001
Noté como mi brazo se elevaba con algo de brusquedad y tiraban de él repetidas veces, haciéndome daño en la muñeca. Sentí murmullos a mi lado; abrí los ojos con curiosidad, pero el sol me cegó.
¿Dónde estaba? Me incorporé con dolor de cabeza.
- ¡Esta vez te has pasado! - Miré a un chico que se encontraba de pie junto a mí, mirando al cielo con rabia. Me fijé en mi muñeca izquierda al volver a notar los leves tirones; estaba esposada al chico. Me incorporé de un salto, llamando su atención.
- ¿Por qué estamos esposados? - Intenté soltarme, pero era inútil.
- Buena pregunta - Dijo el chico mirando de nuevo al cielo - ¡A mí también me gustaría saberlo! - Gritó.
Miré a nuestro alrededor, haciendo que entrara aún más en pánico, si era posible. ¿Por qué estábamos en medio del desierto? Me llevé las manos a la cabeza, intentando entender lo que estaba pasando. No me acordaba de nada, ni el cómo había llegado hasta aquí. Miré al chico, que mantenía su brazo en alto, ya que estaba esposado a mí y yo me había llevado la mano a la cabeza.
- ¿Por qué estamos aquí? - Pregunté asustada. Se encogió de hombros, mirando a lo lejos - Esto tiene que ser una broma - Miré al cielo con desesperación - ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? ¿Por qué yo? - Suspiré.
- Pregúntaselo a mi padre... - Lo miré sin entender.
- ¿Tu padre? - Comenzó a andar, tirando de mí. Miré las esposas mientras lo seguía, eran bastante extrañas; tenían símbolos que no entendía - ¿Ha sido tu padre? - Paré en seco, haciendo que parara también.
- Seguramente... - Dijo sin mirarme, comenzando a andar de nuevo, dándome la espalda en todo momento.
Iba vestido completamente de negro, con una camiseta de manga corta y unos vaqueros desgastados, manchados de arena y polvo, junto a unas botas militares. Se pasó una mano por el pelo, echándolo ligeramente hacia atrás; era tan negro como el carbón, en cambio, sus ojos eran de un gris precioso, casi inimaginable.
Nunca había visto ese color de ojos...
- ¿Quién eres? ¿Por qué tú padre me ha esposado a ti? ¿Y por qué estamos en mitad del desierto? - Interrogué, haciendo que se girara rápidamente, tomándome del mentón. Me miró fijamente con sus hermosos ojos, aunque eran fríos... No mostraban nada.
- Silencio - Dijo sin más. Lo miré durante unos segundos y aparté su mano de mi rostro de un manotazo.
- ¿Quieres que me calle? ¡Estamos esposados, perdidos en mitad del desierto y podría haber sido tu padre! ¿De verdad crees que me voy a quedar callada y no te voy a preguntar? - Me miró con algo de confusión y curiosidad - ¿Qué? - Pregunté al ver que me miraba en completo silencio.
- ¿Quién eres? - Preguntó con los ojos entrecerrados.
- Eso me gustaría saber de ti - Intenté cruzarme de brazos, pero las esposas me lo impidieron.
- Contesta - Me ordenó acercándose a mí, hasta quedar a centímetros de mi rostro. Sus ojos me nublaron la mente por un segundo.
- Yo pregunté antes - Dije frunciendo el ceño. Abrió los ojos levemente, parecía sorprendido. Retrocedió un par de pasos sin dejar de analizarme - ¿Cómo te llamas? - Pregunté con curiosidad.
- Vamos - Tiró de mí para que caminara.
- Genial... - Susurré colocándome a su lado.
En todo momento nos mantuvimos callados, aunque tenía curiosidad por saber quién era... Era muy guapo, incluso diría que podía ser modelo, pero podía estar con alguien peligroso. Supuestamente, su padre nos había traído hasta aquí, pero... ¿yo qué tengo que ver en todo esto? Si ellos tienen problemas, ¿para qué meter a un tercero?
Las horas pasaban y con ello, mis ganas de beber agua. Me moría de calor, de cansancio y me estaba deshidratando. ¿Cuánto llevaríamos andando? Miré al desconocido de reojo, viendo que estaba normal, no estaba ni siquiera sudando o algo cansado.
- ¿Estás seguro de que vamos en una buena dirección? - Me ignoró - Me encanta ver que eres tan amable, ¿eres así con todos? - Siguió mirando al frente, haciéndose el sordo - Supongo que soy yo... - Suspiré para mí misma.
