Capítulo 3
Llegó el invierno y cambié los zapatos de tacón por botas de gamuza, las faldas y los jeans por pantalones de cuero, las franelas de algodón por suéteres y abrigos. Ana Paula era una exitosa diseñadora de modas y tenía una boutique en una zona comercial de Madrid. Era innovadora y moderna en sus colecciones todas las temporadas, lo de aquella mujer era un don impresionante, tenía un ojo y un talento bastante vanguardista, sofisticado, estilizado y cómodo respecto a la moda. Me gustaba verla trabajando con sus clientes y nunca dejaba de sorprenderme en sus desfiles. Claro que, aunque había aprendido muchísimo yo mantenía mi estilo sencillo, discreto y práctico.
—Cuentame de ti, Lucía — Me dijo Verónica mientras masticaba el trozo de carne.
—¿Que quieres que te cuente?— Pregunté desorientada ante su repentina pregunta.
—De ti. Has trabajado en el periódico.. ¿Por cuánto? ¿Un año? —Y haciendo pausa añadió: —Me he dado cuenta de que no sé nada de ti.
—No tengo nada que contar — Respondí tomando otro bocado del puré de patatas.
Verónica me miró con recelo y se echó hacía atrás el mechón de pelo que le caía en la cara. Desde el momento que tomé la decisión de dejar Santiago de Compostela yo había enterrado esa parte de mí, simplemente me había dispuesto a empezar de nuevo y olvidar todo lo demás. Había logrado lo que quería y ahora deseaba más, pero me había convertido en una adicta al trabajo, monótona y rutinaria y eso no me hacía del todo feliz. Había un vacío incómodo dentro de mí y yo no detectaba qué era. Además de aquel dolor que me producían los recuerdos y eso no había conseguido dejarlo en Santiago de Compostela. Inconscientemente seguía siendo esclava del pasado y entendí lo sola y desolada que estaba, aunque tenía amigos y compañeros de trabajo con los que solía reunirme y apoyarme, mi alma clamaba por algo más.
En aquel año mis almuerzos con Verónica se hicieron habituales, ella siempre hablaba y yo escuchaba. Solía ser muy incisiva a veces con las preguntas, y eso era exasperante. Podía acusarme de ser hermética y demasiado reservada y yo solo la cortaba asegurándole que mi vida era tal cual como ella la veía, aburrida y monótona. El pasado era un tema intocable para mí. Fue en aquella comida que finalmente se percató de lo desconocida que yo le parecía, yo en cambio sabía todo de ella. Las fechas de cumpleaños de sus dos hijos, su aniversario de bodas, los fines de semana de camping, picnic y las parrilladas en los que solían reunirse.
—Que feliz me hace que Gonzalo se case, siempre supe que Vanessa era la indicada. — Suspiró levantando la copa de vino y llevándola a sus labios.
—Yo también —Sonreí— Estoy muy feliz por él.
—¿Tú no has pensado en eso?
—¿En qué?
—Casarte.
—Oh Dios, no.
—Deberías salir con alguien. Te presentaré unos amigos.
—No hace falta Verónica, estoy bien.
—Insisto. ¿Que harás el fin de semana?
—Lo de siempre, jugar tenis con Ana Paula y tomar el sol.
—Lo dejaremos pendiente, entonces.
Estaba acostumbrada a mi nueva de vida de mujer independiente y volver a estar sometida bajo la autoridad de una pareja era algo que no se me pasaba por la cabeza.
—Esta vez te voy a ganar —Me decía Ana Paula mientras le daba a la pelota con la raqueta de tenis.
—Claro— Respondí embistiendo la pelota con mi raqueta sonriendo ante mi inminente triunfo.
—Ya no juego más
—¿Por qué? Era un partido amistoso — Le dije acercándome a ella — No hace falta que te enojes.
—No es eso, Lucía. Estoy cansada.
—Cuentame, ¿Que te pasa?
—Mi hermano viene de Munich el Lunes y quiero organizarle una cena de bienvenida.
—¿Es eso lo que tienes? Pero mujer no conozco a nadie que organice mejor una fiesta que tú.
—Gracias—Me dijo sonriendo—Es que tiene algún tiempo que no viene a España, ha crecido muchísimo como empresario, me pone nerviosa darle algo que no sobrepase sus expectativas.
