002
- ¿Esto es necesario? - Preguntó molesto.
- Si no quieres levantar sospechas... - Tiré de él hasta la mujer que nos sonreía ampliamente.
- Puedo persuadirlos, no hace falta que vayamos de la mano para que no se vean las esposas - Murmuró.
- Deja tus poderes de lado y compórtate como un humano - Susurré, antes de sonreír a la chica.
- ¿Se encuentran bien? - Nos preguntó mirándonos de arriba abajo; íbamos llenos de polvo y sucios por el desierto.
- Sí, es que nos han robado y queremos irnos a casa - Mentí.
- Oh, bien... ¿Quieren hablar con la policía o...?
- No, ya hemos puesto una denuncia, no se preocupe - Sonreí - Dos boletos para Nueva York, para hoy mismo, por favor - Pedí.
- Os saldrá bastante caro, ya que el avión sale en una hora, además de que...
- Ya me estoy cansando - Luzbel se adelantó, apoyándose sobre la mesa mirándole fijamente - Los boletos - Pidió.
La chica empezó a teclear en el ordenador rápidamente y nos sacó dos boletos gratis; nos lo entregó, haciendo que una sonrisa de medio lado se dibujara en el rostro de Luzbel. Nos acercamos a unos asientos libres, donde nos sentamos a la espera de que pudiéramos abordar el avión.
- Si no vas a utilizar el dinero, ¿para que lo robaste? - Apoyó los codos en sus rodillas y se llevó la mano libre al rostro.
- Porque no puedo utilizar mucho la persuasión, me cansa demasiado... El dinero es el plan B, ya que para los humanos el dinero lo es todo - Me explicó sin mirarme.
En eso no se equivocaba...
- ¿Compramos algo de beber o comer para que te sientas mejor? - Le propuse, viendo unas tiendas.
- Tampoco tenemos nada mejor que hacer - Se levantó y caminó hasta una tienda de comida rápida; miré el tablero según nos acercábamos.
- Con una hamburguesa me vale - Asintió, pidió dos y cuando las tuvimos volvimos al banco - ¿Hace cuánto que estás... por aquí? - Pregunté, intentando entablar una conversación, antes de morder la hamburguesa.
- Creo que unos cuatro años - Se encogió de hombros.
- ¿Qué sucedió con tu padre? - Ya sabía la historia, pero me gustaría escuchar su versión.
- Malentendió las cosas... - Fruncí el ceño al escuchar eso - Y deja de preguntar. Cuando nos quitemos esto, no volverás a verme - Cuando fui a responder, cerré la boca y preferí quedarme en silencio.
Durante toda la hora, estuvimos en completo silencio. Las chicas nos miraban, o más bien a Luzbel, claro que, ¿cómo no hacerlo? Es un ángel... caído, pero sigue siendo un arcángel aún así. Su belleza era impresionante, su padre lo hizo sin fallos ni una imperfección.
Cuando fue la hora de embarcar, subimos al avión y nos sentamos en nuestros respectivos asientos. Tenía muchas preguntas que rondaban mi mente, quería saber más sobre él... ¿Cómo sería el infierno? ¿Y el cielo? ¿Cómo son el resto de los ángeles? ¿Cuáles son sus poderes? ¿Cada uno tiene uno en específico?
Quería preguntarle todo lo que rondaba por mi cabeza, pero sería una molestia, y nadie quiere que el mismísimo guardián del infierno se enfade. Sin darme cuenta me fui quedando dormida, pronto llegaría a casa, y con ello una buena ducha...
(...)
- ¡Ey!- Noté un golpe en mi frente; abrí los ojos, viendo a Luzbel de pie a mi lado - Ya hemos llegado, vamos - Me hizo un gesto con la cabeza. Todavía estaba muy cansada, pero me levanté bostezando y estirándome.
- ¿Dónde está tu navaja? - Pregunté bajando las escaleras del avión. Todo estaba completamente oscuro, sería muy entrada en la noche.
