por el de la criatura.


Ya casi era la hora de la cena así que abandoné la sala de descanso. Ignoré las miradas envidiosas de algunas chicas de tercero que estaban reunidas con las espaldas apoyadas sobre la pared, como si la sostuvieran de aquella masculina forma y caminé por el largo pasillo que dirigía al comedor. Ésta vía estaba ocupada por unos cuantos alumnos que iban y venían desde otras conexiones, con mi mismo destino. A unos metros por delante la gorda Crowley se jaloneaba con el cuatro ojos de su amigo entre risas y burlas de la pelirroja.


También divisé al grupo de inadaptados de Heister adentrarse al comedor entre empujones e insultos, mientras que los góticos yacían arrimados en uno de los gigantescos muros o sentados sobre la baranda de piedra, platicando amenamente sobre las maldades de Lucifer. 


Me sentí sola.


Tomé el recodo cercano para dirigirme a uno de los baños, si llegaba un poco tarde a la estúpida cena no pasaría nada más que un llamado de atención. Cuando ya veía la entrada a los baños femeninos una silueta perderse por otro recodo de un pasillo me llamó la atención. Sabía de quién se trataba.


Aceleré mis pasos procurando no hacer sonar mis pisadas y seguí su camino. Él llevaba una chaqueta gabardina negra con capucha, siempre usaba algo que lo cubriera cuando su padre lo golpeaba, y hoy al parecer era uno de esos días. Avancé por otro pasillo con luces tenues donde nadie recorría, un lugar poco concurrido que llevaba a la cima de éste sector.


Mi vestido fino y corto se ondeaba por la fría brisa que hacía por esta ruta, la cual era extensa y rodeada de gigantescos miradores arqueados separados por varias hileras de muros, fuertemente parados cada siete metros. Cuando ya me estaba arrepintiendo de haberlo seguido lo encontré sentado sobre la baranda de piedra. Tenía una de sus pantorrillas colgando por el extremo que daba al vacío mientras que su otra pierna se hallaba flexionada sobre la superficie de la piedra helada, con un brazo apoyado sobre esa rodilla y la espalda recostada en el muro. 


Miraba fijamente la laguna.


—¿Por qué me sigues? —musitó con la mirada en el paisaje oscuro.


El frío había aumentado y también el viento, el enorme lago frente a nosotros se hallaba tranquilo a pesar del clima. Matices entre verde, rojo y naranja pintaban la puesta del sol sobre sus aguas en forma de degradé. 


Suspiré. 


Era un panorama romántico, y entre él y yo no había nada más que una curiosidad innata y atracción de mi parte. Sin duda una oportunidad perdida para las almas soñadoras... Cuánto hubiera dado Annette por una experiencia como ésta junto al chico a mi lado, pero él no la notaba por más que ella gritaba sus sentimientos para con él. 


Por ella escupí veneno.


—¿Cómo perderme tus lágrimas L'Royse? 


No respondió, pero sin embargo escuché un suspiro de frustración.


Cansada de esperar a que hablara o girara a verme tomé asiento a su lado. Mis ojos repararon en su perfil y me dí cuenta que tenía la comisura del labio inferior partido en una minúscula línea roja vertical, además un pequeño parche de gasa pegado en el tabique de su nariz. Más defectos no hallé en su impoluto rostro y perfecto perfil. 


No me había equivocado.


Su padre lo había golpeado.


Con la duda del porqué lo hacía me abracé a mí misma para generar calor en mis brazos. Se supone que en éstas situaciones los chicos te ofrecían el abrigo a la chica, sin embargo él parecía ignorar mi vestimenta. Ni siquiera me había visto... Aunque nunca parecía notar a alguien.


Lo miré con reproche.


—¿No vas a prestarme tu abrigo? Me estoy congelando.


Una pequeña sonrisa se dibujó lentamente en sus labios carmíneos cerrados en conjunto con el brillo de una chispa de astucia en sus ojos claros. Se alzó sobre la baranda ancha y se retiró el abrigo, quedando en camisa azul jean con mangas hasta parte de sus bíceps. Con una mano desabrochó dos broches del pecho mientras me alcanzaba la gabardina con la otra, la cual no dudé en tomarla y colocármela.