—Eso no debería preocuparte, no se trata de impresionarlo, sino de hacerlo sentir en casa, en familia.
—Tienes razón—Dijo volviendo a sonreír y tirando de mi muñeca— Vamos a las duchas.
Estar con Ana Paula era un verdadero placer, además de pasar el fin de semana en un club lujoso lleno de gente dispuesta a consentirnos, nuestros temas de conversación eran siempre entretenidos, nos divertíamos tanto juntas jugando al tenis, nadando en la piscina, paseando a caballo, en el spa o tomando el sol.
Estaba en la oficina editando mi próximo artículo cuando sonó mi celular.
—¿Dónde estas? —Era Ana Paula su tono algo ansioso.
—Pues en el trabajo, mira la hora.
—Ah es cierto. ¿Podrías dejar eso un segundo? Necesito tu ayuda.
—¿Que necesitas?
—Lucía no seas tonta, mi hermano llega esta noche, te necesito. Hazme el favor y deja lo que estas haciendo y ven a ayudarme.
—¿Dónde estás exactamente?
—En mi atélier
—Está bien, termino aquí y voy.
Por suerte me faltaba poco y pude terminar, revisarlo y enviarlo. Tomé mis cosas y enseguida apareció Gonzalo en el umbral bloqueando mi salida.
—¿A donde vas con tanta prisa?
—Al atélier de Ana Paula necesita mi ayuda, esta preparándole una cena de bienvenida a su hermano.
—¿Terminaste el artículo? Ya conoces al jefe.
—Si, lo terminé, lo revisé y lo envíe.
—Pues puedes ir en paz— Me dijo sonriendo abriéndome camino.
—Gracias, tonto. ¿Cómo está Vanessa?
—Ocupada con los preparativos de la boda.
—Envíale mis saludos.
Atravesé el pasillo y me introduje en el ascensor. Saludé por aquí y por allá hasta llegar a la recepción donde me encontré a Verónica quien al verme me hizo un gesto con la mano.
—¿A dónde vas, mujer?
—Me encontraré con Ana Paula.
—Tengo un amigo que quiere conocer a la columnista estrella de este periódico.
—No tengo tiempo para eso, Verónica. Déjalo ya.
Seguí mi camino hasta llegar al estacionamiento. Había cambiado mi Range Rover por un modelo más actualizado y más sofisticado este se conducía con más facilidad.
Ana Paula me recibió como a un ángel, tenía un equipo de cocineros, camareros, decoradores que corrían de aquí para allá. Había preparado varias mesas elegantísimas, con vajilla fina, velas y lirios blancos como centros de mesa.
—Esto es bellísimo, Ana Paula. Has hecho un trabajo excelente.
—¿Eso crees? Quería organizarle la reunión en ese restaurante del norte de Madrid que tanto te gusta.
—¿Quién cocinó?
—Contraté un chef francés amigo de la familia. Pero mi cocina está hecha un caos allá arriba.
—¿Y tús cosas del atélier, las telas, los vestidos, los maniquíes, las maquinas de coser?
—No te preocupes por eso, los chicos lo colocaron en el almacén de allá atrás.
—Pues te ha quedado maravilloso. ¿En qué me necesitas?
—Además de tu apoyo moral, necesito que hagas un artículo de esta reunión. Invité muchos amigos y socios de mi hermano a quienes puedes entrevistar, son algunos empresarios importantes de Madrid.
—Claro, puedo hacerlo. Pero sabes que necesito la aprobación de mi jefe para publicarlo.
—No te preocupes por eso, de eso yo me encargo.
—¿A qué te refieres? ¿Hay algo que no me has contado?
—El señor Uzcategui en muy amigo de la familia, puedo llamarlo y negociar.
—Vaya, estoy impresionada. Pues vale está bien, tu mandas.
—Primero lo primero —Me miró señalándome con el dedo— Quitate esos harapos, ve arriba date una ducha rápida y ponte el vestido que deje colgado en el perchero, es mi regalo para ti esta noche. Ponte hermosa.
—Esta bien, jefa.
