Capítulo 1
Aún estoy nerviosa cuando llego a la sede del FBI. Mi lugar de trabajo. Estaciono el auto y me miro en el espejo retrovisor antes de descender. A quién quiero engañar, me veo fatal, hice todo lo que pude para cubrir las ojeras con un poco de maquillaje, pero no fue suficiente. Me acomodo el cabello en un moño e intento relajarme. Menudo día, tengo apenas unas doce horas en la ciudad y ya lograron localizarme. Tomo las flores y la tarjeta que he marcado como evidencia y cierro el auto de un portazo. Me dirijo hacia el ascensor. El estacionamiento subterráneo está silencioso, sin embargo, escucho los pasos detrás de mí, ligeros como los de una gacela. Instintivamente, mi mano derecha se desliza hacia donde debería estar mi pistola. No está. Aprieto la mano en un puño, preparada para dar un puñetazo a quien sea que busque problemas. Los pasos se intensifican. Cada vez más sonoros y cercanos. Tomo una bocanada de aire y presiono el botón del ascensor. Trato de actuar con normalidad, aunque mi corazón se sacude dentro de mi pecho y mi respiración se entrecorta. Solo puedo rememorar los últimos siete años de terror que han sufrido mis familiares y amigos por causa de esta organización terrorista. Sé perfectamente bien quiénes me enviaron la tarjeta y las flores.
Alguien carraspea detrás de mí, mi cuerpo reacciona con un reflejo, apenas si volteo, lanzo un puñetazo al aire, cuando estoy a punto de golpear el rostro de esta persona, me detengo, a unos escasos centímetros de partirle la cara. Alza las manos en sorpresa, dejando caer una bolsa de papel y un café de Starbucks que me salpica los zapatos.
Suelto una palabrota.
—Tranquila—Dice.
En ese instante, el ascensor se abre. Me disculpo sin sentir un ápice de culpabilidad por lo que acaba de suceder y me deslizo dentro del ascensor. Presiono el botón.
—Espera—Dice él, e intenta seguirme antes de que las puertas se cierren, pero es demasiado tarde y éstas se cierran en sus narices.
—Maldición—Pronuncia.
Sonrío. Por un momento me olvido de las malditas flores y la tarjeta que aún tengo en una mano y lo que éstas significan. En unos cuantos segundos me encuentro en un piso lleno de personas que se desplazan con confianza en uno de los amplios pisos de la Oficina de Campo de Seattle donde me han asignado.
—Agente McDowell.
Me doy vuelta para encontrarme a un hombre de color bastante imponente mirarme con seriedad y también con simpatía.
—Un placer conocerla, agente. Bienvenida.
—El placer es mío... Agente...
—Dawson. Soy el agente especial a cargo—Me estrecha la mano, hace una simple floritura y añade—Sígame, por favor.
Asiento y obedezco.
Su despacho es sobrio y agradable, se sienta en un ancho sillón, no sin antes ofrecerme una taza de café. Niego con la cabeza. Me señala una butaca y me siento.
—Tengo entendido que tiene experiencia con las organizaciones terroristas.
—Así es, señor.
—Es por esa razón que hemos pedido su traslado. Tenemos un grave problema.
—Lo escucho, señor.
—Tenemos terroristas asentados en los suburbios de la ciudad. La situación está fuera de control. Tienen una fachada un poco peculiar, pero todas las averiguaciones que hemos hecho apuntan a este culto.
—Culto—Pronuncio como si saboreara la palabra y continúo:—. La mayoría de las veces, en este tipo de situaciones, todos prefieren hacerse de la vista gorda. Hasta que es demasiado tarde.
—Violaciones, secuestros, abuso sexual, asesinato, crímenes de odio, pornografía, lavado de dinero, también drogas y tráfico humano. Las víctimas van desde niños, adolescentes, adultos y ancianos. Hace unos meses nos enfrentamos a una masacre... Una familia entera fue secuestrada y encontrada en el mar.
Aún está grabado en mi memoria lo que vivió mi familia hace unos años... Mi pulso se acelera.
