CAPÍTULO 3
mezquina y la frágil fidelidad del Hombre natu-
ral.
Me casé joven. Tuve la suerte de descubrir
en mi mujer una disposición semejante a la mía.
Habiéndose dado cuenta de mi gusto por estos
favoritos domésticos, no perdió ocasión alguna
de proporcionármelos de la especie más agra-
dable. Tuvimos pájaros, un pez de color de oro,
un magnífico perro, conejos, un mono pequeño
y un gato.
Era este último animal muy fuerte y bello,
completamente negro y de una sagacidad ma-
ravillosa. Mi mujer, que era, en el fondo, algo
supersticiosa, hablando de su inteligencia,
aludía frecuentemente a la antigua creencia
popular que consideraba a todos los gatos ne-
gros como brujas disimuladas. No quiere esto
decir que hablara siempre en serio sobre este
particular, y lo consigno sencillamente porque
lo recuerdo.
Plutón —se llamaba así el gato— era mi pre-
dilecto amigo. Sólo yo le daba de comer, y..
ral.
Me casé joven. Tuve la suerte de descubrir
en mi mujer una disposición semejante a la mía.
Habiéndose dado cuenta de mi gusto por estos
favoritos domésticos, no perdió ocasión alguna
de proporcionármelos de la especie más agra-
dable. Tuvimos pájaros, un pez de color de oro,
un magnífico perro, conejos, un mono pequeño
y un gato.
Era este último animal muy fuerte y bello,
completamente negro y de una sagacidad ma-
ravillosa. Mi mujer, que era, en el fondo, algo
supersticiosa, hablando de su inteligencia,
aludía frecuentemente a la antigua creencia
popular que consideraba a todos los gatos ne-
gros como brujas disimuladas. No quiere esto
decir que hablara siempre en serio sobre este
particular, y lo consigno sencillamente porque
lo recuerdo.
Plutón —se llamaba así el gato— era mi pre-
dilecto amigo. Sólo yo le daba de comer, y..
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