Capitulo 17
Mi Mujer, sin embargo, no se quejaba nunca ¡Ay! Era mi paño de
lágrimas de siempre. La mas paciente víctima
de las repentinas, frecuentes e indomables ex-
pansiones de una furia a la que ciertamente me
abandoné desde entonces.
Para un quehacer doméstico, me acompañó
un día al sótano de un viejo edificio en el que
nos obligara a vivir nuestra pobreza. Por los
agudos peldaños de la escalera me seguía el
gato, y, habiéndome hecho tropezar la cabeza,
me exasperó hasta la locura. Apoderándome de
un hacha y olvidando en mi furor el espanto
pueril que había detenido hasta entonces mi
mano, dirigí un golpe al animal, que hubiera
sido mortal si le hubiera alcanzado como quer-
ía. Pero la mano de mi mujer detuvo el golpe.
Una rabia más que diabólica me produjo esta
intervención. Liberé mi brazo del obstáculo que
lo detenía y le hundí a ella el hacha en el
cráneo. Mi mujer cayó muerta instantáneamen-
te, sin exhalar siquiera un gemido.
lágrimas de siempre. La mas paciente víctima
de las repentinas, frecuentes e indomables ex-
pansiones de una furia a la que ciertamente me
abandoné desde entonces.
Para un quehacer doméstico, me acompañó
un día al sótano de un viejo edificio en el que
nos obligara a vivir nuestra pobreza. Por los
agudos peldaños de la escalera me seguía el
gato, y, habiéndome hecho tropezar la cabeza,
me exasperó hasta la locura. Apoderándome de
un hacha y olvidando en mi furor el espanto
pueril que había detenido hasta entonces mi
mano, dirigí un golpe al animal, que hubiera
sido mortal si le hubiera alcanzado como quer-
ía. Pero la mano de mi mujer detuvo el golpe.
Una rabia más que diabólica me produjo esta
intervención. Liberé mi brazo del obstáculo que
lo detenía y le hundí a ella el hacha en el
cráneo. Mi mujer cayó muerta instantáneamen-
te, sin exhalar siquiera un gemido.
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