Capítulo 7
El anuncio de que habían atrapado a las mujeres resonó en la sala como un trueno. Me quedé inmóvil por un momento, tratando de procesar todo. Mis pensamientos eran una maraña de emociones contradictorias: alivio, preocupación, y una pizca de incredulidad. El ruido ensordecedor de los aplausos y vitores llenó el ambiente. El agente Stevens apenas podía ocultar su orgullo mientras revelaba la captura de las fugitivas.
—Las han detenido en un hotel en las afueras de la ciudad —explicó Stevens, todavía con una sonrisa de satisfacción—. Al parecer, estaban tratando de recuperar algunas cosas de la iglesia, pero uno de nuestros equipos de vigilancia las identificó.
—Pero ahora viene lo más difícil.—Dijo Cooper al resto de la sala—Necesitamos hacerlas hablar.
Todos asentimos en acuerdo.
—Vamos a utilizar toda la evidencia que tenemos contra ellas. Cada detalle, cada conexión. No les daremos tregua —respondí, con seriedad.
Al mediodía el sol ya se había alzado por completo. Afuera de la sede del FBI, los medios, periodistas y curiosos se agolpaban a la espera de la rueda de prensa del agente especial encargado Philip Dawson. Dentro, la atmósfera era igual de intensa, pero por razones completamente distintas.
Me encontraba en la sala de interrogatorios, esperando que trajeran a las mujeres que habían logrado capturar gracias al trabajo meticuloso del agente especial supervisor Stevens y al equipo de inteligencia y vigilancia. Habían sido atrapadas en una operación coordinada y precisa, un golpe maestro que había requerido meses de vigilancia y análisis. A eso se tenía que dar crédito.
El agente Cooper estaba a mi lado, revisando los perfiles de las detenidas. Su experiencia en la unidad de análisis de conducta y como perfilador en Pittsburgh lo hacían un valioso aliado en esta investigación. Además, su trayectoria combatiendo el crimen organizado y el terrorismo lo hacían el complemento perfecto para este caso. Cada detalle de los informes parecía caer en su lugar bajo su mirada analítica, y su invaluable perspectiva podía ser crucial para entender la estructura del culto y a sus cabecillas.
—Debemos enfocarnos en Isabel Silva. Su historial sugiere que podría ser más susceptible a la presión psicológica. Necesitamos entender cómo se relacionan con el culto.
Abrí la puerta y entramos. Las tres mujeres, Isabel Silva, Fátima Ferrer y Catalina García, estaban sentadas, esposadas y con miradas que oscilaban entre el desafío y el miedo. Fátima me miró con ojos desafiantes. Su cuerpo estaba tenso, sus manos retorciéndose en la mesa. Nos sentamos frente a ellas, colocando los archivos con las pruebas en la superficie, donde pudieran verlos.
—Vamos a ir al grano —dije, mi voz amenazante resonando con una firmeza calculada—. Sabemos quiénes son y lo que han hecho. Tenemos evidencia suficiente para encerrarlas de por vida. Pero si cooperan, podemos considerar una negociación. Queremos respuestas, y las queremos ahora.
Catalina García fue la primera en hablar, su tono lleno de desprecio.
—¿Negociar? No tenemos nada que decirles.
Me acerqué un poco más, dejando que sintiera el peso de mi mirada.
—Entonces, están solas—respondí, inclinándome hacia adelante—. Porque a menos que empieces a hablar, las cosas solo van a empeorar para ti y tus compañeras.
—No sé de qué estás hablando —dijo, sarcástica.
Levanté uno de los archivos y lo abrí, mostrándole las fotos y los documentos que habíamos recopilado. Imágenes de ella con Clara Martínez, Isabel y Fátima. Fotos de los eventos del culto, las recaudaciones de fondos y del club nocturno. Pruebas irrefutables.
—Esto es de lo que estoy hablando, Catalina—dije, señalando las fotos.
Ella desvió la mirada, pero pude ver un destello de preocupación en sus ojos.
—Tienes muchas razones para hablar, Catalina. Sabemos que Clara Martínez era una líder en su grupo. Sabemos que estaban planeando algo grande. Y créeme, vamos a descubrirlo con o sin su ayuda.
—No tienes idea de lo que estás haciendo —murmuró, tartamudeando ligeramente.
Isabel Silva, con el rostro pálido y la mirada perdida, empezó a temblar. Había un atisbo de vulnerabilidad en sus ojos. Era evidente que la presión la estaba afectando más que a las otras. Cooper notó su debilidad y se inclinó hacia ella.
—Isabel, esta es tu oportunidad de conseguir una salida. Tienes antecedentes, pero esto es diferente. Esto es terrorismo. Si hablas, podemos ayudarte.