Di media vuelta y subí las escaleras hasta el condominio de Ana Paula, era inmenso. Ya había venido muchísimas veces antes, pero esta vez además del desorden, las cosas tiradas y el olor delicioso de la cena gourmet que preparaban en la cocina, había algo distinto en la atmósfera. Sacudí mi cabeza y me dirigí hacía la habitación de invitados. Me desvestí y me metí a la ducha fría. Siempre me ponía nerviosa rodearme de gente desconocida, pero esta vez no lo estaba tanto, miré el vestido negro que colgaba en el perchero, era hermoso de tirantes bordados, ceñido y por la rodilla. Solté mi cabello y lo sequé con el secador, hacía unos meses que había aclarado el tono a caramelo y me gustaba mucho. Me maquillé un poco y bajé buscando a Ana Paula.
El desorden había desaparecido, todo estaba impecable, ordenado y bien iluminado. Sólo quedaban los camareros y dos mujeres quiénes iban recibiendo y atendiendo a las personas que iban llegando. Había Música Clásica de fondo, además de un Violinista.
—Ha quedado espléndido— Le dije a Ana Paula a penas verla.
—Gracias. Tu te ves preciosa, te ha quedado de maravilla el vestido.
—Es muy ceñido.
—Te queda perfecto mujer — Miró el fino reloj que llevaba en la muñeca y luego me miró a mí— Necesito que busques un obsequio que le compré a mi hermano en una joyería de la calle Alcalá, aquí esta el recibo. Voy a darme una ducha y arreglarme antes de que lleguen más invitados y el invitado de honor. —Subió las escaleras con prisa y la miré hasta que se cerraron las puertas.
La calle Alcalá no quedaba demasiado lejos por suerte. Salí a la calle, encendí el motor del auto y lo puse en marcha. Ya oscurecía, el sol estaba ocultándose detrás un cielo azul mezclado con gris, tuve la impresión nefasta de que llovería.
—Buenas Tardes, vengo por un paquete. — Y le entregué la tarjeta de recibo al anciano canoso.
—De la señorita Ana Paula, enseguida. —Dijo luego de leer— Ya lo tengo listo.
Regresó al minuto con una cajita dorada atada con una cinta de seda roja, lo abrió y mostrándome el bellísimo reloj antiguo de bolsillo me dijo:
—Esto es una reliquia, una pieza única. Solo he visto dos en toda mi vida, quizá tenga unos 200 años, son muy raros de conseguir. Hice lo que pude para repararlo, el tic tac funciona bastante bien pese a su antigüedad. Espero que al joven Pedro le guste.
—Madre mía, es hermoso. Claro que le va a encantar. Yo jamás había visto nada parecido.
—¿Es usted su novia? Es muy guapa.
—No, soy amiga de Ana Paula. Por cierto muchísimas gracias.
Tomé el paquete y me despedí con una mano, crucé la calle y subí al auto. La lluvia comenzaba a caer en suaves gotas y el sol había desaparecido. Me gustaba mucho Madrid de noche, las luces, las personas andando de aquí para allá, el frío ocasional, los aromas. Conduje con prudencia los 10 minutos que me tomó regresar al atelier de Paula.
Había autos por todas partes, con dificultad logré estacionarme. El local no era demasiado grande, no me imaginaba tantas personas dentro aglomeradas en el pequeño espacio.
Empezaba a llover a cántaros, corrí hacía la entrada evitando la lluvia.
El lugar estaba lleno, todas las mesas ocupadas, los mesoneros sirviendo copas de champagne y aperitivos, el violín sonaba al fondo y las luces se volvieron tenues.
—Aquí estas— Me dijo Ana Paula tomando mi brazo, estaba muy guapa.
Le entregue el paquete y volví a mirarla.
—¿Por dónde empiezo?
—Ten calma, empieza con fotografía.
—¿Ya llegó?
—No todavía.
Tomé una copa de champagne que me daba el camarero y bebí un sorbo. Empecé fotografiando el lugar, haciendo énfasis en la decoración y en la elegancia de los elementos, hablé con varias personas, empresarios, ejecutivos, socialités, amigos de Ana Paula, etc. Hice preguntas sobre el polo, los negocios, la economía, la moda. No tenía ni la menor idea que haría con toda esa información o como la editaría para un artículo, pero ya se me ocurriría algo.
