Capítulo 1
Día uno.
Eleonor me miró incrédula, yo ya me había devorado las uñas de las manos en pura ansiedad. No tenía idea de quién me había heredado hasta que el notario leyó el testamento y pronunció el nombre de una vieja maestra de mi abuelo y la pomposa millonaria de la ciudad, Kelly Cromwell. Naturalmente, siempre supe que algo andaba mal en la cabeza de esa anciana. Consolidó una gran fortuna a través de su vida, enviudó una vez, se divorció cuatro veces y nunca tuvo hijos. Que me mencionara en su testamento fue un shock para mí. Estoy segura de haberla visto al menos unas cinco veces en toda mi vida. Y pues allí estaba haciéndome heredera de toda su fortuna y exigiéndome que me casara para recibirla.
—¿De qué ha dicho que ha muerto? —Pregunté al notario.
El hombre me miró a través de sus gruesos anteojos, suspiró y alzó los hombros.
—En buena vejez, causas naturales. Tenía ciento uno de edad.
Era una dama bastante saludable, eso si. Aunque su vida era un verdadero misterio, y siempre parecía que vivía rodeada por una densa cortina de humo. Nunca escuché mencionar que tuviera algún mal habito. Además de sus excentricidades, su carácter poco tolerable y su tacañería.
—¿Ha dicho siete días? ¿Para casarme?
—Así lo estípula el testamento señorita. Si estuviese casada, todo habría sido pan comido.—Sonrió ancha y encantadoramente. Dejándome más aturdida, desconcertada y confundida de lo que ya estaba. —Si me disculpa tengo cosas que atender. Espero verla aquí en siete días con su marido y lista para firmar los papeles de rigor y que oficialmente tome posesión de la herencia.
—Claro—Pronuncié y esbocé una sonrisa forzada— Por supuesto, no faltaba más. Nos vemos en siete días.
Se puso de pie y abandonó la habitación.
Eleonor volvió a mirarme intrigada, desorbitada y desconcertada, incluso, tal vez un poco más de lo que estaba yo.
—La famosa Kelly Cromwell, la millonaria de nuestra ciudad, te ha heredado toda su fortuna. —Pronunció y su tono de voz variaba entre la sorpresa y la incredulidad — Pellízcame que estoy soñando.
Caminamos lentamente hacia el vestíbulo y luego hacia el estacionamiento. Las piernas todavía me temblaban.
—Estoy más asombrada que tú. No sé lo que está pasando. Tal vez todo esto sea una broma... una muy mala broma.
—Y debes casarte...
—Si, eso creo Eleonor pero..
—Solo falta un detalle— Siguió ella—Uno pequeño.
—¿Cuál?
—El novio.
—Por supuesto, no puede haber una boda sin un novio.—Repliqué
—Así es— Me miró condescendientemente — ¿Que vas a hacer?
—Honestamente, no lo sé, Ellie. Debería volver y pedirle al notario que lea el testamento de nuevo.
—Todos sabíamos que era una dama bastante extraña. Recuerdas todas las historias que escuchábamos de niñas de que su mansión estaba embrujada. Todos conocen esa historia.
—Escuchaste al notario, le heredó a su enfermera cierta cantidad de dinero y su colección de muñecas finas. Al museo de Kelvingrove le donó toda su colección de arte y todas sus esculturas.
—Si, lo escuché. Sus Rembrandt, Gauguin y Cézanne.
—Yo no tenia ningún parentesco con ella. Recuerdo que fue maestra dominical de mi abuelo hace muchísimos años, pero nada más. Tal vez hace unos setenta años o más.
—¿Dominical?
—Fue rectora de una universidad y le gustaba dar clases de arte cuando era joven, recibía muchos niños en el jardín y en el invernadero de su casa. Además les enseñaba botánica.
—Eso está muy bien. ¿Pero por qué te heredaría a ti toda su fortuna? Además de lo que ha donado, por supuesto. Y te exigiría esta condición tan particular para recibirla.
—No lo sé.
Mi cabeza daba vueltas, por otra parte no había empezado la búsqueda de marido cuando ya estaba totalmente resignada.
—No vas a encontrar marido así.
—Es imposible que encuentre marido antes del lunes. —Repliqué
—No es imposible, eres hermosa. —Me miró detenidamente sin soltar el volante mientras conducía — Cabello rubio, ojos grises, estás un poco gorda pero tienes un semblante precioso. Cualquiera se sentiría afortunado de salir contigo.