Ella dudó, sus ojos llenándose de lágrimas. Antes de que pudiera responder, Fátima Ferrer intervino, su voz dura y controlada.
—No sabemos nada. No hay nada que puedan usar contra nosotras.
Sonreí, aunque mi mirada seguía siendo gélida.
—Eso no es lo que dicen las pruebas. Encontramos su laboratorio. Encontramos sus explosivos. Sabemos que Clara murió por causa de los explosivos. Sabemos que se refugiaban en esa iglesia, preparando su escape. Tenemos imágenes de ustedes en el restaurante antes, durante y después de las explosiones. Todo esto las incrimina. Las vimos presionar el detonador.
Fátima respiró hondo desafiandome con su mirada, pero permaneció en silencio. Decidí presionar un poco más.
—Si no hablas, te juro que te aseguraremos la pena máxima y que tu vida en la cárcel sea un infierno—dije, acercándome a ella manteniendo una postura amenazante.—. Tienes una elección: cooperar y salvarte, o quedarte en silencio y hundirte aún más junto con todas las demás.
Fátima me miró con desdén, sus ojos se movieron nerviosamente, buscando una salida que no existía. Sabía que el juego había terminado para ella.
Catalina intentó mantener su actitud descarada, pero era claro que estaba empezando a quebrarse. La evidencia era totalmente aplastante, y lo sabían.
—¿Qué estaban planeando? —pregunté, mi voz firme y autoritaria—. ¿Dónde está el resto de su grupo?
La tensión en la sala era palpable. Cada segundo que pasaba aumentaba la presión sobre ellas. Finalmente, Isabel rompió el silencio, su voz apenas un susurro ahogada por el llanto.
—Isabel, ¿quieres pasar el resto de tu vida en una celda?—Pregunté— Porque eso es lo que te espera si no hablas.
Isabel tragó saliva y bajó la mirada. Sabía que estaba acorralada.
—No... no puedo...
Cooper intercambió una mirada conmigo, ambos sabíamos que estábamos logrando avances. Se acercó más, su tono más suave pero igualmente firme.
—Isabel, esta es tu única oportunidad de salir de esto con alguna esperanza. Necesitamos saber quién más está involucrado y cuáles son sus próximos objetivos. ¿Qué estaban planeando?
Las lágrimas corrían por su rostro mientras luchaba por encontrar las palabras.
—Estábamos... estábamos planeando algo grande... algo en Oregon... no sé todos los detalles, solo seguíamos órdenes...
—¿Quién les daba las órdenes? —presioné, sintiendo que estábamos cerca de una revelación importante.
—No lo sé... había muchos más... alguien en la sombra... solo Clara tenía contacto directo...
Algo en su explicación no me convencía. Conocía el modus operandi de estos grupos y sabía que la verdad solía ser más siniestra de lo que aparentaba.
Me levanté, sintiendo una mezcla de frustración y resolución. Necesitábamos más, y lo conseguiríamos.
—Vamos a averiguar quiénes están detrás de esto—digo, con determinación—. Y cuando lo hagamos, me aseguraré de que nadie más vuelva a causar este tipo de terror.
Observé a las tres detenidas, cada una lidiando a su manera con la presión que les aplicábamos. Isabel parecía estar al borde del colapso, mientras que Fátima y Catalina intentaban mantener una fachada de descaro y desafío, aunque sus ojos delataban el pánico que las consumía por dentro.
—Bien, ahora que hemos establecido que tienen mucho que explicar, vamos a proceder de manera ordenada y metódica —dije, adoptando un tono más formal—. Agente Cooper, solicite que traigan a los equipos forenses y de análisis de evidencia. Quiero que cada rincón de esa iglesia y del hotel donde las capturaron sea examinado con lupa. Necesitamos saber todo lo que puedan decirnos sobre sus planes y sus cómplices.
Cooper asintió y salió de la sala para dar las instrucciones correspondientes. Mientras tanto, me volví hacia las detenidas, clavando mi mirada en ellas.
—Ustedes tres van a cooperar plenamente con nosotros. Saben que tienen mucho que perder si se niegan a hablar. Así que les sugiero que comiencen a soltar todo lo que saben, sin omitir ni un solo detalle. Cuanto más colaboren, más posibilidades tendrán de obtener una sentencia más favorable.
Fátima apretó los puños, pero no dijo nada. Catalina desvió la mirada, visiblemente nerviosa. Isabel, por su parte, rompió a llorar de nuevo, balbuceando palabras incoherentes.
—Tómenles declaración a cada una por separado —ordené a los agentes que aguardaban en la puerta—. Quiero que las interroguen exhaustivamente, sin dejar ningún cabo suelto. Revisen cada uno de los registros, facturas, actividades financieras, comunicaciones y contactos que tengan. Necesitamos reconstruir cada uno de sus movimientos y vínculos.