Finalmente la puerta se abrió y hubo unos segundos de silencio, todos tenían los ojos fijos en la persona que entraba. Vestía una gabardina negra sobre un traje sencillo sin corbata, bufanda, sombrero y guantes del mismo color, estaba empapado por la lluvia pero sonreía con sorpresa mientras le saludaban. Ana Paula se abalanzó sobre él y se estrecharon en un abrazo. Era alto, atlético, de mentón cuadrado, cabello Rubio con mechones castaños y ojos azules, inmensamente atractivo. Le tomé fotografía tras fotografía mientras saludaba y se quitaba la gabardina, el sombrero, la bufanda, los guantes y los colgaba en el perchero.
Tomé otra copa de champagne y bebí dos sorbos, ajusté la cámara y seguí fotografiando a Pedro Válverde el invitado de honor de la noche. Sus ojos quedaron fijos sobre mí y me paralicé, bebía de su vaso de whisky mientras sus ojos viajaban desde mis tobillos hasta mi cabeza, me sentí nerviosa e incómoda y corrí al baño.
—¿Que te pasa? —Me dijo Ana Paula— ¿Se te han pasado las copas?
—No, nada de eso solo quería lavarme las manos.
—¿Que te han parecido los aperitivos? — Preguntó Retocándose el labial en el espejo.
—Deliciosos— Respondí secamente.
—¿Viste a mi hermano? —Y me miró como si recordara algo— Ven, te lo presentaré.
Tomó mi mano y me llevó al pequeño círculo donde se encontraba, saludó en la mejilla a los otros dos caballeros y me presentó:
—Esta es Lucía, es periodista y columnista en El Notidiario. Nos hemos vuelto muy amigas. Está haciendo un artículo para el periódico de esta reunión.
—Mucho gusto, soy Pedro— Estiró su mano y la estreché.
—Lucía Santamaría.
Ana Paula tomó una copa y un tenedor y la tocó como una campana, llamando la atención de todos.
—Hagamos un brindis por el regreso de mi hermano a España, por el éxito de sus negocios y el crecimiento de la empresa y que esté sea uno de muchos momentos más que pasemos juntos en familia.
Todos alzamos las copas en el aire y bebimos al unísono.
Ana Paula nos dejó desplazándose entre la gente para dar la orden de la cena.
—¿Así que eres periodista?— Me preguntó Pedro clavando sus ojos azules en los míos.
—Y escritora.
—¿Vas a entrevistarme? Te vi tomandome fotos.
—Si, claro. Eres el invitado de honor.
—Pues bien, busquemos una mesa, estoy cansado por el viaje.
Nos acomodamos en la mesa que le tenían reservada y saqué mi libreta de notas. Ya tenía un patrón de preguntas para estas ocasiones espontáneas, pero lo miré y le dije:
—Podríamos dejar esto para otra ocasión, mereces pasar tiempo con tus amigos. ¿Cuánto tiempo tenías que no venías a España?
—Unos 3 años.
—Es mucho tiempo.
—Tranquila, no te preocupes. Continúa por favor. Me agrada que me hagan preguntas.
Le hice unas rápidas pero contundentes preguntas que dieron en el blanco. Él respondió cada una amablemente, y de vez en cuando sonreía malicioso como si evocara o recordara algo, me pregunté si tendría novia o pareja pero no me atreví a preguntarle, pero por la forma en que me miraba asumí por instinto que no, tal vez tendría algún tiempo solo. Parecía estar totalmente enfocado en los negocios y en sus empresas.
Me pareció un hombre sumamente interesante, intrigante, misterioso, atractivo y yo quería saber más.
El camarero fue colocando los platos de entrada en la mesa y llenando las copas de champagne. Ana Paula se sentó frente a nosotros y dos caballeros más. La conversación grupal me aburría, toda mi atención estaba plasmada en Pedro, pero en silencio tomé mi copa de champagne, bebí un sorbo y disimulé mi interés. Este hombre había removido algo en mí que hacía mucho tiempo no sentía, no me había interesado en un hombre desde... No merece la pena que lo mencione.
Presté atención a la conversación y di mis puntos de vista mientras comíamos, el ambiente se volvió tranquilo y relajado y a los postres ya teníamos planes grupales para el fin de semana en el club.
—¿Que te ha parecido?
—Interesante. —Respondí pensando en otra cosa o bueno en alguien más.