—Gracias—Corté sin encontrarle gracia— Entonces debo encontrar a algún hombre que quiera estar con una gorda.
—No quise decir eso. —Añadió
—Claro.
—Bueno, pero si necesitas ejercicio, tomar sol y salir un poco más.
Decía la verdad, soy demasiado sedentaria y algo ermitaña. Y tengo buenas curvas pero No soy gorda.
—¿Vamos a almorzar?—Preguntó—Estoy hambrienta, tantas sorpresas en una mañana me han dejado un apetito voraz. ¿Al sitio de siempre?
—Si—Respondí, sinceramente yo también estaba hambrienta.
Fortuna para mí, que Eleonor es abogada y de las buenas, hemos sido amigas toda la vida. Ella y su novio George están juntos desde la escuela de leyes, empezando por ahí que tenía un buen respaldo legal si lo necesitaba.
Me había despertado ese día retrasada con un par de trabajos. La mayoría del tiempo trabajo desde casa, empecé como fotógrafa por puro pasatiempo y terminé agarrándole tanto gusto que hice un par de clases hasta obtener una licenciatura en la facultad, paralelamente a la de diseño. Desde cosas líndisimas como tarjetas de navidad, invitaciones, posters, portadas, páginas web, vallas, murales, cartografía y campañas publicitarias, además de sesiones de fotos y más. A eso me dedico.
—Perdona, pero aún no puedo creer que estés por convertirte en una rica heredera.
—Yo tampoco, eso si consigo marido antes del lunes.
—Yo misma te conseguiré ese marido.
Nos echamos a reír dejando de lado la tensión que nos había envuelto una hora antes. Bajamos del auto y nos acercamos a la puerta del restaurante.
—¡Bella!—Escuché una voz masculina detrás de mí.
Me volví para encontrarme a un apuesto caballero cuyos ojos brillaban como zafiros, estaba segura de haberlo visto antes, pero no recordaba donde. Ellie si recordó inmediatamente.
—¡Daniel!
El se acercó a nosotras sonriente. Se veía gallardo, altísimo y llevaba su pelo ébano algo rebelde. Justo como lo recordaba.
—Tanto tiempo sin verlas.
—Estás muy apuesto—Sonrió Ellie pícaramente.
—Que agradable sorpresa, señoritas—Soltó una sonrisa franca, casi infantil. Dejando ver sus hoyuelos— Bella estás muy hermosa, no has cambiado nada.
—Gracias—Sonreí tímidamente, mi cabeza empezó a dar vueltas, me sentí como si entrara a una cápsula del tiempo.
—¿Van a entrar?—Señaló con el pulgar hacia el restaurante— ¿Puedo acompañarlas?
—Por supuesto—Contestó Eleonor dejando relucir una impecable sonrisa.
Daniel abrió la puerta de cristal para nosotras y luego nos siguió. Nos acomodamos en una mesa junto a los ventanales también de cristal.
—Cuentanos de ti, Daniel. —Pidió Ellie, después de que tomaran nuestras órdenes.—¿Qué has estado haciendo durante todo este tiempo?
—He estado viviendo en Edimburgo.
—Oh.
—Me he mudado recientemente a Glasgow. —Sonrió y luego me miró.
—Que coincidencia tan agradable, encontrarte. —Continuó Ellie— ¿Cuando te mudaste?
—Hace cinco semanas. Tengo un nuevo trabajo, soy arquitecto.
—Eso suena muy bien, no te veía desde el instituto. ¿Unos siete años, quizás?
—Si, ha pasado mucho tiempo. —Tomó un sorbo de agua, cruzó los brazos y fijó los ojos en nosotras paulatinamente —¿Qué tal ustedes?
—Yo soy abogada, trabajo para una firma y estoy comprometida. —Zanjó y señaló su anillo.
—Soy diseñadora gráfica —Seguí, incómoda —Trabajo desde casa, estoy dando lecciones en línea, entre otras cosas.
—Recuerdo que te gustaba mucho la fotografía.—Me señaló Daniel.
—Aún me gusta, de hecho es otro de mis trabajos.—Afirmé
—¿Soltero?—Preguntó Ellie de repente.
—Eh—Tosió Él incómodo, tal vez por la pregunta repentina y por el tono incisivo e impertinente con el que Eleonor la había hecho— Si, lo estoy. Terminé una relación recientemente y decidí mudarme. Y por razones de trabajo, obviamente.
