Capítulo 3
Día dos.
No pude conciliar el sueño. Necesitaba hablar nuevamente con ese notario y que me diera un repaso de las circunstancias de forma transparente porque yo no entendía nada y me parecía que él no estaba diciéndome todo la verdad.
Y Daniel me había besado.
Me besó.
Tome una ducha rápida, vestí un bonito pantalón de mezclilla, una blusa blanca y una gabardina. No me gustaba usar tacones pero creí que me vería mejor si le añadía un par de centímetros a mi poca altura.
Cuando llegué al edificio donde se ubicaba la notaria, no tuve que preguntar por él, porque me lo encontré en el estacionamiento.
—Señor Fletcher—Le llamé
Llevaba un lote de documentos, libros y carpetas en sus brazos, que le dificultaba el paso, la visión y el movimiento.
—Necesito hablar con usted—Le dije
—Señorita Murrell—Pronunció y señaló con la barbilla lo que llevaba en los brazos—Estoy un poco ocupado ahora.
—Realmente necesito hablar con usted.
—Pensé que había quedado todo claro. Leímos el testamento dos veces. ¿Eso no fue suficiente para usted?
—Por favor disculpeme señor Fletcher. Pero todavía hay algunos detalles que no logro comprender.
Soltó un suspiro cansado, casi como un exhalación frustrada e impaciente.
—¿Necesita usted ayuda con eso?—Le pregunté y señalé con el dedo.
Volvió a suspirar
—Por favor, señorita Murrell
Me acerqué a él y tome una pila de los libros que llevaba. Eran pesados, pero él se aligeró un poco.
—Vamos a mi oficina—Dijo.
Entramos al edificio, un edificio de piedra reformado y renovado, pero de piedra al fin. Caminamos por el vestíbulo y después subimos las escaleras. Ya había estado aquí antes, hacia menos de veinticuatro horas para ser precisa.
Dejó la pila de documentos en una mesa de una esquina y me señaló para que hiciera lo mismo. Después se ajustó la corbata y se dirigió a su sillón al otro lado del escritorio. Era un hombre de unos cuarenta y tantos, las hebras blancas ya relucían libremente en medio de su cabello rojizo.
—¿Que quiere saber? ¿Que dudas tiene?
Me senté en una de las butacas frente a su escritorio y aclaré un poco la garganta, repentinamente no supe que decir, me había quedado en blanco y por un momento olvidé que hacia allí. Él había sido bastante explícito el día anterior, a las clausulas del testamento quiero decir. Él mismo lo había redactado junto con otro abogado, haciendo simple y llanamente lo que Kelly Cromwell les había pedido, estipular su ultima voluntad.
¿Kelly Cromwell había elegido a alguien al azar para heredarle toda su fortuna?
—¿Por qué yo? —Solté y no podía creer que de verdad había preguntado eso.
El alzó una ceja de incredulidad.
—Señorita Murrell, recuerde que también soy abogado. Tengo demasiado trabajo hoy. ¿Podríamos dejar las preguntas triviales para después?
—Usted redactó el testamento.
—No, en realidad no. —Me corrigió inmediatamente y se echó hacia atrás en el sillón juntando ambas palmas y masajeó sus pulgares uno con el otro—No tuve el gusto de conocer a Lady Cromwell en persona. El testamento lo redactó su abogado personal, solo algunas semanas antes de que ella falleciera. La dama había estado reacia a afrontar la responsabilidad de un testamento, asunto que, lógicamente para una mujer de su posición y edad resultaba algo indispensable.
—Y de no haber ella nunca redactado ese testamento, o permitido, mejor dicho, que alguien lo redactara. ¿Cual habría sido...
