La oportunidad
Tamara
Luego de unos diez meses en total de descanso, decidí volver a comenzar mi venganza hacia mi querido hermano. La idea se encontraba dentro de mi mente y no había manera de que salga mal.
Caminé un par de cuadras, llegué a General Paz y vi algunos guardias angelicales. Siempre debe estar protegido por sus bebés, al parecer, mi hermano no podía defenderse solo.
—¡Abran paso!—Alcé una ceja.
—No, es nuestro deber proteger este sector. —Me miró mal.
—Cambiá esa cara bonito. —Sonreí y me acerqué él.
—Vete, Dios nos encomendó —dijo furioso.
—Siempre lo mismo... ¿nunca podré hablar con mi hermano cara a cara?—Hice una exageración con mis manos al hablar.
—No es nuestra culpa, váyase.
—Sorry... —Me acerqué, tomé sus mejillas y aspiré su gracia—. A ver si de tal manera te dignas a aparecer. —Oí un ruido de alas aletear y Castiel se hizo presente.
—Ya basta. —Frunció el ceño.
—Castiel, no tengo intención de matarte, así que sal de mi camino. —Rodé mis ojos—. A menos, claro, que quieras morir.
—¿Qué quieres, Tamara?—Me vio con sus hermosos ojos azules cristalizados.
—Quiero... hablar con mi hermano, la destrucción de los humanos y ángeles. —Agarré su mentón—. Lo siento, cariño.
Cerró sus ojos con fuerza—: No, yo lo siento... pero no. —Abrió sus ojos y una luz azul brillante invadió mi vista.
—¡Ya basta!—Grité y por la fuerza de su vista caí al suelo—. ¿Cómo hiciste eso?—Alcé una ceja y me levanté del suelo.
—Dios me mejoró. —Sonrió—. Escucha vete y no te lastimaré.
—¿Tú?, ¿a mí?—Reí a carcajadas ante su respuesta—. Ajam... —Me dio una hoja de árbol—. ¿Qué es esto?
—Un recuerdo. —Sonrió ampliamente—, un recuerdo que jamás olvidarás. —Chasqueó sus dedos y desapareció.
Volví hacia la provincia, me senté en mi trono enviando tropas a acabar con la Capital y luego observé la hoja con una pequeña sonrisa sobre mis labios.
«Veremos que me oculto mi hermanito».
Sonreí y vi el recuerdo.
—¡No!—Grité sollozando al recordar cada instante de ese recuerdo.
—¿Está bien, señorita?—Se acercó uno de mis súbditos.
—Vete… —Sollocé.
—¿Está bien, señora?—Alzó una ceja haciendo que está preocupado.
—Que te vayas. —Limpié mis lágrimas.
—No, señora.
—¡Ahora!
—No.
—¿No?—Chasqueé mis dedos y este estalló en miles de pedazos—. Busquen y asesinen a Castiel y a los jinetes del Apocalipsis. No habrá tal Apocalipsis sin la muerte de estos.
Nubes rojas vuelan por doquier matando y buscando a dichas personas.
Luego de cuatro meses, vinieron con dos jóvenes incoherentes.
—¿¡Quiénes son!?—Grité sintiendo un augurio de muerte.
—Hambre y Peste señora. —Sonrió.
—Genial, son perfectas. —Sonrío—. Pero... no inteligentes eligieron el bando equivocado, deberían luchar contra Dios, no contra mí.
—No, ya basta... estamos en el bando correcto. —Sonrieron y se agacharon de rodillas al suelo—. Mátanos.
—Mmm... ¿eso quieren?—Hice una mueca con mis labios—. Que mal. Pero bueno, lo siento, Sandra; lo siento, Cecilia. —Me acerqué a sus cabezas y toqué sus cuellos cortando estos, sostuve en el aire las cabezas—. ¡Sí! —Grité sonriendo ampliamente—. A la Muerte y Guerra no las podremos tener. —Hice un gesto de tristeza con mi rostro—. ¿Dónde está Castiel? —Achiné mis ojos furiosa—. ¡Quiero su cabeza! —Lancé las cabezas a mis caballos—. ¡Coman, pequeños! —Sonreí disfrutando del show.
