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Miré con cautela el edificio desde dentro del coche; Luzbel salió con paso seguro y me esperó con los brazos cruzados, salí con un pequeño suspiro y con algo de inseguridad. Antes de entrar, miré los cristales pintados de negro. No me creaba ninguna confianza.

¿Entras? - Dijo Luzbel abriéndome la puerta - ¿O te quedas ahí como una estatua?

Entré, escuchando a gente hablando; un olor muy fuerte a sudor me inundó las fosas nasales. Seguí a través de un largo pasillo a Luzbel, viendo al fondo a bastantes personas entrenando de muchas maneras distintas. Miré a una chica que estaba levantando pesas con mucha facilidad, lo que me hizo sentir aún más débil si era posible...

Venga - Miré a Luzbel, quien sujetaba con una mano un saco de boxeo gris que colgaba del techo.

¿Qué? - Puso los ojos en blanco.

Pégale - Me animó con una sonrisa de medio lado - Saca tu rabia - Suspiré, apoyando la frente en el saco.

Lo único que quiero hacer ahora mismo es echarme en mi cama, taparme y desaparecer - Dije sincera.

- ¡Oh, vamos! - Lo miré - Inténtalo al menos - Suspiré mirando el saco durante unos segundos, antes de darle un puñetazo desganado; Luzbel me miró con una ceja elevada - Me tomas el pelo, ¿no? - Me retiró unos centímetros para posicionarse donde estaba yo - Tienes que hacerlo así - Estrelló su puño con tanta fuerza que el saco se desprendió del techo y cayó a un metro de nosotros.

Mis ojos se abrieron como platos y me llevé ambas manos a la boca. Miré a nuestro alrededor, viendo a todos mirarnos, claro que no me extraña... ¿¡Quién diablos arranca un saco de boxeo del techo!? Claro, el mismísimo en persona... Miré a Luzbel, quien miraba el techo con una sonrisa divertida. Una mujer se nos acercó con paso decidido y con cara de pocos amigos; se plantó frente a mí, con los brazos en forma de jarra.

¿Me podéis explicar? - Dijo seria apuntando al saco que estaba tirado en el suelo.

Yo... Él... - Tartamudeé sin saber qué decir.

Lo que pasa es que he dado un puñetazo, bastante flojo, la verdad - Miré a Luzbel que se posicionó junto a nosotras. ¿Flojo? ¿Eso era flojo? - Y al estar el techo agrietado ha pasado esto - Miré de reojo a la mujer que miraba el techo sin saber qué decir.

Hace unos días lo revise yo misma y estaba todo en orden - La mujer se cruzó de brazos. Luzbel sonrió ampliamente y se acercó, hasta quedarse a unos centímetros de su rostro.

Pues al parecer no. Y al ser un gimnasio ilegal, me parece que no quieres que llame a la policía, ¿verdad? - La mujer tragó con dificultad al no saber qué hacer - Claro que no - Luzbel se incorporó, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón con una sonrisa victoriosa en el rostro.

Lo entiendo, culpa mía por no fijarme en la grieta - Se rió falsamente - Pueden continuar - Nos dio la espalda y se marchó.

¿Persuasión? - Me miró de reojo con seriedad.

No me ha hecho falta hacerlo.

- ¿Un gimnasio ilegal? ¿No me podías llevar a otro sitio? - Me crucé de brazos.

¿A dónde quieres que te lleve? - Sonrió maliciosamente, haciéndome elevar una ceja.

De vuelta a mi casa - Fui hacia la puerta de salida. Seguramente, si nos quedábamos ahí, Luzbel destruiría el local entero.

Eres muy poco divertida - Dijo posicionándose a mi lado.

Nadie te está obligando a quedarte junto a mí - Intenté abrir la puerta del copiloto, pero estaba cerrado, por lo que me giré para mirarlo. Estaba cruzado de brazos con su cuerpo relajado.

¿Quieres que te enseñe a defenderte? - Me propuso.

¿Defenderme?

- Sí, para cuando vengan mis hermanos a por ti. Al menos, no se lo pongas fácil a la hora de matarte - Fruncí levemente el ceño.

¿Por qué? - Esta vez, fue él quien frunció el ceño.

¿"Por qué" qué?

- ¿Por qué lo harías? - Entrecerré los ojos.

Simplemente me has caído bien - Metió las manos en los bolsillos del pantalón y se encogió de hombros - Si no quieres... - Rodeó el coche.

¡Espera! - Paró en seco, aún dándome la espalda - Yo no he dicho que "No" - Me miró por encima del hombro y sonrió de medio lado, provocándome un escalofrío.

