Capítulo 16
Yo era entonces, en verdad, un miserable,
más allá de la miseria posible de la Humani-
dad. Una bestia bruta, cuyo hermano fue aniqui-
lado por mí con desprecio, una bestia bruta en-
gendraba en mí en mí, hombre formado a ima-
gen del Altísimo, tan grande e intolerable infor-
tunio. ¡Ay! Ni de día ni de noche conocía yo la
paz del descanso. Ni un solo instante, durante
el día, dejábame el animal. Y de noche, a cada
momento, cuando salía de mis sueños lleno de
indefinible angustia, era tan sólo para sentir el
aliento tibio de la cosa sobre mi rostro y su
enorme peso, encarnación de una pesadilla que
yo no podía separar de mí y que parecía eter-
namente posada en mi corazón.
Bajo tales tormentos sucumbió lo poco que
había de bueno en mí. Infames pensamientos
convirtiéronse en mis íntimos; los más sombr-
íos, los más infames de todos los pensamientos.
La tristeza de mi humor de costumbre se acre-
centó hasta hacerme aborrecer a todas las cosas
y a la Humanidad entera.
más allá de la miseria posible de la Humani-
dad. Una bestia bruta, cuyo hermano fue aniqui-
lado por mí con desprecio, una bestia bruta en-
gendraba en mí en mí, hombre formado a ima-
gen del Altísimo, tan grande e intolerable infor-
tunio. ¡Ay! Ni de día ni de noche conocía yo la
paz del descanso. Ni un solo instante, durante
el día, dejábame el animal. Y de noche, a cada
momento, cuando salía de mis sueños lleno de
indefinible angustia, era tan sólo para sentir el
aliento tibio de la cosa sobre mi rostro y su
enorme peso, encarnación de una pesadilla que
yo no podía separar de mí y que parecía eter-
namente posada en mi corazón.
Bajo tales tormentos sucumbió lo poco que
había de bueno en mí. Infames pensamientos
convirtiéronse en mis íntimos; los más sombr-
íos, los más infames de todos los pensamientos.
La tristeza de mi humor de costumbre se acre-
centó hasta hacerme aborrecer a todas las cosas
y a la Humanidad entera.
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