Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 9
Me desperté con la luz del sol iluminándome la cara. Las puertas deslizables del balcón dejaban que la luz se desplazara por toda la habitación a través del cristal. Me dolía la cabeza, estaba mareada y quería vomitar. Me deshice de las sabanas y me dirigí al baño. Necesitaba una buena ducha caliente para liberarme del malestar que me envolvía.

La ducha me cayó de perlas. Me envolví el cabello con una toalla y abrí la computadora portátil. Terminé el artículo sobre el primer desfile y me gustó el resultado, las palabras brotaban del ordenador como si cobraran vida propia. Se lo envié a Marta y me dispuse a empezar el siguiente. El jefe de cocina del club era mi próximo entrevistado y el cantante Borja Bühler, si es que aún se hallaba en el lugar.

De repente recordé lo sucedido de la noche anterior, el hombre raro del jardín y como Pedro me acompañó a mi suite después de que tropecé de bruces contra él. No dijo nada, solo me dejó en la puerta y se despidió dándome las buenas noches. ¿Que hacía él, en el jardín a esas horas? No, perdón, mejor dicho. ¡¿Que narices hacía yo, en los jardines a esas horas?!

Me quité la toalla de la cabeza y me sacudí el cabello aún mojado con una mano. Me vestí con unos pantalones de pana y un blusón, ambos diseños de Ana Paula. No tenía ganas de bajar al lobby, y por fortuna, Rebecca tocó a mi puerta con una pequeña bandeja en las manos.

—Buenos días—Dijo con una ancha sonrisa.—Te he traído el desayuno.

Mis ojos y mi boca dibujaron una o. Inmediatamente dejé que entrara y cerré la puerta detrás de mí.

—No tenías que hacerlo.—Le dije.

Dejó la bandeja con un cuenco de frutas, un plato con tocino, salchichas, huevos revueltos, un par de tostadas francesas y un vaso de una bebida roja en la mesita de noche al lado de mi cama y me miró.

—Necesito un favor.—Dijo.

<> Pensé. <> Rodé los ojos, me dirigí hacia las puertas de cristal, las abrí y me acerqué al balcón.

—Puedes decirme lo que quieras.—Pronuncié, lo suficientemente alto para que me escuchara.

—Me ausentaré un par de horas.—Soltó, ligeramente preocupada.

—No tienes que pedirme permiso.

—Lo sé. Pero sé también que Don Lorenzo está en el club o lo estuvo anoche.

—Estoy segura de que ya se debe haber marchado.

—Puede haber un fallo en esa suposición.

—Si, bueno...—Volví a la cama, me recosté y tomé la bandeja sobre mi regazo—¿A donde vas?

—Voy a por mi novio al aeropuerto.

—¿Ah, si?—Tomé el tenedor y le di un pinchazo a la montaña de frutas con chocolate que tenía en el cuenco—Pensé que Felipe...

—¿Felipe?

—Si, Felipe.—Tomé un bocado, mastiqué e hice una floritura en el aire con el tenedor.—Tú y Felipe...

—No, bueno... —Se quedó dubitativa—No lo sé.

Ok, ya, está bien. Me puse muy cotilla con Rebecca, lo admito. La verdad no era de mi incumbencia, pero como amiga y compañera de trabajo, era interesante y emocionante ver florecer este romance delante de mis ojos.

—Oh, rayos—Solté con la boca llena señalando el plato con el tenedor:—Está delicioso.

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En el almuerzo, conocimos a Pablo. Le calculé unos ocho años más que a Rebecca. Tenía una pinta de vikingo moderno. Un Jason Momoa con el pelo corto. Era atractivo, alto, musculoso y con los brazos llenos de tatuajes tribales. Irradiaba testosterona, sumamente varonil y masculino. Y Rebecca estaba como mantequilla, completamente derretida, además de que era más recatada y sumisa con él. Totalmente reformada. Ok, retiro lo dicho. Felipe no tenía ninguna posibilidad. De hecho, apenas si lo vimos después de almorzar. Se escabulló a las caballerizas con la excusa de terminar un trabajo inacabado. Todo esto fue muy divertido de ver.

Yo me dediqué a lo mío. Me sentía tonta, haciendo entrevistas a chefs de cocina, decoradores y cantantes pasados de moda. Mientras que, Rebecca y Felipe, incluso Gonzalo, se codeaban (Profesionalmente hablando) con la crema y nata de la farándula, los deportes y la economía. Importantes empresarios, políticos, aristócratas, actores y actrices. E incluso un par de futbolistas famosos. Ana Paula y Pedro conocían muchísima gente importante e influyente. Pero esto no se trataba de quién se llevaba el crédito, éramos un equipo, y lo importante sin duda era que el trabajo que debía hacerse, se hiciera. El fin justificaba los medios. Además, ya me conocía de memoria el juego de Don Lorenzo, él te diría que eres una inútil como columnista y periodista, incluso si eres la mejor de lo mejor sólo para poder observar tu rendimiento cuando tu confianza hubiera sido aplastada. Claro que, yo ya era inmune a todas sus tácticas. Y los demás en el periódico que tenían más tiempo que yo de trabajar para él, también. Éramos invencibles.

