Capítulo 3
El panorama matutino de Singapur se filtraba entre las cortinas de mi suite, con el sol del amanecer iluminando el collar de perlas que aún reposaba sobre el tocador de mármol italiano, dibujando patrones dorados de luz en el suelo. Me estiré, sintiendo el suave tejido de las almohadas de seda rellenas de plumas de ganso. Hacía un maravilloso día en Singapur, y aunque tenía una agenda apretada, estaba decidida a disfrutar de cada momento de lujo que la ciudad tenía para ofrecer.
Me desperté temprano; el reloj marcaba las 8:30. Rachel entró en la suite con una bandeja que llevaba croissants franceses, café de Kopi-O, un batido de fresas Bijin Hime y un informe financiero impreso en papel de seda.
—Su agenda está llena hoy. Primero, un paseo con los inversores de Hong Kong en el Art-Science Museum. Luego, una conferencia de negocios en Marina Bay Sands. Después, almuerzo en el Waku Ghin para discutir la expansión en el sudeste asiático —anunció mientras colocaba un vestido de Dior sobre la cama.
Me incorporé, ajustando mi pijama de Gucci.
—¿Y el señor Norbu Nguyen?
—Confirmó para las 20:00. —Rachel me miró—. ¿Quiere que prepare el informe de riesgos?
—¿Aceptó los términos? —pregunté, ajustando mi cabello en un moño alto.
—Sí, pero insiste en una cláusula adicional sobre derechos de explotación en Myanmar. —Su voz era tan eficiente como el reloj Patek Philippe que llevaba.
—Negociemos un porcentaje del 12% en lugar del 15% que pide.
Tomé un sorbo de café, sintiendo el amargor que equilibraba mi mente.
—¿Y los inversionistas de Tailandia? —pregunté.
—Quieren una reunión en el Mandarin Oriental. Sugiero el salón privado del MO Bar; su discreción es impecable.
—Organízalo para las 18:00 de la próxima semana. Tengo que ir a Vancouver. —Suspiré— Consígueme un tailleur de Chanel para la cena de esta noche. Quiero proyectar poder, no elegancia.
—Entendido. ¿Prefiere el modelo con cinturón de diamantes o el de seda negra?
—El de diamantes. Siempre el de diamantes.
Después de una ducha con hidromasaje y un rápido cambio de vestuario, opté por un elegante vestido de Fendi que acentuaba mi figura y el cabello castaño en un moño alto. Los diamantes que llevaba al cuello brillaban sutilmente bajo la luz del día.
—¿Confirmaste la reunión con los inversores de Dubái?
—A las 12:00 en el Spago Dining Room. La semana próxima. Wolfgang Puck personalmente supervisará el menú. —Rachel deslizó un iPad sobre la mesa, mostrándome gráficos de rendimiento de energía solar—. Los números de Arizona están subiendo, pero necesitamos cerrar el acuerdo con Tan para el proyecto en Malasia.
Tomé un sorbo de café, sintiendo el amargor equilibrado con un toque de vainilla.
—¿Qué propone?
—Ofrece acceso a subsidios gubernamentales a cambio de una participación del 19% en tu filial europea —Rachel arqueó una ceja—. Demasiado alto.
—Negociaremos el 9% máximo. —Me ajusté los pendientes de diamantes—. Asegúrate de que incluya una cláusula de exclusividad por tres años y cláusulas de salida limpia.
Me detuve frente al espejo, examinando mi reflejo.
—¿El yate está listo para esta noche?
—Confirmado. El capitán Chen asegura que el Majestic Pearl estará en Marina at Keppel Bay a las 20:00. —Rachel se ajustó el cabello rubio que llevaba en un moño apretado.
—Perfecto.
En el Art-Science Museum, el museo, con su estructura inspirada en una flor de loto, brillaba bajo el sol matutino. Caminé entre las instalaciones de arte digital, flanqueada por Rachel, que lucía un traje de lino en color crema impecable como siempre.
—Los accionistas de Indonesia han vuelto a llamar —dijo Rachel—. No están contentos. Quieren descartar todos los planes, acuerdos y proyectos. Están convencidos de que sus intereses no se alinean con los nuestros.
—¿Estamos en negociaciones? —pregunté—. No tengo idea de qué se trata. Si son aeropuertos, aerolíneas o aviones.
—Probablemente nada de eso, señora.
—Envía a mis abogados, no necesito hacerme de enemigos en este momento.
—Ya lo he hecho —sonrió Rachel con eficiencia—. Están en un avión privado arribando a Indonesia ahora mismo.
—Qué eficiente eres.
—Gracias, señora.
—Tenemos que respetar las decisiones que hayan tomado. Asegúrate de que sean cordiales, que eviten cualquier tipo de hostilidad, pero sobre todo que sean profesionales y que todos nuestros intereses sean protegidos.
—Entendido, señora. —Asintió tecleando en el iPad que llevaba—. ¿Y si vuelven a comunicarse?
—Que mis abogados se encarguen a partir de ahora. ¿Algo más?
—No.
