Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 4


—¿Salmón?—Pregunté

—Salmón Wellington. Es mi especialidad—Sonrió con ligera suficiencia—Algunos scones de la tienda recién hechos, mermelada de naranja y algo de nata de postre. ¿Que te parece?

Sonreí y asentí. Tomé la copa de vino que Daniel acababa de servirme y me levanté del taburete de la barra. Pensé en darle espacio para cocinar y volver a mirar su piso-estudio-taller de trabajo. Todavía estaba desordenado y había cajas a medio abrir por todas partes. Me volví de nuevo para mirarlo y me devolvió una sonrisa y una mirada cálida, mientras se movía con agilidad por la pequeña cocina y hacía malabares con los ingredientes de la comida que ya había empezado a preparar.

—Mucho trabajo eh.—Le dije y señalé las maquetas.

—Si, he trabajado muy duro.

Las mesas con planos, maquetas y réplicas de construcciones estaban desperdigadas por todas partes. Probablemente algunas eran viejas, otras que quedaron a medio terminar o que tendrían errores y fallas técnicas y por supuesto el modelo real del proyecto que tenía marcha.

—¿Cual es?

—El alto.

Le dediqué una mirada de reconocimiento, el diseño era impresionante.

Tomé un sorbo de vino y me acerqué a observar más de cerca el modelo del edificio alto que Daniel me había señalado. Era realmente impresionante, con todos los detalles y la atención puesta en cada elemento arquitectónico.

—Es un diseño muy elegante y moderno—comenté, admirando el trabajo—Debes estar muy orgulloso de este proyecto.

Daniel asintió con una sonrisa, mientras revolvía algo en la sartén.

—Lo estoy. Ha sido un reto, pero ver cómo toma forma es muy gratificante. Espero que el cliente quede satisfecho con el resultado final.

—No me cabe duda de que así será—le aseguré, volviendo a tomar asiento en el taburete frente a la barra.

Observé cómo Daniel se movía con soltura por la cocina, combinando los ingredientes con maestría. El aroma del salmón y las especias empezaba a inundar el ambiente, haciéndome sentir cada vez más hambrienta.

—¿Necesitas que te ayude en algo?—pregunté, deseosa de participar de alguna manera en la preparación de la comida.

—No, no te preocupes—respondió él, sin dejar de atender los fogones—Tú solo relájate y disfruta de tu vino. Enseguida estará listo.

Asentí y me recosté un poco en el taburete, observándolo trabajar. Me sentía tan a gusto en su compañía, como si hubiéramos sido amigos de toda la vida. Aún no podía creer que todo esto estuviera pasando, que Daniel se hubiera fijado en mí y que ahora estuviera aquí, en su casa, a punto de disfrutar de una deliciosa comida preparada por él.
Pero en el fondo de mi mente, la preocupación por mi situación con el testamento seguía presente. No podía dejar de pensar en el plazo que tenía para casarme y en cómo iba a manejar todo eso sin lastimar a Daniel. No quería perderlo, pero tampoco podía atarlo a una relación que no tenía futuro.

Suspiré profundamente, llamando la atención de Daniel.

—¿Todo bien?—preguntó, mirándome con preocupación.

—Sí, sí—me apresuré a responder, esbozando una sonrisa—Solo estaba pensando en... algunas cosas. Pero no te preocupes, estoy bien.

Daniel asintió, pero pude notar que no quedó del todo convencido. Afortunadamente, en ese momento sirvió los platos y me invitó a pasar al comedor.

La comida transcurrió en un ambiente agradable y relajado. Daniel se encargó de mantener la conversación amena, y yo evite tocar el tema que me preocupaba. Agradecí internamente su sensibilidad y me permití disfrutar del momento, saboreando cada bocado de la deliciosa comida.

Cuando terminamos, nos trasladamos a la sala y nos acomodamos en el sofá. Daniel encendió la chimenea y me ofreció un té, que acepté gustosa.
Mientras sorbía el caliente líquido, me armé de valor para abordar el tema que me tenía tan inquieta.

—Daniel, hay algo que debo decirte...



© Luu Herrera ,
книга «7 Días».
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