Los agentes asintieron y se acercaron a las detenidas para escoltarlas a las respectivas salas de interrogatorio.
—Las han detenido en un hotel en las afueras de la ciudad —explicó Stevens, todavía con una sonrisa de satisfacción—. Al parecer, estaban tratando de recuperar algunas cosas de la iglesia, pero uno de nuestros equipos de vigilancia las identificó.
—Pero ahora viene lo más difícil.—Dijo Cooper al resto de la sala—Necesitamos hacerlas hablar.
Todos asentimos en acuerdo.
—Vamos a utilizar toda la evidencia que tenemos contra ellas. Cada detalle, cada conexión. No les daremos tregua —respondí, con seriedad.
Al mediodía el sol ya se había alzado por completo. Afuera de la sede del FBI, los medios, periodistas y curiosos se agolpaban a la espera de la rueda de prensa del agente especial encargado Philip Dawson. Dentro, la atmósfera era igual de intensa, pero por razones completamente distintas.
Me encontraba en la sala de interrogatorios, esperando que trajeran a las mujeres que habían logrado capturar gracias al trabajo meticuloso del agente especial supervisor Stevens y al equipo de inteligencia y vigilancia. Habían sido atrapadas en una operación coordinada y precisa, un golpe maestro que había requerido meses de vigilancia y análisis. A eso se tenía que dar crédito.
El agente Cooper estaba a mi lado, revisando los perfiles de las detenidas. Su experiencia en la unidad de análisis de conducta y como perfilador en Pittsburgh lo hacían un valioso aliado en esta investigación. Además, su trayectoria combatiendo el crimen organizado y el terrorismo lo hacían el complemento perfecto para este caso. Cada detalle de los informes parecía caer en su lugar bajo su mirada analítica, y su invaluable perspectiva podía ser crucial para entender la estructura del culto y a sus cabecillas.
—Debemos enfocarnos en Isabel Silva. Su historial sugiere que podría ser más susceptible a la presión psicológica. Necesitamos entender cómo se relacionan con el culto.
Abrí la puerta y entramos. Las tres mujeres, Isabel Silva, Fátima Ferrer y Catalina García, estaban sentadas, esposadas y con miradas que oscilaban entre el desafío y el miedo. Fátima me miró con ojos desafiantes. Su cuerpo estaba tenso, sus manos retorciéndose en la mesa. Nos sentamos frente a ellas, colocando los archivos con las pruebas en la superficie, donde pudieran verlos.
—Vamos a ir al grano —dije, mi voz amenazante resonando con una firmeza calculada—. Sabemos quiénes son y lo que han hecho. Tenemos evidencia suficiente para encerrarlas de por vida. Pero si cooperan, podemos considerar una negociación. Queremos respuestas, y las queremos ahora.
Catalina García fue la primera en hablar, su tono lleno de desprecio.
—¿Negociar? No tenemos nada que decirles.
Me acerqué un poco más, dejando que sintiera el peso de mi mirada.
—Entonces, están solas—respondí, inclinándome hacia adelante—. Porque a menos que empieces a hablar, las cosas solo van a empeorar para ti y tus compañeras.
—No sé de qué estás hablando —dijo, sarcástica.
Levanté uno de los archivos y lo abrí, mostrándole las fotos y los documentos que habíamos recopilado. Imágenes de ella con Clara Martínez, Isabel y Fátima. Fotos de los eventos del culto, las recaudaciones de fondos y del club nocturno. Pruebas irrefutables.
—Esto es de lo que estoy hablando, Catalina—dije, señalando las fotos.
Ella desvió la mirada, pero pude ver un destello de preocupación en sus ojos.
—Tienes muchas razones para hablar, Catalina. Sabemos que Clara Martínez era una líder en su grupo. Sabemos que estaban planeando algo grande. Y créeme, vamos a descubrirlo con o sin su ayuda.
—No tienes idea de lo que estás haciendo —murmuró, tartamudeando ligeramente.
Isabel Silva, con el rostro pálido y la mirada perdida, empezó a temblar. Había un atisbo de vulnerabilidad en sus ojos. Era evidente que la presión la estaba afectando más que a las otras. Cooper notó su debilidad y se inclinó hacia ella.
—Isabel, esta es tu oportunidad de conseguir una salida. Tienes antecedentes, pero esto es diferente. Esto es terrorismo. Si hablas, podemos ayudarte.
Ella dudó, sus ojos llenándose de lágrimas. Antes de que pudiera responder, Fátima Ferrer intervino, su voz dura y controlada.
—No sabemos nada. No hay nada que puedan usar contra nosotras.