—Muy amable, L'Royse.


No volvió a sentarse, arrimó su espalda al muro cruzando sus brazos bajo sus pectorales, cruzó un pie sobre el otro y se quedó así; escrutándome con sus mirada lobuna desde su posición.


De todos los chicos de Imperium era él el que sobresalía de entre todos después de Heister, no era gótico pero era misterioso. No era nerd pero era un genio. No era un animal hostigador pero tan sólo con mirarte te fulminaba. Era una especie rara y quizá en extinción. Un ser distante e inalcanzable, por eso entendía perfectamente a Annette; enamorarse de un chico como él era fijarse en algo imposible. Llevé la vista hacia la inmensa laguna bajo nosotros. ¿Este era su lugar para meditar? ¿Saltar?


—¿No piensas saltar? —pregunté. Quería hechar un poco de sal a la herida—. Pensé que hoy sería el día.


—Quizá.


Se removió en su sitio, pensé que cambiaría de posición pero no. El horror rasgó todas mis cuerdas vocales al gritar cuando lo ví lanzarse hacia al abismo de más de doscientos metros de pies de altura, mi cuerpo entero comenzó a temblar de manera sobrenatural cuando me aferré al borde de la baranda para poder ver algo, pero sólo había oscuridad.


Profunda oscuridad.


—¡NO! ¡L'ROYSE!


El viento soplaba hacia mi rostro asfixiandome con sus brisas y con mis cabellos que se pegaban a mi boca y nariz.


—¡SÈVASTIAN! ¡Joder!


Sólo estaba bromeando, nunca pensé que lo haría. Me culparían a mí.


No sabía qué hacer, los pensamientos se aglomeraban en mi cabeza culpándome. Annette me mataría y quizá me meterían a la cárcel por asesinato. Claro, L'Royse me encarcelaría por matar a su hijo. No quería imaginar mi vida en una prisión por una estupidez.


Corrí para atravesar el pasillo que llevaba a la zona más cercana a la laguna, quizá podría hacer algo si descendía los riscos y llegaba a sus frías aguas. Algo empezó a vibrar en el bolsillo de la gabardina de L'Royse pero no debía perder tiempo así que seguí corriendo, atravesando los monstruosos corredores de ésta imitación de Hogwarts.


Después de correr como loca por media hora llegué al mirador de la parte Este de Imperium, era de riscos más bajos y cercanos a las aguas de la laguna. Trepé la baranda y salté al otro extremo de ella, busqué mi móvil en mi cartera para alumbrar mi descenso y no morir en el intento.


Tenía las piernas como gelatina, cada que pisaba una maldita piedra o roca para descender sentía que parte de la tierra se hundía. Todo mi cuerpo seguía temblando hasta mi respiración, tanto era mi miedo que no sentía el frío acariciar mis piernas desnudas. Maldije la hora en que decidí molestarlo. ¿Acaso no podía morderme la lengua?


Chillé cuando pisé una zona más baja y la tierra cedió cayendo cascajo hacia abajo. La altura no era tan espeluznante como por la zona de donde se tiró, pero si resbalaba desde donde me encontraba me rasguñaría las piernas.


Odiaba las manchas o cicatrices.


Antes muerta a tener esas cosas en mi cuerpo.


—¡Argh!


Maldije al hijo de perra por hacerme descender ésta cúspide, estaba segura que mi vestido blanco Chanel ya se encontraba lleno de tierra y polvo al igual que su caro abrigo. ¿Por qué tenía que seguirlo? Lo conocí de vista desde college al igual que a mis amigas y desde ese entonces empecé a stalkearlo, pero nunca crucé palabras con él. Debía seguir así, manteniéndome al margen para evitar justamente estas situaciones. 