- En mi casa - Tiró de mí hasta llegar al exterior del aeropuerto - Vamos a alejarnos de aquí... - Susurró más para sí mismo que para mí. Se le notaba atento a cualquier movimiento de su alrededor.
- ¿Qué pretendes? - Pregunté al ver que nos llevaba a un callejón oscuro. Sus ojos grises resaltaban en todo momento.
- ¿Tienes miedo a las alturas? - Sonrió de medio lado, mirándome de reojo.
- No, ¿por qué lo...? - Me cogió con su mano libre de la cintura y sacó sus enormes alas negras - ¿Y si nos ven? - Pregunté con preocupación.
- No nos verá nadie, volaré lo suficientemente alto - Miró hacia arriba con el ceño fruncido, por lo que copié su acto; el cielo estaba encapotado.
- ¿Esto es seguro? - Lo miré algo nerviosa; me miró, haciendo que nuestros rostros se quedaran a pocos centímetros.
- Aunque te suelte nos unen las esposas, así que... - Se encogió de hombros.
Pasó sus dos brazos por mi cintura, haciendo que solo tuviera uno para sujetarme a él, lo miré asustada y pasé mi brazo libre por su nuca; inconscientemente cerré los ojos. Noté una suave brisa y como poco a poco nuestros cuerpos se ponían completamente en horizontal. Rodeé con mis piernas su cintura al notar el frío del viento. En todo momento, llevaba los ojos cerrados y el rostro oculto en su cuello, me daba miedo abrirlos y saber a qué altura estábamos.
De pronto, Luzbel paró y se incorporó en vertical; así que abrí los ojos de golpe, pensando que habíamos llegado, pero todavía estábamos en el aire; estaba mirando seriamente algo frente a nosotros. Intenté ver qué era, pero antes de que pudiera, Luzbel cayó en picado. Cerré los ojos fuertemente y me aferré a él. Hasta que volvimos a estar de nuevo en vertical, por fin volvíamos a estar en el suelo, aunque nos encontrábamos en mitad de una carretera, la cual se encontraba completamente vacía por la hora que era; simplemente estaba iluminada por las farolas. Me separé de Luzbel y lo miré con confusión, ya que miraba el cielo con el ceño fruncido.
- ¡Hey, Lucifer! - Me asusté al escuchar una tercera voz; me giré, viendo a un chico con enormes alas blancas.
- Gabriel... - Dijo sin más.
¿Gabriel? Miré de nuevo al chico, su pelo era blanco platino y sus ojos de color oro. Iba vestido de blanco con una espada de plata a la cintura. Retrocedí un paso, hasta estar a la misma altura que Luzbel.
- ¿Qué quieres? - Gruñó Luzbel molesto.
- Padre me ha enviado para dar un mensaje - Me sorprendí al escuchar eso.
- Dile a padre que se lo meta por...
- No a ti - Dijo Gabriel sonriendo ampliamente - Sino a ella - Me apuntó.
- ¿A mí? ¿Por qué? - Pregunté sin entender.
- Mi padre te quiere ver muerta - Mi sangre se heló al escuchar la última palabra - Cuatro de mis hermanos vendrán a por ti en un mes, te tendrás que entregar sin conflictos, sin intentos de huir - Se acercó a mí repentinamente, dejándome ver sus hermosos ojos y rostro.
- ¿Por qué yo? - Pregunté con miedo.
- No lo sé, mi trabajo ha terminado - Se alejó, dándonos la espalda - Por cierto, Lucifer - Lo miró por encima del hombro - También vendrán a por ti para llevarte al infierno... - Le informó, antes de que sus alas se abrieran, y en cuestión de segundos, desapareciera de nuestra vista.
- ¿Qué acaba de pasar? - Dije mirando aún el lugar donde se encontraba Gabriel.
- No lo sé, pero si vienen mis hermanos a por ti, estás jodida - Dijo sincero.
- También van a por ti - Lo miré.