—Ha sido espléndido —Me dijo Ana Paula emocionada, sus ojos brillaban— Espero que tengas buenas notas y fotografías de la velada.
—Tengo buen material, no te preocupes— Tomé mis cosas y me despedí con un beso en la mejilla.
Aun quedaban personas en el lugar, pero yo tenía que trabajar al día siguiente. Y simplemente fui a casa.
—Cuentame de ti, Lucía — Me dijo Verónica mientras masticaba el trozo de carne.
—¿Que quieres que te cuente?— Pregunté desorientada ante su repentina pregunta.
—De ti. Has trabajado en el periódico.. ¿Por cuánto? ¿Un año? —Y haciendo pausa añadió: —Me he dado cuenta de que no sé nada de ti.
—No tengo nada que contar — Respondí tomando otro bocado del puré de patatas.
Verónica me miró con recelo y se echó hacía atrás el mechón de pelo que le caía en la cara. Desde el momento que tomé la decisión de dejar Santiago de Compostela yo había enterrado esa parte de mí, simplemente me había dispuesto a empezar de nuevo y olvidar todo lo demás. Había logrado lo que quería y ahora deseaba más, pero me había convertido en una adicta al trabajo, monótona y rutinaria y eso no me hacía del todo feliz. Había un vacío incómodo dentro de mí y yo no detectaba qué era. Además de aquel dolor que me producían los recuerdos y eso no había conseguido dejarlo en Santiago de Compostela. Inconscientemente seguía siendo esclava del pasado y entendí lo sola y desolada que estaba, aunque tenía amigos y compañeros de trabajo con los que solía reunirme y apoyarme, mi alma clamaba por algo más.
En aquel año mis almuerzos con Verónica se hicieron habituales, ella siempre hablaba y yo escuchaba. Solía ser muy incisiva a veces con las preguntas, y eso era exasperante. Podía acusarme de ser hermética y demasiado reservada y yo solo la cortaba asegurándole que mi vida era tal cual como ella la veía, aburrida y monótona. El pasado era un tema intocable para mí. Fue en aquella comida que finalmente se percató de lo desconocida que yo le parecía, yo en cambio sabía todo de ella. Las fechas de cumpleaños de sus dos hijos, su aniversario de bodas, los fines de semana de camping, picnic y las parrilladas en los que solían reunirse.
—Que feliz me hace que Gonzalo se case, siempre supe que Vanessa era la indicada. — Suspiró levantando la copa de vino y llevándola a sus labios.
—Yo también —Sonreí— Estoy muy feliz por él.
—¿Tú no has pensado en eso?
—¿En qué?
—Casarte.
—Oh Dios, no.
—Deberías salir con alguien. Te presentaré unos amigos.
—No hace falta Verónica, estoy bien.
—Insisto. ¿Que harás el fin de semana?
—Lo de siempre, jugar tenis con Ana Paula y tomar el sol.
—Lo dejaremos pendiente, entonces.
Estaba acostumbrada a mi nueva de vida de mujer independiente y volver a estar sometida bajo la autoridad de una pareja era algo que no se me pasaba por la cabeza.
—Esta vez te voy a ganar —Me decía Ana Paula mientras le daba a la pelota con la raqueta de tenis.
—Claro— Respondí embistiendo la pelota con mi raqueta sonriendo ante mi inminente triunfo.
—Ya no juego más
—¿Por qué? Era un partido amistoso — Le dije acercándome a ella — No hace falta que te enojes.
—No es eso, Lucía. Estoy cansada.
—Cuentame, ¿Que te pasa?
—Mi hermano viene de Munich el Lunes y quiero organizarle una cena de bienvenida.
—¿Es eso lo que tienes? Pero mujer no conozco a nadie que organice mejor una fiesta que tú.
—Gracias—Me dijo sonriendo—Es que tiene algún tiempo que no viene a España, ha crecido muchísimo como empresario, me pone nerviosa darle algo que no sobrepase sus expectativas.
—Eso no debería preocuparte, no se trata de impresionarlo, sino de hacerlo sentir en casa, en familia.
—Tienes razón—Dijo volviendo a sonreír y tirando de mi muñeca— Vamos a las duchas.
