Prólogo
Prólogo
Londres, Reino Unido. 1814.

Los truenos resonaban en el exterior y el golpeteo constante de la lluvia arreciaba contra los cristales de las ventanas como si pudiera romperlos. Había estado lloviendo a cántaros durante toda la madrugada. Yo no había podido conciliar el sueño. Era presa de la melancolía y la incertidumbre, pero también estaba aliviada. La guerra parecía ser eterna y los conflictos estaban por todas partes. Madeline mi hermana podía ser muy irritante cuando estaba nerviosa, tal vez yo estaba más asustada que el resto de mis hermanos por el peso que había caído sobre mis hombros, pero intentaba ser comedida por el bien de todos. La Reina madre Charlotte, mi abuela, era fuente de vigor y valentía para toda la familia real. Pero para mí particularmente era un soporte. Conocí al Duque de Wellington en una gala real en el palacio. Papá asumía que como hombre experimentado en la batalla fuera un buen prospecto para mí. Aunque yo tenía mis dudas, nadie nunca contradecía la palabra del rey. Aunque a mí no me gustara el carácter demasiado ávido y ambicioso del Duque, me educaron para poner siempre en primer lugar el bien de mí nación.

Las criadas corrían de un lado a otro, el temor era cada vez más palpable en cada habitación y pasillo del palacio de Windsor. Las dudas y la incertidumbre en el pueblo podían generar discordia y hostilidad en las provincias de nuestra nación. El llamado a mantener la calma, la confianza y la paz. Era la prioridad de los reyes, mis padres. Teníamos el mejor ejército de todas las naciones cercanas, pero una guerra civil en nuestro propio territorio contra nuestra propia gente, aunque rebeldes al fin, no era parte de los planes de papá. Siempre había amado el decoro, la bondad y la justicia con la que había reinado su padre el Rey Matthew I.

El terror de cada familia ante una invasión por las artillerías de la revolución francesa en pleno auge por la expansión tiránica e injusta de su territorio y las naciones circunvecinas que estaban en contra y otras a favor de la guerra para hacerse de alianzas que dejaban desastre, muerte y destrucción a su paso por todo nuestro continente.

El rey Edward III mí padre y toda nuestra corte militar, además de las otras casas reales con las que estábamos emparentados, como buenos estrategas habían mantenido nuestras tierras en perfecta paz. Pero mí compromiso con Henry según mí padre podía traer la seguridad y confianza que nuestro reino necesitaba. Estrechar lazos aún más unánimes con el hijo de nuestro propio general del ejército parecía ser lo que nos mantuviera a salvo de los conflictos externos y garantizar el bienestar de nuestra nación.

Sin embargo, El rey, mi padre decidió intervenir junto con otras naciones aliadas en la guerra y la victoria de nuestras tropas en Sajonia fue asombrosamente aplastante. Se abrió un paso a la restauración en todo nuestro continente y pudimos respirar verdadero aire de libertad. No obstante, aún me ataba el compromiso y papá parecía no tener intención de romperlo. Me sentí como si yo fuese el premio final por la gran hazaña que habían logrado en Prusia. Yo no consideraba correcto dada mi futura regencia que como princesa de Wales y futura reina de gran bretaña me fuera provechoso un matrimonio de esta índole, pero respetaba la visión del rey y creía en sus intenciones de protegerme y asegurarme la solidez de mi trono y el reino.

© Luu Herrera ,
книга «La Reina De Fuego».
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