Es cierto que no me suelo llevar bien con la gente, suelo estar sola, por no decir completamente desde que salí del orfanato, pero podría dignarse a responderme.
- Oye,... - Me costó decir - ¿podemos parar un minuto? Me estoy mareando por el calor - Pasé mi mano por mi frente, limpiando el sudor. Siguió caminando, ignorándome por completo - No puedo andar más... - Dije cansada, andando más lento.
- No hay sombra - Contestó, sorprendiéndome - Sigue andando - Ordenó, tirando de mí para obligarme a andar junto a él.
- Es enserio, estoy muy cansada y me muero de sed - Miré frente a nosotros; todo era desierto.
- Cuanto antes lleguemos, antes podrás descansar - Dijo serio.
- ¿Me puedes decir al menos cómo te llamas? - Pregunté, intentando adaptarme a su ritmo.
- Tengo muchos nombres... - Dijo sin más.
- ¿Cómo cuáles? - Se quedó callado.
- Hay demasiados como para decirlos todos - Dijo más para sí mismo que para mí.
- Pues... simplemente dime uno - Dije sin mirarlo. Se quedó en silencio, otra vez.
- Lucifer - Dijo al final. Lo miré con una ceja elevada.
- Lucifer... - Dije confirmándolo, miró a nuestra izquierda - ¿Cómo el diablo? - Me miró.
- También tengo ese nombre - Retiró la mirada de nuevo.
- Ya... - Estoy esposada a un loco, lo que me faltaba - Yo soy...
- Silencio - Paró en seco, mirando a nuestra izquierda, antes de tirar de mí hacia esa dirección.
Minutos después, escuché a un coche acercarse; ambos frené en seco junto a ¿Lucifer? Como sea... El coche se empezaba a escuchar cada vez más cerca, poco después lo vimos a lo lejos, pero estaba pasando de largo. Estiré los brazos y los moví mientras saltaba, para así llamar su atención, pero era inútil.
- Si hay un coche por aquí... - Susurré - Habrá gente cerca - Seguimos caminando durante media hora, hasta que empezamos a ver edificios a lo lejos - Eso es... - Nos acercamos un poco más; confirmándolo - Estamos en... Las Vegas - Miré a nuestro alrededor, cayendo de rodillas, derrotada; estaba completamente cansada y deshidratada.
- Con que Las Vegas, ¿eh? - Sonrió de medio lado.
- ¿Cómo he llegado aquí? - Susurré, observando a la gente que nos miraba extrañados. Yo vivía en Nueva York, ahora estaba en la otra punta del mapa.
- Tenemos que quitarnos esto - Dijo apuntando las esposas, asentí de acuerdo incorporándome del suelo.
- Necesito agua... - Caminamos hasta un casino y entramos.
Había mucha gente conversando mientras apostaban en distintos juegos, la música me daba aún más dolor de cabeza. Noté como Lucifer decía algo, pero no logré entenderlo. De repente, el salón se quedó en completo silencio, salvo por la música que sonaba por los altavoces de los techos.
- Trae un cuchillo - Ordenó a un hombre; asintió y se marchó.
- ¿Por qué...? - Apunté al hombre según desaparecía por una puerta - ¿Qué acaba de pasar? ¿Por qué nadie habla o se mueve salvo ese señor? - Pregunté confundida.
No respondió, se acercó a la barra y me obligó a apoyar el brazo junto al suyo. El hombre volvió con un cuchillo y se lo entregó a Lucifer, quien lo cogió y metió la punta en una de las cerraduras, pero se rompió al instante. Frunció el ceño, elevó el cuchillo e intentó cortar la mini cadena que nos unía, pero el cuchillo se rompió por la mitad.
- Genial - Tiró el mango lejos de él - Tenían que ser esposas de la misericordia... - Gruñó, mirando los símbolos que brillaron con un dorado intenso al intentar cortar la cadena, pero enseguida volvieron a ser plateadas.
- ¿Misericordia? - Pregunté sin entender a lo que se refería.
- Tengo que recuperar mi navaja - Susurró para sí mismo.
- ¿Una navaja? - Miré al hombre que se mantenía de pie a nuestro lado con la mirada perdida - ¿Podría darme un vaso de agua? - Pregunté, pero no obtuve respuesta ni siquiera se movió un milímetro. Miré a Lucifer, quien asintió y el hombre se marchó.