Luego se escuchó el sonido de las alas aletear, miré el centro y vi a Castiel, fruncí el ceño y aparecí a su lado. Eso era justamente lo que necesitaba en ese preciso instante.
—¿Cómo te atreves a venir aquí?—Alcé ambas cejas.
—Aquí estoy... —Bajó su cabeza y se arrodilló en el suelo—. Adelante.
Sonreí ampliamente, agarré su cabeza y mi sonrisa desapareció—: Vete... —Me alejé de él.
—¿Por qué?—Me miró y se incorporó con cuidado.
—Porque no podría. —Sonreí—. Vete.
—No, vamos... hazlo. —Se acercó, agarró mis manos y las puso en su cuello—. ¡Hazlo!
—¡No! Basta, vete. —Lo solté como pude.
Se levantó y miró mi reacción.
—Viste el recuerdo.
Asentí con la cabeza—: No puedo matarte, a ti no —Mis ojos se cristalizaron aguantando mis ganas de llorar—, pero si, a mi hermano y se lo merece. —Limpié mis ojos.
Se acercó con rapidez a mí.
—No, él quería lo mejor. —Sonrió—. Tú cosechaste el odio hacia él, pero dime ¿no crees que él lo hizo porque te ama?—Sonrió de lado.
—¡No!—Cerré mis ojos fuertemente—. Se lo merece, él empezó esta guerra, pero yo la terminaré. —Mis ojos se tornaron negros.
—Tranquila... no hagas nada. —Sonrió de lado—. Por favor —frunció el ceño—, no hagas nada, ya supéralo.
No podía creer que él me pidiera eso, pero no lo haré, no podré superarlo.
Alcé una ceja y sonreí—: ¿Superarlo?, ¿no lo entiendes? Perdí a mi hermano, perdí a mi hija y te perdí a ti. —Fruncí el ceño y mordí mi labio inferior para evitar llorar.
—No, aún estás a tiempo para hallar lo perdido. —Sonrió levemente—. Yo no me iré a ningún lado, no seas tan pesimista, Tamara, acepta que tú hermano cometió un error, perdónalo.
Negué con la cabeza—: ¿Y actuar como humana? Ni lo sueñes.
—Acéptalo, Tamara. —Sonrió ladinamente—. Los humanos tienen mejor vida que nosotros, aprende de ellos.
Me asombré ante su respuesta, pero decido hacer una pregunta—: ¿Aprender de esas cosas?, ¿mejor vida?—Lo agarré de los hombros y lo moví—. ¿De qué hablas?
—Date cuenta tú sola… —Sonrió, cerró sus ojos y desapareció en el aire.
—¡No me dejes hablando sola!—Grité furiosa.
Bajé de donde estaba y comencé a caminar hacia la Capital nuevamente. Necesitaba hacer las cosas bien, tenía muchas cosas que hacer y lo iba a terminar.
—¡Hermano!—Grité con todas mis fuerzas—. Por favor… —Sollocé de rodillas.
Apareció un viento y una luz muy fuerte.
—Tamara, levántate y acércate a mí. —Me observó directamente a los ojos.
—¿Por qué?—Sollocé—. ¿¡Por qué!?—Grité.
—Cálmate.
—Hermano, tú arruinaste mi vida. —Sollocé, pero ya no lo soporté más, lágrimas comenzaron a caer—. Completamente.
—No, yo no arruinó vidas.
Troné mis dientes llena de frustración—: Deja de ser tan egoísta, asúmelo. Si arruinas vidas, lo haces —comenté tratando de secar mis lágrimas—, arruinaste la vida de Cass, la de Rubby y la mía... anda a saber la de quién más.
