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Pregunta, y veré si respondo - Dijo al cabo de unos segundos.

¿Por qué dijiste que "Todo fue un malentendido"? - Apoyé mi mandíbula en la mano.

¿A qué crees que me refería en ese fragmento? - Apuntó al libro que le dejé hace unos minutos.

No lo sé, dímelo tú - Me encogí de hombros.

Léelo de nuevo y dime qué has entendido - Cogió su taza y bebió un trago mientras volvía a leer el fragmento de Isaías. Dudé unos segundos en decir lo que realmente pensaba - Dilo, vamos - Me presionó, cruzándose de nuevo de brazos.

Lo leí de nuevo en alto, haciendo que entrecerrará los ojos, a la espera de una respuesta. Tomé una bocanada de aire y lo miré de frente con seriedad.

Tú no querías enfrentar a tu padre - Elevó una ceja con curiosidad - Tú querías ser igual que él, pero para que estuviera orgulloso de ti - Me miró en completo silencio, dejándome terminar mi explicación - Querías hacer lo mismo que tu padre, para que viera que podías hacerlo igual o mejor que él; así estaría orgulloso de su hijo favorito, pero en cambio, te tomó como un desleal, haciéndole creer que tendrías tu propio reinado y lo derrocarías, cuando simplemente querías estar a su altura... - No replicó nada, haciéndome saber que había acertado.

Interesante... - Sonrió de medio lado, antes de darme la espalda.

¿Y lo de Adán y Eva? - Pregunté - Se supone que los persuadiste para que pecaran - Se pasó una mano por el cuello, mientras que la otra la tenía apoyada en la encimera.

Es cierto que los hice ir por mal camino, pero no para que pecaran - Se pasó una mano por el pelo, echándolo hacia atrás, antes de volver a mirarme de frente - Me resultaba interesante hacer que los dos humanos tuvieran su propia forma de pensar, y que no estuvieran guiados en todo momento por alguien; y por ese alguien, me refiero a mi asqueroso padre...

¿Te dejaron explicarte? - Pregunté con algo de pena en la voz.

Eres la primera que me deja contar mi versión, aunque lo has deducido, más o menos, tú misma - Metió la taza en el lavavajillas y rodeó la isleta para ir al salón; giré la silla para poder mirarlo.

¿Qué te hizo tu padre? - Doblé una de mis piernas para pasarla por debajo de la otra.

Me envió al infierno, me rebautizó y me prohibió volver al cielo. Aunque eso ya lo sabe todo el mundo... Mis alas se congelan cuando intento volver y caigo de nuevo en la Tierra - Se tumbó en el enorme sofá negro con las manos detrás de la cabeza, haciendo que sus músculos se marcaran aún más - Incluso mis propios hermanos me intentaron matar... - Susurró.

¿Tu padre tampoco te quiere escuchar? - Se rió roncamente, haciendo que un escalofrío recorriera mi espina dorsal.

Es increíble como los humanos tienen tanta esperanza - Su cuerpo se relajó - La esperanza hace mucho que la perdí. Ahora solo me queda el odio y el rencor hacia mi propia familia, si se les puede llamar así... Y los de mi propia especie que me culpan de todo, al igual que los humanos... - Me acerqué a él, sin saber qué decir o cómo actuar. Algo en mí, sintió una inmensa tristeza por Luzbel - Nadie cree al demonio... sólo saben culparme de sus propios errores. De sus propias decisiones. Yo no creé al demonio... ,ellos me crearon a mí.

Yo... te creo, Luzbel - Me miró con una ceja elevada - Tal vez, no entienda cómo te sientes, pero puedo decirte que realmente, creo tu versión - De nuevo, se quedó en silencio mirándome con el ceño levemente fruncido.

¿Y si realmente te estuviera mintiendo? - Se incorporó, sentándose frente a mí con una sonrisa de medio lado.

No ganarías nada haciéndolo.

- ¿Estás segura de ello? - Entrecerró los ojos.

¿Qué ganarías mintiendo a una humana? - Abrió la boca para replicar, pero la cerró y me analizó durante un instante.

Eres muy extraña... - Dijo al cabo de unos segundos completamente serio.

Me lo suelen decir - Sonreí, haciendo que se sorprendiera - Bueno, me marcho... - Volví a la isleta y recogí los libros - Ya me has dicho lo que quería saber, así que no te molestare más - Me colgué la mochila al hombro y me acerqué a la puerta - Adiós, Luzbel - Me despedí, antes de marcharme de su departamento.

