Capítulo 23
Entonces, por una fanfarronada frenética,
golpeé con fuerza, con un bastón que tenía en
la mano en ese momento, precisamente sobre la
pared del tabique tras el cual yacía la esposa de
mi corazón.
¡Ah! Que por lo menos Dios me proteja y me
libre de las garras del archidemonio. Apenas
húbose hundido en el silencio el eco de mis
golpes, me respondió una voz desde el fondo
de la tumba. Era primero una queja, velada y
encontrada como el sollozo de un niño. Des-
pués, en seguida, se hinchó en un prolongado,
sonoro y continuo, completamente anormal e
inhumano. Un alarido, un aullido, mitad
horror, mitad triunfo, como solamente puede
brotar del infierno, horrible armonía que sur-
giera al unísono de las gargantas de los conde-
nados en sus torturas y de los demonios que
gozaban en la condenación.
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