—Ya, entiendo.
El camarero irrumpió con nuestros pedidos, nos sirvió vino en las copas y dejó la botella.
—¿Y tú Bella, sales con alguien?—Preguntó Daniel.
— Está soltera y sin compromiso —Atajó Ellie, sonriendo.
Tuve deseos de golpearle la rodilla por debajo de la mesa, oh espera, lo hice.
—Au...—Exclamó después de sacudir la mesa y mirarme con fiereza. Los cubiertos y los platos tintinearon.
—Podríamos salir alguna vez.—Dijo Daniel inmutable.
—Oh, estaría encantada. —Soltó Ellie— Esta noche seria ideal.
Me quedé pasmada, no me salieron las palabras. Sentía que las mejillas me ardían y que estaban incendiando mi rostro de la vergüenza.
—Puedo pasar por ti.—Dijo Daniel masticando y añadió impasible— ¿Donde vives?
Ya Eleonor había sacado una cartilla de notas adhesivas y un bolígrafo de su bolso. Escribió mi dirección y número de teléfono y se lo plantó en el bolsillo del jersey que vestía. Nunca en mi vida me había sentido tan avergonzada.
—Aquí esta la dirección. Puedes pasar por ella a las ocho. —Añadió, sonrió y me miró triunfante.
Daniel terminó de masticar y soltó el tenedor en la mesa. Nos miró a ambas con extrañeza y luego me sonrió. Mi cabeza siguió dando vueltas, recordé el beso que nos habíamos dado en el instituto. Sentí un cosquilleo y aparté la mirada.
—Es que hace tanto tiempo no tiene una cita.
—Ya, Eleonor, por favor.—Pedí, no, supliqué.
Daniel parecía inmutable, en silencio volvió a tomar el tenedor y continuó devorando su enorme filete. Yo sabía, conociéndolo, que tal vez estuviese conteniendo los deseos de echarse a reír de nosotras, pero era demasiado caballero.
Terminamos de comer, pagamos la cuenta, salimos al estacionamiento y lo vimos subirse a una vieja camioneta range rover y desaparecer calle abajo después de despedirse con una mano.
Eleonor me sacudió tomándome por ambos hombros.
—¡Ya tienes una cita... con nada más y nada menos que con tu futuro esposo!
Miré hacia la dirección por donde Daniel acababa de marcharse.
—Estás loca, que vergüenza me has hecho pasar.
—Tienes que casarte antes del lunes. ¿Que querías que hiciera? Mira que nos ha caído del cielo. No podía dejar pasar esta oportunidad. Solo intentaba ayudarte.
—Gracias Eleonor, de verdad aprecio tus intenciones. —Suspiré y le pedí— Pero por favor, guardemos el asunto lo más privado posible. No quiero que nadie se entere de lo que está pasando. ¿De acuerdo?
—Está bien, lo respeto. —Me miró solemnemente —Mis labios están sellados.
—Saldré con Daniel esta noche.—Volví a suspirar— Lo intentaré, pero no prometo nada.
—Lo celebro. Es perfecto, solo piensa en ello. Creo que sería un marido estupendo.
—No voy a forzar las cosas entre nosotros.
—Sería de mal gusto que se percatara de lo desesperada que es tu situación.
—No me gustaría que si surgiera algo entre nosotros, sea solo porque se siente atraído por la herencia.
—Ya veo, te gusta. Realmente te gusta. —Se quedó pensando un poco y añadió con ligera sorpresa— ¡Siempre te ha gustado!
Me quedé sin palabras al sentirme al descubierto. La verdad es que en el instituto fuimos buenos amigos, fuimos compañeros inseparables durante años, pasamos innumerables momentos juntos y sí siempre me sentí atraída por él. Pero terminamos el instituto y él se fue a Edimburgo a estudiar arquitectura, yo me quedé en Glasgow y no volvimos a vernos. Nuestra relación nunca tomó otro nivel, además de la de una profunda amistad y un inocente primer beso.
—Detente.—Le pedí, enojada.
Alzó ambas manos en señal de rendición.
—Está bien. No diré nada. —Y me miró seriamente —Quiero ayudarte, pero son tus decisiones y es tu vida. Piensa bien lo que vas a hacer porque de ti depende que ésta cambie para siempre.
Su sermón me golpeó y me taladró los pensamientos el resto de la tarde. Menudo desastre en el que me hallaba metida.
