Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 1
Nunca había estado en Madrid antes, quedé maravillada por todo lo que mis ojos veían. Apreté el volante con fuerza, me sentí intimidada inmediatamente, era una ciudad sumamente inmensa y apabullante. Cada vez que me adentraba más en las calles me sentía más fascinada por lo que veía, recordarlo me eriza la piel. Jamás olvidaré esa sensación. Madrid era perfecto. Todo lo que mis ojos alcanzaban a ver era fascinante. El ritmo de vida era muy distinto al de Barcelona,  y por supuesto al de Santiago de Compostela donde yo había vivido toda la vida. Estaba por comenzar el invierno y hacia mucho frío. 

El apartamento era nuevo, estaba amueblado y decorado con un estilo bastante minimalista que me encantó. El lugar se veía amplio, impecable y acogedor. Una sala/comedor espaciosa con buena iluminación, la cocina bastante moderna equipada con todos los electrodomésticos de paquete. La habitación principal tenía un baño con una bañera grande, una ducha y muchos estantes y gabinetes, había dos habitaciones más y otro baño más sencillo. En la sala había una puerta corrediza de cristal que daba a un fabuloso balcón con una vista espectacular del centro de Madrid. Yo estaba extasiada, solo pensaba: " Madre mía, cuanto me costará este lugar de renta". Desempaqué entusiasmada mi maleta, me acomode y el resto de las cosas. Incorporé a la casa todo lo que traía que no era mucho. Di gracias a Dios de que el lugar estuviera ya listo para habitar. Me gustó el armario de mi habitación y la ancha cama, los azulejos de mi baño, el aire acondicionado para el calor y la calefacción para el frío.

No había comprado comida así que me preparé lo único que me quedaba, un sándwich de queso para cenar y una infusión de manzanilla. Me di un largo baño en la tina con agua caliente y vestí un pijama. Me quedé dormida abrazada a la almohada y con la cara pegada al libro que leía antes de dormir.

No quería pensar, los últimos meses había estado evadiendo mi propia conciencia, emociones y sentimientos. Me reía de mí misma pensado que tal vez tendría depresión post mudanza y al mismo tiempo me compadecía por ser tan tonta. No quería volver, de eso estaba segura. Y la persona que había dejado atrás se desvanecía en mi memoria como la oscuridad cuando aparece la luz, y eso era para mí. Sin embargo, dormí en paz, con gozo recorriéndome todo el cuerpo, la felicidad que sentía era inmensa. Estaba donde quería estar y eso no tenía comparación alguna.

En la mañana vestí una falda de pliegos, camisa blanca y zapatos de tacón para ir a trabajar. Las oficinas del periódico estaban ubicadas en el centro de Madrid, conduje aproximadamente 20 minutos antes de llegar. El edificio era moderno, ventanales de cristal lo cubrían todo, el portero me saludó amigablemente y al entrar al amplio salón de recepción me recibió una mujer rubia muy guapa.

— Buenos Días, ¿En qué puedo ayudarle?

— Soy Lucía Santamaría, la nueva columnista. Tengo una cita con Lorenzo Uzcátegui.

— Estábamos esperándola. Soy Verónica, la recepcionista. — Y añadió mirándome con curiosidad: — Eres bastante joven, ¿Cuántos años tienes? ¿Eres de Santiago de Compostela? ¿Has venido desde Barcelona, cierto?

—22. — Respondí entrecortada y secamente ante la avalancha de preguntas— Si, soy de Santiago y llegué ayer de Barcelona.

— Pues Bienvenida — Y sonrió— El jefe está esperándote.

Me dio las indicaciones y subí en ascensor, cuando llegué al piso 23 una mujer de pelo recogido y canoso me esperaba en la entrada.

— Hola, soy Marta — Y me miró de arriba a abajo ajustándose sus anteojos — Tú debes ser Lucía. Pasa por aquí,  el señor Lorenzo te esta esperando.

La seguí y caminamos por un ancho pasillo, se detuvo ante una puerta de cristal, tomó una bocanada de aire y yo nerviosa e imitándola hice lo mismo. Giró la manilla de metal y abrió.

