Capítulo 6 (Pía)
Pía.
¡Es que lo odio! He sentido tal aversión por él que no lo podía ni ver.
Me preguntaba ansiosa y nerviosa a dónde me llevaría cuando dijo todo misterioso y tajante: "Ya lo verás".
No esperaba en lo absoluto que fuera a un velero, en medio del mar. ¿Cuál era el motivo por el que me habría traído? Definitivamente se había propuesto sacarme de quicio y volverme loca.
La verdad es que Daniel De La Torre y yo no tenemos una buena historia, en realidad, creo que a lo que hubo entre nosotros no podría llamarle así de ninguna manera. Sé que había dicho que tengo pretendientes escondidos en todas partes, pero la verdad es que nunca permito que nadie sobrepase mis límites, y tengo muchos, muy difíciles de superar.
Odié a Daniel desde la primera vez que logró superarlos, y me odié aún más a mí misma por permitirlo. Incluso después de que él me mintiera y engañara, no solo a mí, sino a todos.
Es difícil aceptar que la primera vez que abriste tu corazón, alguien lo rompió en mil pedazos. Y sucede que no soy en lo absoluto masoquista.
Daniel es hijo de Borja De La Torre, el dueño del astillero más importante de Barcelona. Mis padres y los suyos han sido amigos y socios en negocios. Pertenecen al mismo círculo social y solían jugar al golf y al tenis. Mis padres lo consideraban un gran partido para mí. Claro que, desconocían su gusto por el juego, el alcohol y su rebeldía innata.
El aire salino me golpea la cara y sacude mi cabello. Los rayos del sol son tan ardientes que me queman la piel.
Estoy de pie en la proa, recargando mi cuerpo en la barandilla, mirando el mar, muy enojada.
Daniel sube las escalinatas desde el camarote dirigiéndose hacia mí, sin quitarme la vista de encima, con un par de cócteles en las manos. Estoy tan furiosa que me tomo la copa de un trago, apenas me la entrega. Ni siquiera reparo en qué bebida es, como las veces anteriores. Me molesta su mirada felina e inquisitiva, toma un trago de su copa y vuelve a estudiarme de pies a cabeza como si quisiera memorizarse mi figura. Trato de mantener la compostura y hablar pausadamente sin gritarle todos los improperios que inundan mi cabeza cuando lo miro. Empleo todo mi esfuerzo.
—A ver, dime, ¿Por qué me has traído aquí?
—Quería verte, solo eso.
En lugar de responder, tomo una gran bocanada de aire, para tranquilizarme, me falta el aliento, me siento más acalorada que de costumbre, la ansiedad empieza a hacer mella en mí y cuando el aire me empieza a parecer demasiado salino y el sol demasiado abrumador... Siento sus labios en los míos y su mano en mi cintura. Antes de que consiga apartarme y lanzarlo por la borda, me sujeta la cara con su mano libre. Cuando se dispone a intensificar el beso, aparto la cara. Tengo tantas ganas de abofetearlo y no sé por qué consigo contenerme.
—No sabes cuánto te he echado de menos.
—Daniel...—Se me escapa, pero mi voz como un susurro, suena a una súplica.—No quiero tener esta conversación, no debería estar aquí. No sabes cuán incómoda me siento ahora, solo quiero marcharme. No debí permitir que me trajeras aquí.
—Pues estamos en medio del mar.
—Pues volvamos a la orilla inmediatamente.—Replico fingiendo una sonrisa.
—Nos tomará al menos un par de horas.
—¿En qué momento nos alejamos tanto?—Pregunto un poco sobresaltada.
—Cuando te encerraste en el camarote principal y posteriormente en el baño.
—Claro.
—¿Segura que te sientes bien? Fuiste un poco brusca con los tres cosmopolitan que te he servido. Si quieres algo de comer puedo preparártelo. Tú solo pide.
Así que eso eran. A decir verdad me sentía un poco crispada y enojada todavía. Pero había conseguido calmarme y relajarme con las copas. Porque iba a matarlo a penas habíamos llegado al velero.
—Otro cosmopolitan estaría bien.—Sonrío atontada. Si tengo que aguantarlo por un par de horas más, definitivamente preferiría estar ebria. Así que todos los tragos que pueda prepararme son bienvenidos.
—¿Estás segura?—Me mira incrédulo.
—Completamente.
—Ya vuelvo—Dice.
—Mejor te acompaño a la cocina—Atajo, decidiendo que no quiero quitarle la vista de encima.
