006
Narra Sophia :
Siento leves caricias que van de mi cuello a mi mejilla, suavemente, como si aquella persona tuviera miedo a romperme. Creyendo que es la bestia o Lewis abro los ojos rápidamente encontrándome sola en el inmenso cuarto. Estoy segura de que había alguien aquí. Me dirijo en el baño donde veo ahí dos cepillos. Uno de los cepillos de color rojo viene con un ticket chiquitito en el que pone ' Es para ti, úsalo ' , no lo pienso dos veces y me empiezo a cepillar los dientes. Al acabar me quito el pijama quedando completamente desnuda para acabar metiéndome en la bañera que hay en el baño, necesitando urgentemente una ducha. Dejé que el champú le diera olor y suavidad a mi rojo cabello y que el jabón con olor a rosas lavara y suavizara mi cuerpo.
Salí envuelta en una toalla blanca y suave con el que empecé a secarme el cuerpo. Al salir del baño me encuentro a una mujer mayor de unos cincuenta y pico de años parada junto a la puerta. En eso me doy cuenta de que en la cama hay un vestido de color negro que debe llegar al menos a las rodillas. Veo frente a la cama unas zapatilla blancas que puedo identificar como las converse. Sonrio al ver que son deportivas y no tacones o manoletinas.
- Por lo que veo te gusta la ropa que te traje, Luna- Se escuchó a la mujer.
Que pesados están todos con llamarme Luna. ¿Quien es esa maldita luna con la que todo el mundo se equivoca conmigo?
- Me llamo Sophia, Sophia Shackson- Usé el apellido de mi madre.
- Es verdad, disculpe. - Bajó la mirada avergonzada.
- No pasa nada. Gracias por la ropa. - Le agradezco.
- Llámame Meredith - Se presentó.
No me importan los nombres de la gente de aquí.
- Perfecto- Susurré.
Ella asintió y se marchó. Me dirigí a la cama encontrándome el vestido y al lado estaban un conjunto de bragas y sujetor también de color negro. Que pesado está esta bestia con ese maldito color. Me los empecé a poner junto a los zapatos. Volví al baño abriendo cajón tras cajón encontrándome un peine para poder peinar mi ahora suave, largo y bonito cabello rojo.
Al terminar salgo del baño dirigiéndome a la ventana donde no hay pista de estar cerca del pueblo. Mas bien parece que ni si quiera estemos cerca del pueblo. Salgo de mis pensamientos al oir la puerta abrirse. Me giro encontrándome a Meredith que me mira como si fuera lo mejor del planeta.
- Le queda fantástica la ropa. Se ve que tienes un cuerpo precioso.- Se maravilló.
- Gracias - Me sonroje bajando la cabeza. Escuché su risa.
- Venga. Tienes que desayunar.- Me dijo .
La empecé a seguir por estos pasillos tan espeluznantes. No me imagino tener que pasar por aquí con las luces apagadas. Bajamos unas grandes y largas escaleras adornadas con una alfombra roja y barandillas de madera decorado con formas de lunas de color dorado.
Al haber bajado completamente las escaleras visualizo lo grande que es esta casa, bueno, una casa no es. Mas bien parece un palacio.
-¿Señorita prefiere esperarme aquí o marchar conmigo a la cocina? - Me pregunta una vez se queda quieta frente al umbral de lo que parece ser una enorme sala de estar.
- Con usted. - Me apresuro a decir.
No quiero encontrarme a ese hombre rondando la casa.
Ella asiente y nos dirijimos a otra puerta mas apartada de la otra donde se encuentra una gran cocina con cualquier tipo de artilugio.
-¿Tu también eres una...? - Me interrumpió.
- ¿Una mujer loba? No. Soy una bruja- Afirma - Pero soy una blanca. Solo uso la magia para hacer el bien. - Explica.
En eso me acabo de dar cuenta de su pelo, es muy largo, hasta los muslos y lo tiene de un color platino brillante, sus ojos azules celestes se veían igual al de un humano normal, pero por lo visto nada en ella era normal.
Ya nada me parece increíble así que solo asiento ante su respuesta y ella sigue cocinando lo que sea que esté haciendo. Mi estimado ruge haciendole reir y a mi sonrojar de sobremanera.
