Prólogo
Ahí estaba yo, mirando como la lluvia se deslizaba por el cristal de la ventana, completamente paralizada de pies a cabeza, conteniendo la respiración. Suspiré por la melancolía y tomé la maleta y las llaves del auto. No estaba arrepentida de la decisión que estaba tomando. De hecho, nunca había estado más segura de algo en toda mi vida. Bajé las escaleras sintiendo que el tiempo se detenía y que mis pies se hacían más pesados, me llené de ansiedad creyendo que si hacia otra pausa para pensar, no podría salir. Tiempo atrás no había tenido el valor de hacer lo estaba haciendo, de salir de aquel hoyo donde estaba sumergida. Escuché una voz masculina detrás de mí y apuré el paso. Crucé el umbral de la ancha puerta y me dirigí hacia la cajuela del auto, coloqué la maleta y tiré la portezuela. Apreté la llave con firmeza, me subí, encendí el auto y lo puse en marcha. Ni siquiera miré a la persona que dejaba atrás bajo aquella agresiva lluvia.
Ya han pasado unos diez años desde aquel día, nunca he compartido con nadie los detalles de aquél episodio, no me lo permití. Me obligué a cerrar el capítulo de aquella historia y simplemente empezar una nueva. No me juzguen, probablemente ustedes habrían hecho lo mismo.
Apreté el volante con fuerza, estaba muy tensa, miré el interior de mi Range Rover asegurándome de que todo estaba en su lugar, había dormido muy poco, no había comido nada y el sol apenas despuntaba el alba. Tenía enfrente un viaje bastante largo, no me imaginaba ni siquiera las horas que tendría que conducir por aquella carretera. Solo me acompañaban mi equipaje y un montón de anhelos rotos que intentaba reconstruir y ahora empezaba de cero.
Con dificultad y mucho esfuerzo había estudiado periodismo y acababa de graduarme, pero mi pasión y afición favorita era Escribr. Solían decirme que tenia mucho talento y que mi capacidad para entretejer versos era algo parecido a un don. Pero la verdad es que mientras los otros niños salían al parque a jugar yo me quedaba en mi habitación devorando cuanto libro se me ponía enfrente. Y no pasó demasiado tiempo cuando empecé a escribir mis propios relatos. Creí que él periodismo complementaría mi pasión, pero me llevó a senderos muy distintos. Con una beca por excelentes calificaciones, me gradúe de aquella carrera sintiendo una insatisfacción muy profunda. Yo era ambiciosa pero muy ingenua, sin embargo, con el tiempo hallé en el periodismo algo fascinante.
Miles de cosas pasaron por mi cabeza mientras conducía, pero la felicidad y la sensación de libertad opacaron la culpa, el remordimiento y el temor. Me detuve en un pequeño pueblo a pasar la noche, llenar el tanque del auto de combustible y comer algo. Gracias a la información que me dió el recepcionista del hotel donde me hospedé pude conocer que solo me faltaban 2 horas para llegar a Barcelona.
En Barcelona conocí personalmente a Cecilia Seara, profesora de una importante universidad y quien me ofreció empleo, me ayudó a hospedarme en un pequeño apartamento con una tarifa de alquiler muy baja.
Pasaron tres meses y traté de acostumbrarme a mi nueva vida en la ciudad. No tenía nada de asombroso; una rutina tranquila, trabajar para costear comida, vestido y un piso donde vivir, me dediqué a ahorrar todo lo posible. Por supuesto yo quería más, no estaba satisfecha, pero estaba feliz, saboreaba la paz, independencia y libertad con la que hacía apenas unos meses solo podía soñar.
Doña Cecilia era además la hermana del dueño del edificio donde yo vivía, tenía unos cuarenta años, divorciada, con dos hijos en Sevilla terminando sus estudios. Uno de mis profesores de Santiago de Compostela me contactó con ella y me recomendó para el trabajo por mis calificaciones, aunque no tenía experiencia de trabajo. Sin embargo, estaba dispuesta a atravesar España para aprovechar la oportunidad que me ofrecía. Y a ella le parecí como una chiquilla pérdida y extraviada a la que podía cuidar. Agradecí eso inmensamente.
A pesar de mi aparente estabilidad laboral, me postulé en cuanta solicitud de empleo encontré en Internet. Estaba trabajando en la Biblioteca de la Universidad de Barcelona pero yo quería hacer valer mi profesión de periodista.
Mi apartamento era pequeño, una habitación, un baño, sala, comedor, cocina y un pequeño balcón. Estaba agradecida y satisfecha con lo que tenía, porque después pude saber cuan difícil era encontrar piso en Barcelona, y por supuesto puse todo de mi parte para aprender Catalán.
Recuerdo perfectamente un viernes por la noche en la que me había quedado en casa. Luego de rechazar una propuesta de Mónica, una compañera de trabajo de ir al cine, estaba usando mi computadora y pude ver un correo electrónico que me cambió la vida. Me habían aprobado una plaza en un periódico de Madrid. Cómo olvidar las lágrimas de felicidad que empezaron a recorrer mis mejillas en ese momento, era como un sueño cumplido.
Todo pasó rápidamente, había cumplido apenas seis meses en Barcelona y ya estaba mudándome nuevamente. Doña Cecilia hizo un par de llamadas auspiciada por su hermano y pude encontrar un apartamento en Madrid y en una buena zona.
—Lucía te advierto, es costoso. —Me dijo mirándome seriamente—Si te administras bien y aprovechas las oportunidades, en unos meses podrás incluso llegar a un acuerdo y comprarlo cuando estés más holgada económicamente.
Ella sabía lo rigurosa que yo era ahorrando, estaba acostumbrada a gastar solo lo necesario. Y confiaba en mí lo suficiente como para conseguirme algún crédito de compra de bienes raíces.