Es cierto que tenía muchas preguntas que hacerle, pero no quería molestarlo más, además, estaba satisfecha con saber su versión, la cual me hacía plantearme muchas cosas. Si moría... ¿A dónde iría? Dios me quiere ver muerta, así que no creo que me deje quedarme en el "Paraíso".

Subí al autobús y me senté en uno de los asientos con la mirada perdida en el exterior. Un mes... Mi mirada se fijó en la pulsera, ahora dorada. ¿Qué se supone que pasa cuando está en dorado y en plateado? Al llegar a mi casa, me senté frente al ordenador e intenté descifrar los símbolos dorados, pero no logré descubrir nada sobre ellos. Decidí estudiar un poco, antes de que se hiciera más tarde.

(...)

Muy tarde. ¡Era muy tarde!

Entré a la universidad corriendo e hiperventilando. Me había quedado dormida y encima había perdido también el autobús. El profesor antes de entrar se paró junto a la puerta y me miró con seriedad; me paré frente a él intentando controlar mi respiración. Sonrió levemente y me hizo un ademán con la mano para que pasara antes que él, le sonreí agradecida, antes de susurrarle un "Gracias" y pasar. Sentí todas las miradas sobre mí, hasta sentarme en uno de los últimos asientos.

Hey - Susurró Tom tirando de mi brazo para que me sentara a su lado - Tengo que hablar contigo - Me sonrió ampliamente.

Creo que no debería - Susurré mirando a Sam por el rabillo del ojo, estaba con los puños apretados sobre la mesa y matándome con la mirada.

Tranquila, Samantha y yo hemos terminado - Susurró.

Peor me lo pones...

Vosotros dos, silencio - Dijo el profesor frunciendo el ceño. Agaché la cabeza, mirando mi libro avergonzada.

Hablemos a la salida - Me susurró antes de centrarse en la clase.

Miré a mi derecha, viendo a una Samantha muy cabreada, me miró con odio y supe al instante, que esto me iba a traer muchos problemas.

No puede ser...

Durante el resto del día estuve huyendo de Sam y sus amigas en todo momento; sólo me faltaba una clase más y estaría en mi casa tranquilamente... Me acerqué a mi taquilla y saqué el libro que me faltaba, pero al cerrar vi a Sam y tres de sus amigas sonrientes con los brazos cruzados, asustándome. Dos de ellas me agarraron cada una de un brazo y me llevaron al baño arrastras. Da igual que pidiera ayuda, nadie se iba a interponer...

Tú, huérfana - Ni siquiera se sabía mi nombre. Me tiraron al suelo y Sam me pateó el estómago con la suficiente fuerza para quitarme la respiración por unos segundos - ¡Deberías aprender que una chica no sale con el ex de otra! - Noté como algo líquido caía sobre mi cabeza en dos ocasiones.

Hay que darle un poco de color a la vida, ¿verdad? - Se rió una de las chicas con dos cubos pequeños de pintura en la mano; pintura azul y roja, empezó a gotear de mi cabeza manchando el suelo.

No vuelvas acercarte a Tom, ni a ningún chico de esta universidad - Dijo Sam con rabia, dándome otra patada en el estómago; me llevé de nuevo ambas manos a la parte afectada.

Bien, marchémonos o llegaremos tarde - Dijo una de las chicas mirando el móvil, antes de marcharse, dejándome sola.

Me incorporé a duras penas, aún abrazándome el estómago para aliviar el dolor. Me apoyé en el lavamanos y me incorporé, mirándome en el espejo. Mi cabello y cara estaban cubiertos de pintura. Me lo intenté quitar durante un buen rato, pero no hubo suerte. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero evité derramar alguna. Miré mi sudadera azul oscuro, la cual me habían regalado mis tutores antes de independizarme; estaba completamente arruinada por la pintura. Cerré los ojos, tragándome la rabia mezclada con las ganas de llorar y gritar. No sé cuánto tiempo estuve en el baño, pero las clases habían terminado hace cinco minutos y si salía me verían todos; aunque seguramente, ya lo sabía toda la universidad.

Recogí mi mochila del suelo y me la colgué sin ánimos al hombro. Salí de allí, encontrándome con algunos alumnos que se empezaron a reír y hacer fotos y vídeos. Bajé la cabeza y salí al exterior, sintiendo algunas miradas de mofa.

Un gran día, sin duda...


© Carla Gaona,
книга «Lucifer».
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