Capítulo 1
Sarah.
Sus padres eran toda bondad, literalmente sus grandes corazones altruistas los habían llevado a la muerte. Dos médicos excepcionales siempre dispuestos a ponerse al servicio de los demás. Se habían internado en lugares remotos de África llevando vacunas y atención médica a familias y a aldeas desfavorecidas durante años. Sus atribuciones médicas les había dejado varios premios, placas, galardones y reconocimientos.
"Quiero que seas médico" Le había dicho su padre. Recordarlo la hizo rabiar, no había forma de que ella aceptara eso. ¿Que habían conseguido ellos? ¿Morir prematuramente? ¿Dar su vida en servicio a otros sin recibir nada a cambio? De ninguna manera, eso no era para ella.
Sarah meneó la cabeza en negación y adoptó una postura rígida en el asiento del Metro donde viajaba a Brooklyn. Se ató el cabello castaño en una coleta y sacó su celular del bolsillo del pantalón. Vio el nombre de su amiga Chloe en la pantalla, quien tanto como ella había odiado que se mudara a casa de su abuelo, a donde se dirigía en ese momento.
Su abuelo la recibió con un fuerte abrazo, como si pudiera transmitir todo el dolor que él también sentía por haber perdido a su único hijo y a su nuera. Pero el estado de Sarah era otro en ese momento, el enojo, la rabia y la amargura hacían mella en ella. Además, unos buitres (Los abogados de sus padres) habían puesto la casa en venta sin que ella pudiera evitarlo, por órdenes de su abuelo. Y quién ahora la miraba resignado y en paz, había aceptado sus muertes con madurez, propio de un anciano sabio que conoce los senderos de la vida. Pero Sarah, ella era como un huracán siendo contenido. El dolor la consumía, diezmándole las fuerzas y las ganas de vivir.
—¿Estás bien?—Le preguntó al soltarla.
—No debiste poner en venta la casa, abuelo.—Cruzó los brazos y no ocultó la rabia en su voz.
—Tenía que hacerlo, no podemos ocuparnos de ambas casas. Además pronto irás a la universidad y necesitas el dinero. He dado orden de guardar sus pertenencias en una bodega, si eso te preocupa. Tampoco tengo espacio para tantos muebles, esta casa no es cómo la de tus padres.
Sarah puso los ojos en blanco de puro fastidio, tomó su equipaje y se dirigió a las escaleras.
—¿Tienes hambre?—Le preguntó—Te preparé tu platillo favorito.
—No, abuelo.—Respondió sin detenerse—Y quiero estar sola.
La vieja alcoba de su padre, cuando era niño, era bastante pequeña comparada a la que solía tener ella en casa. Y es que, tenían una excelente posición económica, podían permitirse grandes lujos y una gran calidad de vida. Sus padres eran trabajadores diligentes, amorosos y complacientes.
Dió un pequeño vistazo, una decoración azul en paredes y alfombra, una cama pequeña, mesas de noche a ambos lados con un par de menorás, dos cómodas de caoba, un armario pegado a la pared y un escritorio y una silla junto a la ventana. A la derecha pudo ver la puerta blanca que conectaba al pequeño baño.
Cerró de un portazo, dejó las cosas en el suelo y se tiró a la cama.
Habría preferido mudarse con su amiga Chloe. Sus padres y los de ella eran grandes amigos, se habían conocido en la universidad. Éstos eran médicos también. Y era con quienes siempre se quedaba cuando sus padres viajaban a sus congresos médicos y jornadas benéficas, entre otras cosas. Transcurrieron más de dos meses sin que pudiera verlos, y ahora no les vería nunca más.
Ahogó los gritos y el llanto en la almohada. El dolor le rasgaba el alma, como zarpazos y arañazos en el pecho que la desgarraban.
John su abuelo tocó levemente la puerta y a la vez abrió. Observó a la hermosa joven que sollozaba amargamente hundida en la almohada. Su corazón dio un vuelco de pura pena y la llamó:
—Sarah...
—Déjame sola, abuelo—Gimoteó la joven.
Éste rodeó la cama, sentándose a su lado y le colocó una mano en el hombro.
—Todo va a estar bien. Te lo prometo.
