La necesidad del arrepentimiento
Significado del arrepentimiento
La confección del arrepentimiento con la fe
El medio del arrepentimiento
Los frutos del arrepentimiento
La necesidad del arrepentimiento
1 La necesidad de arrepentimiento

  ¿Por qué es el arrepentimiento bíblico la necesidad de esta hora? Porque vivimos en una época en que la mayoría de los líderes religiosos realmente niegan la necesidad de arrepentimiento. Si es que lo predican, lo debilitan como el presidente de un seminario que dijo que el arrepentimiento no significa más que “un caballero decirle a Dios que lamenta haber hecho lo que hizo”. Otros dicen que el arrepentimiento es únicamente para los judíos y no para nosotros en la actualidad. Algunos dicen que el arrepentimiento es sólo para los hijos de Dios y que no tiene nada que ver con los pecadores perdidos, mientras que otros predican justo lo contrario: ¡dicen que el arrepentimiento es sólo para pecadores perdidos pero no para los hijos de Dios! ¡Y aún otros afirman que el arrepentimiento es meramente una forma de obras y que ningún grupo lo necesita! Por lo tanto, mi propósito es refutar estos errores fatales que están engañando a las almas preciosas para su destrucción eterna.

  Ahora escuchemos el testimonio de la Palabra de Dios. Veamos las palabras de nuestro Señor en Lucas 13:3 y 5: “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Lo que está diciendo es esto: “A menos que renunciéis a vuestras armas de rebelión contra Dios, moriréis en el infierno porque permanecéis bajo la ira de Dios. ¡Confesad vuestros pecados y no los cometáis más o moriréis para siempre!”

  Por lo tanto, para empezar, tengo que presentar el efecto del pecado sobre la raza humana, especialmente sobre ti y sobre mí. ¿Qué es el pecado?

  Pecado: su definición

  En esencia, el pecado es rebelión contra Dios.[1] Esto significa creer que tenemos el derecho de hacer con nuestra vida lo que nos da la gana y de actuar independientemente de Dios y de su santa ley. Como dice el apóstol Juan: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). De hecho, el pecado es una manera de decirle a Dios: “No te metas con mi vida; no te necesito”.

  Pecado: sus serias consecuencias

  La doctrina del efecto del pecado sobre ti y sobre mí y sobre toda la raza humana es muy seria. Así como ningún corazón lo puede concebir apropiadamente, así la boca no puede expresar adecuadamente el estado de perdición y ruina que el pecado ha causado al hombre culpable y desdichado. Te preguntas: “¿Qué ha hecho?” ¡Oh, mi amigo, nos ha separado de Dios! ¡Ha desfigurado y arruinado nuestro cuerpo, alma y espíritu! El pecado ha llenado nuestro cuerpo de enfermedades y dolencias. El pecado ha desfigurado la imagen de Dios en nuestra alma. ¡El pecado ha cortado nuestra comunión con él quien nos hizo a su propia imagen moral! El pecado ha hecho que por naturaleza tú y yo seamos amantes del pecado y aborrecedores de Dios, quien es el único bien. ¡Sí, es cosa muy seria considerar el pecado a la luz de la Palabra de Dios, ver lo que le ha hecho al hombre, a Dios y su Cristo, y a la creación de Dios! El pecado nos ha desligado de Dios y ha abierto las puertas del infierno. Es serio porque el pecado le ha costado al hombre su bien más precioso –su alma imperecedera.

  Pecado: humillante para el hombre

  Además, la doctrina del pecado revelada en la Palabra de Dios es una muy humillante. ¿Por qué? Porque la Biblia no nos presenta meramente como ignorantes y necesitados de enseñanza. Ni nos presenta como débiles y necesitados de un tónico. En cambio, revela que tú y yo estamos espiritualmente muertos y que carecemos de cualquier justicia y rectitud que nos dé algún mérito ante Dios.

  Esto significa que espiritualmente carecemos de fuerza, somos totalmente incapaces de mejorarnos a nosotros mismos, estamos expuestos a la ira de Dios y no podemos realizar ni una obra que sea aceptable para un Dios santo (Rom. 3:10-18).

  La imposibilidad de que alguno pueda ganarse la aprobación de Dios por medio de sus propias obras resulta claro en el caso del joven rico que se acercó a Jesús (Mat. 19). Cuando juzgamos a este joven según las normas humanas, consideramos que era un modelo de virtudes y de logros religiosos. Pero, como tantos otros que confían en sus propios esfuerzos y su propia justicia, desconocía la espiritualidad y lo estricto de la ley de Dios. Cuando Cristo le mostró la codicia de su corazón, se fue triste, porque poseía muchos bienes. Era humillante descubrir que sus mejores estudios religiosos no eran más que trapos de inmundicia al olfato de Dios (Isa. 64:6). Este joven no quiso confesar que su moralidad y que sus mejores acciones no eran más que obras de tinieblas condenatorias por las que necesitaba sentir pesar y a las que tenía que renunciar.