-¡Nana! ¿Donde está mi mujer? - Se escuchó gritar. Esa voz esa la misma de aquel hombre que duce see mi dueño y mi hombre.
Esperen ¿Tiene una mujer? Eso significa que no me quiere para nada y que me puedo ir.
- Oh, aquí estás - Dice esa voz que tanto odiaba.
Me giré dándole la cara. Mi cara se tornó de un tono totalmente rojo cuando lo vi ahí, recostado en el umbral de la puerta de la cocina. Totalmente sudado, sin una camiseta que tape su cuerpo tan bien formado lleno de tatuajes por doquier. Escuché una tos falsa haciéndome levantar la mirada a su cara donde se encontraba una sonrisa ladina demostrando como de egocentrico podía ser uno.
- ¿Te gusta lo que ves? - Se rie.
Mi cara al no poder estar ya mas roja trato de taparla con mechones de mi cabello, pero no era posible.
-¿Ya has desayunado? - Me preguntó, solo negué con la cabeza. - Bien. Desayunare contigo.
- Y-yo desayunaré en la cocina con e-ella- Señalo a Meredith quien se pone nerviosa rápidamente.
Él me mira directo a los ojos. Ese ojos grises daban miedo a simple vista. No me gusta como me mira, me mira como si me estuviera amenazando o dando una advertencia. Como solía hacer mi padre. Bajo la mirada intimidada en el momento.
- Comerás conmigo y no hay nada mas de que hablar. Siendo mi mujer, tu trabajo es estar junto a mi- Me dijo severo acercándose de mas a mi.
Trató de dar pasos atrás pero no puedo ya que la islita de la cocina ya no me deja espacio para escapar. Él aprovecha eso para acorralarme. Miro a Meredith pidiéndole con la mirada que me ayude.
- Meredith. - La llama. Esta la mira- Tengo hambre. Date prisa. Y tú...- Me mira - Acompáñame al cuarto.
Niego con la cabeza repetidas veces mientras el tira de mi mano. Le echo una última mirada a Meredith pidiéndole ayuda pero ella solo me mira con lástima. Le golpeo el brazo mientras caminamos por el pasillo.
- Siquiera me haces cosquillas, así que detente. - Me ordena burlón.
Las ganas de llorar vuelven a mi. Primero, por que tengo hambre, segundo, me duele la manera en que me agarra de la mano, tercero, no sé lo que me hará cuando lleguemos al cuarto y por supuesto no lo quiero saber. Llegamos a la puerta del cuarto y la abre. Esta es muchísimo mas grande que la otra y en cambio esta no es gris y negro, solo gris, todo gris, absolutamente todo. Que cuarto mas triste. El mío tenía colores vivos como el azul, el morado y el rosa palo.
- Siéntate ahí. - Me señala la cama. Con paso dudoso accedí a sentarme.
Aún con una sonrisa en su cara se quita rápidamente el pantalón que lleva quedando solo en boxer negros. Tapó mis ojos a la velocidad del rayo escuchando un bufido de su parte.
- ¿En serio? - Le escucho decir- Si tan solo te pones así en este momento, ¿En nuestra noche de bodas que harás ? - Le escucho preguntar con sorna.
Respiro agitadamente al escuchar esa pregunta. Yo no me casaré con él ni con nadie. Me niego.
- No me... - Quedo callada al ver que el ya no se encuentra ahí, se metió al baño.
Me levanto de la cama dirigiéndome a la puerta. La abro y salgo corriendo. No pienso quedarme ahí ni un minuto más. Es un pervertido que además cree que me casaré con el. Solo tengo quince años. Si me caso a esa edad, ¿Pues a que edad tendré hijos? ¿A los diecisiete? Me niego y mas sabiendo que es con él con quien me casaré. No lo pienso hacer.
Llego a la cocina después de un momento pero Meredith ya no está. Salgo de la cocina dirigiendome en otra sala donde hay un gran comedor donde encuentro a Meredith poniendo la mesa.
-¿Te ayudo? - Pregunté.
Ella negó sonriendo. - Siéntate - Me dijo ofreciéndome una de las muchas sillas.
En la mesa hay de todo: Cupcakes, tostadas, huevos revueltos, bacon, zumo de ciruela, zumo de naranja y hotcaques. Me sirvo un poco de zumo y cuando justo me dispongo a comer de un tirón de brazo quedé de pie mirando horrorizado a el quien me miraba furioso.