—Agente—Me mira y levanto la cabeza—, ¿se encuentra bien? Recuerdo que leí su expediente...
La puerta se abre repentinamente, después de un ligero toque. Una mujer se asoma por el umbral.
—Señor, el agente Cooper.
—Dile que pase.
—Enseguida, señor.
La puerta vuelve a abrirse, la voz femenina da un par de indicaciones y la puerta se cierra.
—Agente Cooper. Lo estaba esperando.—Le dice el director Dawson
En un par de segundos, tengo al agente Cooper de pie junto a mí.
—Esta es la agente especial McDowell. La estaba poniendo en contexto. Al igual que usted, tiene experiencia en este tipo de casos.
—Lo escucho—Responde el agente Cooper sin mirarme, yo tampoco lo hago.
—Les entregarán un informe detallado del caso. Es al menos lo que tenemos hasta ahora. Trabajarán juntos a partir de este momento.
—¿Trabajar juntos?—Pregunto abruptamente, poniéndome de pie. Mi reacción es exagerada, así que tomo una bocanada de aire, tranquilizándome, y me disculpo rápidamente—. Lo siento, no tenía compañero en Portland. Estoy acostumbrada a trabajar sola.
El agente Dawson me observa con paciencia y noto de reojo que el agente Cooper me mira incisivamente desde la cabeza hasta los pies.
—Entiendo que una prodigio como usted no haya necesitado nunca un compañero—Y añade con una paciencia exquisita, poniéndose de pie y tomando su chaqueta del respaldo de su sillón—. Pero ahora tendrá uno. Si me disculpan, tengo una reunión con el alcalde.
—Eras tú—Me dice el agente Cooper, haciendo un gesto hacia su ropa—. En el estacionamiento, hace un momento.
Por primera vez lo miro. Pelo negro, ojos grises felinos, alto, gallardo, engreído, arrogante y una persona odiosa. Su semblante y aspecto lo dicen todo. También la camisa blanca, los pantalones y los zapatos brillantemente lustrados salpicados de café.
—Ah, se conocen—Dice el agente Dawson, lo mira a él escudriñándolo y luego me mira a mí. Su mente hace todos los engranajes. Y dice finalmente—: Harán un buen equipo.
El agente Cooper elige no protestar y yo guardo silencio antes de que me señalen por insubordinación.
El agente Dawson hace un gesto para marcharse y mientras se dirige hacia la puerta lo alcanzo con la evidencia en la mano.
—Señor, recibí estas flores esta mañana con esta nota. ¿Puedo llevarlas al laboratorio para analizarlas?—Pregunto y enseguida me arrepiento.
—Déjame ver.
Le entrego la nota y la lee. Alza una ceja y frunce el ceño, pero no dice nada. Mira las flores y escucho al agente Cooper murmurar:
—Geranios Cranesbill.
El agente Dawson y yo lo miramos, y él se encoge de hombros.
—Sé algo de flores—Dice.
—Explíqueme todo lo que sabe, señorita McDowell.
—He recibido flores negras y esta misma nota todos los 11 de diciembre desde hace siete años.
El agente Cooper suelta una carcajada, una carcajada nerviosa, pero fuera de lugar.
—¿Está relacionado con los casos en los que ha trabajado?—Pregunta el agente Dawson, serio, después de dedicarle una mirada implacable al agente Cooper.
—Sí, no, sí...—Tartamudeo—. No he podido probarlo, señor.
—Lleve las flores al laboratorio y el agente forense las analizará y también la nota.
—Gracias, señor—Digo
El agente Dawson avanza por la estancia y se detiene antes de abrir la puerta para marcharse y me mira:
—Necesito que se concentre, agente. El culto. Esa es la razón por la que está aquí. Y usted también, agente Cooper. ¿Entendido?
El agente Cooper me mira de reojo.
—Entendido—Decimos ambos al unísono.
Nos dedica a ambos una mirada de reconocimiento y agrega antes de marcharse:
—Muy bien, a trabajar.
Soy la próxima en salir por la puerta y observo al agente Dawson dirigirse hacia los ascensores. El agente Cooper me sigue y balbucea unas cuantas palabras detrás de mí, que no logro oír. Antes de obligarme a mí misma a detenerme y enfrentarlo.