—Deja de dirigirte a mí de ese modo. Vete ahora de aquí... ¡Ya!—Chasqueó sus dedos y desaparecí siendo transportada hacia un precipicio.
No comprendí nada de lo que estaba ocurriendo, no sabía la razón por la cuál estaba allí y eso no me gustaba para nada. Necesitaba salir de allí con vida.
—¡Ayuda!—Grité a punto de caer del precipicio—. ¡Ayuda!—Lloré desesperadamente.
Nada podía ser peor, no quería morir y menos de ese modo.
Oí las alas de Cass y supe que me ayudaría, ya que él no era como mi hermano. Castiel me ayudaría con lo que fuera y mucho más luego de recordar.
—¡Hey!—Me agarró casi por caer—. Tranquila.
—Gracias... —Lloré y me abracé a él—. Mi hermano casi me asesina… —Apoyé mi cabeza sobre su pecho y con cuidado me fui tranquilizando al oír sus latidos.
—No. —Acarició mi cabello con la yema de sus dedos—. Él solo... no puedo ayudarlo ni defenderlo esta vez. —Asintió con la cabeza tal solo una vez—. Él te dejó a punto de caer de un precipicio, seré castigado por ayudarte y desafiar su palabra.
—Vete… —Lo miré a los ojos—. ¡Ahora! pero déjame en el suelo… —Sonreí de lado.
Bajó lentamente, tan lento que me quedé abrazada a él. Estaba cómoda junto a él.
—Suerte —me dijo luego de sonreírme de lado y soltarme en el suelo—. Nos vemos, Tamara. —Desapareció.
Comencé a caminar pensando que debía fortalecerme, no era posible que casi me matara mi hermano, así no debía suceder, no de ese modo. Yo ya había visto el presagio y esperaba que se cumpla de ese modo, lástima que no vi el fin, ya que nunca me gustó saber cómo las cosas acabarían. Mi hermano tiene su propia teoría sobre el fin y el destino, yo siempre estuve en desacuerdo con esta. No es justo que no podamos elegir y que todo ya estaba escrito.
Luego de unos diez meses en total de descanso, decidí volver a comenzar mi venganza hacia mi querido hermano. La idea se encontraba dentro de mi mente y no había manera de que salga mal.
Caminé un par de cuadras, llegué a General Paz y vi algunos guardias angelicales. Siempre debe estar protegido por sus bebés, al parecer, mi hermano no podía defenderse solo.
—¡Abran paso!—Alcé una ceja.
—No, es nuestro deber proteger este sector. —Me miró mal.
—Cambiá esa cara bonito. —Sonreí y me acerqué él.
—Vete, Dios nos encomendó —dijo furioso.
—Siempre lo mismo... ¿nunca podré hablar con mi hermano cara a cara?—Hice una exageración con mis manos al hablar.
—No es nuestra culpa, váyase.
—Sorry... —Me acerqué, tomé sus mejillas y aspiré su gracia—. A ver si de tal manera te dignas a aparecer. —Oí un ruido de alas aletear y Castiel se hizo presente.
—Ya basta. —Frunció el ceño.
—Castiel, no tengo intención de matarte, así que sal de mi camino. —Rodé mis ojos—. A menos, claro, que quieras morir.
—¿Qué quieres, Tamara?—Me vio con sus hermosos ojos azules cristalizados.
—Quiero... hablar con mi hermano, la destrucción de los humanos y ángeles. —Agarré su mentón—. Lo siento, cariño.
Cerró sus ojos con fuerza—: No, yo lo siento... pero no. —Abrió sus ojos y una luz azul brillante invadió mi vista.
—¡Ya basta!—Grité y por la fuerza de su vista caí al suelo—. ¿Cómo hiciste eso?—Alcé una ceja y me levanté del suelo.
—Dios me mejoró. —Sonrió—. Escucha vete y no te lastimaré.
—¿Tú?, ¿a mí?—Reí a carcajadas ante su respuesta—. Ajam... —Me dio una hoja de árbol—. ¿Qué es esto?