-¿Quien te dió el maldito permiso para irte? - Me preguntó apretando mas el agarre.
Me retorcía ante la fuerza que ejercía - N-nadie- Contesté.
- Será mejor que aprendas a acatar mir ódenes, por tu bien. - Advirtió mirándome con suma frialdad.
Al soltarme de golpe me tambaleé hasta caer al suelo. Desde el suelo me le quedé mirando con los ojos aguados. En su mirada pude ver ¿Preocupación? No creo. Pero su mirada rápidamente cambió a una gélida que me congeló la sangre de pies a cabeza. Levantándome adolorida me sente en la silla mas alejada de él. Me acomodé el vestido antes de sentarme y con las manos temblorosas traté de coger el tenedor pero en el intentó se me cayó de las manos directo al plato. Ante eso una lágrima traicionera cayó de mi ojo, pero lo borré rápidamente.
(***)
Terminé de comer y me levanté del asiento con tal de irme.
- Siéntate - Escuché su voz demandante. Me volví a sentar con la cabeza gacha. Juego con mis dedos para calmarme ya que sus ojos no se alejan de mi.
- ¿Cuantos años tienes? Sophia- Pregunta mas calmado.
Él sabe mi nombre y yo el suyo no, aunque prefiero llamarlo como lo que es : La bestia.
- Quince. - Contesté con un hilo de voz.
- Sophia, entiendo que tan solo tengas quince años, eres muy joven. Si por mi fuerra esperaría a que fueras más mayor, pero no puedo. Te necesito porque eres mi alma gemela, por lo que tú me complementas.- Dice .
- No quiero estar aquí, ni contigo.- Susurré de inmediato.- Déjame ir.
- Repito: No puedo.- Repite con tono frustrado.- Todos los hombres lobo tenemos a una alma gemela, un mate, que Diosa Luna nos concede, y a mi me otorgó a una niña enana y llorona, con un aroma que te diferencia de cualquier otra mujer, y que además, me está volviendo loco. Por eso sé que eres mía, que me perteneces. Y súmale el hecho de que cuando una manada tiene a su Luna, en este caso, tú, se vuelve aun más fuerte de lo que ya es.- Me explica.- Sophia, todos aquí te veneran y te aman sin haberte conocido aún.
- ¿Y si me niego a estar aquí? - Pregunto sacando valor.
La sala se queda en silencio. Me atrevo a levantar la mirada encontrando su mirada clavada en la mesa, sus puños están fuertemente apretados sobre la mesa. De repente clava su mirada en mi, sus ojos ya no tienen ese gris claro, ahora están completamente negros.
- Tú no puedes dejarme. - Su voz ha cambiado completamente como si no fuera él quien está hablando. - Eres mía y aquí te quedarás quieras o no , aunque tenga que encadenarte en las mazmorras de la manada. Tú de aquí no te vas. - Demanda dando un golpe a la mesa que rápidamente se parte en la mitad dejándome indefensa.
Veo como respira agitadamente y mi cuerpo no controla los temblores que siento.
- ¡Vete! - Escucho la voz de Meredith tras de mi.
- Vete...- Murmura él casi inaudiblemente.
Lo malo es que no puedo. Mis pies se niegan a correr. Mis ojos ya derraman lágrimas. Entonces este se deja caer en el suelo retorciéndose como si los huesos se le fueran rompiendo, y así es, cuando menos lo espero su boca la reemplaza un hocico con terribles dientes y colmillos puntiagudos y largos. De su piel sobresale pelo oscuro. Lo que antes eran dos piernas ahora son cuatro patas. Y sus ojos, sus ojos eran de un rojo carmín que me miraban fijamente.
Enfrente a mi se encontraba un lobo inmenso de pelaje negro como la noche y ojos rojos carmín.
- ¡Seth! ¡No le hagas daño, es tu mate, nuestra luna! - Grita una Meredith asustada.
Pero ya es demasiado tarde. Mi vista se oscurece y mis lágrimas nunca dejaron de caer. Me sentía débil, mucho. Mi miedo era muy grande y todo me daba vueltas. Me fijé en el lobo, ya no gruñía, parecía preocupado, pero eso es imposible
¿No?. Lo último que llego a oír es un casi inaudible: Lo siento.