En un salón de conferencias de Marina Bay Sands, el aroma a café de Sumatra y el zumbido de proyectores creaban un ambiente de eficiencia calculada. Tenzin Wangchuk, flanqueado por sus socios —la fría pero elegante Ling Wong y el soltero Kai Li, con su sonrisa de galán depredador— desplegó un mapa holográfico de Asia.
—Nuestra propuesta: expandir las plantas solares en Myanmar y Filipinas. —Kai señaló con un puntero láser—. Pero necesitamos su expertise en logística, señora Abrahams.
—¿Y qué ofrecen ustedes a cambio? —mi voz cortó el aire como un bisturí.
—Acceso a mercados protegidos y… —Ling Wong dejó caer un sobre de cuero sobre la mesa— …una participación del 15%.
—Demasiado poco. —Rechacé el sobre con un gesto elegante—. Quiero el 25% y garantías de exclusividad.
—Cada día la energía solar se vuelve más lucrativa y competitiva. Toda Asia está más que preparada. —Comentó un apuesto hombre de Hong Kong.
—¿Cuál es su propuesta? —pregunté a los inversores, sin mirar los gráficos que proyectaban en la pared.
—Queremos un 15% de participación en su subsidiaria de energía solar. —La voz del hombre era firme, pero detecté un matiz de nerviosismo.
—El 12% es mi límite. —Sonreí, ajustando mis anillos de Cartier en mis dedos. —Pero les ofrezco acceso exclusivo a nuestros datos de eficiencia energética.
—¿Y si no aceptamos? —intervino una mujer, con un vestido de Givenchy.
—Entonces, les recomiendo invertir en el sector textil. —Me levanté, señalando el museo. —Este lugar demuestra que la innovación exige riesgos calculados. ¿O prefieren negociar a lo seguro?
La reunión fue provechosa, llena de ideas sobre futuros proyectos de energía solar en Asia. Los inversionistas de Hong Kong eran negociadores astutos, pero su respeto por mi experiencia y su credibilidad en los negocios hizo la diferencia. Al final, sellamos un acuerdo que prometía ser beneficioso para todos.
En el Waku Ghin, el restaurante de Tetsuya Wakuda, con su cocina abierta y mesas de mármol negro, era un santuario gastronómico. El chef me sirvió una degustación de ostras y wagyu A5. Los inversionistas y socios ya estaban sentados, con copas de sake premium. Saboreé la langosta mientras escuchaba a un socio, un hombre de negocios local.
—¿Qué propuesta traes? —pregunté, cortando el wagyu con precisión quirúrgica.
—Una planta solar en Dubái. Coste-beneficio: 1.8 millones de dólares por MW instalado.
—¿Margen de ganancia?
—12%. —Sus ojos brillaron como los diamantes de mi reloj.
—Demasiado bajo. Quiero el 22% o me llevo el proyecto a Nevada.
—Necesitamos expandirnos a Tailandia. Su mercado está listo para la energía solar. —Intervino otro.
—¿Y cómo planea evitar los subsidios estatales a los combustibles fósiles? —pregunté, sin dejar de comer.
—Tenemos contactos en el Ministerio de Energía. —El hombre sonrió, ofreciéndome una copa de vino Barolo. —Pero necesitamos apoyo financiero.
—Le daré el 5% de participación si garantiza un retorno del 20% anual. —Dejé el tenedor—. Y quiero un informe semanal sobre los avances.
El filete mignon llegó en un plato de plata, pero mi atención estaba en el teléfono: "El índice de Dow Jones sube 0.5% en premercado". Fiona Dorje rió.
—Deborah, hasta los tiburones necesitan respirar. ¿Un trago en el SkyPark?
—Solo si hablamos de contratos.
—Deborah, su propuesta es… intrigante. — Suki Wu jugueteó con su cuchillo de oro—. Pero necesitamos garantías.
—Las garantías son para los débiles. —Mi voz era suave, pero firme—. Yo ofrezco resultados.
—¿Y si falla? —preguntó Fiona, levantando una ceja.
—No fallaré. —Sonreí, tomando un sorbo de vino —. Porque en este mundo, solo hay dos opciones: hacer jaque… o desaparecer.
El silencio fue breve, pero revelador. Suki Wu asintió, y Fiona brindó con su copa y el resto de los inversionistas la imitaron.
—Entonces, ¿cuándo firmamos?
—Rachel te dará todos los detalles. —Consulté mi reloj—. Y ahora, si me disculpan, tengo una sesión en el Spa de Raffles.
—¿Un masaje? —Suki arqueó una ceja.
—No. —Sonreí—. Un ritual de poder.
Al salir, un asistente me entregó un sobre con el contrato revisado. "Margen del 22%. Firmado", leí. Fiona sonrió.
—Sabía que entenderías.
—Entiendo cifras, Fiona. No promesas.
—¿Te gustaría celebrar con una copa en el bar de la azotea? —sugirió Fiona, mirando por la ventana.
—Me encantaría, pero tengo un paseo pendiente por Orchard Road —respondí, sintiendo una leve tentación de cambiar mis planes.