—Un recuerdo. —Sonrió ampliamente—, un recuerdo que jamás olvidarás. —Chasqueó sus dedos y desapareció.
Volví hacia la provincia, me senté en mi trono enviando tropas a acabar con la Capital y luego observé la hoja con una pequeña sonrisa sobre mis labios.
«Veremos que me oculto mi hermanito».
Sonreí y vi el recuerdo.
—¡No!—Grité sollozando al recordar cada instante de ese recuerdo.
—¿Está bien, señorita?—Se acercó uno de mis súbditos.
—Vete… —Sollocé.
—¿Está bien, señora?—Alzó una ceja haciendo que está preocupado.
—Que te vayas. —Limpié mis lágrimas.
—No, señora.
—¡Ahora!
—No.
—¿No?—Chasqueé mis dedos y este estalló en miles de pedazos—. Busquen y asesinen a Castiel y a los jinetes del Apocalipsis. No habrá tal Apocalipsis sin la muerte de estos.
Nubes rojas vuelan por doquier matando y buscando a dichas personas.
Luego de cuatro meses, vinieron con dos jóvenes incoherentes.
—¿¡Quiénes son!?—Grité sintiendo un augurio de muerte.
—Hambre y Peste señora. —Sonrió.
—Genial, son perfectas. —Sonrío—. Pero... no inteligentes eligieron el bando equivocado, deberían luchar contra Dios, no contra mí.
—No, ya basta... estamos en el bando correcto. —Sonrieron y se agacharon de rodillas al suelo—. Mátanos.
—Mmm... ¿eso quieren?—Hice una mueca con mis labios—. Que mal. Pero bueno, lo siento, Sandra; lo siento, Cecilia. —Me acerqué a sus cabezas y toqué sus cuellos cortando estos, sostuve en el aire las cabezas—. ¡Sí! —Grité sonriendo ampliamente—. A la Muerte y Guerra no las podremos tener. —Hice un gesto de tristeza con mi rostro—. ¿Dónde está Castiel? —Achiné mis ojos furiosa—. ¡Quiero su cabeza! —Lancé las cabezas a mis caballos—. ¡Coman, pequeños! —Sonreí disfrutando del show.
Luego se escuchó el sonido de las alas aletear, miré el centro y vi a Castiel, fruncí el ceño y aparecí a su lado. Eso era justamente lo que necesitaba en ese preciso instante.
—¿Cómo te atreves a venir aquí?—Alcé ambas cejas.
—Aquí estoy... —Bajó su cabeza y se arrodilló en el suelo—. Adelante.
Sonreí ampliamente, agarré su cabeza y mi sonrisa desapareció—: Vete... —Me alejé de él.
—¿Por qué?—Me miró y se incorporó con cuidado.
—Porque no podría. —Sonreí—. Vete.
—No, vamos... hazlo. —Se acercó, agarró mis manos y las puso en su cuello—. ¡Hazlo!
—¡No! Basta, vete. —Lo solté como pude.
Se levantó y miró mi reacción.
—Viste el recuerdo.
Asentí con la cabeza—: No puedo matarte, a ti no —Mis ojos se cristalizaron aguantando mis ganas de llorar—, pero si, a mi hermano y se lo merece. —Limpié mis ojos.
Se acercó con rapidez a mí.
—No, él quería lo mejor. —Sonrió—. Tú cosechaste el odio hacia él, pero dime ¿no crees que él lo hizo porque te ama?—Sonrió de lado.
—¡No!—Cerré mis ojos fuertemente—. Se lo merece, él empezó esta guerra, pero yo la terminaré. —Mis ojos se tornaron negros.
—Tranquila... no hagas nada. —Sonrió de lado—. Por favor —frunció el ceño—, no hagas nada, ya supéralo.
No podía creer que él me pidiera eso, pero no lo haré, no podré superarlo.
