SÍMBOLOS
1
Vosotros que habéis teñido la luz de sombras funestas y demenciales, deberíais de conocer El tratado contra la psicosis, porque esa es la puerta que comunica los infiernos.
2
Para mí los árboles son desde siempre árboles, porque desde siempre han estado en mi vida, en lo secreto y en la rutina de la vida. Lo que poseo de los árboles es el conocimiento de su existencia y su lugar asignado en el infinito. Hay quienes los comprimen a los árboles, a todos los de todos los tiempos, y hacen con los árboles un medallón. Entonces le juran amor y lo nombran y le dicen dios.
Ella era una silla sin nombre y sin ser siquiera casi silla. Yo le miré el respaldo y le ví los huecos y me la follé. No hay más cosa que un joven pene aprensado entre madera, y una silla que volvió a ser silla sin nombre y no ser siquiera, casi ni silla. Otros la han cogido después, y eso que no era suya, y malamente se la llevaron a la misma silla y fueron todos que se la llevaron distinta a la silla. Ahora está en todas partes y todos dicen que es suya.
Vinieron con el medallón y vieron que yo tenía mis árboles, y me los quisieron arrancar y comprimir. Entonces me engañaron, me decían quédate aquí mientras ellos se llevaban a mis árboles a morir, o me tapaban los ojos para quebrarles las ramas frente a mí que no los podía ver, que me contaban luego que
era el viento. Saltaban y se reían haciendo el ruido del viento. Yo no lo podía oir a ese viento chocando contra los árboles míos.
La silla era una silla. Era la silla que quedaba junto al sofá y la que me ofreció sus huecos una noche de estar sentado con el pene en la mano y el ojo en la mujer apantallada en la televisión. La silla que volvió a ser una silla aunque yo sé que siempre fue solo silla y solo fue huecos unos pocos minutos, esos en los que yo la hice poesía, en los que yo la transformé en poema, en uno propio y mío.
Un día, otro día más que volvieron los del medallón y me entraron en lo mío sin decírmelo, lo revolvieron lo que encontraban y lo destrozaron así todo, y llegaron a donde yo guardaba el poema de la silla. Lo copiaron cada uno diferente y lo dijeron en alto para que se les oyese. Y lo decían cada uno diferente y las sillas al final fueron muchas y tuvieron muchos el poema de los huecos y de mi pene adolescente entre las tablas del respaldo de una silla. Que decían luego que era la mía, mi silla. Pero es que a mi silla, a mi poema ninguno se le parecía.
Vosotros que habéis teñido la luz de sombras funestas y demenciales, deberíais de conocer El tratado contra la psicosis, porque esa es la puerta que comunica los infiernos.
2
Para mí los árboles son desde siempre árboles, porque desde siempre han estado en mi vida, en lo secreto y en la rutina de la vida. Lo que poseo de los árboles es el conocimiento de su existencia y su lugar asignado en el infinito. Hay quienes los comprimen a los árboles, a todos los de todos los tiempos, y hacen con los árboles un medallón. Entonces le juran amor y lo nombran y le dicen dios.
Ella era una silla sin nombre y sin ser siquiera casi silla. Yo le miré el respaldo y le ví los huecos y me la follé. No hay más cosa que un joven pene aprensado entre madera, y una silla que volvió a ser silla sin nombre y no ser siquiera, casi ni silla. Otros la han cogido después, y eso que no era suya, y malamente se la llevaron a la misma silla y fueron todos que se la llevaron distinta a la silla. Ahora está en todas partes y todos dicen que es suya.
Vinieron con el medallón y vieron que yo tenía mis árboles, y me los quisieron arrancar y comprimir. Entonces me engañaron, me decían quédate aquí mientras ellos se llevaban a mis árboles a morir, o me tapaban los ojos para quebrarles las ramas frente a mí que no los podía ver, que me contaban luego que
era el viento. Saltaban y se reían haciendo el ruido del viento. Yo no lo podía oir a ese viento chocando contra los árboles míos.
La silla era una silla. Era la silla que quedaba junto al sofá y la que me ofreció sus huecos una noche de estar sentado con el pene en la mano y el ojo en la mujer apantallada en la televisión. La silla que volvió a ser una silla aunque yo sé que siempre fue solo silla y solo fue huecos unos pocos minutos, esos en los que yo la hice poesía, en los que yo la transformé en poema, en uno propio y mío.
Un día, otro día más que volvieron los del medallón y me entraron en lo mío sin decírmelo, lo revolvieron lo que encontraban y lo destrozaron así todo, y llegaron a donde yo guardaba el poema de la silla. Lo copiaron cada uno diferente y lo dijeron en alto para que se les oyese. Y lo decían cada uno diferente y las sillas al final fueron muchas y tuvieron muchos el poema de los huecos y de mi pene adolescente entre las tablas del respaldo de una silla. Que decían luego que era la mía, mi silla. Pero es que a mi silla, a mi poema ninguno se le parecía.
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