- ¿Cómo es que te hace caso? - Pregunté.
- Porque se me da bien persuadir a la gente - Levantó la mirada de las esposas - Aunque contigo no funciona... ¿Eres humana?
- ¿Tú lo eres? - Contraataque con otra pregunta.
- ¿Esto responde a tu pregunta? - Se puso recto y echó levemente los hombros hacia adelante.
Dos alas enormes, negras como el carbón, aparecieron a su espalda; se abrieron, pareciendo aún más grandes si era posible. Retrocedí asustada, aunque sólo pude dar un paso, ya que tiré de su brazo por las malditas esposas. Lo miré a los ojos, viendo que sus ojos grises eran fríos e inexpresivos y su rostro era serio.
- Debo estar soñando - Me reí, llevando mi mano derecha a la cabeza mientras miraba al suelo.
- Por desgracia no - Guardó sus alas, haciendo que desaparecieran de nuevo - Ahora lo que me gustaría saber es... - Se acercó a mí rostro de nuevo - ¿Eres humana?
- ¿Por qué lo dudas?
- Porque mis poderes no funcionan contigo - Se separó - Y funciona hasta con los arcángeles... - Me explicó.
- Soy humana - Me miró de reojo dudoso de mi palabra.
- Es cierto que tu aguante es nulo, igual que un humano - Lo miré con una ceja elevada - Tenemos que encontrar mi navaja - El hombre volvió con una jarra llena de agua con hielo y un vaso, me sirvió y me lo bebí de un trago.
- ¿Y dónde está? - Pregunté ya hidratada y descansada.
- Seguramente, donde me secuestraron - Chascó los dedos y tres hombres se levantaron a la vez para ir pasando por la gente.
- ¿Qué es...? - Lo miré, incorporándome de la silla.
- Nueva York - Me sorprendí al escuchar eso. ¿También vivía allí? Los tres hombres se acercaron a Lucifer y le entregaron fajos de billetes - Vamos - Salimos de allí.
- Acabas de robarles... - Lo miré de reojo.
- Tampoco creo que lo echen en falta, si están ahí para derrocharlo, significa que les sobra - Se lo guardó en el bolsillo de su pantalón vaquero lleno de polvo al igual que el resto de nuestra ropa.
Nos dirigimos hacia el aeropuerto McCarran, el cual nos pillaba bastante lejos, así que cogimos un taxi, total, teníamos dinero de sobra. Estaba deseando ducharme y cambiarme la ropa sucia, pero con las esposas ponerse una camiseta debe ser imposible.
- ¿Qué se siente ir con el diablo? - Preguntó al rato, rompiendo el silencio dentro del coche.
- ¿Por qué te llamas a ti mismo diablo? - Elevó una ceja.
- Es lo que soy - Se encogió de hombros.
- Por más que se machaque un billete, seguirá valiendo lo mismo - Repetí las mismas palabras que me repetía a misma cuando estaba sola. Me miró con seriedad durante unos segundos.
El conductor nos miraba raro a través del retrovisor, seguramente estará pensando que estamos locos, aunque no me extraña, todo esto lo era. Recordé un nombre que leí hace mucho tiempo en el colegio.
- Luzbel - Me miró con el ceño fruncido - Antes de caer te llamabas así, ¿verdad? - Miró por la ventanilla.
- Nadie me llama así desde entonces, ya que mi padre me bautizó con otro nombre antes de mandarme al infierno - Me explicó.
- Yo puedo llamarte así - Me miró con una ceja elevada.
- ¿Por qué intentas llevarte bien conmigo? - Entrecerró los ojos.
- ¿Y por qué no? - Me encogí de hombros - Además, eso de que el diablo es "malo" está sobrevalorado - Miré por mí ventanilla - Los humanos son peores a la hora de crear un infierno para alguien. Si quieren hacerte sufrir, lo harán de todas las maneras posibles con intención de darte donde más duele... - Dije más para mí, que para Luzbel. El coche se volvió a quedar en silencio durante unos minutos.
- ¿Cómo te llamas? - Preguntó, mirando por la ventanilla con la barbilla apoyada en su mano.
- Ashley Wells - Dije con una pequeña sonrisa, mirando su hermoso perfil.
El resto del viaje nadie más abrió la boca, simplemente nos quedamos en silencio hasta llegar al aeropuerto; pagamos al conductor, quien nos miraba extrañado, supongo que por nuestra rara conversación, pero lo ignoramos y fuimos a comprar nuestros boletos para volver a Nueva York.