Pues bien, el día de mi viaje llegó y volví a acaparar todo en mi camioneta, esta vez conduciría a Madrid, estaba feliz. Doña Cecilia me había hecho una comida de despedida junto a otros colegas de la Universidad y eso me fortaleció mucho emocionalmente. Había luchado con todo tipo de altibajos emocionales y sentimentales toda mi vida y tener este tipo de apoyo, que era nuevo para mí, significaba mucho.
Aseguré visitarlos cuando pudiera.
Ya han pasado unos diez años desde aquel día, nunca he compartido con nadie los detalles de aquél episodio, no me lo permití. Me obligué a cerrar el capítulo de aquella historia y simplemente empezar una nueva. No me juzguen, probablemente ustedes habrían hecho lo mismo.
Apreté el volante con fuerza, estaba muy tensa, miré el interior de mi Range Rover asegurándome de que todo estaba en su lugar, había dormido muy poco, no había comido nada y el sol apenas despuntaba el alba. Tenía enfrente un viaje bastante largo, no me imaginaba ni siquiera las horas que tendría que conducir por aquella carretera. Solo me acompañaban mi equipaje y un montón de anhelos rotos que intentaba reconstruir y ahora empezaba de cero.
Con dificultad y mucho esfuerzo había estudiado periodismo y acababa de graduarme, pero mi pasión y afición favorita era Escribr. Solían decirme que tenia mucho talento y que mi capacidad para entretejer versos era algo parecido a un don. Pero la verdad es que mientras los otros niños salían al parque a jugar yo me quedaba en mi habitación devorando cuanto libro se me ponía enfrente. Y no pasó demasiado tiempo cuando empecé a escribir mis propios relatos. Creí que él periodismo complementaría mi pasión, pero me llevó a senderos muy distintos. Con una beca por excelentes calificaciones, me gradúe de aquella carrera sintiendo una insatisfacción muy profunda. Yo era ambiciosa pero muy ingenua, sin embargo, con el tiempo hallé en el periodismo algo fascinante.
Miles de cosas pasaron por mi cabeza mientras conducía, pero la felicidad y la sensación de libertad opacaron la culpa, el remordimiento y el temor. Me detuve en un pequeño pueblo a pasar la noche, llenar el tanque del auto de combustible y comer algo. Gracias a la información que me dió el recepcionista del hotel donde me hospedé pude conocer que solo me faltaban 2 horas para llegar a Barcelona.
En Barcelona conocí personalmente a Cecilia Seara, profesora de una importante universidad y quien me ofreció empleo, me ayudó a hospedarme en un pequeño apartamento con una tarifa de alquiler muy baja.
Pasaron tres meses y traté de acostumbrarme a mi nueva vida en la ciudad. No tenía nada de asombroso; una rutina tranquila, trabajar para costear comida, vestido y un piso donde vivir, me dediqué a ahorrar todo lo posible. Por supuesto yo quería más, no estaba satisfecha, pero estaba feliz, saboreaba la paz, independencia y libertad con la que hacía apenas unos meses solo podía soñar.
Doña Cecilia era además la hermana del dueño del edificio donde yo vivía, tenía unos cuarenta años, divorciada, con dos hijos en Sevilla terminando sus estudios. Uno de mis profesores de Santiago de Compostela me contactó con ella y me recomendó para el trabajo por mis calificaciones, aunque no tenía experiencia de trabajo. Sin embargo, estaba dispuesta a atravesar España para aprovechar la oportunidad que me ofrecía. Y a ella le parecí como una chiquilla pérdida y extraviada a la que podía cuidar. Agradecí eso inmensamente.
A pesar de mi aparente estabilidad laboral, me postulé en cuanta solicitud de empleo encontré en Internet. Estaba trabajando en la Biblioteca de la Universidad de Barcelona pero yo quería hacer valer mi profesión de periodista.
Mi apartamento era pequeño, una habitación, un baño, sala, comedor, cocina y un pequeño balcón. Estaba agradecida y satisfecha con lo que tenía, porque después pude saber cuan difícil era encontrar piso en Barcelona, y por supuesto puse todo de mi parte para aprender Catalán.
Recuerdo perfectamente un viernes por la noche en la que me había quedado en casa. Luego de rechazar una propuesta de Mónica, una compañera de trabajo de ir al cine, estaba usando mi computadora y pude ver un correo electrónico que me cambió la vida. Me habían aprobado una plaza en un periódico de Madrid. Cómo olvidar las lágrimas de felicidad que empezaron a recorrer mis mejillas en ese momento, era como un sueño cumplido.
Todo pasó rápidamente, había cumplido apenas seis meses en Barcelona y ya estaba mudándome nuevamente. Doña Cecilia hizo un par de llamadas auspiciada por su hermano y pude encontrar un apartamento en Madrid y en una buena zona.
—Lucía te advierto, es costoso. —Me dijo mirándome seriamente—Si te administras bien y aprovechas las oportunidades, en unos meses podrás incluso llegar a un acuerdo y comprarlo cuando estés más holgada económicamente.
Ella sabía lo rigurosa que yo era ahorrando, estaba acostumbrada a gastar solo lo necesario. Y confiaba en mí lo suficiente como para conseguirme algún crédito de compra de bienes raíces.
Pues bien, el día de mi viaje llegó y volví a acaparar todo en mi camioneta, esta vez conduciría a Madrid, estaba feliz. Doña Cecilia me había hecho una comida de despedida junto a otros colegas de la Universidad y eso me fortaleció mucho emocionalmente. Había luchado con todo tipo de altibajos emocionales y sentimentales toda mi vida y tener este tipo de apoyo, que era nuevo para mí, significaba mucho.
Aseguré visitarlos cuando pudiera.
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