CAPÍTULO 4
adondequiera que fuese me seguía por la casa.
Incluso me costaba trabajo impedirle que me
siguiera por la calle.
Nuestra amistad subsistió así algunos años,
durante los cuales mi carácter y mi tempera-
mento—me sonroja confesarlo—, por causa del
demonio de la intemperancia, sufrió una altera-
ción radicalmente funesta. De día en día me
hice más taciturno, más irritable, más indiferen-
te a los sentimientos ajenos. Empleé con mi
mujer un lenguaje brutal, y con el tiempo la
afligí incluso con violencias personales. Natu-
ralmente, mi pobre favorito debió de notar el
cambio de mi carácter. No solamente no les
hacía caso alguno, sino que los maltrataba. Sin
embargo, por lo que se refiere a Plutón, aún
despertaba en mí la consideración suficiente
para no pegarle. En cambio, no sentía ningún
escrúpulo en maltratar a los conejos, al mono e
incluso al perro, cuando, por casualidad o afec-
to, se cruzaban en mi camino. Pero iba se-
cuestrándome mi mal, porque, ¿qué mal admite...
Incluso me costaba trabajo impedirle que me
siguiera por la calle.
Nuestra amistad subsistió así algunos años,
durante los cuales mi carácter y mi tempera-
mento—me sonroja confesarlo—, por causa del
demonio de la intemperancia, sufrió una altera-
ción radicalmente funesta. De día en día me
hice más taciturno, más irritable, más indiferen-
te a los sentimientos ajenos. Empleé con mi
mujer un lenguaje brutal, y con el tiempo la
afligí incluso con violencias personales. Natu-
ralmente, mi pobre favorito debió de notar el
cambio de mi carácter. No solamente no les
hacía caso alguno, sino que los maltrataba. Sin
embargo, por lo que se refiere a Plutón, aún
despertaba en mí la consideración suficiente
para no pegarle. En cambio, no sentía ningún
escrúpulo en maltratar a los conejos, al mono e
incluso al perro, cuando, por casualidad o afec-
to, se cruzaban en mi camino. Pero iba se-
cuestrándome mi mal, porque, ¿qué mal admite...
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