- Llevan intentando llevarme al infierno desde que escapé... - Miró al cielo - No será nada nuevo - Dijo serio.
- ¿Y yo que... haré? - Miré su perfil.
- Eso no es problema mío - Me miró de reojo y comenzó a caminar hasta un edificio.
Lo seguí en completo silencio. Es cierto que él no tiene nada que ver, pero... ¿Qué voy hacer? Soy una simple humana, cómo voy a enfrentarme a unos arcángeles yo sola . Se me hizo un nudo en la garganta y noté como mis ojos se cristalizaron, pero no derramé ni una sola lágrima, no quería dar pena a nadie.
Entramos en uno de los edificios, subimos al ascensor hasta la última planta. Luzbel abrió la puerta, dejándome ver un departamento lujoso, decorado muy minimalista, con colores negros y grises. Tiró de mí hasta un armario del salón, abrió un cajón y sacó una navaja bastante bonita, parecían dos alas plateadas.
- Apoya el brazo en la mesa - Dijo guiándome hasta una enorme isleta negra. Lo apoyé junto a su brazo, elevó la navaja y cortó sin problemas la cadena a la mitad.
- ¿Y las pulseras? - Dije mirando los símbolos dorados que se volvían poco a poco de nuevo plateados.
Intentó forzar su pulsera, pero no pudo quitárselo; cortó el pequeño enganche de su pulsera con facilidad y luego cortó el mío.
- Así parece más una simple pulsera - Dije mirándola detenidamente.
- Sí, así no tendrás problemas de que te pregunten... - Dejó la navaja sobre la isleta - Puedes marcharte - Dijo sin más caminando hasta el sofá, donde se sentó con un suspiro.
- Vale... - Suspiré acercándome a la puerta - Me alegra haberte conocido, Luzbel - Dije antes de marcharme.
La vuelta a casa fue larga, ya que me tocó ir andando. Me di una larga ducha y me tumbé en mi cama, mirando el techo en medio de la oscuridad, pensando en todo lo que había pasado hoy.
Mi vida iba a estar acabada en un mes...
- Si no quieres levantar sospechas... - Tiré de él hasta la mujer que nos sonreía ampliamente.
- Puedo persuadirlos, no hace falta que vayamos de la mano para que no se vean las esposas - Murmuró.
- Deja tus poderes de lado y compórtate como un humano - Susurré, antes de sonreír a la chica.
- ¿Se encuentran bien? - Nos preguntó mirándonos de arriba abajo; íbamos llenos de polvo y sucios por el desierto.
- Sí, es que nos han robado y queremos irnos a casa - Mentí.
- Oh, bien... ¿Quieren hablar con la policía o...?
- No, ya hemos puesto una denuncia, no se preocupe - Sonreí - Dos boletos para Nueva York, para hoy mismo, por favor - Pedí.
- Os saldrá bastante caro, ya que el avión sale en una hora, además de que...
- Ya me estoy cansando - Luzbel se adelantó, apoyándose sobre la mesa mirándole fijamente - Los boletos - Pidió.
La chica empezó a teclear en el ordenador rápidamente y nos sacó dos boletos gratis; nos lo entregó, haciendo que una sonrisa de medio lado se dibujara en el rostro de Luzbel. Nos acercamos a unos asientos libres, donde nos sentamos a la espera de que pudiéramos abordar el avión.
- Si no vas a utilizar el dinero, ¿para que lo robaste? - Apoyó los codos en sus rodillas y se llevó la mano libre al rostro.
- Porque no puedo utilizar mucho la persuasión, me cansa demasiado... El dinero es el plan B, ya que para los humanos el dinero lo es todo - Me explicó sin mirarme.
En eso no se equivocaba...
- ¿Compramos algo de beber o comer para que te sientas mejor? - Le propuse, viendo unas tiendas.
- Tampoco tenemos nada mejor que hacer - Se levantó y caminó hasta una tienda de comida rápida; miré el tablero según nos acercábamos.
