Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 10
El día había dado paso a la noche, y con ella, una sensación de expectación y urgencia. El agente Cooper y yo nos preparamos para partir hacia Montreal, con la misión de localizar al líder del culto y coordinar su captura con las autoridades canadienses. Mientras recogíamos nuestros equipos y documentos, no podía evitar pensar en la complejidad del caso y en la cantidad de piezas que aún faltaban por encajar. Tenía un montón de preguntas sin respuestas que no me dejaban pensar con claridad. ¿Cómo había logrado el líder del culto mantenerse oculto durante tanto tiempo? ¿Qué conexiones tenía en Canadá que le permitían operar con tanta libertad? ¿Cuánto tiempo más podría mantenerse escondido? ¿Habría más mujeres como Catalina, Fátima, Isabel y Clara? ¿Sabía que íbamos tras su captura? ¿Intentaría volver a escapar? ¿Escaparía sin que pudiéramos capturarlo? La imagen de Catalina y de Clara, sus finales trágicos, el encarcelamiento de Fátima y la decisión de Isabel de cooperar nos habían llevado hasta aquí. Sin olvidar que aún algunas detenciones se estaban llevando a cabo mientras nosotros nos poníamos en marcha.

La reunión final con Dawson fue tensa pero clara. Nos entregó un dossier con toda la información disponible sobre el líder del culto, un hombre conocido solo como "el pastor". Su vida era un misterio y un montón de contradicciones, pero su capacidad para mantenerse en las sombras y seguir operando era evidente y frustrante. Dawson nos recordó que la cooperación internacional era crucial y que el secretario de seguridad nacional estaba al tanto de cada movimiento. Y eso no me gustaba.

Mientras nos dirigíamos al aeropuerto, el silencio entre nosotros era cómodo, pero estaba demasiado tensa como para que Cooper no lo notara.

Al llegar al aeropuerto, la actividad frenética nos envolvió. Pasamos por seguridad y nos dirigimos a la puerta de embarque, donde nos esperaba un vuelo nocturno a Montreal. La ciudad, envuelta en niebla y luces tenues, parecía reflejar la incertidumbre que nos rodeaba. Sin embargo, la determinación de resolver el caso nos mantuvo alerta y enfocados.

En el avión, los susurros de los pasajeros nos rodeaban. Cooper se recostó en su asiento, cerrando los ojos, mientras yo revisaba los archivos del caso una vez más. La conexión entre el culto, Montreal y Seattle parecía compleja, pero estaba segura de que era más simple de lo que parecía, y que cada pista podía llevarnos más lejos.

—¿Crees que lo encontraremos? —preguntó Cooper, su voz baja y pensativa.

—Tenemos que hacerlo —respondí, sin levantar la vista de los documentos—. Dawson confía en nosotros.

El silencio que siguió fue pesado, lleno de expectativas y dudas.

Cooper sacó su libreta y comenzó a revisar las notas que había tomado durante la reunión con Dawson.

—Estás un poco tensa y, si no me equivoco, un poco molesta —me dijo sin apartar la vista de sus notas—. ¿Puedo saber por qué?

Solté un suspiro y me tomé un par de segundos para decidir si podía o no desahogarme con él. Decidí que no me importaría lo que pensara de mí después.

—No me gusta toda la atención que está tomando el caso.

—¿Atención? —preguntó incrédulo, con el ceño fruncido.

—Estamos hablando del secretario de seguridad nacional. Para un caso local.

—Son los protocolos. Necesitamos que haya una colaboración internacional para capturar a un criminal que no es y que no está en nuestro país. Y que no haya una escalada a niveles internacionales. Sabemos que a lo largo de los años el pastor ha vivido en diferentes países de América Latina y que tal vez tenga conexiones con esos países a donde le sería fácil huir, encubrirse y esfumarse.

—Eso lo sé. Y exactamente ese es el problema. No debió haber escalado hasta este punto. Debimos mantener toda la presión a nivel local hasta que los arrestáramos. Cuando llegué a Seattle, el agente Dawson me habló de los suburbios, una zona comunitaria donde las bases criminales del culto se movían, y ahora estamos yendo a Montreal porque vamos tras un criminal de niveles internacionales que tiene y representa tanta importancia y prominencia que hace que nos veamos como unos completos idiotas que no pudieron controlar la situación sin que se saliera de contexto.

Se quedó mirándome y pude ver el atisbo de una sonrisa. Seguro creía que me había vuelto loca y que estaba exagerando. Me encogí de hombros y seguí:

—Tal vez debería venir el secretario de Seguridad Nacional, el secretario de Estado y el presidente de los Estados Unidos personalmente a capturarlo ellos mismos. Así, por orden de importancia. Cuando debería haber cientos de policías en las calles.

—No sabemos qué conexiones tienen, y los medios de comunicación suelen ejercer presión en estos casos para confundir, desalentar, atacar o animar.

—Pude ver la presión de los medios locales cuando Dawson convocó la rueda de prensa y Stevens fue quien se presentó ante ellos cuando capturamos a las mujeres. Esto nos hace quedar como unos completos idiotas, ineptos e incompetentes. —Me presioné las sienes con los dedos y seguí—: He hecho esto durante años. Debía mantenerme enfocada en el caso en Seattle, una ciudad grande, sí, pero al fin y al cabo un área controlada, un área que nosotros podíamos controlar.

—Nuestro objetivo está en Canadá, McDowell. Y quién sabe dónde estará la mujer del certamen de belleza que parece ser una pieza clave para hacer que todos los engranajes encajen. Y todo el FBI de Seattle se está movilizando para cerrar el caso sin dejar cabos sueltos. Aún se están llevando a cabo algunos encarcelamientos mientras hablamos.

—Lo sé. Y eso me consuela —hice hincapié en eso y seguí con un suspiro—. ¿Entonces, volver a empezar desde el principio otra vez, pero esta vez en Montreal?

Cooper soltó un suspiro de frustración y asintió.

—Así es —dijo con tono cansado.

El resto del vuelo fue silencioso y tranquilo, con solo algunos momentos de turbulencia que nos recordaban la realidad del mundo exterior. La cooperación con las autoridades locales sería crucial, y sabíamos que cada paso que diéramos podría llevarnos más cerca o más lejos de nuestro objetivo.

La ciudad de Montreal se extendía bajo nosotros como un tapiz de luces cuando aterrizamos. La noche canadiense era fría y húmeda, un contraste con el clima más cálido de Seattle.

Al llegar al hotel, nos reunimos con las autoridades locales para discutir el plan de acción. La policía canadiense había estado investigando al pastor durante apenas algunos días, y aún no tenían suficientes pruebas para arrestarlo. Nuestra presencia allí era crucial para coordinar los esfuerzos y asegurar que el caso se resolviera sin dejar cabos sueltos.

El resto de la noche se convirtió en una serie de reuniones y llamadas telefónicas, coordinando cada movimiento con precisión. Sabíamos que el pastor era astuto, pero también que su red de apoyo y conexiones se desmoronaba con cada segundo que pasaba.



© Luu Herrera ,
книга «DECEMBER 11».
Коментарі