—Siempre puedes comprar joyas después. Pero, ¿quién puede resistirse a un buen vino con vista? —dijo, guiñando un ojo.
—Tienes razón, una copa con ese tipo de vista es difícil de rechazar —asentí, sonriendo.
Después de disfrutar de un postre exquisito y de un par de copas de vino, nos despedimos cordialmente, y me dirigí a Orchard Road. La famosa calle comercial de Singapur era un paraíso de lujo, y estaba ansiosa por visitar a un diseñador de joyas conocido por sus piezas únicas que combinaban la tradición con un toque contemporáneo.
—Señorita Deborah, aquí está —me saludó el diseñador, su voz llena de entusiasmo mientras me mostraba una colección de anillos y pulseras brillantes.
—Son maravillosos, pero busco algo que realmente resalte mi estilo —dije, examinando una pulsera que capturaba la luz de manera hipnotizante.
—Permítame mostrarle esta pieza exclusiva. Es un diseño único, solo hay pocos en el mundo —dijo, trayendo una joya que parecía brillar por sí sola.
Mientras admiraba la pulsera, mi oído vibró por la voz de Rachel.
—Recuerda que a las 20:00 es el paseo en yate con los inversores. No te retrases —decía.
—Estoy en ello, Rachel. Estoy segura de que estas joyas serán parte de mis recuerdos en Singapur —respondí, sintiendo la emoción de hacer una compra significativa.
Al salir de la tienda, con la pulsera en mi muñeca, el cielo estaba despejado y soleado, y el calor del día se sentía agradable.
En la boutique de Bulgari, entre vitrinas de rubíes y esmeraldas, elegí un collar de perlas con un zafiro central. La vendedora, una mujer de voz melódica, susurró:
—Este diseño combina la elegancia del mediterráneo con el misterio de Oriente. Perfecto para quien entiende el poder de lo sutil.
—¿Cuánto? —pregunté, ignorando su poesía.
—$120,000. —Sonrió—. Incluye una invitación a nuestro evento privado en el Fullerton Hotel.
—Acepto. —Saqué mi tarjeta de platino—. Pero quiero que lo envíen a mi suite. No tengo tiempo para recepciones ni eventos.
Caminé despacio mientras Rachel me seguía, eficiente como una navaja suiza.
—¿Qué sabemos del fondo de inversión de la señora Wong? —pregunté a Rachel, ajustando mis gafas de sol de espejo.
—Tienen vínculos con el gobierno chino. Pero su verdadero poder está en sus joyas. —Rachel señaló una tienda de Graff—. Ese collar que llevaba… es el Diamond Eclipse. Valor: 12 millones.
—Interesante. —Entré en la tienda, donde un asistente me mostró un anillo de rubíes birmanos—. ¿Este?
—Perfecto. —Rachel asintió—. Un presente simbólico, no demasiado ostentoso.
—¿Y si lo rechaza?
—No lo hará. —Sonrió—. Las joyas son el lenguaje universal del poder.
Esa noche, el Mercedes-Benz S-Class me llevó al muelle privado de Marina Bay. El aroma del mar y la brisa fresca me envolvieron, y por un breve momento, pude dejar de lado las preocupaciones empresariales.
El yate era una maravilla de la ingeniería moderna, con áreas amplias y lujosas donde podía relajarme. Los inversores llegaron poco después, todos luciendo trajes de diseñador y sonrisas encantadoras.
El Majestic, un yate de 80 metros con cubierta de cristal templado, brillaba bajo las luces LED. Un espectáculo de luces proyectaba colores sobre el agua. Tan y yo estábamos en la cubierta superior, rodeados de socios dispuestos a invertir en mi imperio solar.
—Deborah, siempre tan puntual. —Sonrió Tan, señalando a una mujer asiática de traje rojo—. Le presento a la señora Li, inversora de Shanghái.
—Un placer. —Su apretón de manos era firme, calculado.
—¿Qué opina de nuestro proyecto en Malasia? —preguntó Li, mientras un camarero servía caviar iraní sobre tostadas de pan de centeno.
—Es ambicioso. Pero necesito informes de estabilidad política. —Mi mirada se desvió hacia el horizonte, donde los Supertrees de Gardens by the Bay parpadeaban en sincronía.
—Singapur es un ejemplo. —Tan levantó su copa—. Aquí, el riesgo se mitiga con innovación.
—Y con conexiones estratégicas. —Li sonrió, mostrando un colgante de jade que reflejaba la luz de las estrellas.
—¿Cree que Singapur está lista para energía 100% renovable? —preguntó una mujer de traje Chanel, su voz envuelta en humo de Cohiba.
—No es una cuestión solo de fe, sino de lógica. —Mi respuesta fue tan fría como el champán Krug que sostenía. —En algunos años, los costos de mantenimiento de los paneles superarán los beneficios de los combustibles fósiles.
—¿Y los subsidios gubernamentales? —interrumpió Tan, su mirada reflejando cálculos.
—Los subsidios son como los diamantes: brillan, pero no alimentan. —Sonreí, ajustando mi reloj de Bulgari. —Lo que necesitamos es un mercado libre… y un socio que entienda eso.