Siento leves caricias que van de mi cuello a mi mejilla, suavemente, como si aquella persona tuviera miedo a romperme. Creyendo que es la bestia o Lewis abro los ojos rápidamente encontrándome sola en el inmenso cuarto. Estoy segura de que había alguien aquí. Me dirijo en el baño donde veo ahí dos cepillos. Uno de los cepillos de color rojo viene con un ticket chiquitito en el que pone ' Es para ti, úsalo ' , no lo pienso dos veces y me empiezo a cepillar los dientes. Al acabar me quito el pijama quedando completamente desnuda para acabar metiéndome en la bañera que hay en el baño, necesitando urgentemente una ducha. Dejé que el champú le diera olor y suavidad a mi rojo cabello y que el jabón con olor a rosas lavara y suavizara mi cuerpo.
Salí envuelta en una toalla blanca y suave con el que empecé a secarme el cuerpo. Al salir del baño me encuentro a una mujer mayor de unos cincuenta y pico de años parada junto a la puerta. En eso me doy cuenta de que en la cama hay un vestido de color negro que debe llegar al menos a las rodillas. Veo frente a la cama unas zapatilla blancas que puedo identificar como las converse. Sonrio al ver que son deportivas y no tacones o manoletinas.
- Por lo que veo te gusta la ropa que te traje, Luna- Se escuchó a la mujer.
Que pesados están todos con llamarme Luna. ¿Quien es esa maldita luna con la que todo el mundo se equivoca conmigo?
- Me llamo Sophia, Sophia Shackson- Usé el apellido de mi madre.
- Es verdad, disculpe. - Bajó la mirada avergonzada.
- No pasa nada. Gracias por la ropa. - Le agradezco.
- Llámame Meredith - Se presentó.
No me importan los nombres de la gente de aquí.
- Perfecto- Susurré.
Ella asintió y se marchó. Me dirigí a la cama encontrándome el vestido y al lado estaban un conjunto de bragas y sujetor también de color negro. Que pesado está esta bestia con ese maldito color. Me los empecé a poner junto a los zapatos. Volví al baño abriendo cajón tras cajón encontrándome un peine para poder peinar mi ahora suave, largo y bonito cabello rojo.
Al terminar salgo del baño dirigiéndome a la ventana donde no hay pista de estar cerca del pueblo. Mas bien parece que ni si quiera estemos cerca del pueblo. Salgo de mis pensamientos al oir la puerta abrirse. Me giro encontrándome a Meredith que me mira como si fuera lo mejor del planeta.
- Le queda fantástica la ropa. Se ve que tienes un cuerpo precioso.- Se maravilló.
- Gracias - Me sonroje bajando la cabeza. Escuché su risa.
- Venga. Tienes que desayunar.- Me dijo .
La empecé a seguir por estos pasillos tan espeluznantes. No me imagino tener que pasar por aquí con las luces apagadas. Bajamos unas grandes y largas escaleras adornadas con una alfombra roja y barandillas de madera decorado con formas de lunas de color dorado.
Al haber bajado completamente las escaleras visualizo lo grande que es esta casa, bueno, una casa no es. Mas bien parece un palacio.
-¿Señorita prefiere esperarme aquí o marchar conmigo a la cocina? - Me pregunta una vez se queda quieta frente al umbral de lo que parece ser una enorme sala de estar.
- Con usted. - Me apresuro a decir.
No quiero encontrarme a ese hombre rondando la casa.
Ella asiente y nos dirijimos a otra puerta mas apartada de la otra donde se encuentra una gran cocina con cualquier tipo de artilugio.
-¿Tu también eres una...? - Me interrumpió.
- ¿Una mujer loba? No. Soy una bruja- Afirma - Pero soy una blanca. Solo uso la magia para hacer el bien. - Explica.
En eso me acabo de dar cuenta de su pelo, es muy largo, hasta los muslos y lo tiene de un color platino brillante, sus ojos azules celestes se veían igual al de un humano normal, pero por lo visto nada en ella era normal.
Ya nada me parece increíble así que solo asiento ante su respuesta y ella sigue cocinando lo que sea que esté haciendo. Mi estimado ruge haciendole reir y a mi sonrojar de sobremanera.