Este viaje se me va a hacer muy largo...
¿Dónde estaba? Me incorporé con dolor de cabeza.
- ¡Esta vez te has pasado! - Miré a un chico que se encontraba de pie junto a mí, mirando al cielo con rabia. Me fijé en mi muñeca izquierda al volver a notar los leves tirones; estaba esposada al chico. Me incorporé de un salto, llamando su atención.
- ¿Por qué estamos esposados? - Intenté soltarme, pero era inútil.
- Buena pregunta - Dijo el chico mirando de nuevo al cielo - ¡A mí también me gustaría saberlo! - Gritó.
Miré a nuestro alrededor, haciendo que entrara aún más en pánico, si era posible. ¿Por qué estábamos en medio del desierto? Me llevé las manos a la cabeza, intentando entender lo que estaba pasando. No me acordaba de nada, ni el cómo había llegado hasta aquí. Miré al chico, que mantenía su brazo en alto, ya que estaba esposado a mí y yo me había llevado la mano a la cabeza.
- ¿Por qué estamos aquí? - Pregunté asustada. Se encogió de hombros, mirando a lo lejos - Esto tiene que ser una broma - Miré al cielo con desesperación - ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? ¿Por qué yo? - Suspiré.
- Pregúntaselo a mi padre... - Lo miré sin entender.
- ¿Tu padre? - Comenzó a andar, tirando de mí. Miré las esposas mientras lo seguía, eran bastante extrañas; tenían símbolos que no entendía - ¿Ha sido tu padre? - Paré en seco, haciendo que parara también.
- Seguramente... - Dijo sin mirarme, comenzando a andar de nuevo, dándome la espalda en todo momento.
Iba vestido completamente de negro, con una camiseta de manga corta y unos vaqueros desgastados, manchados de arena y polvo, junto a unas botas militares. Se pasó una mano por el pelo, echándolo ligeramente hacia atrás; era tan negro como el carbón, en cambio, sus ojos eran de un gris precioso, casi inimaginable.
Nunca había visto ese color de ojos...
- ¿Quién eres? ¿Por qué tú padre me ha esposado a ti? ¿Y por qué estamos en mitad del desierto? - Interrogué, haciendo que se girara rápidamente, tomándome del mentón. Me miró fijamente con sus hermosos ojos, aunque eran fríos... No mostraban nada.
- Silencio - Dijo sin más. Lo miré durante unos segundos y aparté su mano de mi rostro de un manotazo.
- ¿Quieres que me calle? ¡Estamos esposados, perdidos en mitad del desierto y podría haber sido tu padre! ¿De verdad crees que me voy a quedar callada y no te voy a preguntar? - Me miró con algo de confusión y curiosidad - ¿Qué? - Pregunté al ver que me miraba en completo silencio.
- ¿Quién eres? - Preguntó con los ojos entrecerrados.
- Eso me gustaría saber de ti - Intenté cruzarme de brazos, pero las esposas me lo impidieron.
- Contesta - Me ordenó acercándose a mí, hasta quedar a centímetros de mi rostro. Sus ojos me nublaron la mente por un segundo.
- Yo pregunté antes - Dije frunciendo el ceño. Abrió los ojos levemente, parecía sorprendido. Retrocedió un par de pasos sin dejar de analizarme - ¿Cómo te llamas? - Pregunté con curiosidad.
- Vamos - Tiró de mí para que caminara.
- Genial... - Susurré colocándome a su lado.
En todo momento nos mantuvimos callados, aunque tenía curiosidad por saber quién era... Era muy guapo, incluso diría que podía ser modelo, pero podía estar con alguien peligroso. Supuestamente, su padre nos había traído hasta aquí, pero... ¿yo qué tengo que ver en todo esto? Si ellos tienen problemas, ¿para qué meter a un tercero?
Las horas pasaban y con ello, mis ganas de beber agua. Me moría de calor, de cansancio y me estaba deshidratando. ¿Cuánto llevaríamos andando? Miré al desconocido de reojo, viendo que estaba normal, no estaba ni siquiera sudando o algo cansado.
- ¿Estás seguro de que vamos en una buena dirección? - Me ignoró - Me encanta ver que eres tan amable, ¿eres así con todos? - Siguió mirando al frente, haciéndose el sordo - Supongo que soy yo... - Suspiré para mí misma.