En la cocina, alcanza la botella de vodka, prepara la bebida en la coctelera y me sirve el brebaje en una bonita copa adornada con una uva verde en un palillo. Me guiña el ojo antes de acercármela a través de la barra. Me siento en el taburete y me tomo la copa de un solo trago.
—Otro—Le digo, apenas terminando de tragar.
—Bien—Suspira lentamente, me sirve el resto de la coctelera en la copa y vuelve a suspirar—¿A qué se debe tu... Entusiasmo por mis cosmopolitan?
—He tenido que verte—Suelto con desdén y enumero—Soportar tu presencia. Estoy en un velero contigo en medio del mar. Es esto o matarte o tirarte por la borda o tirarme yo por la borda.
Se ríe. Una risa sonora y masculina que llena todo el barco. Lo miro con furia.
—Si es así voy a prepararte otro. Permíteme.
Me quita la copa de las manos y en un par de minutos la ha rellenado y también ha puesto una tabla con aperitivos sobre la barra. Se sirve un vaso de whisky. Y vuelve a dedicarme otra de sus miradas afiladas.
—¿Te apetece nadar?
—No—Contesto seria.
—Solo un rato.
—No.—Repito.
Él encoge los hombros y toma un buen sorbo de su vaso.
—¿Por qué me has traído aquí?—Pregunto nuevamente—Y quiero una buena respuesta.
—¿Querer verte no es una buena respuesta para ti?
—No, en realidad es la excusa más absurda que he escuchado. Y pienso que sería bonito verte nadar de regreso a la costa. Así que dime la verdad.
—Esa es la verdad, Pía. He estado como un loco tratando de... Hablar contigo. Que respondas mis llamadas. Coincidir en algún sitio.
—Reconozco que me aseguré de que todas esas cosas fueran imposibles para ti.
—¿Por qué?
—Se te olvidó porqué. No puedo creerlo.
—Tú me dejaste.—Acusa
—Creí que entenderías la situación y que lo aceptarías.—Me tomo el resto del trago sintiéndome un poco ebria. Noto que me observa midiendo cada uno de mis movimientos. Da la vuelta a la barra hasta que lo tengo enfrente y apoya sus manos en mis piernas dándome un apretón. Acerca nuevamente su cara a la mía, invadiendo todo mi espacio personal. Quiero apartarlo con un ademán pero él es más rápido y me besa antes de que pueda protestar. Y pierdo el control. Su aroma es familiar. Todo lo que puedo recordar y todo lo que no quiero recordar. Lo empujo con fuerza y se aparta tambaleándose.
Me levanto del taburete hecha una furia, más enojada conmigo misma que con él, porque creía que ya lo había superado. Dice un par de cosas a mi espalda que no logro entender y cuando llego a la cubierta me acerco a la barandilla para tomar aire y calmarme.
—No te me acerques Daniel. Estoy harta de ti. Hace ocho meses que rompimos. Ocho meses. Estuviste saliendo con otras chicas, me mentiste, decepcionaste a tus padres, a los míos, a nuestros amigos, me hiciste quedar en ridículo ante todos los que nos conocen. Te fuiste a esas carreras de autos en Milán, gastaste una fortuna en motocicletas y autos de colección, pusiste la empresa de tus padres al borde de la quiebra. Me vuelves loca, Daniel. Me has vuelto loca por siete años. Y no quiero volver a verte.
—Pía
Y eso es todo lo que escucho antes de caer por la borda.
En el agua, lo veo nadar hacia mí apenas salgo a la superficie.
—¿Estás bien?—Me grita
—Estoy bien, estoy bien.
Me sujeta con sus brazos y me arrastra hacia las escalerillas metálicas del velero.
—Se acerca una tormenta. Es mejor volver al barco cuanto antes.
Cuando volvemos a cubierta, me examina preocupado buscando alguna herida en mi cuerpo. Carraspeo y le exijo que me suelte con la mirada. Aparta sus manos de mí en el acto.
—Quiero volver a la costa inmediatamente.
—Se avecina una tormenta.
—Eso lo justifica aún más.
Se pone de pie y me tiende la mano. Quiero estrangularlo a todo él y su sonrisa burlona.
—Vamos por ropa limpia.
—¿Ropa limpia?
—Debo tener algo en el camarote que pueda servirte.
—¿Sabes de qué diseñador es la ropa que traigo puesta?
—Nop.
Mi pantalón blanco, arruinado. Mi camisa de lino blanco, arruinada. Y mis zapatos de tacón... ¿Mis zapatos?
—¿Mis zapatos?
Extraviados.
Daniel frunce el ceño, encoge los hombros y sonríe. Quiero. Matarlo.