Alcé una ceja y sonreí—: ¿Superarlo?, ¿no lo entiendes? Perdí a mi hermano, perdí a mi hija y te perdí a ti. —Fruncí el ceño y mordí mi labio inferior para evitar llorar.
—No, aún estás a tiempo para hallar lo perdido. —Sonrió levemente—. Yo no me iré a ningún lado, no seas tan pesimista, Tamara, acepta que tú hermano cometió un error, perdónalo.
Negué con la cabeza—: ¿Y actuar como humana? Ni lo sueñes.
—Acéptalo, Tamara. —Sonrió ladinamente—. Los humanos tienen mejor vida que nosotros, aprende de ellos.
Me asombré ante su respuesta, pero decido hacer una pregunta—: ¿Aprender de esas cosas?, ¿mejor vida?—Lo agarré de los hombros y lo moví—. ¿De qué hablas?
—Date cuenta tú sola… —Sonrió, cerró sus ojos y desapareció en el aire.
—¡No me dejes hablando sola!—Grité furiosa.
Bajé de donde estaba y comencé a caminar hacia la Capital nuevamente. Necesitaba hacer las cosas bien, tenía muchas cosas que hacer y lo iba a terminar.
—¡Hermano!—Grité con todas mis fuerzas—. Por favor… —Sollocé de rodillas.
Apareció un viento y una luz muy fuerte.
—Tamara, levántate y acércate a mí. —Me observó directamente a los ojos.
—¿Por qué?—Sollocé—. ¿¡Por qué!?—Grité.
—Cálmate.
—Hermano, tú arruinaste mi vida. —Sollocé, pero ya no lo soporté más, lágrimas comenzaron a caer—. Completamente.
—No, yo no arruinó vidas.
Troné mis dientes llena de frustración—: Deja de ser tan egoísta, asúmelo. Si arruinas vidas, lo haces —comenté tratando de secar mis lágrimas—, arruinaste la vida de Cass, la de Rubby y la mía... anda a saber la de quién más.
—Deja de dirigirte a mí de ese modo. Vete ahora de aquí... ¡Ya!—Chasqueó sus dedos y desaparecí siendo transportada hacia un precipicio.
No comprendí nada de lo que estaba ocurriendo, no sabía la razón por la cuál estaba allí y eso no me gustaba para nada. Necesitaba salir de allí con vida.
—¡Ayuda!—Grité a punto de caer del precipicio—. ¡Ayuda!—Lloré desesperadamente.
Nada podía ser peor, no quería morir y menos de ese modo.
Oí las alas de Cass y supe que me ayudaría, ya que él no era como mi hermano. Castiel me ayudaría con lo que fuera y mucho más luego de recordar.
—¡Hey!—Me agarró casi por caer—. Tranquila.
—Gracias... —Lloré y me abracé a él—. Mi hermano casi me asesina… —Apoyé mi cabeza sobre su pecho y con cuidado me fui tranquilizando al oír sus latidos.
—No. —Acarició mi cabello con la yema de sus dedos—. Él solo... no puedo ayudarlo ni defenderlo esta vez. —Asintió con la cabeza tal solo una vez—. Él te dejó a punto de caer de un precipicio, seré castigado por ayudarte y desafiar su palabra.
—Vete… —Lo miré a los ojos—. ¡Ahora! pero déjame en el suelo… —Sonreí de lado.
Bajó lentamente, tan lento que me quedé abrazada a él. Estaba cómoda junto a él.
—Suerte —me dijo luego de sonreírme de lado y soltarme en el suelo—. Nos vemos, Tamara. —Desapareció.
Comencé a caminar pensando que debía fortalecerme, no era posible que casi me matara mi hermano, así no debía suceder, no de ese modo. Yo ya había visto el presagio y esperaba que se cumpla de ese modo, lástima que no vi el fin, ya que nunca me gustó saber cómo las cosas acabarían. Mi hermano tiene su propia teoría sobre el fin y el destino, yo siempre estuve en desacuerdo con esta. No es justo que no podamos elegir y que todo ya estaba escrito.
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