Genial... Vamos - Subió al coche.

¿A dónde vamos? - Pregunté antes de que arrancara.

¿No querías que te llevara a casa? - Me miró de reojo - ¿O has cambiado de idea? - Negué con la cabeza, haciendo que pusiera los ojos en blanco y pusiera el coche en marcha.

Durante todo el recorrido de regreso, estuvimos en completo silencio. Miré a través de mi ventanilla, pensativa.

Si Luzbel me enseñaba a defenderme... ¿De qué me serviría? ¡Estábamos hablando de Arcángeles! Aunque por intentarlo no perdía nada, salvo la vida, y eso ya está en riesgo...

Miré a Luzbel, el cual conducía con su cuerpo relajado y con una sola mano, ya que el otro brazo lo tenía apoyado entre la ventana y la puerta. No sabría decir qué es lo que está pasando por su cabeza ahora mismo, su rostro era una fachada bastante bien hecha. De lo que sí me había dado cuenta, es de que las veces que me ha sonreído o hablado, era muy forzado... Excepto cuando me contó su punto de vista, ahí sí que era sincero. No sabría explicar las diferencias de ambas caras, pero sabía distinguirlas. Y ahora, estaba siendo forzado a ser amable conmigo.

Listo - Lo miré sin entender - Tú casa - Apuntó a nuestra izquierda; miré por su ventanilla.

Oh, gracias - Sonreí saliendo del coche y lo rodeé, hasta subir a la acera.

- ¡Nos vemos mañana! - Me giré para mirarlo - Te iré a buscar a clase e iremos a mi casa para empezar tus entrenamientos - Me pasé una mano por el pelo.

No hace falta que lo hagas de verdad - Insistí; sonrió de nuevo, forzadamente.

Iré a por ti de todas formas - Arrancó y se marchó.

Me quedé unos segundos mirando la carretera, entré en casa y subí a mi habitación, sentándome en la cama. Tenía que hacer los deberes, pero no tenía ningunas ganas... No podía parar de pensar en Luzbel. ¿Por qué se estaba forzando a estar conmigo? Me tumbé en la cama de espaldas, mirando el techo. Si él me había ofrecido su ayuda, obviamente la iba a aceptar, aunque sea para mal, no me quedaba otra salida, mi vida estaba en riesgo...

Me levanté a por mis libros y cuadernos, dejándolos sobre la cama. Vi la hoja con los símbolos sobre mi escritorio, la cogí junto con el portátil y me senté de nuevo en medio de la cama rodeada de mis libros. Empecé hacer los deberes, pero no paraba de mirar de reojo los símbolos que me traían mucha curiosidad; encendí el portátil y empecé a buscar distintas escrituras para ver si alguna coincidía, pero nada.

¿Tal vez, sea inventado? - Pensé en alto.

Revisé mi pulsera; tenía los símbolos dorados. Sigo sin entender de qué va esto de las esposas y el que me unieran a Luzbel... Sería más simple haberme matado desde un principio y ya, ¿para qué se molestaría Dios en hacer todo esto? Es posible que alguno de los hermanos de Luzbel nos pusiera las esposas para complacer a su padre... O simplemente, lo hizo para acabar con los dos al mismo tiempo, pero eso no tendría sentido, ya que mientras estábamos inconscientes en el desierto podrían haber acabado con mi vida y haber enviado a Luzbel al infierno.

No entiendo nada - Suspiré, llevándome una mano a la cabeza - Tiene que haber alguna lógica en esto... pero, ¿cuál? - Eché la cabeza hacia atrás, intentando pensar en algo, pero no se me ocurría nada.

Miré mi pulsera durante horas, intentando saber qué significado ocultaba, pero solo me podía imaginar a arcangeles hablando en esta extraña lengua... ¿El idioma propio de los ángeles? Sonreí por mi estupidez, pero decidí buscar en Google, por probar. Fruncí el ceño al ver que habían muchas páginas que hablaban del idioma de los ángeles; entré en una cualquiera para empezar a leer con curiosidad.

¿Enoquiano? - Busqué un alfabeto y algunos símbolos coincidían, por lo que empecé a escribir en mi cuaderno lo que significaba cada símbolo - ¿"Hasta el juicio final"?

¿Eso era lo que ponía?

Todavía me quedaban algunos símbolos, pero no salían en aquel diccionario, así que me quedé con la duda...

Mañana le diré a Luzbel lo que había descubierto.

© Carla Gaona,
книга «Lucifer».
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