—Señorita Abrahams, su increíble trayectoria en los negocios es legendaria —dijo Li, sirviendo champán Dom Pérignon en copas de cristal tallado—. ¿Cómo lo logra?
—En mi mundo, el sol también se eleva por el sur, el norte y el oeste, y aunque siempre está allí, poderoso e inalterable, aprendimos que no espera. Ni los negocios. —Tomé un sorbo de champán—. ¿Qué propone para Malasia?
—Acceso a tierras en Sarawak, pero necesitamos su tecnología para cumplir con los estándares de la UE. —Una mujer de traje plateado, parada a su izquierda, añadió—. Y una garantía de inversión inicial de 50 millones.
—El doble de lo que ofrecemos —interrumpió Rachel, consultando su iPad—. Pero podemos negociar si incluyen derechos de explotación en sus plantas de litio.
—¿Nunca piensas en retirarte, Deborah? —preguntó Tan, emergiendo de las sombras.
—Solo cuando el mundo se acabe —respondí, mirando las luces de la ciudad—. Y aún así, seguiré construyendo imperios.
—¿Cree que Singapur aceptaría un proyecto de paneles flotantes en el mar? —preguntó un jeque, mientras las luces LED reflejaban en su Rolex de oro.
—Si les garantizamos un ROI del 16% en tres años, no tendrán opción —respondí, tomando un sorbo de champán.
Un par de horas después el Mercedes-Benz S-Class nos esperaba, listo para llevarnos de regreso al hotel. En el asiento trasero, revisé cifras en su iPad mientras Rachel me masajeaba los hombros.
—¿Cuándo duermes? —preguntó Rachel.
—Cuando el sol brille sobre mis cuentas bancarias —respondí, sonriendo hacia la ventana donde Singapur se desplegaba como un mapa de oportunidades infinitas.
—¿Y el descanso? —Rachel arqueó una ceja.
—El lujo es mi descanso —respondí encogiéndome de hombros. —Y en Singapur, hasta el aire huele a oportunidades.
—¿Confirmo la cancelación de la cena?
—¿No lo has hecho?
—La he cancelado hace varias horas. Sabía que el día te absorbería por completo.
—Pues confirma que no asistiré.
—Hecho—Sonrió Rachel
—¿Y los inversionistas japoneses?
—Te esperarán en Vancouver. —Respondió revisando su iPad y agregó reflexiva— El mundo de hoy está bastante competitivo; todos están ávidos, defendiendo sus intereses a capa y espada.
—No me cabe la menor duda. Tenemos que hacer lo mismo.
Rachel asintió levemente.
—¿Por qué siempre los hombres piensan que el lujo es una invitación a la vulnerabilidad? —pregunté a Rachel mientras abandonábamos el auto.
—Porque creen que el diamante en tu cuello es más frágil que tu cartera de acciones —respondió mi asistente, ajustando su maletín.
Asentí.
—Mañana, quiero un informe sobre cómo convertir un lugar en un fondo de inversión. Y que nadie sepa que lo estoy haciendo.
—Por supuesto, señora.
De regreso a mi suite, Rachel me seguía con un informe de prensa.
—¿Qué dicen los medios? —pregunté, desabrochando mis zapatos de Louboutin.
—Nada relevante. —Dijo, leyendo los titulares—. Tres mujeres jóvenes se lanzan delante de un tren de alta velocidad en Toronto. Un pastor evangélico se dispara en la cabeza durante su servicio dominical delante de 250 personas en Montreal. Una apóstola de mediana edad se lanza de un cuarto piso en Brasil. —Sus dedos volaban sobre la pantalla del iPad que sostenía—. Pero hay un rumor sobre una posible fusión con Shell.
—¿Fuente?
—Confidencial. —Rachel me entregó un vaso de agua con rodajas de limón—. ¿Quiere que investigue?
—Sí. Y planifica un vuelo privado a Seúl para la próxima semana.
—¿Negocios o placer?
—Ambos. —Sonreí, observando el Supertree Grove desde la ventana—. En este mundo, no hay diferencia.
Mi asistente asintió sonriendo.
—Rachel, necesito un informe detallado de los acuerdos de hoy. —Mi voz era baja, pero firme.
—Ya está listo, señora. —Rachel hizo pausa y añadió:. —¿Quiere que reserve alguna otra sesión en el spa de Raffles mañana para relajarse?
—No. —Me detuve, mirando la ciudad. —Quiero ver los diseños de la nueva planta solar.
—Entendido. —Rachel asintió. —¿Y la joyería de Graff?
—Sí. Quiero ese collar de rubíes y los brazaletes de zafiros tibetanos. —Sonreí, sin mirar atrás. —Pero asegúrate de que nadie sepa que los compré.
—Como siempre, señora. —Rachel sonrió, colocando el informe recién impreso sobre la mesa de comedor que había en la suite. —¿Quiere que le reserve una mesa en el CUT para la cena?
—No. Pídeme room service—Miré por la ventana, observando los rascacielos. —Quiero estar sola esta noche.