Eleonor me miró incrédula, yo ya me había devorado las uñas de las manos en pura ansiedad. No tenía idea de quién me había heredado hasta que el notario leyó el testamento y pronunció el nombre de una vieja maestra de mi abuelo y la pomposa millonaria de la ciudad, Kelly Cromwell. Naturalmente, siempre supe que algo andaba mal en la cabeza de esa anciana. Consolidó una gran fortuna a través de su vida, enviudó una vez, se divorció cuatro veces y nunca tuvo hijos. Que me mencionara en su testamento fue un shock para mí. Estoy segura de haberla visto al menos unas cinco veces en toda mi vida. Y pues allí estaba haciéndome heredera de toda su fortuna y exigiéndome que me casara para recibirla.
—¿De qué ha dicho que ha muerto? —Pregunté al notario.
El hombre me miró a través de sus gruesos anteojos, suspiró y alzó los hombros.
—En buena vejez, causas naturales. Tenía ciento uno de edad.
Era una dama bastante saludable, eso si. Aunque su vida era un verdadero misterio, y siempre parecía que vivía rodeada por una densa cortina de humo. Nunca escuché mencionar que tuviera algún mal habito. Además de sus excentricidades, su carácter poco tolerable y su tacañería.
—¿Ha dicho siete días? ¿Para casarme?
—Así lo estípula el testamento señorita. Si estuviese casada, todo habría sido pan comido.—Sonrió ancha y encantadoramente. Dejándome más aturdida, desconcertada y confundida de lo que ya estaba. —Si me disculpa tengo cosas que atender. Espero verla aquí en siete días con su marido y lista para firmar los papeles de rigor y que oficialmente tome posesión de la herencia.
—Claro—Pronuncié y esbocé una sonrisa forzada— Por supuesto, no faltaba más. Nos vemos en siete días.
Se puso de pie y abandonó la habitación.
Eleonor volvió a mirarme intrigada, desorbitada y desconcertada, incluso, tal vez un poco más de lo que estaba yo.
—La famosa Kelly Cromwell, la millonaria de nuestra ciudad, te ha heredado toda su fortuna. —Pronunció y su tono de voz variaba entre la sorpresa y la incredulidad — Pellízcame que estoy soñando.
Caminamos lentamente hacia el vestíbulo y luego hacia el estacionamiento. Las piernas todavía me temblaban.
—Estoy más asombrada que tú. No sé lo que está pasando. Tal vez todo esto sea una broma... una muy mala broma.
—Y debes casarte...
—Si, eso creo Eleonor pero..
—Solo falta un detalle— Siguió ella—Uno pequeño.
—¿Cuál?
—El novio.
—Por supuesto, no puede haber una boda sin un novio.—Repliqué
—Así es— Me miró condescendientemente — ¿Que vas a hacer?
—Honestamente, no lo sé, Ellie. Debería volver y pedirle al notario que lea el testamento de nuevo.
—Todos sabíamos que era una dama bastante extraña. Recuerdas todas las historias que escuchábamos de niñas de que su mansión estaba embrujada. Todos conocen esa historia.
—Escuchaste al notario, le heredó a su enfermera cierta cantidad de dinero y su colección de muñecas finas. Al museo de Kelvingrove le donó toda su colección de arte y todas sus esculturas.
—Si, lo escuché. Sus Rembrandt, Gauguin y Cézanne.
—Yo no tenia ningún parentesco con ella. Recuerdo que fue maestra dominical de mi abuelo hace muchísimos años, pero nada más. Tal vez hace unos setenta años o más.
—¿Dominical?
—Fue rectora de una universidad y le gustaba dar clases de arte cuando era joven, recibía muchos niños en el jardín y en el invernadero de su casa. Además les enseñaba botánica.
—Eso está muy bien. ¿Pero por qué te heredaría a ti toda su fortuna? Además de lo que ha donado, por supuesto. Y te exigiría esta condición tan particular para recibirla.
—No lo sé.
Mi cabeza daba vueltas, por otra parte no había empezado la búsqueda de marido cuando ya estaba totalmente resignada.
—No vas a encontrar marido así.
—Es imposible que encuentre marido antes del lunes. —Repliqué
—No es imposible, eres hermosa. —Me miró detenidamente sin soltar el volante mientras conducía — Cabello rubio, ojos grises, estás un poco gorda pero tienes un semblante precioso. Cualquiera se sentiría afortunado de salir contigo.