-¡Nana! ¿Donde está mi mujer? - Se escuchó gritar. Esa voz esa la misma de aquel hombre que duce see mi dueño y mi hombre.
Esperen ¿Tiene una mujer? Eso significa que no me quiere para nada y que me puedo ir.
- Oh, aquí estás - Dice esa voz que tanto odiaba.
Me giré dándole la cara. Mi cara se tornó de un tono totalmente rojo cuando lo vi ahí, recostado en el umbral de la puerta de la cocina. Totalmente sudado, sin una camiseta que tape su cuerpo tan bien formado lleno de tatuajes por doquier. Escuché una tos falsa haciéndome levantar la mirada a su cara donde se encontraba una sonrisa ladina demostrando como de egocentrico podía ser uno.
- ¿Te gusta lo que ves? - Se rie.
Mi cara al no poder estar ya mas roja trato de taparla con mechones de mi cabello, pero no era posible.
-¿Ya has desayunado? - Me preguntó, solo negué con la cabeza. - Bien. Desayunare contigo.
- Y-yo desayunaré en la cocina con e-ella- Señalo a Meredith quien se pone nerviosa rápidamente.
Él me mira directo a los ojos. Ese ojos grises daban miedo a simple vista. No me gusta como me mira, me mira como si me estuviera amenazando o dando una advertencia. Como solía hacer mi padre. Bajo la mirada intimidada en el momento.
- Comerás conmigo y no hay nada mas de que hablar. Siendo mi mujer, tu trabajo es estar junto a mi- Me dijo severo acercándose de mas a mi.
Trató de dar pasos atrás pero no puedo ya que la islita de la cocina ya no me deja espacio para escapar. Él aprovecha eso para acorralarme. Miro a Meredith pidiéndole con la mirada que me ayude.
- Meredith. - La llama. Esta la mira- Tengo hambre. Date prisa. Y tú...- Me mira - Acompáñame al cuarto.
Niego con la cabeza repetidas veces mientras el tira de mi mano. Le echo una última mirada a Meredith pidiéndole ayuda pero ella solo me mira con lástima. Le golpeo el brazo mientras caminamos por el pasillo.
- Siquiera me haces cosquillas, así que detente. - Me ordena burlón.
Las ganas de llorar vuelven a mi. Primero, por que tengo hambre, segundo, me duele la manera en que me agarra de la mano, tercero, no sé lo que me hará cuando lleguemos al cuarto y por supuesto no lo quiero saber. Llegamos a la puerta del cuarto y la abre. Esta es muchísimo mas grande que la otra y en cambio esta no es gris y negro, solo gris, todo gris, absolutamente todo. Que cuarto mas triste. El mío tenía colores vivos como el azul, el morado y el rosa palo.
- Siéntate ahí. - Me señala la cama. Con paso dudoso accedí a sentarme.
Aún con una sonrisa en su cara se quita rápidamente el pantalón que lleva quedando solo en boxer negros. Tapó mis ojos a la velocidad del rayo escuchando un bufido de su parte.
- ¿En serio? - Le escucho decir- Si tan solo te pones así en este momento, ¿En nuestra noche de bodas que harás ? - Le escucho preguntar con sorna.
Respiro agitadamente al escuchar esa pregunta. Yo no me casaré con él ni con nadie. Me niego.
- No me... - Quedo callada al ver que el ya no se encuentra ahí, se metió al baño.
Me levanto de la cama dirigiéndome a la puerta. La abro y salgo corriendo. No pienso quedarme ahí ni un minuto más. Es un pervertido que además cree que me casaré con el. Solo tengo quince años. Si me caso a esa edad, ¿Pues a que edad tendré hijos? ¿A los diecisiete? Me niego y mas sabiendo que es con él con quien me casaré. No lo pienso hacer.
Llego a la cocina después de un momento pero Meredith ya no está. Salgo de la cocina dirigiendome en otra sala donde hay un gran comedor donde encuentro a Meredith poniendo la mesa.
-¿Te ayudo? - Pregunté.
Ella negó sonriendo. - Siéntate - Me dijo ofreciéndome una de las muchas sillas.
En la mesa hay de todo: Cupcakes, tostadas, huevos revueltos, bacon, zumo de ciruela, zumo de naranja y hotcaques. Me sirvo un poco de zumo y cuando justo me dispongo a comer de un tirón de brazo quedé de pie mirando horrorizado a el quien me miraba furioso.