Es cierto que no me suelo llevar bien con la gente, suelo estar sola, por no decir completamente desde que salí del orfanato, pero podría dignarse a responderme.
- Oye,... - Me costó decir - ¿podemos parar un minuto? Me estoy mareando por el calor - Pasé mi mano por mi frente, limpiando el sudor. Siguió caminando, ignorándome por completo - No puedo andar más... - Dije cansada, andando más lento.
- No hay sombra - Contestó, sorprendiéndome - Sigue andando - Ordenó, tirando de mí para obligarme a andar junto a él.
- Es enserio, estoy muy cansada y me muero de sed - Miré frente a nosotros; todo era desierto.
- Cuanto antes lleguemos, antes podrás descansar - Dijo serio.
- ¿Me puedes decir al menos cómo te llamas? - Pregunté, intentando adaptarme a su ritmo.
- Tengo muchos nombres... - Dijo sin más.
- ¿Cómo cuáles? - Se quedó callado.
- Hay demasiados como para decirlos todos - Dijo más para sí mismo que para mí.
- Pues... simplemente dime uno - Dije sin mirarlo. Se quedó en silencio, otra vez.
- Lucifer - Dijo al final. Lo miré con una ceja elevada.
- Lucifer... - Dije confirmándolo, miró a nuestra izquierda - ¿Cómo el diablo? - Me miró.
- También tengo ese nombre - Retiró la mirada de nuevo.
- Ya... - Estoy esposada a un loco, lo que me faltaba - Yo soy...
- Silencio - Paró en seco, mirando a nuestra izquierda, antes de tirar de mí hacia esa dirección.
Minutos después, escuché a un coche acercarse; ambos frené en seco junto a ¿Lucifer? Como sea... El coche se empezaba a escuchar cada vez más cerca, poco después lo vimos a lo lejos, pero estaba pasando de largo. Estiré los brazos y los moví mientras saltaba, para así llamar su atención, pero era inútil.
- Si hay un coche por aquí... - Susurré - Habrá gente cerca - Seguimos caminando durante media hora, hasta que empezamos a ver edificios a lo lejos - Eso es... - Nos acercamos un poco más; confirmándolo - Estamos en... Las Vegas - Miré a nuestro alrededor, cayendo de rodillas, derrotada; estaba completamente cansada y deshidratada.
- Con que Las Vegas, ¿eh? - Sonrió de medio lado.
- ¿Cómo he llegado aquí? - Susurré, observando a la gente que nos miraba extrañados. Yo vivía en Nueva York, ahora estaba en la otra punta del mapa.
- Tenemos que quitarnos esto - Dijo apuntando las esposas, asentí de acuerdo incorporándome del suelo.
- Necesito agua... - Caminamos hasta un casino y entramos.
Había mucha gente conversando mientras apostaban en distintos juegos, la música me daba aún más dolor de cabeza. Noté como Lucifer decía algo, pero no logré entenderlo. De repente, el salón se quedó en completo silencio, salvo por la música que sonaba por los altavoces de los techos.
- Trae un cuchillo - Ordenó a un hombre; asintió y se marchó.
- ¿Por qué...? - Apunté al hombre según desaparecía por una puerta - ¿Qué acaba de pasar? ¿Por qué nadie habla o se mueve salvo ese señor? - Pregunté confundida.
No respondió, se acercó a la barra y me obligó a apoyar el brazo junto al suyo. El hombre volvió con un cuchillo y se lo entregó a Lucifer, quien lo cogió y metió la punta en una de las cerraduras, pero se rompió al instante. Frunció el ceño, elevó el cuchillo e intentó cortar la mini cadena que nos unía, pero el cuchillo se rompió por la mitad.
- Genial - Tiró el mango lejos de él - Tenían que ser esposas de la misericordia... - Gruñó, mirando los símbolos que brillaron con un dorado intenso al intentar cortar la cadena, pero enseguida volvieron a ser plateadas.
- ¿Misericordia? - Pregunté sin entender a lo que se refería.
- Tengo que recuperar mi navaja - Susurró para sí mismo.
- ¿Una navaja? - Miré al hombre que se mantenía de pie a nuestro lado con la mirada perdida - ¿Podría darme un vaso de agua? - Pregunté, pero no obtuve respuesta ni siquiera se movió un milímetro. Miré a Lucifer, quien asintió y el hombre se marchó.
- ¿Cómo es que te hace caso? - Pregunté.