Me cambié de ropa por tercera vez en el día, después de una ducha, y luego de pasarme la mitad de la tarde redactando cuidadosamente el resto de mis artículos. Tal vez para mí eran patéticos, pero sabía lo importante que era esto para Ana Paula y todo el dinero que se hallaba invertido. Con todas las fuerzas juntas. Sin duda el evento del fin de semana había sido un total y rotundo éxito.

—¿Que te ha parecido?—Me preguntó Ana Paula sentándose a mi lado, sus ojos brillaban. 

—Fantástico. Me ha encantado todo.

—Ya tengo todas las colecciones en venta. Desde mañana empezaré a despachar. Por supuesto, me ví obligada a hacer un par de excepciones. Tengo un millón de órdenes. Estaré ocupada hasta el próximo otoño. Los inversionistas, contribuyentes y socios aumentaron una barbaridad. Pronto tendremos que hacer algunas reformas, ampliar y construir más edificios. Pedro está trabajando con algunos arquitectos para hacerlo. Algunos lugares necesitan arreglos.

—Estoy muy feliz por ustedes—Dije sonriendo.

—Gracias—Rodeó mis manos con las suyas—Te lo agradezco, Lucía. Todo lo que has hecho. Eres una gran amiga.

—Pero mujer...—Repliqué—Había cientos de periodistas cubriendo este evento.

—Lo sé—Rió un poco—Pero ustedes son mis amigos.

Esa era la clase de satisfacción que yo buscaba, la de un trabajo bien hecho, con resultados fantásticos y personas felices. Habíamos terminado, me sentía plena y contenta.

************

El lunes por la mañana todos nos fuimos a las oficinas de El Notidiario, ellos a trabajar y yo por mis cosas. Estaba despedida, recordé. Verónica soltó un par de lágrimas cuando me despedí de ella en la recepción. Por supuesto, hubo algunos a los que les daba igual si yo me quedaba o me iba, no obstante fueron afectuosos y me desearon lo mejor. Marta por ejemplo, me dedicó una mirada de escrutinio mientras me detenía frente a su escritorio por un par de minutos para agradecerle (No se que le agradecía) y despedirme. Solo me dijo un par de palabras y me despidió con un ademán simple con una mano. ¡Gracias a Dios! Don Lorenzo no había llegado y no tuve que verlo. Eso fue un grandísimo alivio para mí.

Había hablado por teléfono con Benjamín Valladolid y me pidió, no, me ordenó, que tomara un vuelo hacia Berlín al día siguiente. Quería empezar lo antes posible con la revista, ya que, estaba aplazándolo más tiempo del necesario. Agradeció mi disposición y me dijo que enviaría a alguien por mí al aeropuerto.

Me quedé petrificada cuando llegué a casa y ví al mismo hombre raro que me asustó en el club. (Cuando deambulaba sin ninguna razón ni motivo por los jardines a mitad de la noche) (Aún me reprocho eso a mí misma). Vestía un costoso traje negro con camisa azul y tenía pinta de gánster. Estaba recargando la espalda sobre el lateral de un actualizado Audi color negro, estacionado en la calle. Sujetaba la correa de un perro de raza pastor alemán, quieto junto a él. Me miró cuando bajé de mi auto y cerré la puerta. Lo ví esbozar esa sonrisa siniestra otra vez. Ajusté mi bolso en mi hombro y entré rápidamente al vestíbulo del edificio en busca de los ascensores. No me seguía, pero yo ya tenía el estómago en la garganta.

Cuando entré al apartamento me asomé al balcón y ya no estaba, tampoco el auto. Solté todo el aire que estuve conteniendo sin darme cuenta, en puro alivio. Cerré con cerrojo la puerta del balcón y todas las ventanas. Aún temblaba de los nervios, no estaba segura de que en verdad me perseguía o porqué lo haría, pero no lo consideraba casualidad que le encontrara frente a mi edificio esa mañana. Indiscutiblemente por la forma en qué me miraba y sonreía yo no le simpatizaba, en lo absoluto. Fui a mi habitación a cambiarme y a hacer el equipaje. Tenía que tomar un vuelo y programar el hospedaje.

© Luu Herrera ,
книга «Un Paseo Por El Cielo».
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