—No me prometas nada, abuelo.—Siguió entre sollozos—Solo déjame sola.
—Esta bien. Pero debes ser fuerte. Voy a orar por ti. Eres lo único que tengo ahora, Sarah. No olvides eso.
No hubo respuesta y el anciano no la esperó, se levantó de la cama, marchó hacia la puerta y salió de la habitación.
A pesar de todo volver a ver a Chloe tuvo un sabor dulce para Sarah.
—Estás tan deprimida, creo que deberías ir a terapia.—Le dijo su amiga mirándola con preocupación.
—Estoy bien. No lo necesito.
—No lo estás. Nunca te había visto comer una hamburguesa tan despacio. Son tus favoritas. No eres la misma.
—No digas eso. Es solo que no tengo apetito. Todo apesta ahora.
Chloe suspiró. Su vista se perdió a través de los anchos ventanales de cristal. Estaba nevando. Los copos de nieve caían delicadamente pero habían cubierto toda la calle otra vez. Se aferró a su abrigo y se estremeció en un escalofrío. Volvió a clavar la mirada en su amiga frente a ella que jugaba con su malteada de chocolate con la vista perdida en la mesa.
Joe's Dinners había sido su lugar favorito desde siempre, las mejores hamburguesas y papas francesas eran las de allí. Los jóvenes ocupaban las mesas alrededor mientras comían, bebían, charlaban y reían. Pero Sarah estaba ensimismada y distraída. Y apenas había tocado la comida.
—Entiendo por lo que estás pasando. No debe ser fácil.
—No, no lo sabes. Tu familia está intacta.
—Claro que lo sé. ¿Recuerdas a mi abuela en primavera?. ¿Lo importante que era para todos nosotros?
Sus padres estaban afuera en el auto tocando la bocina y haciendo señas con las manos.
—Vámonos.—Chloe sacó un par de billetes del bolsillo y los dejó sobre la mesa:—Te quedarás con nosotros esta noche, mi mamá le avisó a tu abuelo.
Sarah se puso de pie y la siguió. La puerta de cristal se cerró tras ella en un campanazo. El ambiente helado las envolvió. Sintió como la brisa gélida le golpeaba el rostro haciendo que su nariz y las mejillas se le enrojecieran. Notó el mismo efecto en Chloe, cuando ésta se volvió, después de abrirle la puerta del auto para que subiera.
En el interior del auto se encontró con el rostro sonriente de Hannah la hermana pequeña de Chloe.
—¡Te extrañé!.—Le dijo la pequeña y la abrazó.
El corazón se le llenó de ternura y le devolvió el abrazo.
—Yo también.
La madre de Chloe se volvió para mirarla.
—Lamentamos tanto lo de tus padres, Sarah. Sabes lo importantes que eran Christian y Elizabeth para nosotros.
—Tienes nuestro apoyo.—Agregó el padre, apretando el volante y mirándola por el retrovisor.
—Se los agradezco.—Pronunció Sarah.
Chloe le apretó la mano por encima del asiento.
A pesar de que su abuelo y sus amigos íntimos la apoyaran, nada conseguía consolarla. Sabía que perder a sus padres sería un golpe del que nunca se recuperaría. No podía fingir que todo estaba bien, que todo en ella marchaba bien. Cuando el dolor le calaba los huesos y le partía el alma en pedazos minúsculos. Y que ella no era capaz de sobreponerse, recoger los pedazos rotos y volver a juntarlos.
Sarah se despertó sobresaltada, con la respiración agitada y la cara cubierta por una capa de sudor. Era la tercera noche que tenía la misma pesadilla.
—¿Estás bien? —Le preguntó Chloe rascándose los ojos, adormilada.
—Si—Respondió con un hilo de voz:—Vuelve a dormir.
La misma sensación de opresión, como si alguien invisible intentara estrangularla y asfixiarla.
Se recostó nuevamente en la ancha cama que compartía con Chloe y acurrucó la cabeza en la almohada. No meditó en la pesadilla, estaba tan agotada física y emocionalmente que volvió a quedarse dormida fácilmente. La escena era la misma. Deambulaba por un campo de trigo en la penumbra de la noche más oscura, perdida como si de un laberinto sin salida se tratase, mientras las voces de sus padres llamándola hacían eco agudo en el aire, y ella angustiada en su búsqueda se perdía más y más entre los matorrales. Hasta que, una serpiente como una pitón salía de entre la alta hierba e intentaba enroscarse a sus piernas... Y allí justo ahí se despertaba.