- Con una hamburguesa me vale - Asintió, pidió dos y cuando las tuvimos volvimos al banco - ¿Hace cuánto que estás... por aquí? - Pregunté, intentando entablar una conversación, antes de morder la hamburguesa.
- Creo que unos cuatro años - Se encogió de hombros.
- ¿Qué sucedió con tu padre? - Ya sabía la historia, pero me gustaría escuchar su versión.
- Malentendió las cosas... - Fruncí el ceño al escuchar eso - Y deja de preguntar. Cuando nos quitemos esto, no volverás a verme - Cuando fui a responder, cerré la boca y preferí quedarme en silencio.
Durante toda la hora, estuvimos en completo silencio. Las chicas nos miraban, o más bien a Luzbel, claro que, ¿cómo no hacerlo? Es un ángel... caído, pero sigue siendo un arcángel aún así. Su belleza era impresionante, su padre lo hizo sin fallos ni una imperfección.
Cuando fue la hora de embarcar, subimos al avión y nos sentamos en nuestros respectivos asientos. Tenía muchas preguntas que rondaban mi mente, quería saber más sobre él... ¿Cómo sería el infierno? ¿Y el cielo? ¿Cómo son el resto de los ángeles? ¿Cuáles son sus poderes? ¿Cada uno tiene uno en específico?
Quería preguntarle todo lo que rondaba por mi cabeza, pero sería una molestia, y nadie quiere que el mismísimo guardián del infierno se enfade. Sin darme cuenta me fui quedando dormida, pronto llegaría a casa, y con ello una buena ducha...
(...)
- ¡Ey!- Noté un golpe en mi frente; abrí los ojos, viendo a Luzbel de pie a mi lado - Ya hemos llegado, vamos - Me hizo un gesto con la cabeza. Todavía estaba muy cansada, pero me levanté bostezando y estirándome.
- ¿Dónde está tu navaja? - Pregunté bajando las escaleras del avión. Todo estaba completamente oscuro, sería muy entrada en la noche.
- En mi casa - Tiró de mí hasta llegar al exterior del aeropuerto - Vamos a alejarnos de aquí... - Susurró más para sí mismo que para mí. Se le notaba atento a cualquier movimiento de su alrededor.
- ¿Qué pretendes? - Pregunté al ver que nos llevaba a un callejón oscuro. Sus ojos grises resaltaban en todo momento.
- ¿Tienes miedo a las alturas? - Sonrió de medio lado, mirándome de reojo.
- No, ¿por qué lo...? - Me cogió con su mano libre de la cintura y sacó sus enormes alas negras - ¿Y si nos ven? - Pregunté con preocupación.
- No nos verá nadie, volaré lo suficientemente alto - Miró hacia arriba con el ceño fruncido, por lo que copié su acto; el cielo estaba encapotado.
- ¿Esto es seguro? - Lo miré algo nerviosa; me miró, haciendo que nuestros rostros se quedaran a pocos centímetros.
- Aunque te suelte nos unen las esposas, así que... - Se encogió de hombros.
Pasó sus dos brazos por mi cintura, haciendo que solo tuviera uno para sujetarme a él, lo miré asustada y pasé mi brazo libre por su nuca; inconscientemente cerré los ojos. Noté una suave brisa y como poco a poco nuestros cuerpos se ponían completamente en horizontal. Rodeé con mis piernas su cintura al notar el frío del viento. En todo momento, llevaba los ojos cerrados y el rostro oculto en su cuello, me daba miedo abrirlos y saber a qué altura estábamos.
De pronto, Luzbel paró y se incorporó en vertical; así que abrí los ojos de golpe, pensando que habíamos llegado, pero todavía estábamos en el aire; estaba mirando seriamente algo frente a nosotros. Intenté ver qué era, pero antes de que pudiera, Luzbel cayó en picado. Cerré los ojos fuertemente y me aferré a él. Hasta que volvimos a estar de nuevo en vertical, por fin volvíamos a estar en el suelo, aunque nos encontrábamos en mitad de una carretera, la cual se encontraba completamente vacía por la hora que era; simplemente estaba iluminada por las farolas. Me separé de Luzbel y lo miré con confusión, ya que miraba el cielo con el ceño fruncido.