—Entendido. —Rachel no hizo preguntas. —¿Necesita algo más?
—Sí. —Me volví, mirando sus ojos azules brillar en la oscuridad. —Que nadie me moleste hasta que estemos en Canadá.
Me desperté temprano; el reloj marcaba las 8:30. Rachel entró en la suite con una bandeja que llevaba croissants franceses, café de Kopi-O, un batido de fresas Bijin Hime y un informe financiero impreso en papel de seda.
—Su agenda está llena hoy. Primero, un paseo con los inversores de Hong Kong en el Art-Science Museum. Luego, una conferencia de negocios en Marina Bay Sands. Después, almuerzo en el Waku Ghin para discutir la expansión en el sudeste asiático —anunció mientras colocaba un vestido de Dior sobre la cama.
Me incorporé, ajustando mi pijama de Gucci.
—¿Y el señor Norbu Nguyen?
—Confirmó para las 20:00. —Rachel me miró—. ¿Quiere que prepare el informe de riesgos?
—¿Aceptó los términos? —pregunté, ajustando mi cabello en un moño alto.
—Sí, pero insiste en una cláusula adicional sobre derechos de explotación en Myanmar. —Su voz era tan eficiente como el reloj Patek Philippe que llevaba.
—Negociemos un porcentaje del 12% en lugar del 15% que pide.
Tomé un sorbo de café, sintiendo el amargor que equilibraba mi mente.
—¿Y los inversionistas de Tailandia? —pregunté.
—Quieren una reunión en el Mandarin Oriental. Sugiero el salón privado del MO Bar; su discreción es impecable.
—Organízalo para las 18:00 de la próxima semana. Tengo que ir a Vancouver. —Suspiré— Consígueme un tailleur de Chanel para la cena de esta noche. Quiero proyectar poder, no elegancia.
—Entendido. ¿Prefiere el modelo con cinturón de diamantes o el de seda negra?
—El de diamantes. Siempre el de diamantes.
Después de una ducha con hidromasaje y un rápido cambio de vestuario, opté por un elegante vestido de Fendi que acentuaba mi figura y el cabello castaño en un moño alto. Los diamantes que llevaba al cuello brillaban sutilmente bajo la luz del día.
—¿Confirmaste la reunión con los inversores de Dubái?
—A las 12:00 en el Spago Dining Room. La semana próxima. Wolfgang Puck personalmente supervisará el menú. —Rachel deslizó un iPad sobre la mesa, mostrándome gráficos de rendimiento de energía solar—. Los números de Arizona están subiendo, pero necesitamos cerrar el acuerdo con Tan para el proyecto en Malasia.
Tomé un sorbo de café, sintiendo el amargor equilibrado con un toque de vainilla.
—¿Qué propone?
—Ofrece acceso a subsidios gubernamentales a cambio de una participación del 19% en tu filial europea —Rachel arqueó una ceja—. Demasiado alto.
—Negociaremos el 9% máximo. —Me ajusté los pendientes de diamantes—. Asegúrate de que incluya una cláusula de exclusividad por tres años y cláusulas de salida limpia.
Me detuve frente al espejo, examinando mi reflejo.
—¿El yate está listo para esta noche?
—Confirmado. El capitán Chen asegura que el Majestic Pearl estará en Marina at Keppel Bay a las 20:00. —Rachel se ajustó el cabello rubio que llevaba en un moño apretado.
—Perfecto.
En el Art-Science Museum, el museo, con su estructura inspirada en una flor de loto, brillaba bajo el sol matutino. Caminé entre las instalaciones de arte digital, flanqueada por Rachel, que lucía un traje de lino en color crema impecable como siempre.
—Los accionistas de Indonesia han vuelto a llamar —dijo Rachel—. No están contentos. Quieren descartar todos los planes, acuerdos y proyectos. Están convencidos de que sus intereses no se alinean con los nuestros.
—¿Estamos en negociaciones? —pregunté—. No tengo idea de qué se trata. Si son aeropuertos, aerolíneas o aviones.
—Probablemente nada de eso, señora.
—Envía a mis abogados, no necesito hacerme de enemigos en este momento.
—Ya lo he hecho —sonrió Rachel con eficiencia—. Están en un avión privado arribando a Indonesia ahora mismo.
—Qué eficiente eres.
—Gracias, señora.
—Tenemos que respetar las decisiones que hayan tomado. Asegúrate de que sean cordiales, que eviten cualquier tipo de hostilidad, pero sobre todo que sean profesionales y que todos nuestros intereses sean protegidos.
—Entendido, señora. —Asintió tecleando en el iPad que llevaba—. ¿Y si vuelven a comunicarse?
—Que mis abogados se encarguen a partir de ahora. ¿Algo más?
—No.
En un salón de conferencias de Marina Bay Sands, el aroma a café de Sumatra y el zumbido de proyectores creaban un ambiente de eficiencia calculada. Tenzin Wangchuk, flanqueado por sus socios —la fría pero elegante Ling Wong y el soltero Kai Li, con su sonrisa de galán depredador— desplegó un mapa holográfico de Asia.
