Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 4
Pía.


—Si, claro Raquel—Y cambié el teléfono de oreja, rodé los ojos y seguí pavoneandome a paso ligero por el pasillo—Por supuesto, tengo todo bajo control. Mis padres están de acuerdo, lógicamente. Si, yo hablaré con tu mamá. No, no se lo he contado a nadie todavía... solo tú.

Me quedé totalmente petrificada cuando abrí la puerta y la empujé...

—¿Pía...?—Pronunció Raquel— ¿Sigues allí?

—Tengo que dejarte.

Pulsé el botón de colgar y apreté el teléfono en mi mano. La ira estaba empezando a burbujear por todo mi cuerpo y a concentrase en mi rostro.

—Pía Boutellier...—Pronunció él con ese tono cínico y odioso que lo caracterizaba. Y que yo tanto adiaba.

Estaba sentado en mi sillón de cuero blanco, con los pies cruzados encima de mi escritorio de cristal y las manos cruzadas detrás de su cabeza. Era la personificación total de la comodidad y el descaro.

—¿Que haces tú aquí?—Pregunté conteniéndome— ¿Cómo entraste?

—Bonita oficina, lindo sillón —Musitó y acarició el cuero de mi sillón de cinco mil euros—Muy cómodo.

—¡Sal de mi oficina, ahora mismo! —Exclamé—O llamaré a seguridad.

Se puso de pie de un salto y se dirigió hacia mí lentamente, mirándome de forma afilada. Me crucé de brazos y me quedé firme, lista para enfrentarlo.
Se veía imponente. Sin duda había estado pasando mucho tiempo en el gimnasio últimamente. Estaba fuerte, hombros y brazos anchos y pecho musculoso bien formado. Sin embargo, yo no le tenía miedo.

—Tenemos que hablar. —Dijo— Nunca respondes mis llamadas

—Yo no tengo nada que hablar contigo. Creí que sabías lo que significa restringir y bloquear un contacto.

—Mis padres aún creen que tenemos...—Y añadió susurrándome al oído— Una sociedad.

—Tus padres no saben como hiciste pedazos el negocio familiar. ¿O si?

—El astillero está bien. Estamos... —Hizo una pausa y pronunció la siguiente palabra como si se avergonzara de tocar el tema— ... Recuperándonos.

—Que bueno, me alegro de saberlo. Ahora... ¡Sal de mi oficina!

Acortó la distancia que nos separaba y me rodeó la cintura con uno de sus brazos halándo y atrayéndome hacia él. Me levantó la barbilla con la otra mano para obligarme a mirarlo, pues era más alto que yo. Percibí su perfume masculino y sentí su aliento en mi rostro. Sentí un escalofrío y mi piel se volvió de gallina.

—No—Pronunció desafiante mirándome fijamente—Esta vez vas a hablar conmigo.

—No—Repliqué con el mismo talante.

—Bien. Si no es por las buenas...

—¿Qué haces? ¡No!

Me rodeó las caderas con sus brazos y me subió a su hombro... como si fuera un saco de patatas. Abrió la puerta, se desplazó hacia el pasillo y empezó a canturrear una canción. Mientras yo me sacudía y pataleaba.

—Seguridaaaad—Empecé a gritar—Auxiliooo

Nadie se movió, nadie se inmutó, ningún ruido se escuchó, ninguna puerta se abrió.

Cuando llegamos a los ascensores apareció Emilia alarmada.

—Señorita Pía... ¿Necesita ayuda?

—¡Llama a seguridad!—Grité

—Hola Emilia— Saludó él con toda naturalidad.

Emilia levantó una mano y la agitó suavemente.

—Hola Daniel.—Saludó ella

—Solo vamos a dar un paseo.—Le dijo y lo escuché sonreir.

Daniel pulsó el botón del ascensor y éste se abrió casi inmediatamente. Nos introdujo dentro y vi a Emilia asentir sumisamente y quedarse ahí perpleja, mirándonos.

—¡Estúpida!—Le grité furiosa— ¡Estás despedida!

—Disculpala Emilia.—Dijo él antes de que las puertas se cerraran—No lo dice enserio.

—Voy... voy... voy—Intenté amenazarlo pero las palabras se atoraron en mi garganta.

Mi desesperación se desorbitó y empecé a sacudirme, a patalear y a golpearle los omóplatos con mis puños. Seguramente mis golpes contra su musculosa espalda eran como caricias para él. Sin embargo lo golpeé hasta quedarme sin fuerzas.

—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio!

—No, tú me adoras. Me amas.

Las puertas del ascensor volvieron a abrirse y nos desplazamos hacia el vestíbulo, sorprendentemente vacío.

—Eres una revoltosa, Pía.

—¡Tu eres un cínico! ¡Sueltame!

Se dirigió hacia las puertas de la entrada y salimos hacia el estacionamiento.

Los hombres de seguridad estaban en la esquina del callejón, probablemente era su momento de descanso. Cuando nos vieron los escuché murmurar entre ellos sin alarmarse en lo absoluto, como si fuese la cosa más natural del mundo que me sacaran de mi oficina como un costal de patatas en contra de mi voluntad.

—Parece una discusión de pareja—Pronunció uno

—A mí también me lo parece—Dijo otro

—Si, es mejor no entrometerse. —Soltó el tercero.

Los escuché y mi enojo salpicó hasta mis orejas. La cabeza me iba a estallar de la ira que sentía en todo el cuerpo.

—¡Imbéciles!—Les grité— ¡Voy a despedirlos a todos!

—No le hagan caso—Les dijo Daniel—Está molesta porque vamos a ir en moto.

Los hombres asintieron y siguieron en lo suyo.

—¿En moto?—Pregunté helada

—Si, en moto.

Volvió a sujetar mis caderas con sus brazos y me dejó en el suelo. Sacó un casco extra del compartimiento debajo del asiento y me lo extendió.

—Póntelo

—No.—Le dije

Me lo puso en la cabeza y él se colocó el otro. Se subió a la moto, con una patada a una palanca la encendió y enseguida la monstruosidad empezó a rugir. Me asió la mano y me sujetó hacia él.

—Sube—Dijo

—No—Repliqué

—Sube

—No

—¡Sube!—Pronunció y esta vez su tono fue firme y autoritario.

Me estremecí y suspiré. Me subí al camastro intentando no tocarlo.

—Sujetate a mí—Dijo

—No voy a sujetarme a ti.

—Por tu seguridad.

Hizo un movimiento y enseguida estábamos en marcha. Me llené de vértigo y de pánico al pensar en la posibilidad de caer. Automáticamente como un reflejo rodeé su cintura con mis brazos.

—Mucho mejor—Gruñó él.

—¿A donde narices me llevas?—Grité contra el viento.

—Ya lo verás.—Contestó

© Luu Herrera ,
книга «Mucho Más Que Un Verano».
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