—Gracias—Corté sin encontrarle gracia— Entonces debo encontrar a algún hombre que quiera estar con una gorda.
—No quise decir eso. —Añadió
—Claro.
—Bueno, pero si necesitas ejercicio, tomar sol y salir un poco más.
Decía la verdad, soy demasiado sedentaria y algo ermitaña. Y tengo buenas curvas pero No soy gorda.
—¿Vamos a almorzar?—Preguntó—Estoy hambrienta, tantas sorpresas en una mañana me han dejado un apetito voraz. ¿Al sitio de siempre?
—Si—Respondí, sinceramente yo también estaba hambrienta.
Fortuna para mí, que Eleonor es abogada y de las buenas, hemos sido amigas toda la vida. Ella y su novio George están juntos desde la escuela de leyes, empezando por ahí que tenía un buen respaldo legal si lo necesitaba.
Me había despertado ese día retrasada con un par de trabajos. La mayoría del tiempo trabajo desde casa, empecé como fotógrafa por puro pasatiempo y terminé agarrándole tanto gusto que hice un par de clases hasta obtener una licenciatura en la facultad, paralelamente a la de diseño. Desde cosas líndisimas como tarjetas de navidad, invitaciones, posters, portadas, páginas web, vallas, murales, cartografía y campañas publicitarias, además de sesiones de fotos y más. A eso me dedico.
—Perdona, pero aún no puedo creer que estés por convertirte en una rica heredera.
—Yo tampoco, eso si consigo marido antes del lunes.
—Yo misma te conseguiré ese marido.
Nos echamos a reír dejando de lado la tensión que nos había envuelto una hora antes. Bajamos del auto y nos acercamos a la puerta del restaurante.
—¡Bella!—Escuché una voz masculina detrás de mí.
Me volví para encontrarme a un apuesto caballero cuyos ojos brillaban como zafiros, estaba segura de haberlo visto antes, pero no recordaba donde. Ellie si recordó inmediatamente.
—¡Daniel!
El se acercó a nosotras sonriente. Se veía gallardo, altísimo y llevaba su pelo ébano algo rebelde. Justo como lo recordaba.
—Tanto tiempo sin verlas.
—Estás muy apuesto—Sonrió Ellie pícaramente.
—Que agradable sorpresa, señoritas—Soltó una sonrisa franca, casi infantil. Dejando ver sus hoyuelos— Bella estás muy hermosa, no has cambiado nada.
—Gracias—Sonreí tímidamente, mi cabeza empezó a dar vueltas, me sentí como si entrara a una cápsula del tiempo.
—¿Van a entrar?—Señaló con el pulgar hacia el restaurante— ¿Puedo acompañarlas?
—Por supuesto—Contestó Eleonor dejando relucir una impecable sonrisa.
Daniel abrió la puerta de cristal para nosotras y luego nos siguió. Nos acomodamos en una mesa junto a los ventanales también de cristal.
—Cuentanos de ti, Daniel. —Pidió Ellie, después de que tomaran nuestras órdenes.—¿Qué has estado haciendo durante todo este tiempo?
—He estado viviendo en Edimburgo.
—Oh.
—Me he mudado recientemente a Glasgow. —Sonrió y luego me miró.
—Que coincidencia tan agradable, encontrarte. —Continuó Ellie— ¿Cuando te mudaste?
—Hace cinco semanas. Tengo un nuevo trabajo, soy arquitecto.
—Eso suena muy bien, no te veía desde el instituto. ¿Unos siete años, quizás?
—Si, ha pasado mucho tiempo. —Tomó un sorbo de agua, cruzó los brazos y fijó los ojos en nosotras paulatinamente —¿Qué tal ustedes?
—Yo soy abogada, trabajo para una firma y estoy comprometida. —Zanjó y señaló su anillo.
—Soy diseñadora gráfica —Seguí, incómoda —Trabajo desde casa, estoy dando lecciones en línea, entre otras cosas.
—Recuerdo que te gustaba mucho la fotografía.—Me señaló Daniel.
—Aún me gusta, de hecho es otro de mis trabajos.—Afirmé
—¿Soltero?—Preguntó Ellie de repente.
—Eh—Tosió Él incómodo, tal vez por la pregunta repentina y por el tono incisivo e impertinente con el que Eleonor la había hecho— Si, lo estoy. Terminé una relación recientemente y decidí mudarme. Y por razones de trabajo, obviamente.