Estar con Ana Paula era un verdadero placer, además de pasar el fin de semana en un club lujoso lleno de gente dispuesta a consentirnos, nuestros temas de conversación eran siempre entretenidos, nos divertíamos tanto juntas jugando al tenis, nadando en la piscina, paseando a caballo, en el spa o tomando el sol.
Estaba en la oficina editando mi próximo artículo cuando sonó mi celular.
—¿Dónde estas? —Era Ana Paula su tono algo ansioso.
—Pues en el trabajo, mira la hora.
—Ah es cierto. ¿Podrías dejar eso un segundo? Necesito tu ayuda.
—¿Que necesitas?
—Lucía no seas tonta, mi hermano llega esta noche, te necesito. Hazme el favor y deja lo que estas haciendo y ven a ayudarme.
—¿Dónde estás exactamente?
—En mi atélier
—Está bien, termino aquí y voy.
Por suerte me faltaba poco y pude terminar, revisarlo y enviarlo. Tomé mis cosas y enseguida apareció Gonzalo en el umbral bloqueando mi salida.
—¿A donde vas con tanta prisa?
—Al atélier de Ana Paula necesita mi ayuda, esta preparándole una cena de bienvenida a su hermano.
—¿Terminaste el artículo? Ya conoces al jefe.
—Si, lo terminé, lo revisé y lo envíe.
—Pues puedes ir en paz— Me dijo sonriendo abriéndome camino.
—Gracias, tonto. ¿Cómo está Vanessa?
—Ocupada con los preparativos de la boda.
—Envíale mis saludos.
Atravesé el pasillo y me introduje en el ascensor. Saludé por aquí y por allá hasta llegar a la recepción donde me encontré a Verónica quien al verme me hizo un gesto con la mano.
—¿A dónde vas, mujer?
—Me encontraré con Ana Paula.
—Tengo un amigo que quiere conocer a la columnista estrella de este periódico.
—No tengo tiempo para eso, Verónica. Déjalo ya.
Seguí mi camino hasta llegar al estacionamiento. Había cambiado mi Range Rover por un modelo más actualizado y más sofisticado este se conducía con más facilidad.
Ana Paula me recibió como a un ángel, tenía un equipo de cocineros, camareros, decoradores que corrían de aquí para allá. Había preparado varias mesas elegantísimas, con vajilla fina, velas y lirios blancos como centros de mesa.
—Esto es bellísimo, Ana Paula. Has hecho un trabajo excelente.
—¿Eso crees? Quería organizarle la reunión en ese restaurante del norte de Madrid que tanto te gusta.
—¿Quién cocinó?
—Contraté un chef francés amigo de la familia. Pero mi cocina está hecha un caos allá arriba.
—¿Y tús cosas del atélier, las telas, los vestidos, los maniquíes, las maquinas de coser?
—No te preocupes por eso, los chicos lo colocaron en el almacén de allá atrás.
—Pues te ha quedado maravilloso. ¿En qué me necesitas?
—Además de tu apoyo moral, necesito que hagas un artículo de esta reunión. Invité muchos amigos y socios de mi hermano a quienes puedes entrevistar, son algunos empresarios importantes de Madrid.
—Claro, puedo hacerlo. Pero sabes que necesito la aprobación de mi jefe para publicarlo.
—No te preocupes por eso, de eso yo me encargo.
—¿A qué te refieres? ¿Hay algo que no me has contado?
—El señor Uzcategui en muy amigo de la familia, puedo llamarlo y negociar.
—Vaya, estoy impresionada. Pues vale está bien, tu mandas.
—Primero lo primero —Me miró señalándome con el dedo— Quitate esos harapos, ve arriba date una ducha rápida y ponte el vestido que deje colgado en el perchero, es mi regalo para ti esta noche. Ponte hermosa.
—Esta bien, jefa.
Di media vuelta y subí las escaleras hasta el condominio de Ana Paula, era inmenso. Ya había venido muchísimas veces antes, pero esta vez además del desorden, las cosas tiradas y el olor delicioso de la cena gourmet que preparaban en la cocina, había algo distinto en la atmósfera. Sacudí mi cabeza y me dirigí hacía la habitación de invitados. Me desvestí y me metí a la ducha fría. Siempre me ponía nerviosa rodearme de gente desconocida, pero esta vez no lo estaba tanto, miré el vestido negro que colgaba en el perchero, era hermoso de tirantes bordados, ceñido y por la rodilla. Solté mi cabello y lo sequé con el secador, hacía unos meses que había aclarado el tono a caramelo y me gustaba mucho. Me maquillé un poco y bajé buscando a Ana Paula.