—Mayormente en esos casos —Me interrumpió y respondió, adivinando, mi pregunta inconclusa— La fortuna habría pasado a algún familiar cercano. El asunto, señorita Murrell, es que Lady Cromwell no poseía ningún familiar con vida. Tiene muchísimos empleados en su compañía, quienes han funcionado autónomamente durante años y de quienes no debería preocuparse. —Hizo pausa y añadió — También algún personal en sus propiedades en Estados Unidos y aquí en Gran Bretaña. Hay unos tres millones de libras aprobados para el mantenimiento de cada de una ellas. No se preocupe por esos detalles.
—No tengo esposo—Solté deliberadamente —Y apenas estoy saliendo con alguien. Me temo que no cumplo con los requisitos necesarios, señor Fletcher.
Suspiró y se puso de pie. De momento se vio intimidante y un poco austero.
—Señorita Murrell, usted no se imagina la fortuna que Dios milagrosamente esta poniendo en sus manos. —Volvió a suspirar— Entiendo su situación y su desconcierto, lo cual no le ha permitido ver lo afortunada que es. Por favor, permitame darle un consejo; un matrimonio por conveniencia en pleno siglo XXI puede ser inconcebible para una joven como usted, pero conozco de antemano y estoy seguro que usted también lo sabe, que pueden convertirse en algo ameno y llevadero en los años venideros.
No me alentó en lo absoluto ese comentario.
—Aún tiene seis días, señorita Murrell. Y aquí tengo muchísimos papeles que usted y su esposo deben firmar.
No tengo esposo.
Esta vez fui yo quien suspiró, derrotada, me levanté y caminé hacia la puerta. Me volví para mirarlo antes de salir.
—Por favor diculpeme por quitarle su tiempo.
Inclinó levemente la cabeza, asintiendo.
Salí y me dispuse a buscar las escaleras. Y volver al estacionamiento.
Me quedé un rato en el auto con la cabeza enterrada en el volante, haciendo ejercicios de respiración y meditación.
Cuando finalmente llegué a casa Eleonor me esperaba en la calzada recostada junto a su auto. Se acercó a mí apenas me estacioné, había un deje de reclamo en su voz cuando habló:
—Te he dejado unos veinte mensajes y varias llamadas en tu teléfono. ¿Por qué no contestas? ¿Dónde estabas? Necesito que me cuentes todos los detalles de tu cita con Daniel.
Bajé del auto y caminé por mi césped hasta la puerta, ella me siguió
—Fui a ver al señor Fletcher.
—Huh. ¿Otra vez? ¿Y para qué?
Abrí la puerta con mi llave, entré y ella entró después de mi.
—Tenia dudas. No sabia que hacer.
Se detuvo en el centro de mi sala de estar con los brazos cruzados, estaba molesta.
—Hablar conmigo por ejemplo...
—Necesitaba respuestas. Ir a verlo fue una decisión impulsiva que tomé esta mañana cuando desperté.
—Esta situación me tiene muy ansiosa a mí también. Pero yo puedo ayudarte.
—¿Quieres algo de té?—Pregunté quitándome la garbardina
—Una copa de vino
—Claro.
Me dirigí hacia la cocina, saqué una botella de vino del refrigerador y le serví la mitad de una copa. Eran al menos las diez de la mañana y yo ya me sentía culpable de ser la causa de su ansiedad.
Se sentó en un taburete frente a la barra de mi cocina y le coloqué la copa frente a ella.
— ¿Cómo te fue con Daniel?—Preguntó con la copa en los labios antes de darle el primer sorbo.
Sonreí involuntariamente. Una sonrisa boba para ser exactos.
Una sonrisa satisfactoria se dibujó en su cara. Ella ya sabia la respuesta. Me conocía demasiado bien. Sin embargo lo dije...
—Me besó
Volvió a tomar de la copa, ahora relucía verdadera felicidad.
—Ha resultado mejor de lo que pensé —E hizo pausa y añadió—¿Volverás a verlo?
—Me ha invitado a almorzar.
Saltó del taburete y se puso de pié con las manos en las caderas.
—Tenemos que pensar en algo.
—¿Como qué?
—Después de la tercera cita le pides matrimonio.
