Capítulo 18
Realizado el horrible asesinato, inmediata y
resueltamente procuré esconder el cuerpo. Me
di cuenta de que no podía hacerlo desaparecer
de la casa, ni de día ni de noche, sin correr el
riesgo de que se enteraran los vecinos. Asalta-
ron mi mente varios proyectos. Pensé por un
instante en fragmentar el cadáver y arrojar al
suelo los pedazos. Resolví después cavar una
fosa en el piso de la cueva. Luego pensé arrojar-
lo al pozo del jardín. Cambien la idea y decidí
embalarlo en un cajón, como una mercancía, en
la forma de costumbre, y encargar a un man-
dadero que se lo llevase de casa. Pero, por
último, me detuve ante un proyecto que consi-
deré el mas factible. Me decidí a emparedarlo
en el sótano, como se dice que hacían en la
Edad Media los monjes con sus víctimas.
La cueva parecía estar construida a propósi-
to para semejante proyecto. Los muros no esta-
ban levantados con el cuidado de costumbre y
no hacía mucho tiempo había sido cubierto en toda su extensión por una capa de yeso que no
dejó endurecer la humedad.
resueltamente procuré esconder el cuerpo. Me
di cuenta de que no podía hacerlo desaparecer
de la casa, ni de día ni de noche, sin correr el
riesgo de que se enteraran los vecinos. Asalta-
ron mi mente varios proyectos. Pensé por un
instante en fragmentar el cadáver y arrojar al
suelo los pedazos. Resolví después cavar una
fosa en el piso de la cueva. Luego pensé arrojar-
lo al pozo del jardín. Cambien la idea y decidí
embalarlo en un cajón, como una mercancía, en
la forma de costumbre, y encargar a un man-
dadero que se lo llevase de casa. Pero, por
último, me detuve ante un proyecto que consi-
deré el mas factible. Me decidí a emparedarlo
en el sótano, como se dice que hacían en la
Edad Media los monjes con sus víctimas.
La cueva parecía estar construida a propósi-
to para semejante proyecto. Los muros no esta-
ban levantados con el cuidado de costumbre y
no hacía mucho tiempo había sido cubierto en toda su extensión por una capa de yeso que no
dejó endurecer la humedad.
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