El desorden había desaparecido, todo estaba impecable, ordenado y bien iluminado. Sólo quedaban los camareros y dos mujeres quiénes iban recibiendo y atendiendo a las personas que iban llegando. Había Música Clásica de fondo, además de un Violinista.
—Ha quedado espléndido— Le dije a Ana Paula a penas verla.
—Gracias. Tu te ves preciosa, te ha quedado de maravilla el vestido.
—Es muy ceñido.
—Te queda perfecto mujer — Miró el fino reloj que llevaba en la muñeca y luego me miró a mí— Necesito que busques un obsequio que le compré a mi hermano en una joyería de la calle Alcalá, aquí esta el recibo. Voy a darme una ducha y arreglarme antes de que lleguen más invitados y el invitado de honor. —Subió las escaleras con prisa y la miré hasta que se cerraron las puertas.
La calle Alcalá no quedaba demasiado lejos por suerte. Salí a la calle, encendí el motor del auto y lo puse en marcha. Ya oscurecía, el sol estaba ocultándose detrás un cielo azul mezclado con gris, tuve la impresión nefasta de que llovería.
—Buenas Tardes, vengo por un paquete. — Y le entregué la tarjeta de recibo al anciano canoso.
—De la señorita Ana Paula, enseguida. —Dijo luego de leer— Ya lo tengo listo.
Regresó al minuto con una cajita dorada atada con una cinta de seda roja, lo abrió y mostrándome el bellísimo reloj antiguo de bolsillo me dijo:
—Esto es una reliquia, una pieza única. Solo he visto dos en toda mi vida, quizá tenga unos 200 años, son muy raros de conseguir. Hice lo que pude para repararlo, el tic tac funciona bastante bien pese a su antigüedad. Espero que al joven Pedro le guste.
—Madre mía, es hermoso. Claro que le va a encantar. Yo jamás había visto nada parecido.
—¿Es usted su novia? Es muy guapa.
—No, soy amiga de Ana Paula. Por cierto muchísimas gracias.
Tomé el paquete y me despedí con una mano, crucé la calle y subí al auto. La lluvia comenzaba a caer en suaves gotas y el sol había desaparecido. Me gustaba mucho Madrid de noche, las luces, las personas andando de aquí para allá, el frío ocasional, los aromas. Conduje con prudencia los 10 minutos que me tomó regresar al atelier de Paula.
Había autos por todas partes, con dificultad logré estacionarme. El local no era demasiado grande, no me imaginaba tantas personas dentro aglomeradas en el pequeño espacio.
Empezaba a llover a cántaros, corrí hacía la entrada evitando la lluvia.
El lugar estaba lleno, todas las mesas ocupadas, los mesoneros sirviendo copas de champagne y aperitivos, el violín sonaba al fondo y las luces se volvieron tenues.
—Aquí estas— Me dijo Ana Paula tomando mi brazo, estaba muy guapa.
Le entregue el paquete y volví a mirarla.
—¿Por dónde empiezo?
—Ten calma, empieza con fotografía.
—¿Ya llegó?
—No todavía.
Tomé una copa de champagne que me daba el camarero y bebí un sorbo. Empecé fotografiando el lugar, haciendo énfasis en la decoración y en la elegancia de los elementos, hablé con varias personas, empresarios, ejecutivos, socialités, amigos de Ana Paula, etc. Hice preguntas sobre el polo, los negocios, la economía, la moda. No tenía ni la menor idea que haría con toda esa información o como la editaría para un artículo, pero ya se me ocurriría algo.
Finalmente la puerta se abrió y hubo unos segundos de silencio, todos tenían los ojos fijos en la persona que entraba. Vestía una gabardina negra sobre un traje sencillo sin corbata, bufanda, sombrero y guantes del mismo color, estaba empapado por la lluvia pero sonreía con sorpresa mientras le saludaban. Ana Paula se abalanzó sobre él y se estrecharon en un abrazo. Era alto, atlético, de mentón cuadrado, cabello Rubio con mechones castaños y ojos azules, inmensamente atractivo. Le tomé fotografía tras fotografía mientras saludaba y se quitaba la gabardina, el sombrero, la bufanda, los guantes y los colgaba en el perchero.