—¿Que?—El horror cubrió mi rostro—No puedo hacer eso.
—O tienes que decirle lo que esta pasando.
—Lo voy a asustar, va a salir corriendo, no volverá a hablarme.
—Annabella—Se inclinó en la superficie de madera de la barra y me miró seriamente —Tienes que casarte en exactamente cinco días y veintidós horas.
Mi boca se abrió y se volvió a cerrar. Me sentí incapaz de pronunciar alguna palabra. La realidad me había golpeado duramente en el centro de la cara.
Eleonor volvió a darme un par de ultimátum más y se despidió de mí para encontrarse con George en el trabajo. Solo habían pasado diez minutos que Eleonor se había marchado cuando escuché golpes en la puerta.
Era Bonnie. Sofocada. Tal vez habría venido a mi casa caminando. Plantó una mano en mi puerta y me hizo a un lado de un empujón. Entró y sacó una hoja de papel de su bolso, seguía jadeando, definitivamente había llegado caminando.
—Tengo una lista para ti, vine lo mas rápido que pude.
Si, ya lo noté. Tu frente perlada por el sudor lo dice todo.
—¿Una lista?—Pregunté
—La hice anoche meticulosamente.
—¿De qué es la lista?—Pregunté incrédula.
—Toma, ve tu misma.
La tomé desconfiada y estreché los ojos para ver. Bonnie tenia una letra extraña. Leí el título: "Posibles maridos para Annabella" Estoy segura de que hice una mueca de horror.
—No tenias que hacerlo—Dije apresuradamente. Ansiosa.
—Por supuesto—Dijo ella con una sonrisa—Claro que tenía, yo cambié tus pañales. Tengo derecho a ser tu casamentera.
Casamentera. Repetí mentalmente. Mis ojos se abrieron como platos, el horror destellando delante de ellos.
—Por favor leelo —Me pidió.
No estaba segura de querer hacer eso.
—Esta bien.—Dije, leí y no pude evitar exclamar—¿¡Austin Castle!?
—La edad es lo de menos—Dijo ella neutral—Al menos ya es mayor de edad.
Mi boca se abrió y se cerró. Proseguí insegura de querer conocer los otros diez nombres.
—¿Clyde? ¿El que desapareció a su esposa?
—Oh vamos, Anna. Eso no nunca se demostró. Ella tal vez lo abandonó..
—Porque la golpeaba..—Zanjé.
—Annabella no seas exigente.
—¿¡El señor Calem!? Pero si tiene ochenta y cinco años.
—Huh—Bufó—Alguien está muy exigente y selectiva esta mañana. Cosa impropia para una mujer en su situación.
—No puedo Bonnie—Y planté la hoja suavemente en su pecho—Gracias, de verdad lo aprecio. Pero estoy segura de que podré apañarmelas de otra manera.
Esta vez fue el timbre de la puerta. Alguien si recordó, que tenía uno.
Suspiré y avancé hacia la puerta. Cuando la abrí, me encontré a Daniel, bastante guapo, con una docena de hermosos lirios blancos en la mano. Sonreí como tonta nada mas verlo.
—Hola—Saludé, con la sonrisa mas boba que tenia—Pasa. ¿Son para mi?
—Claro—Me sonrió y me las dio—Sé cuanto te gustan.
Avanzó hasta la sala de estar y Bonnie lo devoró con la mirada inmediatamente, escudriñandolo de arriba hacia abajo, incisivamente.
—Daniel Grant.. —Soltó con un tono aterciopelado —Eres todo un hombre. ¿Como esta tu padre? Escuché que estaba mal de salud.
—Señora Bertram.—Saludó e inclinó un poco la cabeza —No la había visto, disculpe. Mi padre esta en perfecta salud, afortunadamente.
—Oh me alegro mucho.—Dijo ella
—Bonnie ya se iba —Me apresuré a decir haciendo énfasis en las últimas palabras—El asunto del que hablábamos ya lo hemos finalizado.
