Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 15
Después de la noche de caos, arrestos, incendios y tiroteos en el campus del Central College Insilage, el clima nevado de Montreal parecía envolverlo todo en una capa de serenidad y tranquilidad. El Sûreté du Québec (SQ), el Servicio Canadiense de Inteligencia de Seguridad (CSIS), la Gendarmería Real de Canadá (RCMP) y la Unidad de Crimen Organizado de la Policía de Montreal (SPVM) trabajaban incansablemente para desentrañar los hilos del caso que había desembocado en tal tragedia, mientras Cooper y yo nos encontrábamos en diferentes mundos.

Mientras yo revisaba los informes policiales en la comisaría, Cooper había decidido tomarse un descanso. Había estado entrenando físicamente, levantando pesas, practicando boxeo y lucha libre. Después, pasaba la tarde en el Scandinave Spa Vieux-Montréal, disfrutando de masajes.

Por mi parte, no podía evitar sentir que estábamos perdiendo el tiempo. No estábamos en Montreal de vacaciones, sino trabajando en un caso crítico. Sin embargo, al ver a Cooper tan tranquilo, comencé a cuestionar mi propia rigidez. Tal vez debería relajarme también, pensé. La verdad era que su actitud me sorprendía. Había algo en su forma de llevar la situación que me hacía cuestionar mi propio enfoque. Tal vez necesitaba un poco de esa ligereza, pero la urgencia del caso pesaba sobre mí como un yugo. Al final, me decidí a mantenerme enfocada.

Mientras Cooper se preparaba para su sesión en el Scandinave Spa Vieux-Montréal, me encontré revisando los informes del incendio. Las imágenes de las tres jóvenes muertas seguían resonando en mi mente; los jóvenes bajo los efectos de las drogas y el alcohol, los incendios y los bomberos trabajando para apagar los últimos rescoldos. La escena era desoladora; nada quedaba del campus ni de la mansión que no hubiera sido consumido por las llamas o derrumbado por el colapso estructural. La investigación en Montreal apenas comenzaba, pero ya sabíamos que este caso iba mucho más allá de un simple tráfico de drogas. Sabía que no podía permitir que mi emoción me consumiera, pero era difícil no sentir una sensación de urgencia. Teníamos que atrapar al cabecilla de esa peligrosa organización criminal antes de que causara más daño.

—Cooper, ¿cómo puedes relajarte así? ¿No crees que deberíamos enfocarnos en el caso? —le pregunté cuando se reunió conmigo en el lobby del hotel.

—¿Qué tal, McDowell? —saludó, con una sonrisa despreocupada—. ¿Cómo va la cumbre de los jefes?

—No es una cumbre, Cooper. Es una reunión de emergencia tras un desastre —respondí, intentando mantener la calma. Su actitud despreocupada me sacaba de quicio en ese momento.

Cooper sonrió, como si pudiera ver más allá de mi frustración.

—Vamos, solo estamos intercambiando información. Tú deberías unirte a mí en el spa un rato, relajarte, liberar un poco de tensión —sugirió, como si eso fuera la solución a todos nuestros problemas.

—¿Spa? —repliqué, arqueando una ceja—. ¿Acaso no estás consciente de que hay un peligroso culto en libertad? No estamos aquí de vacaciones, Cooper. Esto no es un juego.

Sonrió, se encogió de hombros y se acomodó a mi lado.

—Necesito estar en forma para esto, McDowell. Y delegar un poco no nos hará daño; tenemos que dejar que las autoridades canadienses hagan su trabajo. Además, hemos progresado mucho. Ahora sabemos dónde están. Confía en mí, McDowell. Estamos en esto juntos.

Asentí lentamente, admitiendo que tal vez tenía razón. Tal vez era hora de que yo también me relajara un poco. Pero mi mente seguía en el caso, y sabía que no podía descansar hasta que lo resolviéramos.

—Estoy de acuerdo, pero no podemos olvidar que no estamos de vacaciones aquí en Montreal. No podemos permitirnos distraernos. Tenemos que seguir el protocolo y trabajar con las autoridades para atrapar a ese pastor—insistí.

—Tenemos una pista sobre la esposa del pastor —dijo Cooper, su voz baja y seria—. Al parecer, tiene un apodo entre sus seguidores y fieles. —Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. A la esposa de Sergio Martínez la llaman "Cara de Pene" debido a varias anécdotas y a su comportamiento en los espectáculos, eventos del culto, y a una trayectoria pornográfica y de entretenimiento. A sus tres hijas también las llaman igual.

Asentí, tomando nota mentalmente. Era un detalle importante que podría ser bastante útil más adelante.

—Necesitamos hablar con los testigos y recopilar más pruebas —continué—. La Gendarmería Real de Canadá ha estado trabajando para resolver el caso del campus.

Cooper asintió, su mirada fija en los informes que tenía delante. —El culto está claramente involucrado en la distribución de fentanilo tanto en el campus como en la mansión. La esposa del pastor podría ser una pieza clave en esta investigación.

—Es posible que todavía estén intentando eliminar todas las pruebas posibles, aunque los hechos los incriminen—dije—. Necesitamos infiltrarnos de nuevo.

—Tienes razón, pero necesitamos un plan —respondió.—No podemos repetir el mismo error.

Recordé el caos, el fuego, los disparos... La imagen de las tres chicas muertas aún me perseguía.

—Sí, pero debemos tener cuidado —respondí, recordando los riesgos que conllevaba nuestra misión. La policía no estaba dispuesta a escuchar nuestras teorías sobre un culto. Todo lo que tenían era un caso de narcotráfico, tres chicas violadas cuyas autopsias preliminares indicaban muertes por sobredosis, y eso era lo que los canadienses querían perseguir.

Me miró con una sonrisa leve, y por primera vez, vi en él una calma que no había notado antes. Quizás, después de todo, su enfoque era el correcto; un poco de relajación me ayudaría a mí también a ver las cosas con más claridad. Pero mientras tanto, el caso seguía abierto, y nosotros estábamos más decididos que nunca a resolverlo.

—Vamos —dije, poniéndome de pie—. Tenemos un caso que resolver.

—¿Qué te parece si nos tomamos un descanso? —me preguntó Cooper, mientras se ajustaba la toalla alrededor del cuello.

—No me hables de spas —respondí, aunque no pude evitar esbozar una leve sonrisa—. ¿De verdad crees que eso es lo que necesitamos en este momento?

—Sí, lo creo —contestó, y había una sinceridad en su voz que me hizo reconsiderar.

—Está bien— dije finalmente.—Quizás tengas razón. Un poco de descanso no nos hará daño. Pero no te olvides de que estamos aquí por una razón. No podemos permitirnos distraernos. Tenemos un trabajo que hacer y un pastor criminal que atrapar. Cada minuto cuenta.

Cooper sonrió y me invitó a unirme a él en el Scandinave Spa Vieux-Montréal, y acepté. Tal vez, en medio del caos del caso, encontrar un momento de paz era la clave para mantener la lucidez.
© Luu Herrera ,
книга «DECEMBER 11».
Коментарі