  Pecado: nuestra naturaleza

  ¡Qué humillante es descubrir que Dios requiere la verdad en lo íntimo (Sal. 51:6)! ¡Qué humillante es que no podamos librarnos por nuestros propios medios del pecado en nuestro corazón y en nuestra mente! Qué humillante es que nosotros, al igual que todos los demás, tenemos que comparecer ante Dios como pecadores y declararnos culpables ante él. No queremos confesar que somos pecadores –perdidos, descarriados, indefensos y culpables-- ante Dios. ¡El moral y farisaico no quiere confesar que está en la misma situación ante Dios que el violador, la prostituta y el borracho! No obstante, somos pecadores por naturaleza y en la práctica.

  No podemos librarnos del pecado por medio de una resolución, una orden, un sacrificio ni por medio de apartarnos totalmente del mundo, porque es nuestra naturaleza. Jeremías 13:23 dice: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?”

  Este hecho humilló al apóstol Pablo. Lo llevó a arrepentirse y confesar que ante Dios era un pecador merecedor del infierno. En Romanos 7 nos cuenta que en una época vivía sin la ley; pero que cuando conoció el mandamiento de que no debía codiciar, se llenó de codicia. Comprendió que era carnal[2]2, que se había vendido al pecado. Confesó que era humillante enterarse de que lo que quería hacer –vivir justa y rectamente-- no podía hacer. Y lo que no quería hacer –pecar contra un Dios santo, recto y justo—eso es lo que hacía. Confesó tener la voluntad de hacer lo bueno, pero no el poder para hacerlo. Su voluntad estaba depravada, y su naturaleza pecaminosa lo tenía cautivo: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Rom. 7:19). Por más que luchaba contra él, que tomaba resoluciones contra él, que lo denunciaba y que hacía todo lo que podía en su contra –no se podía librar de él.

  De la misma manera, nos sentimos humillados cuando, por el poder iluminador del Espíritu de Dios, vemos el terrible poder del pecado en nuestra vida.

  Pecado: cómo ve Dios nuestro corazón

  ¡La Biblia declara que el efecto del pecado sobre el hombre es tal que nuestro corazón es comparable a algunas de las cosas más repugnantes que nos podamos imaginar! Se vale de estas descripciones para mostrarnos cómo considera Dios nuestros pecados.

  ¿Sabes que la Palabra de Dios nos describe como gusanos? Lo hace en Job 25:4-6: “¿Cómo, pues, se justificará el hombre para con Dios? ¿Y cómo será limpio el que nace de mujer? He aquí que ni aun la misma luna será resplandeciente, ni las estrellas son limpias delante de sus ojos; ¿Cuánto menos el hombre, que es un gusano, y el hijo de hombre, también gusano?”[3] El significado de la raíz de la palabra usada aquí como gusano en el hebreo es “gusano de podredumbre”.[4] Esta es la forma como Dios nos ve: en proceso de putrefacción, fuera de Cristo.

  Además, ¿sabías que Dios nos describe en nuestra naturaleza depravada como una “podrida llaga”. Así lo hace en Isaías 1:4-6:

  “¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? żTodavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite.”

  Las Escrituras también muestran que el pecado ha hecho al hombre como bestias ignorantes y estúpidas. Leemos en el Salmo 73:22: “Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti”. También leemos en el Salmo 49:20: “El hombre que está en honra y no entiende, semejante es a las bestias que perecen”. Si todavía estás jugando con el pecado, condenas tu alma al infierno. Y eres como las bestias que perecen, porque no entiendes.

  Alguien me podría decir: “¡Ésta no es una manera agradable de decir las cosas!” Lo sé, pero es lo que dice la Palabra de Dios. Tenemos que despojarnos de todo nuestro orgullo y fariseísmo y renunciar para siempre a querer algo en nosotros que nos recomiende a Dios.

  ¡Qué cuadro del hombre depravado! ¡Qué imagen de ti y de mí por naturaleza! Viéndonos en este estado de putrefacción, Dios tiene que ordenar que nos arrepintamos.

  Quiero razonar contigo: Si no te ocupas de la eternidad y no piensas en el mundo venidero, entonces de seguro la Palabra de Dios te retrata con exactitud en estas descripciones. Eres como un gusano, como una llaga podrida y como una bestia que perece. ¡Oh que supieras tu final (Deut. 32:29) y, arrepentido, acudieras ya mismo a Dios, y te encomendaras a su misericordia en Cristo! ¡Oh que te presentaras hoy ante el Dios Santo, humillándote ante él, y clamando a él con verdadero arrepentimiento!
© Jymm GoZar,
книга «Arrepentimiento biblico».
Significado del arrepentimiento
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