Volví a mirarla seriamente y ella me miró estudiándome.. Finalmente se iluminó.
—Oh, por supuesto. —Enseguida sonrió, medio satisfecha y me guiñó un ojo—Gran elección. Lo celebro. Oh, es perfecto.
—Bonnie.. —Susurré entre dientes.
—Ya, ya. Voy a estar haciendo galletas y té para celebrar con tu madre. Un placer verte Daniel.
—El placer fue mio señora Bertram.
Avanzó hasta la puerta y en el umbral se detuvo para hacerme otro gesto de aprobación.
—¡Es perfecto..!—Susurró imperceptible, pero leí sus labios. Y cerró la puerta.
Daniel no miraba, por suerte. Su atención se perdió en los collages de mis paredes.
—Tienes talento—Me dijo—Son mapas muy bonitos y muy originales.
—Gracias. Son hechos a mano. —Le dije—¿Quieres algo de tomar?
—No, en realidad venia por ti. Quiero llevarte a un lugar.
—Claro—Pronuncié—Esperame un minuto, voy a cambiarme.
Subí a mi habitación rápidamente, me cambié la blusa y tomé una chaqueta. Cuando bajaba a mitad de la escalera sonó mi teléfono. Daniel se volvió y levantó la cabeza para mirarme.
—Es mi madre—Le hice un gesto de espera con el dedo índice y tomé la llamada—Mamá, Hola..
—Oh, Bella. —Dijo mamá al otro lado—Bonnie fue a verte, ¿Verdad?
—Si, mamá. Se acaba de ir.
—Dijo que tenia una lista para ti..
—Si, posibles..—Miré a Daniel, estaba de nuevo con los collages — Diez..
—Oh, como quisiera que Bonnie dejara de ser tan entrometida.
—Ya, no importa. Estoy segura de que su intención fue buena.
—No lo dudo, pero..
—Ya, olvidalo. Te llamaré después.
—Claro, un abrazo hija.
—Adios, mamá. —Y colgué.
No pude conciliar el sueño. Necesitaba hablar nuevamente con ese notario y que me diera un repaso de las circunstancias de forma transparente porque yo no entendía nada y me parecía que él no estaba diciéndome todo la verdad.
Y Daniel me había besado.
Me besó.
Tome una ducha rápida, vestí un bonito pantalón de mezclilla, una blusa blanca y una gabardina. No me gustaba usar tacones pero creí que me vería mejor si le añadía un par de centímetros a mi poca altura.
Cuando llegué al edificio donde se ubicaba la notaria, no tuve que preguntar por él, porque me lo encontré en el estacionamiento.
—Señor Fletcher—Le llamé
Llevaba un lote de documentos, libros y carpetas en sus brazos, que le dificultaba el paso, la visión y el movimiento.
—Necesito hablar con usted—Le dije
—Señorita Murrell—Pronunció y señaló con la barbilla lo que llevaba en los brazos—Estoy un poco ocupado ahora.
—Realmente necesito hablar con usted.
—Pensé que había quedado todo claro. Leímos el testamento dos veces. ¿Eso no fue suficiente para usted?
—Por favor disculpeme señor Fletcher. Pero todavía hay algunos detalles que no logro comprender.
Soltó un suspiro cansado, casi como un exhalación frustrada e impaciente.
—¿Necesita usted ayuda con eso?—Le pregunté y señalé con el dedo.
Volvió a suspirar
—Por favor, señorita Murrell
Me acerqué a él y tome una pila de los libros que llevaba. Eran pesados, pero él se aligeró un poco.
—Vamos a mi oficina—Dijo.
Entramos al edificio, un edificio de piedra reformado y renovado, pero de piedra al fin. Caminamos por el vestíbulo y después subimos las escaleras. Ya había estado aquí antes, hacia menos de veinticuatro horas para ser precisa.