—Nuestra propuesta: expandir las plantas solares en Myanmar y Filipinas. —Kai señaló con un puntero láser—. Pero necesitamos su expertise en logística, señora Abrahams.
—¿Y qué ofrecen ustedes a cambio? —mi voz cortó el aire como un bisturí.
—Acceso a mercados protegidos y… —Ling Wong dejó caer un sobre de cuero sobre la mesa— …una participación del 15%.
—Demasiado poco. —Rechacé el sobre con un gesto elegante—. Quiero el 25% y garantías de exclusividad.
—Cada día la energía solar se vuelve más lucrativa y competitiva. Toda Asia está más que preparada. —Comentó un apuesto hombre de Hong Kong.
—¿Cuál es su propuesta? —pregunté a los inversores, sin mirar los gráficos que proyectaban en la pared.
—Queremos un 15% de participación en su subsidiaria de energía solar. —La voz del hombre era firme, pero detecté un matiz de nerviosismo.
—El 12% es mi límite. —Sonreí, ajustando mis anillos de Cartier en mis dedos. —Pero les ofrezco acceso exclusivo a nuestros datos de eficiencia energética.
—¿Y si no aceptamos? —intervino una mujer, con un vestido de Givenchy.
—Entonces, les recomiendo invertir en el sector textil. —Me levanté, señalando el museo. —Este lugar demuestra que la innovación exige riesgos calculados. ¿O prefieren negociar a lo seguro?
La reunión fue provechosa, llena de ideas sobre futuros proyectos de energía solar en Asia. Los inversionistas de Hong Kong eran negociadores astutos, pero su respeto por mi experiencia y su credibilidad en los negocios hizo la diferencia. Al final, sellamos un acuerdo que prometía ser beneficioso para todos.
En el Waku Ghin, el restaurante de Tetsuya Wakuda, con su cocina abierta y mesas de mármol negro, era un santuario gastronómico. El chef me sirvió una degustación de ostras y wagyu A5. Los inversionistas y socios ya estaban sentados, con copas de sake premium. Saboreé la langosta mientras escuchaba a un socio, un hombre de negocios local.
—¿Qué propuesta traes? —pregunté, cortando el wagyu con precisión quirúrgica.
—Una planta solar en Dubái. Coste-beneficio: 1.8 millones de dólares por MW instalado.
—¿Margen de ganancia?
—12%. —Sus ojos brillaron como los diamantes de mi reloj.
—Demasiado bajo. Quiero el 22% o me llevo el proyecto a Nevada.
—Necesitamos expandirnos a Tailandia. Su mercado está listo para la energía solar. —Intervino otro.
—¿Y cómo planea evitar los subsidios estatales a los combustibles fósiles? —pregunté, sin dejar de comer.
—Tenemos contactos en el Ministerio de Energía. —El hombre sonrió, ofreciéndome una copa de vino Barolo. —Pero necesitamos apoyo financiero.
—Le daré el 5% de participación si garantiza un retorno del 20% anual. —Dejé el tenedor—. Y quiero un informe semanal sobre los avances.
El filete mignon llegó en un plato de plata, pero mi atención estaba en el teléfono: "El índice de Dow Jones sube 0.5% en premercado". Fiona Dorje rió.
—Deborah, hasta los tiburones necesitan respirar. ¿Un trago en el SkyPark?
—Solo si hablamos de contratos.
—Deborah, su propuesta es… intrigante. — Suki Wu jugueteó con su cuchillo de oro—. Pero necesitamos garantías.
—Las garantías son para los débiles. —Mi voz era suave, pero firme—. Yo ofrezco resultados.
—¿Y si falla? —preguntó Fiona, levantando una ceja.
—No fallaré. —Sonreí, tomando un sorbo de vino —. Porque en este mundo, solo hay dos opciones: hacer jaque… o desaparecer.
El silencio fue breve, pero revelador. Suki Wu asintió, y Fiona brindó con su copa y el resto de los inversionistas la imitaron.
—Entonces, ¿cuándo firmamos?
—Rachel te dará todos los detalles. —Consulté mi reloj—. Y ahora, si me disculpan, tengo una sesión en el Spa de Raffles.
—¿Un masaje? —Suki arqueó una ceja.
—No. —Sonreí—. Un ritual de poder.
Al salir, un asistente me entregó un sobre con el contrato revisado. "Margen del 22%. Firmado", leí. Fiona sonrió.
—Sabía que entenderías.
—Entiendo cifras, Fiona. No promesas.
—¿Te gustaría celebrar con una copa en el bar de la azotea? —sugirió Fiona, mirando por la ventana.
—Me encantaría, pero tengo un paseo pendiente por Orchard Road —respondí, sintiendo una leve tentación de cambiar mis planes.
—Siempre puedes comprar joyas después. Pero, ¿quién puede resistirse a un buen vino con vista? —dijo, guiñando un ojo.
—Tienes razón, una copa con ese tipo de vista es difícil de rechazar —asentí, sonriendo.