- Porque se me da bien persuadir a la gente - Levantó la mirada de las esposas - Aunque contigo no funciona... ¿Eres humana?
- ¿Tú lo eres? - Contraataque con otra pregunta.
- ¿Esto responde a tu pregunta? - Se puso recto y echó levemente los hombros hacia adelante.
Dos alas enormes, negras como el carbón, aparecieron a su espalda; se abrieron, pareciendo aún más grandes si era posible. Retrocedí asustada, aunque sólo pude dar un paso, ya que tiré de su brazo por las malditas esposas. Lo miré a los ojos, viendo que sus ojos grises eran fríos e inexpresivos y su rostro era serio.
- Debo estar soñando - Me reí, llevando mi mano derecha a la cabeza mientras miraba al suelo.
- Por desgracia no - Guardó sus alas, haciendo que desaparecieran de nuevo - Ahora lo que me gustaría saber es... - Se acercó a mí rostro de nuevo - ¿Eres humana?
- ¿Por qué lo dudas?
- Porque mis poderes no funcionan contigo - Se separó - Y funciona hasta con los arcángeles... - Me explicó.
- Soy humana - Me miró de reojo dudoso de mi palabra.
- Es cierto que tu aguante es nulo, igual que un humano - Lo miré con una ceja elevada - Tenemos que encontrar mi navaja - El hombre volvió con una jarra llena de agua con hielo y un vaso, me sirvió y me lo bebí de un trago.
- ¿Y dónde está? - Pregunté ya hidratada y descansada.
- Seguramente, donde me secuestraron - Chascó los dedos y tres hombres se levantaron a la vez para ir pasando por la gente.
- ¿Qué es...? - Lo miré, incorporándome de la silla.
- Nueva York - Me sorprendí al escuchar eso. ¿También vivía allí? Los tres hombres se acercaron a Lucifer y le entregaron fajos de billetes - Vamos - Salimos de allí.
- Acabas de robarles... - Lo miré de reojo.
- Tampoco creo que lo echen en falta, si están ahí para derrocharlo, significa que les sobra - Se lo guardó en el bolsillo de su pantalón vaquero lleno de polvo al igual que el resto de nuestra ropa.
Nos dirigimos hacia el aeropuerto McCarran, el cual nos pillaba bastante lejos, así que cogimos un taxi, total, teníamos dinero de sobra. Estaba deseando ducharme y cambiarme la ropa sucia, pero con las esposas ponerse una camiseta debe ser imposible.
- ¿Qué se siente ir con el diablo? - Preguntó al rato, rompiendo el silencio dentro del coche.
- ¿Por qué te llamas a ti mismo diablo? - Elevó una ceja.
- Es lo que soy - Se encogió de hombros.
- Por más que se machaque un billete, seguirá valiendo lo mismo - Repetí las mismas palabras que me repetía a misma cuando estaba sola. Me miró con seriedad durante unos segundos.
El conductor nos miraba raro a través del retrovisor, seguramente estará pensando que estamos locos, aunque no me extraña, todo esto lo era. Recordé un nombre que leí hace mucho tiempo en el colegio.
- Luzbel - Me miró con el ceño fruncido - Antes de caer te llamabas así, ¿verdad? - Miró por la ventanilla.
- Nadie me llama así desde entonces, ya que mi padre me bautizó con otro nombre antes de mandarme al infierno - Me explicó.
- Yo puedo llamarte así - Me miró con una ceja elevada.
- ¿Por qué intentas llevarte bien conmigo? - Entrecerró los ojos.
- ¿Y por qué no? - Me encogí de hombros - Además, eso de que el diablo es "malo" está sobrevalorado - Miré por mí ventanilla - Los humanos son peores a la hora de crear un infierno para alguien. Si quieren hacerte sufrir, lo harán de todas las maneras posibles con intención de darte donde más duele... - Dije más para mí, que para Luzbel. El coche se volvió a quedar en silencio durante unos minutos.
- ¿Cómo te llamas? - Preguntó, mirando por la ventanilla con la barbilla apoyada en su mano.
- Ashley Wells - Dije con una pequeña sonrisa, mirando su hermoso perfil.
El resto del viaje nadie más abrió la boca, simplemente nos quedamos en silencio hasta llegar al aeropuerto; pagamos al conductor, quien nos miraba extrañado, supongo que por nuestra rara conversación, pero lo ignoramos y fuimos a comprar nuestros boletos para volver a Nueva York.
Este viaje se me va a hacer muy largo...
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