Dejó la pila de documentos en una mesa de una esquina y me señaló para que hiciera lo mismo. Después se ajustó la corbata y se dirigió a su sillón al otro lado del escritorio. Era un hombre de unos cuarenta y tantos, las hebras blancas ya relucían libremente en medio de su cabello rojizo.
—¿Que quiere saber? ¿Que dudas tiene?
Me senté en una de las butacas frente a su escritorio y aclaré un poco la garganta, repentinamente no supe que decir, me había quedado en blanco y por un momento olvidé que hacia allí. Él había sido bastante explícito el día anterior, a las clausulas del testamento quiero decir. Él mismo lo había redactado junto con otro abogado, haciendo simple y llanamente lo que Kelly Cromwell les había pedido, estipular su ultima voluntad.
¿Kelly Cromwell había elegido a alguien al azar para heredarle toda su fortuna?
—¿Por qué yo? —Solté y no podía creer que de verdad había preguntado eso.
El alzó una ceja de incredulidad.
—Señorita Murrell, recuerde que también soy abogado. Tengo demasiado trabajo hoy. ¿Podríamos dejar las preguntas triviales para después?
—Usted redactó el testamento.
—No, en realidad no. —Me corrigió inmediatamente y se echó hacia atrás en el sillón juntando ambas palmas y masajeó sus pulgares uno con el otro—No tuve el gusto de conocer a Lady Cromwell en persona. El testamento lo redactó su abogado personal, solo algunas semanas antes de que ella falleciera. La dama había estado reacia a afrontar la responsabilidad de un testamento, asunto que, lógicamente para una mujer de su posición y edad resultaba algo indispensable.
—Y de no haber ella nunca redactado ese testamento, o permitido, mejor dicho, que alguien lo redactara. ¿Cual habría sido...
—Mayormente en esos casos —Me interrumpió y respondió, adivinando, mi pregunta inconclusa— La fortuna habría pasado a algún familiar cercano. El asunto, señorita Murrell, es que Lady Cromwell no poseía ningún familiar con vida. Tiene muchísimos empleados en su compañía, quienes han funcionado autónomamente durante años y de quienes no debería preocuparse. —Hizo pausa y añadió — También algún personal en sus propiedades en Estados Unidos y aquí en Gran Bretaña. Hay unos tres millones de libras aprobados para el mantenimiento de cada de una ellas. No se preocupe por esos detalles.
—No tengo esposo—Solté deliberadamente —Y apenas estoy saliendo con alguien. Me temo que no cumplo con los requisitos necesarios, señor Fletcher.
Suspiró y se puso de pie. De momento se vio intimidante y un poco austero.
—Señorita Murrell, usted no se imagina la fortuna que Dios milagrosamente esta poniendo en sus manos. —Volvió a suspirar— Entiendo su situación y su desconcierto, lo cual no le ha permitido ver lo afortunada que es. Por favor, permitame darle un consejo; un matrimonio por conveniencia en pleno siglo XXI puede ser inconcebible para una joven como usted, pero conozco de antemano y estoy seguro que usted también lo sabe, que pueden convertirse en algo ameno y llevadero en los años venideros.
No me alentó en lo absoluto ese comentario.
—Aún tiene seis días, señorita Murrell. Y aquí tengo muchísimos papeles que usted y su esposo deben firmar.
No tengo esposo.
Esta vez fui yo quien suspiró, derrotada, me levanté y caminé hacia la puerta. Me volví para mirarlo antes de salir.
—Por favor diculpeme por quitarle su tiempo.
Inclinó levemente la cabeza, asintiendo.
Salí y me dispuse a buscar las escaleras. Y volver al estacionamiento.
Me quedé un rato en el auto con la cabeza enterrada en el volante, haciendo ejercicios de respiración y meditación.
Cuando finalmente llegué a casa Eleonor me esperaba en la calzada recostada junto a su auto. Se acercó a mí apenas me estacioné, había un deje de reclamo en su voz cuando habló:
—Te he dejado unos veinte mensajes y varias llamadas en tu teléfono. ¿Por qué no contestas? ¿Dónde estabas? Necesito que me cuentes todos los detalles de tu cita con Daniel.