Después de disfrutar de un postre exquisito y de un par de copas de vino, nos despedimos cordialmente, y me dirigí a Orchard Road. La famosa calle comercial de Singapur era un paraíso de lujo, y estaba ansiosa por visitar a un diseñador de joyas conocido por sus piezas únicas que combinaban la tradición con un toque contemporáneo.
—Señorita Deborah, aquí está —me saludó el diseñador, su voz llena de entusiasmo mientras me mostraba una colección de anillos y pulseras brillantes.
—Son maravillosos, pero busco algo que realmente resalte mi estilo —dije, examinando una pulsera que capturaba la luz de manera hipnotizante.
—Permítame mostrarle esta pieza exclusiva. Es un diseño único, solo hay pocos en el mundo —dijo, trayendo una joya que parecía brillar por sí sola.
Mientras admiraba la pulsera, mi oído vibró por la voz de Rachel.
—Recuerda que a las 20:00 es el paseo en yate con los inversores. No te retrases —decía.
—Estoy en ello, Rachel. Estoy segura de que estas joyas serán parte de mis recuerdos en Singapur —respondí, sintiendo la emoción de hacer una compra significativa.
Al salir de la tienda, con la pulsera en mi muñeca, el cielo estaba despejado y soleado, y el calor del día se sentía agradable.
En la boutique de Bulgari, entre vitrinas de rubíes y esmeraldas, elegí un collar de perlas con un zafiro central. La vendedora, una mujer de voz melódica, susurró:
—Este diseño combina la elegancia del mediterráneo con el misterio de Oriente. Perfecto para quien entiende el poder de lo sutil.
—¿Cuánto? —pregunté, ignorando su poesía.
—$120,000. —Sonrió—. Incluye una invitación a nuestro evento privado en el Fullerton Hotel.
—Acepto. —Saqué mi tarjeta de platino—. Pero quiero que lo envíen a mi suite. No tengo tiempo para recepciones ni eventos.
Caminé despacio mientras Rachel me seguía, eficiente como una navaja suiza.
—¿Qué sabemos del fondo de inversión de la señora Wong? —pregunté a Rachel, ajustando mis gafas de sol de espejo.
—Tienen vínculos con el gobierno chino. Pero su verdadero poder está en sus joyas. —Rachel señaló una tienda de Graff—. Ese collar que llevaba… es el Diamond Eclipse. Valor: 12 millones.
—Interesante. —Entré en la tienda, donde un asistente me mostró un anillo de rubíes birmanos—. ¿Este?
—Perfecto. —Rachel asintió—. Un presente simbólico, no demasiado ostentoso.
—¿Y si lo rechaza?
—No lo hará. —Sonrió—. Las joyas son el lenguaje universal del poder.
Esa noche, el Mercedes-Benz S-Class me llevó al muelle privado de Marina Bay. El aroma del mar y la brisa fresca me envolvieron, y por un breve momento, pude dejar de lado las preocupaciones empresariales.
El yate era una maravilla de la ingeniería moderna, con áreas amplias y lujosas donde podía relajarme. Los inversores llegaron poco después, todos luciendo trajes de diseñador y sonrisas encantadoras.
El Majestic, un yate de 80 metros con cubierta de cristal templado, brillaba bajo las luces LED. Un espectáculo de luces proyectaba colores sobre el agua. Tan y yo estábamos en la cubierta superior, rodeados de socios dispuestos a invertir en mi imperio solar.
—Deborah, siempre tan puntual. —Sonrió Tan, señalando a una mujer asiática de traje rojo—. Le presento a la señora Li, inversora de Shanghái.
—Un placer. —Su apretón de manos era firme, calculado.
—¿Qué opina de nuestro proyecto en Malasia? —preguntó Li, mientras un camarero servía caviar iraní sobre tostadas de pan de centeno.
—Es ambicioso. Pero necesito informes de estabilidad política. —Mi mirada se desvió hacia el horizonte, donde los Supertrees de Gardens by the Bay parpadeaban en sincronía.
—Singapur es un ejemplo. —Tan levantó su copa—. Aquí, el riesgo se mitiga con innovación.
—Y con conexiones estratégicas. —Li sonrió, mostrando un colgante de jade que reflejaba la luz de las estrellas.
—¿Cree que Singapur está lista para energía 100% renovable? —preguntó una mujer de traje Chanel, su voz envuelta en humo de Cohiba.
—No es una cuestión solo de fe, sino de lógica. —Mi respuesta fue tan fría como el champán Krug que sostenía. —En algunos años, los costos de mantenimiento de los paneles superarán los beneficios de los combustibles fósiles.
—¿Y los subsidios gubernamentales? —interrumpió Tan, su mirada reflejando cálculos.
—Los subsidios son como los diamantes: brillan, pero no alimentan. —Sonreí, ajustando mi reloj de Bulgari. —Lo que necesitamos es un mercado libre… y un socio que entienda eso.
—Señorita Abrahams, su increíble trayectoria en los negocios es legendaria —dijo Li, sirviendo champán Dom Pérignon en copas de cristal tallado—. ¿Cómo lo logra?