Enseguida pude ver a un señor corpulento de unos sesenta años, con la cabeza llenas de canas, vestía pantalones negros de vestir y una camisa blanca, tenía la corbata aflojada. Vagaba de un lado de la Oficina al otro con un periódico enrollado en la mano. Estaba teniendo una acalorada conversación por teléfono y ni siquiera se volvió para mirarnos. Marta esperó que colgara, eso tomó un par de minutos. El después se tiró en su ancho sillón de cuero negro y nos miró, era sumamente intimidarte. Yo estaba nerviosa e inmóvil.

— Señor — Dijo Marta — Ella es Lucía Santamaría.

— ¿Quién?

— La chica que contrató por la página web. La esperábamos hoy.

Nos miró confundido como si ignorase de lo que hablábamos.

— Ah si si. — Dijo haciendo un ademán con la mano totalmente indiferente — Ocúpate de ella. Traeme los artículos de la edición de mañana, por favor.

— Esta bien, señor. — Dijo Doña Marta.

Yo palidecí y me quedé pasmada avergonzada. La seguí, caminando detrás de ella despacio.

— Tranquila, no le hagas caso, es así con todos — Me sonrió y continuó — El Notidiario es el periódico más leído de Madrid y estas oficinas están en constante movimiento las 24 horas del día. Tienes que estar atenta, estas en un lugar privilegiado, pero no todos pueden con esto. ¿Crees que estas preparada? ¿Que tienes lo necesario?

— He trabajado mucho para llegar aquí — Respondí segura.

Nos detuvimos en un pequeño cubículo de aquellas inmensas oficinas, donde cada quien estaba ocupado en lo suyo, señaló y me dijo:

— Este es tu lugar de trabajo. — Me entregó una carpeta y añadió — Aquí están tus indicaciones. Eres la columnista de Lo Intelectual, esta columna aparece 3 veces por semana en el periódico. Estarás bastante ocupada esta semana, echa un vistazo a la carpeta y encontrarás los horarios y lugares que tendrás que cubrir esta semana, ya las citas están hechas. Sigue las instrucciones al pie de la letra y todo estará bien.

— Gracias. — Fue lo único que me salió de la boca. Ella sonrió y se fue.

Miré el resto del cubículo, la computadora y me senté en la silla. Revisé la carpeta con detenimiento. Tenía citas y horarios para diferentes lugares que tenía que cubrir, hacer un tipo de reportaje y escribir los respectivos artículos. El primero era una Convención de Literatura, tenía que entrevistar a un personaje famoso del que no sabía nada, lo próximo una Conferencia de Nano Tecnología y por último una Exposición de Arte. Hice una lista de las cosas que pensaba que necesitaría para hacer los reportajes y las entrevistas.

Estuve el resto de la mañana ocupada haciendo todos los arreglos necesarios, haciendo llamadas, confirmando mis asistencias y enviando correos electrónicos.

— Hola, ¿Como estás? — Escuché a mis espaldas. Me giré en la silla para encontrarme un rostro desgarbado con barba de semanas, ojos castaños, tez blanca y pelo negro rizado.

— Hola — Respondí a secas.

— Soy Gonzalo. — Me alargó la mano esperando que se la estrechará.

— Lucía. — Respondí también a secas y estreché su mano.

— Bienvenida,  ¿Quieres almorzar?, yo invito.

Pude declinar, lo miré de arriba a abajo, analizándolo. Vestía pantalones negros, camisa blanca y corbata. Era bastante alto para mi altura. Me costaba inclinarme para mirarlo. Su semblante era suave, amigable y gentil. La expresión de sus ojos era paciente y atenuante. Sonreía ampliamente. Me inspiró confianza. No intuí nada alarmante en él que me hiciera pasar de su invitación. Y francamente la comida gratis era bastante tentadora.

— Claro — Asentí y Sonreí levemente — Acepto.

— Que bien, pues vamos. — Atajó él.

Caminamos a la par, se dispuso a darme una explicada guía de El Notidiario mientras recorríamos el lugar hacia el ascensor, me dio detalles de cada departamento y de cada piso sin que yo se lo pidiera. Agradecí internamente su acción, guarde silencio y escuché con atención. Pasamos el vestíbulo del edificio, cruzamos la calle y entramos en un restaurante sencillo de luces tenues, estaba lleno. Un joven tomó nuestras órdenes, él un filete de carne con verduras y champiñones y yo una ensalada y un gazpacho. Y ambos una copa de vino.

