Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 13
El buffet del Hôtel Bonaparte, donde nos estábamos hospedando, olía a café recién molido y pan francés recién horneado. Cooper y yo nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, rodeados de turistas que disfrutaban de su desayuno sin sospechar la tensión que nos rodeaba.

—Sergio Martínez —repitió Cooper mientras revisaba las grabaciones del USB en su MacBook—. Nuestro hombre es guyanés, no canadiense. Eso explica por qué no aparece en los registros locales. Es muy probable que sean inmigrantes ilegales.

—Dawson no va a creer esto —dije, señalando un audio en el que el pastor mencionaba al alcalde.

—Ya lo llamé —respondió Cooper—. Hablamos por teléfono durante horas, y también hablé con el agente Stevens.

Cooper sacó un mapa y otros documentos que desplegó sobre la mesa.

—Te explico lo que me dijeron los agentes Stevens y Dawson. —Hizo una breve pausa y añadió—: Originalmente, los cabecillas del culto eran once personas; esa es la razón por la que las autoridades actuaban con tanta ira hacia Seattle y será así hasta que sean arrestados. Estén donde estén, no tendrán ningún lugar donde esconderse.

—Ya estaban identificados —razoné.

—Sí —asintió—. Pero se les unió un integrante más. Así que no son once, sino doce. Y además se dispersaron. —Señaló los mapas—. La mujer del certamen de belleza está en España; en Seattle quedaban dos, el del psiquiátrico y el de la farmacia, que tal vez sea el proveedor de las drogas ilegales que van a distribuir los jóvenes en el sótano de esa mansión y en un campus universitario este fin de semana, y los cinco que están aquí en Montreal.

—Y ahora nuestro hombre es de Guyana —dije pensativa.

—En Suramérica debe estar su base comunitaria más importante, bienes, patrimonio y propiedades.

Me quedé unos segundos en silencio tratando de procesar todo. Le di un sorbo a mi capuchino mientras Cooper me miraba inquisitivo.

—Sé que te frustras, te desesperas y te llenas de impotencia por este caso. Créeme, yo también. Así es mi nivel de compromiso con este trabajo. Pero el FBI ha hecho un trabajo extraordinario.

—No tengo excusa, el trabajo es mi vida —sonreí—. Y es que cuando llegamos ya lo tenían todo resuelto. Hace menos de dos semanas que nos conocemos y mira dónde estamos.

—Hemos avanzado rápidamente sin mucho esfuerzo.—Reconoció

—Siempre me han preocupado los civiles ante un culto peligroso como este.

—Si pudieran hacer algo contra los civiles, ya lo habrían hecho.

—No se trata de que no quieran o de que no lo intenten, sino de que, de alguna manera, no pueden

—Efectos de estar derribando todas sus conexiones, operaciones y conspiraciones durante meses.

—Pues sí —sonreí con satisfacción.

—¿Y qué hay de los medios locales? —me preguntó mirándome con atención—. ¿Crees que sean gigantes demasiado imponentes para derribar?

—No lo sé. Tenemos que determinar su relación con ellos.

—Es verdad, debemos enfocarnos. Y no nos preocupemos, tenemos todo el tiempo del mundo.

Tomó un sorbo de su café y le dio un mordisco a su croissant.

—Continuemos con esto —dije, señalando el informe y haciendo un repaso—. El alcalde está hasta el cuello de corrupción. Los programas de educación, salud y deporte son una fachada para desviar fondos. Tres medios locales lo están chantajeando para que no investigue el culto.

—Corrupción clásica —suspiró Cooper—. El culto financia sus campañas y lo llena de favores a cambio de que ignoren sus actividades. Necesitamos pruebas sólidas para movernos. Los jóvenes de la fiesta son los peores. Usan drogas farmacéuticas ilegales y aún no tenemos claro su origen: oxicodona, fentanyl… y las distribuyen como si fueran caramelos.

—Demasiado predecible —añadí, levantando una foto—. Y esta mujer… la cuñada del tipo que terminó en el psiquiátrico. Participó en un concurso de belleza en 2013, pero la casa de su cuñado estaba a rebozar de pornografía suya y de las otras mujeres, las hijas del pastor: Clara, Catalina, Fátima e Isabel. Huyó a España con una identidad falsa; son una familia de cinco, tal vez estén en alguna provincia en España o en Madrid. Y quizás haya más gente.

Mi teléfono sonó. Era Dawson.

—¿Qué tenemos? —gruñó el agente al otro lado de la línea.

—Corrupción del alcalde —resumí—. Tres medios locales están encubriendo al culto. Drogas farmacéuticas ilegales y Sergio Martínez, guyanés. La mujer del certamen de belleza, familia de cinco, en España.

El teléfono de Cooper también vibró. Era Stevens, del FBI. A mí el agente Dawson ya me había colgado.

—Stevens —dijo Cooper por el altavoz—: ¿Qué tienen?

—El culto está usando el desfile y otros eventos para lavar dinero. El alcalde está hundido. Necesitamos verificar su relación con los medios locales y los programas municipales.

Stevens hizo una pausa en el teléfono por algunos segundos.

—¿Qué hacemos? —le preguntó Cooper.

—Sigue el protocolo —respondió Stevens y colgó.

—¿Que hacemos con el alcalde?—Pregunté.

Cooper suspiró

—Por ahora mirar hacia otro lado. Necesitamos el apoyo y el respaldo local para continuar con el caso. Debemos seguir el protocolo.

—No necesariamente; la gente en esos cargos políticos siempre es profundamente reemplazable y no hay nadie que no lo perciba así. Seguramente ya lo tienen en la mira. Caerá sin que nos esforcemos. No tenemos que hacer nada.

—Tienes razón. Entonces nosotros solo sigamos el protocolo.

Asentí.

—¿Y los jóvenes? —pregunté, recordando las drogas farmacéuticas ilegales—. Fentanilo, oxicodona… ¿Cómo los detenemos sin alertar al culto?

—Operación de vigilancia de parte de la policía local y una redada en el sótano de la mansión o en el campus universitario—Cooper tomó un sorbo de café—. Dawson puede pedir apoyo de la DEA para rastrear el origen de las drogas. Si son del farmacéutico de Seattle, tenemos jurisdicción y le añadiremos más tiempo a su condena.

—¿Y la mujer del certamen de belleza? —consulté mis notas—. Huyó a España.

—Interpol —respondió—. Podemos emitir una notificación roja si hay más pruebas.

—En mi informe dice que son tres canales de televisión locales.

—En el mío dice que es solo uno.

—Aquí están sus nombres con sus operaciones detalladas y descriptivas.

—Tal vez hay un canal de televisión en particular que está más hundido con esta gente que los demás.—Concluyó Cooper.

Apoyé los codos en la mesa para masajearme las sienes, tal vez para que le llegara más espacio y oxígeno a mi cerebro para poder entender.

—¿Qué beneficios obtienen estos canales de televisión por involucrarse con gente como esa?

Cooper se encogió de hombros.

—Ni idea.

La lluvia amenazaba con transformarse en una tormenta. La ciudad de Montreal estaba a punto de convertirse en un campo de batalla. Y nosotros éramos los únicos que sabían dónde estaban las minas. Al salir del Hôtel Bonaparte, el frío de Montreal nos golpeó como un recordatorio sobre el culto: en esta ciudad, la verdad y la justicia eran un lujo que pocos podían permitirse.


© Luu Herrera ,
книга «DECEMBER 11».
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