Cuando pisé tierra y hierva firme silvestre me fijé que una de mis sandals Gucci tenía una de sus correas rota. ¡No tenía hebilla! Eran de mis favoritas; regalo de cumpleaños por parte de mi padre. Lágrimas de coraje e impotencia asomaron mis ojos, si no estaba muerto yo lo iba a matar.


Seguí caminando como borracha en la tenue oscuridad sobre quién sabe qué cosas o asquerosos bichos hasta divisar el brillo del borde de la laguna bajo la luna menguante. Aceleré mis pasos cuando lo ví emerger de sus heladas aguas quitándose la camisa.


—¡¿Por qué no has muerto?! —grité con frustración. Yo era un vaivén de emociones. Sentía rabia, coraje, enojo, pero también verlo vivo me quitó el miedo y la culpa.


Sus abdominales marcados mostraban hematomas de color azul amoratado, pero ignoré eso y volví a gritar mientras avanzaba:


—¡Casi me mato descendiendo esa maldita bajada para venir a arrastrar tú estúpido cadáver hacia la puta de la rectora, y estás vivo!


Sonrió.


—¿Qué se siente? —preguntó divertido, elevando un poco la voz y exprimiendo su camiseta ya fuera del agua.


Me detuve para procesar su pregunta.


—¡¿Qué?!


Frunció el ceño observándome fijamente.


—¿Qué se siente ser la víctima de una broma?


Corrí hacia él molesta.


—¡Yo no me burlo de las personas usándome a mí misma! —dije llegando a él y golpeando con las palmas de mis manos sus duros pectorales desnudos, a la vez que él tiraba su camisa exprimida sobre uno de sus hombros—. ¡Eres un idiota!


Gimoteé cuando atrapó ambos lados de mi cabeza con sus manos y me hizo mirarle a los ojos.


—No, haces algo peor. Los usas a ellos —musitó. Sus ojos iban de mis ojos llorosos a mis labios—. Algún día vas a cargar con un cadáver Fox, pero no será el mío —bisbiseó muy cerca a mi rostro. Tan cerca que su frío y amentolado aliento acarició mis labios e invadió mi olfato.


Hipé con las manos aún haciendo contacto con su helada piel. Mis defensas terminaron en el suelo cuando sin previo aviso estampó sus labios en los míos. Primero fué como una caricia luego atrapó mis labios en un beso intenso haciéndose camino lentamente hasta invadir mi boca con su lengua. 


Había besado a infinidad de chicos pero éste me había sorprendido. Al principio no correspondí por la conmoción del momento, pero luego me dejé llevar ignorando lo helado de sus manos a ambos lados de mi cara y de sus labios. También las alarmas que sonaban en mi interior avisándome que rompiera ese beso por Annette, que me alejara. Pero no pude.


Llevé mis manos a ambos lados de su mandíbula é incliné la cabeza aún atrapada entre sus manos para intensificar el beso. Me sentía una novata cuando en verdad no era así. Mi seguridad cayó con mi ego. Me hizo sentir pequeña e insignificante, una chica virginal que recién estaba dando su primer beso.


No sabía cuánto tiempo pasó cuando paramos para recomponernos de aquella intensidad y recuperar el aliento. Sentía los labios hinchados junto a las mejillas calientes y mi corazón latiendo en mis oídos. Por segunda vez me odié por parecer una chica principiante, alguien parecida a las santurronas como Nena, Amanda o la nueva de mi grado.


Una pobre inocente.


Él soltó mi rostro después de contemplarme con un ápice de curiosidad en sus ojos azules. Pasó una mano por sus cabellos mojados y empezó a caminar rodeando mi cuerpo para subir por donde yo había bajado.


—¿Por-por... ¡Argh! —¿Por qué tartamudeaba?—. ¡¿Por qué me has besado?!


Seguí sus pasos, lo menos que quería era quedarme atrás.


—Porque quiero —respondió en voz baja.


(...)


—Solo mala dieta.


Felizmente no era embarazo. Después de subir aquel risco con la ayuda de un silencioso Sèvastian le entregué su abrigo polvoriento, me acompañó hasta el pasillo que me llevaba a mí dormitorio y se desapareció como un fantasma. Ahora me encontraba fresca y caliente en mi cómoda cama luego de un baño con aceites esenciales para el cuidado del cabello y de la piel.