El invierno se hacía cada vez más frío. Esa noche había nevado hasta el amanecer y cuando Sarah y Chloe salieron de la casa para ir a la escuela todo estaba cubierto de nieve.
Chloe sabía el estado de melancolía en el que estaba inmersa su amiga y tratando de animarla tomó un poco de nieve, haciendo una bola con las manos enguantadas y se la lanzó en el hombro. Sarah solo se volvió y la miró impasible.
—¡Vamos!—Le animó sonriendo—El invierno pasado lo pasamos muy bien.
—El invierno pasado todo era diferente.—Replicó, se acomodó la mochila en el hombro y se dirigió al Audi rojo que le habían obsequiado a Chloe en su cumpleaños—Se nos hará tarde.
Chloe resopló y caminó firmemente hacia el auto mientras la nieve crujía debajo de ella en cada pisada. Estaba decidida a hacer algo para sacar a su amiga de su confinamiento y tristeza. Ya se le ocurrirían algunas ideas.
Cuando Chloe y Sarah entraron por la puerta de la casa de Spencer, Ian Somers se acercó a ellas inmediatamente. Todos asistían a Hodges un instituto privado en Manhattan. La música estridente resonaba por toda la casa. Había un grupo en el centro del salón bailando, una mesa con aperitivos y una barra donde un par de chicos preparaban y servían bebidas.
—Chicas.—Les saludó
—Ahora no, Ian. —Cortó Chloe
—Es muy raro verlas por aquí.—Siguió el pelirrojo—Sobretodo después de lo que le pasó a tus padres Sarah.
—Cállate.—Espetó nuevamente Chloe.
—Esta bien, gracias Ian.—Siguió Sarah—Yo tampoco sé que hago aquí.
—Hemos venido a divertirnos.—Contestó Chloe rodando los ojos.
—Es mejor que me vaya.—Sarah se dió vuelta e intentó escabullirse.
Chloe le sujetó el codo.
—Vamos Sarah... Solo un rato.
—Si yo fuera tú, me marcharía—Replicó Ian
—Gracias Ian.—Chloe lo sentenció con la mirada.
—¿Qué?—Preguntó el chico encogiéndose de hombros.
—Gracias por el apoyo.
—Esto es ridículo, Chloe.—Escupió Sarah.
—Oh mira...—Chloe señaló con una ligera inclinación de cabeza hacia Charles Maxwell, capitán del equipo de fútbol americano, y con quien Sarah había salido algunos meses. Éste le había jurado amor eterno y después terminaron por rumores de una supuesta infidelidad que Sarah nunca pudo confirmar.—Maxwell a las seis...
—Es un cerdo.
—¡Vamos, Sarah...!—Atajó suplicante.
El apuesto y musculoso galán de piel oliva y centelleantes ojos verdes, quien no las había visto, se volvió para ser rodeado por un par de brazos femeninos y recibir un beso en la boca de una delgada chica rubia.
—Es despreciable.—Soltó Sarah con desdén—Cualquier animal moribundo en el zoológico seria mejor que él.
—Mira, Megan...—Añadió Chloe sentenciosa.—¿Crees que fue ella...?
—Ya, déjalo. No tiene importancia.—Atajó y volvió a mirarlos—No me he perdido de nada.
—Chicas.—Dijo Ian captando su atención y recordándoles que seguía allí—Podemos ir a la piscina, el agua está caliente...
—No Ian.—Cortó Chloé sacudiendo su largo cabello castaño y poniendo los ojos en blanco—Nadie va a mojarse. Puedes traernos algunas bebidas, si quieres.
—Con gusto, señoritas—Ian dió la vuelta y se acercó a la barra por dos daiquiris de fresa
Charles se distrajo con otros amigos y se perdió hacia otra parte de la casa. Megan que si las había visto se acercó a ellas inmediatamente.
—Si es la santurrona.—Le dijo a Sarah a modo de saludo.