- ¡Hey, Lucifer! - Me asusté al escuchar una tercera voz; me giré, viendo a un chico con enormes alas blancas.
- Gabriel... - Dijo sin más.
¿Gabriel? Miré de nuevo al chico, su pelo era blanco platino y sus ojos de color oro. Iba vestido de blanco con una espada de plata a la cintura. Retrocedí un paso, hasta estar a la misma altura que Luzbel.
- ¿Qué quieres? - Gruñó Luzbel molesto.
- Padre me ha enviado para dar un mensaje - Me sorprendí al escuchar eso.
- Dile a padre que se lo meta por...
- No a ti - Dijo Gabriel sonriendo ampliamente - Sino a ella - Me apuntó.
- ¿A mí? ¿Por qué? - Pregunté sin entender.
- Mi padre te quiere ver muerta - Mi sangre se heló al escuchar la última palabra - Cuatro de mis hermanos vendrán a por ti en un mes, te tendrás que entregar sin conflictos, sin intentos de huir - Se acercó a mí repentinamente, dejándome ver sus hermosos ojos y rostro.
- ¿Por qué yo? - Pregunté con miedo.
- No lo sé, mi trabajo ha terminado - Se alejó, dándonos la espalda - Por cierto, Lucifer - Lo miró por encima del hombro - También vendrán a por ti para llevarte al infierno... - Le informó, antes de que sus alas se abrieran, y en cuestión de segundos, desapareciera de nuestra vista.
- ¿Qué acaba de pasar? - Dije mirando aún el lugar donde se encontraba Gabriel.
- No lo sé, pero si vienen mis hermanos a por ti, estás jodida - Dijo sincero.
- También van a por ti - Lo miré.
- Llevan intentando llevarme al infierno desde que escapé... - Miró al cielo - No será nada nuevo - Dijo serio.
- ¿Y yo que... haré? - Miré su perfil.
- Eso no es problema mío - Me miró de reojo y comenzó a caminar hasta un edificio.
Lo seguí en completo silencio. Es cierto que él no tiene nada que ver, pero... ¿Qué voy hacer? Soy una simple humana, cómo voy a enfrentarme a unos arcángeles yo sola . Se me hizo un nudo en la garganta y noté como mis ojos se cristalizaron, pero no derramé ni una sola lágrima, no quería dar pena a nadie.
Entramos en uno de los edificios, subimos al ascensor hasta la última planta. Luzbel abrió la puerta, dejándome ver un departamento lujoso, decorado muy minimalista, con colores negros y grises. Tiró de mí hasta un armario del salón, abrió un cajón y sacó una navaja bastante bonita, parecían dos alas plateadas.
- Apoya el brazo en la mesa - Dijo guiándome hasta una enorme isleta negra. Lo apoyé junto a su brazo, elevó la navaja y cortó sin problemas la cadena a la mitad.
- ¿Y las pulseras? - Dije mirando los símbolos dorados que se volvían poco a poco de nuevo plateados.
Intentó forzar su pulsera, pero no pudo quitárselo; cortó el pequeño enganche de su pulsera con facilidad y luego cortó el mío.
- Así parece más una simple pulsera - Dije mirándola detenidamente.
- Sí, así no tendrás problemas de que te pregunten... - Dejó la navaja sobre la isleta - Puedes marcharte - Dijo sin más caminando hasta el sofá, donde se sentó con un suspiro.
- Vale... - Suspiré acercándome a la puerta - Me alegra haberte conocido, Luzbel - Dije antes de marcharme.
La vuelta a casa fue larga, ya que me tocó ir andando. Me di una larga ducha y me tumbé en mi cama, mirando el techo en medio de la oscuridad, pensando en todo lo que había pasado hoy.
Mi vida iba a estar acabada en un mes...
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