Tomé otra copa de champagne y bebí dos sorbos, ajusté la cámara y seguí fotografiando a Pedro Válverde el invitado de honor de la noche. Sus ojos quedaron fijos sobre mí y me paralicé, bebía de su vaso de whisky mientras sus ojos viajaban desde mis tobillos hasta mi cabeza, me sentí nerviosa e incómoda y corrí al baño.
—¿Que te pasa? —Me dijo Ana Paula— ¿Se te han pasado las copas?
—No, nada de eso solo quería lavarme las manos.
—¿Que te han parecido los aperitivos? — Preguntó Retocándose el labial en el espejo.
—Deliciosos— Respondí secamente.
—¿Viste a mi hermano? —Y me miró como si recordara algo— Ven, te lo presentaré.
Tomó mi mano y me llevó al pequeño círculo donde se encontraba, saludó en la mejilla a los otros dos caballeros y me presentó:
—Esta es Lucía, es periodista y columnista en El Notidiario. Nos hemos vuelto muy amigas. Está haciendo un artículo para el periódico de esta reunión.
—Mucho gusto, soy Pedro— Estiró su mano y la estreché.
—Lucía Santamaría.
Ana Paula tomó una copa y un tenedor y la tocó como una campana, llamando la atención de todos.
—Hagamos un brindis por el regreso de mi hermano a España, por el éxito de sus negocios y el crecimiento de la empresa y que esté sea uno de muchos momentos más que pasemos juntos en familia.
Todos alzamos las copas en el aire y bebimos al unísono.
Ana Paula nos dejó desplazándose entre la gente para dar la orden de la cena.
—¿Así que eres periodista?— Me preguntó Pedro clavando sus ojos azules en los míos.
—Y escritora.
—¿Vas a entrevistarme? Te vi tomandome fotos.
—Si, claro. Eres el invitado de honor.
—Pues bien, busquemos una mesa, estoy cansado por el viaje.
Nos acomodamos en la mesa que le tenían reservada y saqué mi libreta de notas. Ya tenía un patrón de preguntas para estas ocasiones espontáneas, pero lo miré y le dije:
—Podríamos dejar esto para otra ocasión, mereces pasar tiempo con tus amigos. ¿Cuánto tiempo tenías que no venías a España?
—Unos 3 años.
—Es mucho tiempo.
—Tranquila, no te preocupes. Continúa por favor. Me agrada que me hagan preguntas.
Le hice unas rápidas pero contundentes preguntas que dieron en el blanco. Él respondió cada una amablemente, y de vez en cuando sonreía malicioso como si evocara o recordara algo, me pregunté si tendría novia o pareja pero no me atreví a preguntarle, pero por la forma en que me miraba asumí por instinto que no, tal vez tendría algún tiempo solo. Parecía estar totalmente enfocado en los negocios y en sus empresas.
Me pareció un hombre sumamente interesante, intrigante, misterioso, atractivo y yo quería saber más.
El camarero fue colocando los platos de entrada en la mesa y llenando las copas de champagne. Ana Paula se sentó frente a nosotros y dos caballeros más. La conversación grupal me aburría, toda mi atención estaba plasmada en Pedro, pero en silencio tomé mi copa de champagne, bebí un sorbo y disimulé mi interés. Este hombre había removido algo en mí que hacía mucho tiempo no sentía, no me había interesado en un hombre desde... No merece la pena que lo mencione.
Presté atención a la conversación y di mis puntos de vista mientras comíamos, el ambiente se volvió tranquilo y relajado y a los postres ya teníamos planes grupales para el fin de semana en el club.
—¿Que te ha parecido?
—Interesante. —Respondí pensando en otra cosa o bueno en alguien más.
—Ha sido espléndido —Me dijo Ana Paula emocionada, sus ojos brillaban— Espero que tengas buenas notas y fotografías de la velada.
—Tengo buen material, no te preocupes— Tomé mis cosas y me despedí con un beso en la mejilla.
Aun quedaban personas en el lugar, pero yo tenía que trabajar al día siguiente. Y simplemente fui a casa.
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