¡Es que lo odio! He sentido tal aversión por él que no lo podía ni ver.
Me preguntaba ansiosa y nerviosa a dónde me llevaría cuando dijo todo misterioso y tajante: "Ya lo verás".
No esperaba en lo absoluto que fuera a un velero, en medio del mar. ¿Cuál era el motivo por el que me habría traído? Definitivamente se había propuesto sacarme de quicio y volverme loca.
La verdad es que Daniel De La Torre y yo no tenemos una buena historia, en realidad, creo que a lo que hubo entre nosotros no podría llamarle así de ninguna manera. Sé que había dicho que tengo pretendientes escondidos en todas partes, pero la verdad es que nunca permito que nadie sobrepase mis límites, y tengo muchos, muy difíciles de superar.
Odié a Daniel desde la primera vez que logró superarlos, y me odié aún más a mí misma por permitirlo. Incluso después de que él me mintiera y engañara, no solo a mí, sino a todos.
Es difícil aceptar que la primera vez que abriste tu corazón, alguien lo rompió en mil pedazos. Y sucede que no soy en lo absoluto masoquista.
Daniel es hijo de Borja De La Torre, el dueño del astillero más importante de Barcelona. Mis padres y los suyos han sido amigos y socios en negocios. Pertenecen al mismo círculo social y solían jugar al golf y al tenis. Mis padres lo consideraban un gran partido para mí. Claro que, desconocían su gusto por el juego, el alcohol y su rebeldía innata.
El aire salino me golpea la cara y sacude mi cabello. Los rayos del sol son tan ardientes que me queman la piel.
Estoy de pie en la proa, recargando mi cuerpo en la barandilla, mirando el mar, muy enojada.
Daniel sube las escalinatas desde el camarote dirigiéndose hacia mí, sin quitarme la vista de encima, con un par de cócteles en las manos. Estoy tan furiosa que me tomo la copa de un trago, apenas me la entrega. Ni siquiera reparo en qué bebida es, como las veces anteriores. Me molesta su mirada felina e inquisitiva, toma un trago de su copa y vuelve a estudiarme de pies a cabeza como si quisiera memorizarse mi figura. Trato de mantener la compostura y hablar pausadamente sin gritarle todos los improperios que inundan mi cabeza cuando lo miro. Empleo todo mi esfuerzo.
—A ver, dime, ¿Por qué me has traído aquí?
—Quería verte, solo eso.
En lugar de responder, tomo una gran bocanada de aire, para tranquilizarme, me falta el aliento, me siento más acalorada que de costumbre, la ansiedad empieza a hacer mella en mí y cuando el aire me empieza a parecer demasiado salino y el sol demasiado abrumador... Siento sus labios en los míos y su mano en mi cintura. Antes de que consiga apartarme y lanzarlo por la borda, me sujeta la cara con su mano libre. Cuando se dispone a intensificar el beso, aparto la cara. Tengo tantas ganas de abofetearlo y no sé por qué consigo contenerme.
—No sabes cuánto te he echado de menos.
—Daniel...—Se me escapa, pero mi voz como un susurro, suena a una súplica.—No quiero tener esta conversación, no debería estar aquí. No sabes cuán incómoda me siento ahora, solo quiero marcharme. No debí permitir que me trajeras aquí.
—Pues estamos en medio del mar.
—Pues volvamos a la orilla inmediatamente.—Replico fingiendo una sonrisa.
—Nos tomará al menos un par de horas.
—¿En qué momento nos alejamos tanto?—Pregunto un poco sobresaltada.
—Cuando te encerraste en el camarote principal y posteriormente en el baño.
—Claro.
—¿Segura que te sientes bien? Fuiste un poco brusca con los tres cosmopolitan que te he servido. Si quieres algo de comer puedo preparártelo. Tú solo pide.
Así que eso eran. A decir verdad me sentía un poco crispada y enojada todavía. Pero había conseguido calmarme y relajarme con las copas. Porque iba a matarlo a penas habíamos llegado al velero.
—Otro cosmopolitan estaría bien.—Sonrío atontada. Si tengo que aguantarlo por un par de horas más, definitivamente preferiría estar ebria. Así que todos los tragos que pueda prepararme son bienvenidos.
—¿Estás segura?—Me mira incrédulo.
—Completamente.
—Ya vuelvo—Dice.
—Mejor te acompaño a la cocina—Atajo, decidiendo que no quiero quitarle la vista de encima.