— ¿Quien ocupaba mi puesto anteriormente? — Le pregunté con curiosidad tomando una cucharada del gazpacho y llevándomela a la boca.

— Arturo. Fue despedido. — Respondió él, adivinando mi próxima pregunta.

— El señor Uzcátegui es tan..  — No encontré una palabra para describirlo — Así siempre.

Gonzalo se echó a reír.

— Si, casi siempre. — Dijo él tomando otro bocado de su comida. — Es bastante exigente, perfeccionista, demandante. Pero ha sido él y su carácter intransigente el que le ha dado el prestigio que posee el periódico por tanto años. Te da libertad de expresar tus puntos de vista bajo su perspectiva. Así funciona el periódico. Es un pensamiento y una visión única. Recuerda estas palabras: Veraz, recto y diplomático. Esto es lo que define El Notidiario mantente en esa línea y lograrás habituarte a todo.

— Entiendo. — Y guardé silencio.

— Tranquila, no te preocupes. Estarás bien. Se nota que estas acostumbrada a este tipo de situaciones y a trabajar bajo presión. Estoy seguro que sabrás manejarlo.

Lo miré extrañada. Sin duda me había analizado mejor de lo que yo había hecho con él. Me agradó Gonzalo, hablamos solo de trabajo, el escribía la columna de Economía en el periódico. No me hizo ninguna pregunta personal ni intento hacerlo. Me sentí aliviada, porque no quería enfrentarme a preguntas y tampoco tenía intención de proporcionarle alguna respuesta. Mi vida era ahora. No había más y lo decidí así.

— Estaré por aquí si me necesitas — Dijo dejándome en mi cubículo.

— Gracias, Gonzalo. — Y él se marchó al suyo.

Y yo volví a lo mío. Un rato después sonó el teléfono que tenía en el pequeño escritorio a un lateral de la computadora.

— Diga. — Respondí, mientras seguía tecleando en la computadora.

— Venga a mi Oficina ahora mismo. — Dijo una dura voz masculina al otro lado.

Era Don Lorenzo. Salté de la silla en un respingo, tomé aire nerviosa y me dirigí hacia allí.

— Este no es el lugar para usted — Dijo duramente al verme cruzar el umbral de la puerta y cerrarla detrás de mí. Su tono era severo.

— ¿Disculpe? — Y lo miré confundida y desconcertada.

— Está aquí por error, señorita. — Soltó acomodandose en su sillón. —Este no es un jardín de niños.

— No asumo que lo sea, señor. — Respondí.

— La contrate por una recomendación que me hizo Carmen Gutiérrez, no por su talento ni capacidad.

Carmen Gutiérrez era mi profesora de literatura en la Universidad, no tenía idea de que ella había dado una recomendación mía a este directivo de Madrid. A pesar de la vergüenza y los nervios que sentía suspiré al ver de que no se trataba de un error del sistema.

— ¿Es esto un despido?

—Aún no.

— Señor con todo respeto, creo que tengo derecho a demostrarle que soy capaz de hacer este trabajo.

— ¿Y si no lo logras?

— Renunciaré.

— Tiene dos días. — Gruñó señalándome con un dedo y dedicándome su mirada más implacable. — Solo por la osadía de responderme así. Sino cumples.. Renunciaras.

— Acepto. — Respondí firme y desafiada.

Salí de allí con un nudo en la garganta y conteniendo las lágrimas. Tomé mi bolso y bajé al estacionamiento donde tenía el auto. Me quedé un largo rato con la cabeza hundida en el volante tratando de recuperar la compostura después de llorar por diez minutos. Y finalmente puse mi Range Rover en marcha. Me había desafiado y yo había aceptado. Estaba acostumbrada a que me subestimaran, habían intentado derrumbarme miles de veces pero esto sobrepasaba mis límites. A penas había empezado esa misma mañana. Gonzalo tenía razón, no tenía idea de como él había logrado percatarse de esa parte de mí, pero tenía toda la razón, ya sabría manejarlo.

© Luu Herrera ,
книга «Un Paseo Por El Cielo».
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