—En mi mundo, el sol también se eleva por el sur, el norte y el oeste, y aunque siempre está allí, poderoso e inalterable, aprendimos que no espera. Ni los negocios. —Tomé un sorbo de champán—. ¿Qué propone para Malasia?
—Acceso a tierras en Sarawak, pero necesitamos su tecnología para cumplir con los estándares de la UE. —Una mujer de traje plateado, parada a su izquierda, añadió—. Y una garantía de inversión inicial de 50 millones.
—El doble de lo que ofrecemos —interrumpió Rachel, consultando su iPad—. Pero podemos negociar si incluyen derechos de explotación en sus plantas de litio.
—¿Nunca piensas en retirarte, Deborah? —preguntó Tan, emergiendo de las sombras.
—Solo cuando el mundo se acabe —respondí, mirando las luces de la ciudad—. Y aún así, seguiré construyendo imperios.
—¿Cree que Singapur aceptaría un proyecto de paneles flotantes en el mar? —preguntó un jeque, mientras las luces LED reflejaban en su Rolex de oro.
—Si les garantizamos un ROI del 16% en tres años, no tendrán opción —respondí, tomando un sorbo de champán.
Un par de horas después el Mercedes-Benz S-Class nos esperaba, listo para llevarnos de regreso al hotel. En el asiento trasero, revisé cifras en su iPad mientras Rachel me masajeaba los hombros.
—¿Cuándo duermes? —preguntó Rachel.
—Cuando el sol brille sobre mis cuentas bancarias —respondí, sonriendo hacia la ventana donde Singapur se desplegaba como un mapa de oportunidades infinitas.
—¿Y el descanso? —Rachel arqueó una ceja.
—El lujo es mi descanso —respondí encogiéndome de hombros. —Y en Singapur, hasta el aire huele a oportunidades.
—¿Confirmo la cancelación de la cena?
—¿No lo has hecho?
—La he cancelado hace varias horas. Sabía que el día te absorbería por completo.
—Pues confirma que no asistiré.
—Hecho—Sonrió Rachel
—¿Y los inversionistas japoneses?
—Te esperarán en Vancouver. —Respondió revisando su iPad y agregó reflexiva— El mundo de hoy está bastante competitivo; todos están ávidos, defendiendo sus intereses a capa y espada.
—No me cabe la menor duda. Tenemos que hacer lo mismo.
Rachel asintió levemente.
—¿Por qué siempre los hombres piensan que el lujo es una invitación a la vulnerabilidad? —pregunté a Rachel mientras abandonábamos el auto.
—Porque creen que el diamante en tu cuello es más frágil que tu cartera de acciones —respondió mi asistente, ajustando su maletín.
Asentí.
—Mañana, quiero un informe sobre cómo convertir un lugar en un fondo de inversión. Y que nadie sepa que lo estoy haciendo.
—Por supuesto, señora.
De regreso a mi suite, Rachel me seguía con un informe de prensa.
—¿Qué dicen los medios? —pregunté, desabrochando mis zapatos de Louboutin.
—Nada relevante. —Dijo, leyendo los titulares—. Tres mujeres jóvenes se lanzan delante de un tren de alta velocidad en Toronto. Un pastor evangélico se dispara en la cabeza durante su servicio dominical delante de 250 personas en Montreal. Una apóstola de mediana edad se lanza de un cuarto piso en Brasil. —Sus dedos volaban sobre la pantalla del iPad que sostenía—. Pero hay un rumor sobre una posible fusión con Shell.
—¿Fuente?
—Confidencial. —Rachel me entregó un vaso de agua con rodajas de limón—. ¿Quiere que investigue?
—Sí. Y planifica un vuelo privado a Seúl para la próxima semana.
—¿Negocios o placer?
—Ambos. —Sonreí, observando el Supertree Grove desde la ventana—. En este mundo, no hay diferencia.
Mi asistente asintió sonriendo.
—Rachel, necesito un informe detallado de los acuerdos de hoy. —Mi voz era baja, pero firme.
—Ya está listo, señora. —Rachel hizo pausa y añadió:. —¿Quiere que reserve alguna otra sesión en el spa de Raffles mañana para relajarse?
—No. —Me detuve, mirando la ciudad. —Quiero ver los diseños de la nueva planta solar.
—Entendido. —Rachel asintió. —¿Y la joyería de Graff?
—Sí. Quiero ese collar de rubíes y los brazaletes de zafiros tibetanos. —Sonreí, sin mirar atrás. —Pero asegúrate de que nadie sepa que los compré.
—Como siempre, señora. —Rachel sonrió, colocando el informe recién impreso sobre la mesa de comedor que había en la suite. —¿Quiere que le reserve una mesa en el CUT para la cena?
—No. Pídeme room service—Miré por la ventana, observando los rascacielos. —Quiero estar sola esta noche.
—Entendido. —Rachel no hizo preguntas. —¿Necesita algo más?
—Sí. —Me volví, mirando sus ojos azules brillar en la oscuridad. —Que nadie me moleste hasta que estemos en Canadá.
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