—Ya, entiendo.
El camarero irrumpió con nuestros pedidos, nos sirvió vino en las copas y dejó la botella.
—¿Y tú Bella, sales con alguien?—Preguntó Daniel.
— Está soltera y sin compromiso —Atajó Ellie, sonriendo.
Tuve deseos de golpearle la rodilla por debajo de la mesa, oh espera, lo hice.
—Au...—Exclamó después de sacudir la mesa y mirarme con fiereza. Los cubiertos y los platos tintinearon.
—Podríamos salir alguna vez.—Dijo Daniel inmutable.
—Oh, estaría encantada. —Soltó Ellie— Esta noche seria ideal.
Me quedé pasmada, no me salieron las palabras. Sentía que las mejillas me ardían y que estaban incendiando mi rostro de la vergüenza.
—Puedo pasar por ti.—Dijo Daniel masticando y añadió impasible— ¿Donde vives?
Ya Eleonor había sacado una cartilla de notas adhesivas y un bolígrafo de su bolso. Escribió mi dirección y número de teléfono y se lo plantó en el bolsillo del jersey que vestía. Nunca en mi vida me había sentido tan avergonzada.
—Aquí esta la dirección. Puedes pasar por ella a las ocho. —Añadió, sonrió y me miró triunfante.
Daniel terminó de masticar y soltó el tenedor en la mesa. Nos miró a ambas con extrañeza y luego me sonrió. Mi cabeza siguió dando vueltas, recordé el beso que nos habíamos dado en el instituto. Sentí un cosquilleo y aparté la mirada.
—Es que hace tanto tiempo no tiene una cita.
—Ya, Eleonor, por favor.—Pedí, no, supliqué.
Daniel parecía inmutable, en silencio volvió a tomar el tenedor y continuó devorando su enorme filete. Yo sabía, conociéndolo, que tal vez estuviese conteniendo los deseos de echarse a reír de nosotras, pero era demasiado caballero.
Terminamos de comer, pagamos la cuenta, salimos al estacionamiento y lo vimos subirse a una vieja camioneta range rover y desaparecer calle abajo después de despedirse con una mano.
Eleonor me sacudió tomándome por ambos hombros.
—¡Ya tienes una cita... con nada más y nada menos que con tu futuro esposo!
Miré hacia la dirección por donde Daniel acababa de marcharse.
—Estás loca, que vergüenza me has hecho pasar.
—Tienes que casarte antes del lunes. ¿Que querías que hiciera? Mira que nos ha caído del cielo. No podía dejar pasar esta oportunidad. Solo intentaba ayudarte.
—Gracias Eleonor, de verdad aprecio tus intenciones. —Suspiré y le pedí— Pero por favor, guardemos el asunto lo más privado posible. No quiero que nadie se entere de lo que está pasando. ¿De acuerdo?
—Está bien, lo respeto. —Me miró solemnemente —Mis labios están sellados.
—Saldré con Daniel esta noche.—Volví a suspirar— Lo intentaré, pero no prometo nada.
—Lo celebro. Es perfecto, solo piensa en ello. Creo que sería un marido estupendo.
—No voy a forzar las cosas entre nosotros.
—Sería de mal gusto que se percatara de lo desesperada que es tu situación.
—No me gustaría que si surgiera algo entre nosotros, sea solo porque se siente atraído por la herencia.
—Ya veo, te gusta. Realmente te gusta. —Se quedó pensando un poco y añadió con ligera sorpresa— ¡Siempre te ha gustado!
Me quedé sin palabras al sentirme al descubierto. La verdad es que en el instituto fuimos buenos amigos, fuimos compañeros inseparables durante años, pasamos innumerables momentos juntos y sí siempre me sentí atraída por él. Pero terminamos el instituto y él se fue a Edimburgo a estudiar arquitectura, yo me quedé en Glasgow y no volvimos a vernos. Nuestra relación nunca tomó otro nivel, además de la de una profunda amistad y un inocente primer beso.
—Detente.—Le pedí, enojada.
Alzó ambas manos en señal de rendición.
—Está bien. No diré nada. —Y me miró seriamente —Quiero ayudarte, pero son tus decisiones y es tu vida. Piensa bien lo que vas a hacer porque de ti depende que ésta cambie para siempre.
Su sermón me golpeó y me taladró los pensamientos el resto de la tarde. Menudo desastre en el que me hallaba metida.
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