Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 18
La llegada del agente especial encargado Philip Dawson y del agente especial supervisor Wyatt Stevens a Montreal fue como un rayo en un día soleado. Cooper y yo nos encontrábamos en una sala de reuniones improvisada del Sûreté du Québec, esperando a los agentes del FBI. La tensión era palpable; sabíamos que sus visitas no eran casuales.

—Buenos días, agentes —saludó Dawson con una sonrisa profesional, aunque su mirada revelaba preocupación.

—¿Por qué no nos han avisado que vendrían? —pregunté, intentando mantener la calma.

—Quisimos venir personalmente —respondió Stevens.

—¿Por qué? —pregunté, incapaz de ocultar mi preocupación.

—El Departamento de Justicia y el Secretario de Seguridad Nacional han decidido cerrar el caso en Estados Unidos —explicó Dawson, su voz firme pero con un matiz de disculpa.— Hemos arrestado a varios implicados y consideran que es suficiente.

Cooper y yo intercambiamos una mirada de incredulidad. Todo nuestro esfuerzo, todos nuestros avances, parecían insignificantes ante la decisión de cerrar el caso.

—Pero estamos cerca de atrapar a Martínez —protesté, mi voz llena de frustración.— Y no se detendrán en sus crímenes hasta que sean arrestados.

—Lo sabemos —intervino Dawson.— Y es por eso que hemos venido. No podemos permitir que se detenga la investigación aquí. Sin embargo, no pueden seguir operando oficialmente como agentes del FBI en Montreal.

Cooper y yo nos miramos.

—Cooper, tú te tomaste más de un par de días de descanso —le recriminé—. Sentí que desdeñabas el caso y que no querías tomarlo en serio. Una actitud poco profesional.

Me miró con reproche, con una ceja alzada.

—Yo a veces percibo que tú renunciarías a la investigación para escaparte a un paraíso lejano e inaccesible.

Titubeé y parpadeé un par de veces, me había atrapado. La verdad es que era una idea que cruzaba constantemente mi mente cuando no soportaba la presión, pero yo no tenía la habilidad de desconectar tan fácilmente como Cooper, sobre todo en momentos en los que más se requería mantenerse enfocado y dispuesto.

—Te equivocas —respondí—. He trabajado en el FBI durante once años y nunca he tomado vacaciones.

—Yo tampoco —dijo—. Solo me tomo las cosas con calma. Deberías hacer lo mismo —hizo una pausa y con voz grave añadió—: ¿De verdad quieres seguir adelante con el caso?

—Yo te preguntaría exactamente lo mismo —repliqué—. Me han acusado muchas veces de ser compulsiva con el trabajo y, sin embargo, nunca he abandonado mis obligaciones.

Cooper suspiró y miró a los agentes Stevens y Dawson, que se habían estado sirviendo de algunas bebidas de una máquina expendedora de la sala mientras nosotros discutíamos.

—¿Qué proponen? —preguntó Cooper, su tono cauteloso.

—Tenemos un contacto en Quebec que puede ayudarles a seguir adelante con la investigación —explicó Stevens—. Pero tendrán que hacerlo fuera del marco oficial del FBI. Podríamos suspenderlos temporalmente para que puedan trabajar sin restricciones, pero sin sus credenciales.

—Una vez que regresen a Seattle, las recuperarán —siguió Dawson—. Pero mientras tanto, no queremos que involucren al FBI ni a los Estados Unidos en este caso de Sergio Martínez.

—¿Por qué? —pregunté, aunque sentí que era una pregunta estúpida.

—En su mayoría para evitar problemas diplomáticos —explicó Dawson—. Hemos investigado minuciosamente y Sergio Martínez no tiene ningún contacto en los Estados Unidos. Hemos cerrado el caso definitivamente.

—Eso nos deja solamente Canadá —afirmé.

—Así es —respondió Dawson con serenidad—. Les he organizado una serie de encuentros con algunos contactos canadienses que podrían ayudarlos. Este país es muy grande y les proporcionaremos un itinerario con algunas ciudades que tendrán que visitar.

—Su primera visita será en Québec. Allí se reunirán con François Lefebvre —añadió Stevens.

Sabíamos que era un riesgo, pero también sabíamos que no podíamos detenernos ahora. Aceptamos la propuesta, decididos a atrapar a Martínez y desmantelar su organización criminal.

—Estamos dentro —dije, con una determinación que no dejaba lugar a dudas.

Con un suspiro, Dawson asintió.

—Bien. Tendrán que ser cuidadosos —nos miró a ambos con seriedad—. A partir de ahora, están solos.

Cooper y yo asentimos, sabiendo que estábamos a punto de adentrarnos en una misión peligrosa, pero también sabíamos que no había vuelta atrás.





© Luu Herrera ,
книга «DECEMBER 11».
Коментарі