Sasha era mi roommate gracias a mí buenísima suerte. Me estaba contando desde su cama el resultado de su chequeo en la enfermería; no estaba embarazada. En sí aquella noticia era un respiro a nuestra preocupación.


—¿Y tú dónde estabas? —quiso saber, arrebujandose con su cobertor—. A la cena tampoco asistió L'Royse. Fué... raro.


Obvio, estuvo conmigo.


—¿Dónde estaba?


—Si.


¿Dónde estaba? Piensa, piensa.


—En uno de los baños.


Me miró como si tuviera tres cabezas.


—¿En un baño? —Me conocía bien. Sabía que era una excusa tonta—. Vamos, nos conocemos desde niñas. Dime la verdad.


Mierda.


—Con Sèvastian. Estuve con Sèvastian Rosh bajo un acantilado y frente al mar.


Rio.


—Wow. Eso sonó romántico, pero ¿qué hacías ahí con él?


—El idiota se lanzó al vacío desde el mirador del Sur de la escuela, silo porque le pregunté que si no saltaría —confié—; tuve que correr hasta el mirador del Este y descender hasta la asquerosa laguna.


—¿Es en serio? —preguntó asombrada. Sólo podía ver su cabeza de entre las sábanas—. ¿Y no se lastimó?


—No, pero yo sí, resulté con odiosos rasguños en las piernas y seguro mañana resfrío —Me quejé. 


—Annette lo tiene que saber —dijo inclinándose para coger el portátil encendido desde su mesita de noche—. La voy a llamar.


Claro. Sólo ignoraría la parte del beso y ya.


Me alcé de mi cama y corrí a sentarme junto a ella. En la pantalla ya se observaba a Annette comiendo helado y vestida en su sexy pijama.


—¡Hola! —saludó la pelirroja—. ¿Dónde estabas ingrata? 


—¡Yo le cuento! —exclamó Sasha. Le hice una seña con la mano para que empiece—. ¡Estaba con Sèvastian bajo un acantilado y frente a la laguna!


—¡¿Me estás jodiendo?! —exclamó. Su mandíbula casi llegaba al colchón—. ¿Tienes fotos? ¿Por qué no me llamaste? ¿Dijo algo de mí? ¿Qué hacían?


Pasamos largas horas conversado y bromeando acerca de lo que pasó con su crush. Annette estaba completamente embobada con L'Royse desde que lo vió por primera vez a los doce años, pero Sèvastian jamás la notó y aún no la notaba. Me recosté junto a la morena para seguir platicando más acerca de los dimes y diretes que corrían como pólvora en Imperium.


—También oí que Sèvastian anda en amores con la rectora —contó a mí lado Sasha—. No sé si será cierto, pero es lo que ya se comenta.


Annette hizo un ademán con su dedo sobre sus labios para luego señalar a su derecha.


—¿Qué?


Gesticuló palabras sin emitir la voz. Rayos; la hija de la rectora era su compañera de habitación. Sashi cubrió con su mano su boca ante la sorpresa, yo sólo sonreí. Que gran oportunidad para sacar a flote lo del beso, y lo haría si es que Annette no sentiría nada por el rubio, pero no era el caso. 


—¡No creo que una mujer de cuarenta años se meta con un niño de dieciséis. Eso sería pedofília! —exclamé lo suficientemente fuerte como para que lo oiga Laissa.


—Madame Curie es una dama respetable que jamás haría eso. Sería como violar su ética, su moral —agregó agudamente Sasha—. Aunque tampoco la culparía.


Anni le sacó el dedo corazón junto con la lengua y cerró el portátil de una forma brusca, cortando de ese modo la video-llamada por Skype.


—¿Qué de malo dije?


—Solo se te salió lo perra —Me encogí de hombros con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Crees que la rectora esté con L'Royse?


—Cuando el río suena...


—Piedras trae.


Completé.

© Lhinda Ari,
книга «IMPERIUM».
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