—Hola Megan—Le respondió Sarah cortante.
—Entonces...—Siguió—Ya debes haber notado que Charles tiene otras prioridades...
—Oh si, tú. Por ejemplo.—Siguió Chloe burlona.
—Solo lo digo para que se mantengan alejadas.
—No tienes que pedírmelo.—Respondió Sarah tajantemente.
Ian volvió con las bebidas en la mano y sé las entregó, miró a Megan.
—Megan.—Saludó
—Ian.—Dijo ella. Se volvió y miró a Sarah—Por cierto, nunca te fue fiel. Estuvo conmigo todo el tiempo.
Sarah no había probado la copa que tenía en la mano cuando se la derramó a Megan en la cabeza.
—¡Oye! —Exclamó la rubia
Ian y Chloe desplazaron la vista entre ambas, impávidos. Sarah se tomó un par de microsegundos para contener la ira que se desataba en ella. Tomó grandes bocanadas de aire pero Megan se volvió contra ella empujándola.
—¡Pelea! ¡Pelea! —Gritó alguien y todos se conglomeraron alrededor.
Y Sarah no pudo controlarse más, no había una gota de dominio propio en ella. Aunque Megan era más alta, logró sujetarle la melena rubia insertándole los dedos en la cabeza, la sacudió con fuerza y con el puño de la mano libre le propinó un duro golpe en el centro de la cara que la envió al suelo, su nariz sangraba. Sarah tomó la mano de Chloe y se marchó del lugar desplazándose entre las personas que la miraban atónitos.
Chloe se soltó de su agarre y la hizo girar para mirarla, molesta.
—¿Estás loca? ¿Como pudiste hacer eso?
—¿Que querías que hiciera? —Le dijo aún sobresaltada y respirando con dificultad.
—Que fueses razonable, por ejemplo.
Ian las alcanzó trotando por la entrada.
—Oye Sarah, eso fue épico—Le dijo.
—¡Tú no la apoyes!.—Gritó Chloe furiosa y lo miró con ganas de partirlo en dos.
—¡Vámonos, Chloe!—Apuró Sarah.
Sus padres eran toda bondad, literalmente sus grandes corazones altruistas los habían llevado a la muerte. Dos médicos excepcionales siempre dispuestos a ponerse al servicio de los demás. Se habían internado en lugares remotos de África llevando vacunas y atención médica a familias y a aldeas desfavorecidas durante años. Sus atribuciones médicas les había dejado varios premios, placas, galardones y reconocimientos.
"Quiero que seas médico" Le había dicho su padre. Recordarlo la hizo rabiar, no había forma de que ella aceptara eso. ¿Que habían conseguido ellos? ¿Morir prematuramente? ¿Dar su vida en servicio a otros sin recibir nada a cambio? De ninguna manera, eso no era para ella.
Sarah meneó la cabeza en negación y adoptó una postura rígida en el asiento del Metro donde viajaba a Brooklyn. Se ató el cabello castaño en una coleta y sacó su celular del bolsillo del pantalón. Vio el nombre de su amiga Chloe en la pantalla, quien tanto como ella había odiado que se mudara a casa de su abuelo, a donde se dirigía en ese momento.
Su abuelo la recibió con un fuerte abrazo, como si pudiera transmitir todo el dolor que él también sentía por haber perdido a su único hijo y a su nuera. Pero el estado de Sarah era otro en ese momento, el enojo, la rabia y la amargura hacían mella en ella. Además, unos buitres (Los abogados de sus padres) habían puesto la casa en venta sin que ella pudiera evitarlo, por órdenes de su abuelo. Y quién ahora la miraba resignado y en paz, había aceptado sus muertes con madurez, propio de un anciano sabio que conoce los senderos de la vida. Pero Sarah, ella era como un huracán siendo contenido. El dolor la consumía, diezmándole las fuerzas y las ganas de vivir.
—¿Estás bien?—Le preguntó al soltarla.
—No debiste poner en venta la casa, abuelo.—Cruzó los brazos y no ocultó la rabia en su voz.