Bajé del auto y caminé por mi césped hasta la puerta, ella me siguió
—Fui a ver al señor Fletcher.
—Huh. ¿Otra vez? ¿Y para qué?
Abrí la puerta con mi llave, entré y ella entró después de mi.
—Tenia dudas. No sabia que hacer.
Se detuvo en el centro de mi sala de estar con los brazos cruzados, estaba molesta.
—Hablar conmigo por ejemplo...
—Necesitaba respuestas. Ir a verlo fue una decisión impulsiva que tomé esta mañana cuando desperté.
—Esta situación me tiene muy ansiosa a mí también. Pero yo puedo ayudarte.
—¿Quieres algo de té?—Pregunté quitándome la garbardina
—Una copa de vino
—Claro.
Me dirigí hacia la cocina, saqué una botella de vino del refrigerador y le serví la mitad de una copa. Eran al menos las diez de la mañana y yo ya me sentía culpable de ser la causa de su ansiedad.
Se sentó en un taburete frente a la barra de mi cocina y le coloqué la copa frente a ella.
— ¿Cómo te fue con Daniel?—Preguntó con la copa en los labios antes de darle el primer sorbo.
Sonreí involuntariamente. Una sonrisa boba para ser exactos.
Una sonrisa satisfactoria se dibujó en su cara. Ella ya sabia la respuesta. Me conocía demasiado bien. Sin embargo lo dije...
—Me besó
Volvió a tomar de la copa, ahora relucía verdadera felicidad.
—Ha resultado mejor de lo que pensé —E hizo pausa y añadió—¿Volverás a verlo?
—Me ha invitado a almorzar.
Saltó del taburete y se puso de pié con las manos en las caderas.
—Tenemos que pensar en algo.
—¿Como qué?
—Después de la tercera cita le pides matrimonio.
—¿Que?—El horror cubrió mi rostro—No puedo hacer eso.
—O tienes que decirle lo que esta pasando.
—Lo voy a asustar, va a salir corriendo, no volverá a hablarme.
—Annabella—Se inclinó en la superficie de madera de la barra y me miró seriamente —Tienes que casarte en exactamente cinco días y veintidós horas.
Mi boca se abrió y se volvió a cerrar. Me sentí incapaz de pronunciar alguna palabra. La realidad me había golpeado duramente en el centro de la cara.
Eleonor volvió a darme un par de ultimátum más y se despidió de mí para encontrarse con George en el trabajo. Solo habían pasado diez minutos que Eleonor se había marchado cuando escuché golpes en la puerta.
Era Bonnie. Sofocada. Tal vez habría venido a mi casa caminando. Plantó una mano en mi puerta y me hizo a un lado de un empujón. Entró y sacó una hoja de papel de su bolso, seguía jadeando, definitivamente había llegado caminando.
—Tengo una lista para ti, vine lo mas rápido que pude.
Si, ya lo noté. Tu frente perlada por el sudor lo dice todo.
—¿Una lista?—Pregunté
—La hice anoche meticulosamente.
—¿De qué es la lista?—Pregunté incrédula.
—Toma, ve tu misma.
La tomé desconfiada y estreché los ojos para ver. Bonnie tenia una letra extraña. Leí el título: "Posibles maridos para Annabella" Estoy segura de que hice una mueca de horror.
—No tenias que hacerlo—Dije apresuradamente. Ansiosa.
—Por supuesto—Dijo ella con una sonrisa—Claro que tenía, yo cambié tus pañales. Tengo derecho a ser tu casamentera.
Casamentera. Repetí mentalmente. Mis ojos se abrieron como platos, el horror destellando delante de ellos.
—Por favor leelo —Me pidió.
No estaba segura de querer hacer eso.
—Esta bien.—Dije, leí y no pude evitar exclamar—¿¡Austin Castle!?