En la cocina, alcanza la botella de vodka, prepara la bebida en la coctelera y me sirve el brebaje en una bonita copa adornada con una uva verde en un palillo. Me guiña el ojo antes de acercármela a través de la barra. Me siento en el taburete y me tomo la copa de un solo trago.
—Otro—Le digo, apenas terminando de tragar.
—Bien—Suspira lentamente, me sirve el resto de la coctelera en la copa y vuelve a suspirar—¿A qué se debe tu... Entusiasmo por mis cosmopolitan?
—He tenido que verte—Suelto con desdén y enumero—Soportar tu presencia. Estoy en un velero contigo en medio del mar. Es esto o matarte o tirarte por la borda o tirarme yo por la borda.
Se ríe. Una risa sonora y masculina que llena todo el barco. Lo miro con furia.
—Si es así voy a prepararte otro. Permíteme.
Me quita la copa de las manos y en un par de minutos la ha rellenado y también ha puesto una tabla con aperitivos sobre la barra. Se sirve un vaso de whisky. Y vuelve a dedicarme otra de sus miradas afiladas.
—¿Te apetece nadar?
—No—Contesto seria.
—Solo un rato.
—No.—Repito.
Él encoge los hombros y toma un buen sorbo de su vaso.
—¿Por qué me has traído aquí?—Pregunto nuevamente—Y quiero una buena respuesta.
—¿Querer verte no es una buena respuesta para ti?
—No, en realidad es la excusa más absurda que he escuchado. Y pienso que sería bonito verte nadar de regreso a la costa. Así que dime la verdad.
—Esa es la verdad, Pía. He estado como un loco tratando de... Hablar contigo. Que respondas mis llamadas. Coincidir en algún sitio.
—Reconozco que me aseguré de que todas esas cosas fueran imposibles para ti.
—¿Por qué?
—Se te olvidó porqué. No puedo creerlo.
—Tú me dejaste.—Acusa
—Creí que entenderías la situación y que lo aceptarías.—Me tomo el resto del trago sintiéndome un poco ebria. Noto que me observa midiendo cada uno de mis movimientos. Da la vuelta a la barra hasta que lo tengo enfrente y apoya sus manos en mis piernas dándome un apretón. Acerca nuevamente su cara a la mía, invadiendo todo mi espacio personal. Quiero apartarlo con un ademán pero él es más rápido y me besa antes de que pueda protestar. Y pierdo el control. Su aroma es familiar. Todo lo que puedo recordar y todo lo que no quiero recordar. Lo empujo con fuerza y se aparta tambaleándose.
Me levanto del taburete hecha una furia, más enojada conmigo misma que con él, porque creía que ya lo había superado. Dice un par de cosas a mi espalda que no logro entender y cuando llego a la cubierta me acerco a la barandilla para tomar aire y calmarme.
—No te me acerques Daniel. Estoy harta de ti. Hace ocho meses que rompimos. Ocho meses. Estuviste saliendo con otras chicas, me mentiste, decepcionaste a tus padres, a los míos, a nuestros amigos, me hiciste quedar en ridículo ante todos los que nos conocen. Te fuiste a esas carreras de autos en Milán, gastaste una fortuna en motocicletas y autos de colección, pusiste la empresa de tus padres al borde de la quiebra. Me vuelves loca, Daniel. Me has vuelto loca por siete años. Y no quiero volver a verte.
—Pía
Y eso es todo lo que escucho antes de caer por la borda.
En el agua, lo veo nadar hacia mí apenas salgo a la superficie.
—¿Estás bien?—Me grita
—Estoy bien, estoy bien.
Me sujeta con sus brazos y me arrastra hacia las escalerillas metálicas del velero.
—Se acerca una tormenta. Es mejor volver al barco cuanto antes.
Cuando volvemos a cubierta, me examina preocupado buscando alguna herida en mi cuerpo. Carraspeo y le exijo que me suelte con la mirada. Aparta sus manos de mí en el acto.
—Quiero volver a la costa inmediatamente.
—Se avecina una tormenta.
—Eso lo justifica aún más.
Se pone de pie y me tiende la mano. Quiero estrangularlo a todo él y su sonrisa burlona.
—Vamos por ropa limpia.
—¿Ropa limpia?
—Debo tener algo en el camarote que pueda servirte.
—¿Sabes de qué diseñador es la ropa que traigo puesta?
—Nop.
Mi pantalón blanco, arruinado. Mi camisa de lino blanco, arruinada. Y mis zapatos de tacón... ¿Mis zapatos?
—¿Mis zapatos?
Extraviados.
Daniel frunce el ceño, encoge los hombros y sonríe. Quiero. Matarlo.
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