-¿Quien te dió el maldito permiso para irte? - Me preguntó apretando mas el agarre.
Me retorcía ante la fuerza que ejercía - N-nadie- Contesté.
- Será mejor que aprendas a acatar mir ódenes, por tu bien. - Advirtió mirándome con suma frialdad.
Al soltarme de golpe me tambaleé hasta caer al suelo. Desde el suelo me le quedé mirando con los ojos aguados. En su mirada pude ver ¿Preocupación? No creo. Pero su mirada rápidamente cambió a una gélida que me congeló la sangre de pies a cabeza. Levantándome adolorida me sente en la silla mas alejada de él. Me acomodé el vestido antes de sentarme y con las manos temblorosas traté de coger el tenedor pero en el intentó se me cayó de las manos directo al plato. Ante eso una lágrima traicionera cayó de mi ojo, pero lo borré rápidamente.
(***)
Terminé de comer y me levanté del asiento con tal de irme.
- Siéntate - Escuché su voz demandante. Me volví a sentar con la cabeza gacha. Juego con mis dedos para calmarme ya que sus ojos no se alejan de mi.
- ¿Cuantos años tienes? Sophia- Pregunta mas calmado.
Él sabe mi nombre y yo el suyo no, aunque prefiero llamarlo como lo que es : La bestia.
- Quince. - Contesté con un hilo de voz.
- Sophia, entiendo que tan solo tengas quince años, eres muy joven. Si por mi fuerra esperaría a que fueras más mayor, pero no puedo. Te necesito porque eres mi alma gemela, por lo que tú me complementas.- Dice .
- No quiero estar aquí, ni contigo.- Susurré de inmediato.- Déjame ir.
- Repito: No puedo.- Repite con tono frustrado.- Todos los hombres lobo tenemos a una alma gemela, un mate, que Diosa Luna nos concede, y a mi me otorgó a una niña enana y llorona, con un aroma que te diferencia de cualquier otra mujer, y que además, me está volviendo loco. Por eso sé que eres mía, que me perteneces. Y súmale el hecho de que cuando una manada tiene a su Luna, en este caso, tú, se vuelve aun más fuerte de lo que ya es.- Me explica.- Sophia, todos aquí te veneran y te aman sin haberte conocido aún.
- ¿Y si me niego a estar aquí? - Pregunto sacando valor.
La sala se queda en silencio. Me atrevo a levantar la mirada encontrando su mirada clavada en la mesa, sus puños están fuertemente apretados sobre la mesa. De repente clava su mirada en mi, sus ojos ya no tienen ese gris claro, ahora están completamente negros.
- Tú no puedes dejarme. - Su voz ha cambiado completamente como si no fuera él quien está hablando. - Eres mía y aquí te quedarás quieras o no , aunque tenga que encadenarte en las mazmorras de la manada. Tú de aquí no te vas. - Demanda dando un golpe a la mesa que rápidamente se parte en la mitad dejándome indefensa.
Veo como respira agitadamente y mi cuerpo no controla los temblores que siento.
- ¡Vete! - Escucho la voz de Meredith tras de mi.
- Vete...- Murmura él casi inaudiblemente.
Lo malo es que no puedo. Mis pies se niegan a correr. Mis ojos ya derraman lágrimas. Entonces este se deja caer en el suelo retorciéndose como si los huesos se le fueran rompiendo, y así es, cuando menos lo espero su boca la reemplaza un hocico con terribles dientes y colmillos puntiagudos y largos. De su piel sobresale pelo oscuro. Lo que antes eran dos piernas ahora son cuatro patas. Y sus ojos, sus ojos eran de un rojo carmín que me miraban fijamente.
Enfrente a mi se encontraba un lobo inmenso de pelaje negro como la noche y ojos rojos carmín.
- ¡Seth! ¡No le hagas daño, es tu mate, nuestra luna! - Grita una Meredith asustada.
Pero ya es demasiado tarde. Mi vista se oscurece y mis lágrimas nunca dejaron de caer. Me sentía débil, mucho. Mi miedo era muy grande y todo me daba vueltas. Me fijé en el lobo, ya no gruñía, parecía preocupado, pero eso es imposible
¿No?. Lo último que llego a oír es un casi inaudible: Lo siento.
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