—Tenía que hacerlo, no podemos ocuparnos de ambas casas. Además pronto irás a la universidad y necesitas el dinero. He dado orden de guardar sus pertenencias en una bodega, si eso te preocupa. Tampoco tengo espacio para tantos muebles, esta casa no es cómo la de tus padres.
Sarah puso los ojos en blanco de puro fastidio, tomó su equipaje y se dirigió a las escaleras.
—¿Tienes hambre?—Le preguntó—Te preparé tu platillo favorito.
—No, abuelo.—Respondió sin detenerse—Y quiero estar sola.
La vieja alcoba de su padre, cuando era niño, era bastante pequeña comparada a la que solía tener ella en casa. Y es que, tenían una excelente posición económica, podían permitirse grandes lujos y una gran calidad de vida. Sus padres eran trabajadores diligentes, amorosos y complacientes.
Dió un pequeño vistazo, una decoración azul en paredes y alfombra, una cama pequeña, mesas de noche a ambos lados con un par de menorás, dos cómodas de caoba, un armario pegado a la pared y un escritorio y una silla junto a la ventana. A la derecha pudo ver la puerta blanca que conectaba al pequeño baño.
Cerró de un portazo, dejó las cosas en el suelo y se tiró a la cama.
Habría preferido mudarse con su amiga Chloe. Sus padres y los de ella eran grandes amigos, se habían conocido en la universidad. Éstos eran médicos también. Y era con quienes siempre se quedaba cuando sus padres viajaban a sus congresos médicos y jornadas benéficas, entre otras cosas. Transcurrieron más de dos meses sin que pudiera verlos, y ahora no les vería nunca más.
Ahogó los gritos y el llanto en la almohada. El dolor le rasgaba el alma, como zarpazos y arañazos en el pecho que la desgarraban.
John su abuelo tocó levemente la puerta y a la vez abrió. Observó a la hermosa joven que sollozaba amargamente hundida en la almohada. Su corazón dio un vuelco de pura pena y la llamó:
—Sarah...
—Déjame sola, abuelo—Gimoteó la joven.
Éste rodeó la cama, sentándose a su lado y le colocó una mano en el hombro.
—Todo va a estar bien. Te lo prometo.
—No me prometas nada, abuelo.—Siguió entre sollozos—Solo déjame sola.
—Esta bien. Pero debes ser fuerte. Voy a orar por ti. Eres lo único que tengo ahora, Sarah. No olvides eso.
No hubo respuesta y el anciano no la esperó, se levantó de la cama, marchó hacia la puerta y salió de la habitación.
A pesar de todo volver a ver a Chloe tuvo un sabor dulce para Sarah.
—Estás tan deprimida, creo que deberías ir a terapia.—Le dijo su amiga mirándola con preocupación.
—Estoy bien. No lo necesito.
—No lo estás. Nunca te había visto comer una hamburguesa tan despacio. Son tus favoritas. No eres la misma.
—No digas eso. Es solo que no tengo apetito. Todo apesta ahora.
Chloe suspiró. Su vista se perdió a través de los anchos ventanales de cristal. Estaba nevando. Los copos de nieve caían delicadamente pero habían cubierto toda la calle otra vez. Se aferró a su abrigo y se estremeció en un escalofrío. Volvió a clavar la mirada en su amiga frente a ella que jugaba con su malteada de chocolate con la vista perdida en la mesa.
Joe's Dinners había sido su lugar favorito desde siempre, las mejores hamburguesas y papas francesas eran las de allí. Los jóvenes ocupaban las mesas alrededor mientras comían, bebían, charlaban y reían. Pero Sarah estaba ensimismada y distraída. Y apenas había tocado la comida.
—Entiendo por lo que estás pasando. No debe ser fácil.
—No, no lo sabes. Tu familia está intacta.
—Claro que lo sé. ¿Recuerdas a mi abuela en primavera?. ¿Lo importante que era para todos nosotros?
Sus padres estaban afuera en el auto tocando la bocina y haciendo señas con las manos.
—Vámonos.—Chloe sacó un par de billetes del bolsillo y los dejó sobre la mesa:—Te quedarás con nosotros esta noche, mi mamá le avisó a tu abuelo.