—La edad es lo de menos—Dijo ella neutral—Al menos ya es mayor de edad.
Mi boca se abrió y se cerró. Proseguí insegura de querer conocer los otros diez nombres.
—¿Clyde? ¿El que desapareció a su esposa?
—Oh vamos, Anna. Eso no nunca se demostró. Ella tal vez lo abandonó..
—Porque la golpeaba..—Zanjé.
—Annabella no seas exigente.
—¿¡El señor Calem!? Pero si tiene ochenta y cinco años.
—Huh—Bufó—Alguien está muy exigente y selectiva esta mañana. Cosa impropia para una mujer en su situación.
—No puedo Bonnie—Y planté la hoja suavemente en su pecho—Gracias, de verdad lo aprecio. Pero estoy segura de que podré apañarmelas de otra manera.
Esta vez fue el timbre de la puerta. Alguien si recordó, que tenía uno.
Suspiré y avancé hacia la puerta. Cuando la abrí, me encontré a Daniel, bastante guapo, con una docena de hermosos lirios blancos en la mano. Sonreí como tonta nada mas verlo.
—Hola—Saludé, con la sonrisa mas boba que tenia—Pasa. ¿Son para mi?
—Claro—Me sonrió y me las dio—Sé cuanto te gustan.
Avanzó hasta la sala de estar y Bonnie lo devoró con la mirada inmediatamente, escudriñandolo de arriba hacia abajo, incisivamente.
—Daniel Grant.. —Soltó con un tono aterciopelado —Eres todo un hombre. ¿Como esta tu padre? Escuché que estaba mal de salud.
—Señora Bertram.—Saludó e inclinó un poco la cabeza —No la había visto, disculpe. Mi padre esta en perfecta salud, afortunadamente.
—Oh me alegro mucho.—Dijo ella
—Bonnie ya se iba —Me apresuré a decir haciendo énfasis en las últimas palabras—El asunto del que hablábamos ya lo hemos finalizado.
Volví a mirarla seriamente y ella me miró estudiándome.. Finalmente se iluminó.
—Oh, por supuesto. —Enseguida sonrió, medio satisfecha y me guiñó un ojo—Gran elección. Lo celebro. Oh, es perfecto.
—Bonnie.. —Susurré entre dientes.
—Ya, ya. Voy a estar haciendo galletas y té para celebrar con tu madre. Un placer verte Daniel.
—El placer fue mio señora Bertram.
Avanzó hasta la puerta y en el umbral se detuvo para hacerme otro gesto de aprobación.
—¡Es perfecto..!—Susurró imperceptible, pero leí sus labios. Y cerró la puerta.
Daniel no miraba, por suerte. Su atención se perdió en los collages de mis paredes.
—Tienes talento—Me dijo—Son mapas muy bonitos y muy originales.
—Gracias. Son hechos a mano. —Le dije—¿Quieres algo de tomar?
—No, en realidad venia por ti. Quiero llevarte a un lugar.
—Claro—Pronuncié—Esperame un minuto, voy a cambiarme.
Subí a mi habitación rápidamente, me cambié la blusa y tomé una chaqueta. Cuando bajaba a mitad de la escalera sonó mi teléfono. Daniel se volvió y levantó la cabeza para mirarme.
—Es mi madre—Le hice un gesto de espera con el dedo índice y tomé la llamada—Mamá, Hola..
—Oh, Bella. —Dijo mamá al otro lado—Bonnie fue a verte, ¿Verdad?
—Si, mamá. Se acaba de ir.
—Dijo que tenia una lista para ti..
—Si, posibles..—Miré a Daniel, estaba de nuevo con los collages — Diez..
—Oh, como quisiera que Bonnie dejara de ser tan entrometida.
—Ya, no importa. Estoy segura de que su intención fue buena.
—No lo dudo, pero..
—Ya, olvidalo. Te llamaré después.
—Claro, un abrazo hija.
—Adios, mamá. —Y colgué.
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