Sonreí, aunque mi mirada seguía siendo gélida.
—Eso no es lo que dicen las pruebas. Encontramos su laboratorio. Encontramos sus explosivos. Sabemos que Clara murió por causa de los explosivos. Sabemos que se refugiaban en esa iglesia, preparando su escape. Tenemos imágenes de ustedes en el restaurante antes, durante y después de las explosiones. Todo esto las incrimina. Las vimos presionar el detonador.
Fátima respiró hondo desafiandome con su mirada, pero permaneció en silencio. Decidí presionar un poco más.
—Si no hablas, te juro que te aseguraremos la pena máxima y que tu vida en la cárcel sea un infierno—dije, acercándome a ella manteniendo una postura amenazante.—. Tienes una elección: cooperar y salvarte, o quedarte en silencio y hundirte aún más junto con todas las demás.
Fátima me miró con desdén, sus ojos se movieron nerviosamente, buscando una salida que no existía. Sabía que el juego había terminado para ella.
Catalina intentó mantener su actitud descarada, pero era claro que estaba empezando a quebrarse. La evidencia era totalmente aplastante, y lo sabían.
—¿Qué estaban planeando? —pregunté, mi voz firme y autoritaria—. ¿Dónde está el resto de su grupo?
La tensión en la sala era palpable. Cada segundo que pasaba aumentaba la presión sobre ellas. Finalmente, Isabel rompió el silencio, su voz apenas un susurro ahogada por el llanto.
—Isabel, ¿quieres pasar el resto de tu vida en una celda?—Pregunté— Porque eso es lo que te espera si no hablas.
Isabel tragó saliva y bajó la mirada. Sabía que estaba acorralada.
—No... no puedo...
Cooper intercambió una mirada conmigo, ambos sabíamos que estábamos logrando avances. Se acercó más, su tono más suave pero igualmente firme.
—Isabel, esta es tu única oportunidad de salir de esto con alguna esperanza. Necesitamos saber quién más está involucrado y cuáles son sus próximos objetivos. ¿Qué estaban planeando?
Las lágrimas corrían por su rostro mientras luchaba por encontrar las palabras.
—Estábamos... estábamos planeando algo grande... algo en Oregon... no sé todos los detalles, solo seguíamos órdenes...
—¿Quién les daba las órdenes? —presioné, sintiendo que estábamos cerca de una revelación importante.
—No lo sé... había muchos más... alguien en la sombra... solo Clara tenía contacto directo...
Algo en su explicación no me convencía. Conocía el modus operandi de estos grupos y sabía que la verdad solía ser más siniestra de lo que aparentaba.
Me levanté, sintiendo una mezcla de frustración y resolución. Necesitábamos más, y lo conseguiríamos.
—Vamos a averiguar quiénes están detrás de esto—digo, con determinación—. Y cuando lo hagamos, me aseguraré de que nadie más vuelva a causar este tipo de terror.
Observé a las tres detenidas, cada una lidiando a su manera con la presión que les aplicábamos. Isabel parecía estar al borde del colapso, mientras que Fátima y Catalina intentaban mantener una fachada de descaro y desafío, aunque sus ojos delataban el pánico que las consumía por dentro.
—Bien, ahora que hemos establecido que tienen mucho que explicar, vamos a proceder de manera ordenada y metódica —dije, adoptando un tono más formal—. Agente Cooper, solicite que traigan a los equipos forenses y de análisis de evidencia. Quiero que cada rincón de esa iglesia y del hotel donde las capturaron sea examinado con lupa. Necesitamos saber todo lo que puedan decirnos sobre sus planes y sus cómplices.
Cooper asintió y salió de la sala para dar las instrucciones correspondientes. Mientras tanto, me volví hacia las detenidas, clavando mi mirada en ellas.
—Ustedes tres van a cooperar plenamente con nosotros. Saben que tienen mucho que perder si se niegan a hablar. Así que les sugiero que comiencen a soltar todo lo que saben, sin omitir ni un solo detalle. Cuanto más colaboren, más posibilidades tendrán de obtener una sentencia más favorable.
Fátima apretó los puños, pero no dijo nada. Catalina desvió la mirada, visiblemente nerviosa. Isabel, por su parte, rompió a llorar de nuevo, balbuceando palabras incoherentes.
—Tómenles declaración a cada una por separado —ordené a los agentes que aguardaban en la puerta—. Quiero que las interroguen exhaustivamente, sin dejar ningún cabo suelto. Revisen cada uno de los registros, facturas, actividades financieras, comunicaciones y contactos que tengan. Necesitamos reconstruir cada uno de sus movimientos y vínculos.
Los agentes asintieron y se acercaron a las detenidas para escoltarlas a las respectivas salas de interrogatorio.
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