Sarah se puso de pie y la siguió. La puerta de cristal se cerró tras ella en un campanazo. El ambiente helado las envolvió. Sintió como la brisa gélida le golpeaba el rostro haciendo que su nariz y las mejillas se le enrojecieran. Notó el mismo efecto en Chloe, cuando ésta se volvió, después de abrirle la puerta del auto para que subiera.
En el interior del auto se encontró con el rostro sonriente de Hannah la hermana pequeña de Chloe.
—¡Te extrañé!.—Le dijo la pequeña y la abrazó.
El corazón se le llenó de ternura y le devolvió el abrazo.
—Yo también.
La madre de Chloe se volvió para mirarla.
—Lamentamos tanto lo de tus padres, Sarah. Sabes lo importantes que eran Christian y Elizabeth para nosotros.
—Tienes nuestro apoyo.—Agregó el padre, apretando el volante y mirándola por el retrovisor.
—Se los agradezco.—Pronunció Sarah.
Chloe le apretó la mano por encima del asiento.
A pesar de que su abuelo y sus amigos íntimos la apoyaran, nada conseguía consolarla. Sabía que perder a sus padres sería un golpe del que nunca se recuperaría. No podía fingir que todo estaba bien, que todo en ella marchaba bien. Cuando el dolor le calaba los huesos y le partía el alma en pedazos minúsculos. Y que ella no era capaz de sobreponerse, recoger los pedazos rotos y volver a juntarlos.
Sarah se despertó sobresaltada, con la respiración agitada y la cara cubierta por una capa de sudor. Era la tercera noche que tenía la misma pesadilla.
—¿Estás bien? —Le preguntó Chloe rascándose los ojos, adormilada.
—Si—Respondió con un hilo de voz:—Vuelve a dormir.
La misma sensación de opresión, como si alguien invisible intentara estrangularla y asfixiarla.
Se recostó nuevamente en la ancha cama que compartía con Chloe y acurrucó la cabeza en la almohada. No meditó en la pesadilla, estaba tan agotada física y emocionalmente que volvió a quedarse dormida fácilmente. La escena era la misma. Deambulaba por un campo de trigo en la penumbra de la noche más oscura, perdida como si de un laberinto sin salida se tratase, mientras las voces de sus padres llamándola hacían eco agudo en el aire, y ella angustiada en su búsqueda se perdía más y más entre los matorrales. Hasta que, una serpiente como una pitón salía de entre la alta hierba e intentaba enroscarse a sus piernas... Y allí justo ahí se despertaba.
El invierno se hacía cada vez más frío. Esa noche había nevado hasta el amanecer y cuando Sarah y Chloe salieron de la casa para ir a la escuela todo estaba cubierto de nieve.
Chloe sabía el estado de melancolía en el que estaba inmersa su amiga y tratando de animarla tomó un poco de nieve, haciendo una bola con las manos enguantadas y se la lanzó en el hombro. Sarah solo se volvió y la miró impasible.
—¡Vamos!—Le animó sonriendo—El invierno pasado lo pasamos muy bien.
—El invierno pasado todo era diferente.—Replicó, se acomodó la mochila en el hombro y se dirigió al Audi rojo que le habían obsequiado a Chloe en su cumpleaños—Se nos hará tarde.
Chloe resopló y caminó firmemente hacia el auto mientras la nieve crujía debajo de ella en cada pisada. Estaba decidida a hacer algo para sacar a su amiga de su confinamiento y tristeza. Ya se le ocurrirían algunas ideas.
Cuando Chloe y Sarah entraron por la puerta de la casa de Spencer, Ian Somers se acercó a ellas inmediatamente. Todos asistían a Hodges un instituto privado en Manhattan. La música estridente resonaba por toda la casa. Había un grupo en el centro del salón bailando, una mesa con aperitivos y una barra donde un par de chicos preparaban y servían bebidas.
—Chicas.—Les saludó
—Ahora no, Ian. —Cortó Chloe
—Es muy raro verlas por aquí.—Siguió el pelirrojo—Sobretodo después de lo que le pasó a tus padres Sarah.
—Cállate.—Espetó nuevamente Chloe.
—Esta bien, gracias Ian.—Siguió Sarah—Yo tampoco sé que hago aquí.
—Hemos venido a divertirnos.—Contestó Chloe rodando los ojos.
—Es mejor que me vaya.—Sarah se dió vuelta e intentó escabullirse.
Chloe le sujetó el codo.
—Vamos Sarah... Solo un rato.
—Si yo fuera tú, me marcharía—Replicó Ian
—Gracias Ian.—Chloe lo sentenció con la mirada.
—¿Qué?—Preguntó el chico encogiéndose de hombros.
—Gracias por el apoyo.
—Esto es ridículo, Chloe.—Escupió Sarah.
—Oh mira...—Chloe señaló con una ligera inclinación de cabeza hacia Charles Maxwell, capitán del equipo de fútbol americano, y con quien Sarah había salido algunos meses. Éste le había jurado amor eterno y después terminaron por rumores de una supuesta infidelidad que Sarah nunca pudo confirmar.—Maxwell a las seis...
—Es un cerdo.
—¡Vamos, Sarah...!—Atajó suplicante.
El apuesto y musculoso galán de piel oliva y centelleantes ojos verdes, quien no las había visto, se volvió para ser rodeado por un par de brazos femeninos y recibir un beso en la boca de una delgada chica rubia.
—Es despreciable.—Soltó Sarah con desdén—Cualquier animal moribundo en el zoológico seria mejor que él.
—Mira, Megan...—Añadió Chloe sentenciosa.—¿Crees que fue ella...?
—Ya, déjalo. No tiene importancia.—Atajó y volvió a mirarlos—No me he perdido de nada.
—Chicas.—Dijo Ian captando su atención y recordándoles que seguía allí—Podemos ir a la piscina, el agua está caliente...
—No Ian.—Cortó Chloé sacudiendo su largo cabello castaño y poniendo los ojos en blanco—Nadie va a mojarse. Puedes traernos algunas bebidas, si quieres.
—Con gusto, señoritas—Ian dió la vuelta y se acercó a la barra por dos daiquiris de fresa
Charles se distrajo con otros amigos y se perdió hacia otra parte de la casa. Megan que si las había visto se acercó a ellas inmediatamente.
—Si es la santurrona.—Le dijo a Sarah a modo de saludo.
—Hola Megan—Le respondió Sarah cortante.
—Entonces...—Siguió—Ya debes haber notado que Charles tiene otras prioridades...
—Oh si, tú. Por ejemplo.—Siguió Chloe burlona.
—Solo lo digo para que se mantengan alejadas.
—No tienes que pedírmelo.—Respondió Sarah tajantemente.
Ian volvió con las bebidas en la mano y sé las entregó, miró a Megan.
—Megan.—Saludó
—Ian.—Dijo ella. Se volvió y miró a Sarah—Por cierto, nunca te fue fiel. Estuvo conmigo todo el tiempo.
Sarah no había probado la copa que tenía en la mano cuando se la derramó a Megan en la cabeza.
—¡Oye! —Exclamó la rubia
Ian y Chloe desplazaron la vista entre ambas, impávidos. Sarah se tomó un par de microsegundos para contener la ira que se desataba en ella. Tomó grandes bocanadas de aire pero Megan se volvió contra ella empujándola.
—¡Pelea! ¡Pelea! —Gritó alguien y todos se conglomeraron alrededor.
Y Sarah no pudo controlarse más, no había una gota de dominio propio en ella. Aunque Megan era más alta, logró sujetarle la melena rubia insertándole los dedos en la cabeza, la sacudió con fuerza y con el puño de la mano libre le propinó un duro golpe en el centro de la cara que la envió al suelo, su nariz sangraba. Sarah tomó la mano de Chloe y se marchó del lugar desplazándose entre las personas que la miraban atónitos.
Chloe se soltó de su agarre y la hizo girar para mirarla, molesta.
—¿Estás loca? ¿Como pudiste hacer eso?
—¿Que querías que hiciera? —Le dijo aún sobresaltada y respirando con dificultad.
—Que fueses razonable, por ejemplo.
Ian las alcanzó trotando por la entrada.
—Oye Sarah, eso fue épico—Le dijo.
—¡Tú no la apoyes!.—Gritó Chloe furiosa y lo miró con ganas de partirlo en dos.
—¡Vámonos, Chloe!—Apuró Sarah.
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