—Agente Cooper—Digo con firmeza, le extiendo la mano y sonrío. Una sonrisa falsa—. Un placer. Será muy agradable trabajar con usted.
Me mira con recelo y me estrecha la mano. Continúo...
—Como somos un equipo ahora, supongo que usted se ocupará del papeleo y yo de alguna cosa aún más aburrida.
—Pensándolo bien—Ataja él—, me gustaría hablar de la nota y las flores.
Me paralizo, nerviosa, pero enseguida me repongo y me encojo de hombros para restarle importancia.
—Es lo que es. Flores negras y la misma nota. Siete años seguidos.
—¿Las mismas flores?
—El año pasado eran dalias. El anterior, tulipanes.
—¿Hay algo especial con el 11 de diciembre?
Suspiro antes de contestar.
—Mi cumpleaños.
En su rostro se dibuja una sonrisa burlona. Instintivamente me preparo para su comentario sarcástico. Sin embargo, su expresión cambia al mirar mi semblante. Parece obligarse a sí mismo a sopesar sus palabras antes de volver a hablar. Me adelanto.
—El culto, agente. Enfóquese en eso—Le digo a modo de despedida y doy vuelta para dirigirme hacia las escaleras.
—Sabe que todo eso puede estar relacionado con este caso, ¿verdad?—Replica a mis espaldas.
—Lo sé. Y probablemente lo está. Siempre lo está.
Si lo hago sentir intrigado, lo oculta bien, porque no vuelve a insistir y me deja marchar.
Alguien carraspea detrás de mí, mi cuerpo reacciona con un reflejo, apenas si volteo, lanzo un puñetazo al aire, cuando estoy a punto de golpear el rostro de esta persona, me detengo, a unos escasos centímetros de partirle la cara. Alza las manos en sorpresa, dejando caer una bolsa de papel y un café de Starbucks que me salpica los zapatos.
Suelto una palabrota.
—Tranquila—Dice.
En ese instante, el ascensor se abre. Me disculpo sin sentir un ápice de culpabilidad por lo que acaba de suceder y me deslizo dentro del ascensor. Presiono el botón.
—Espera—Dice él, e intenta seguirme antes de que las puertas se cierren, pero es demasiado tarde y éstas se cierran en sus narices.
—Maldición—Pronuncia.
Sonrío. Por un momento me olvido de las malditas flores y la tarjeta que aún tengo en una mano y lo que éstas significan. En unos cuantos segundos me encuentro en un piso lleno de personas que se desplazan con confianza en uno de los amplios pisos de la Oficina de Campo de Seattle donde me han asignado.
—Agente McDowell.
Me doy vuelta para encontrarme a un hombre de color bastante imponente mirarme con seriedad y también con simpatía.
—Un placer conocerla, agente. Bienvenida.
—El placer es mío... Agente...
—Dawson. Soy el agente especial a cargo—Me estrecha la mano, hace una simple floritura y añade—Sígame, por favor.
Asiento y obedezco.
Su despacho es sobrio y agradable, se sienta en un ancho sillón, no sin antes ofrecerme una taza de café. Niego con la cabeza. Me señala una butaca y me siento.
—Tengo entendido que tiene experiencia con las organizaciones terroristas.
—Así es, señor.
—Es por esa razón que hemos pedido su traslado. Tenemos un grave problema.
—Lo escucho, señor.
—Tenemos terroristas asentados en los suburbios de la ciudad. La situación está fuera de control. Tienen una fachada un poco peculiar, pero todas las averiguaciones que hemos hecho apuntan a este culto.
—Culto—Pronuncio como si saboreara la palabra y continúo:—. La mayoría de las veces, en este tipo de situaciones, todos prefieren hacerse de la vista gorda. Hasta que es demasiado tarde.
—Violaciones, secuestros, abuso sexual, asesinato, crímenes de odio, pornografía, lavado de dinero, también drogas y tráfico humano. Las víctimas van desde niños, adolescentes, adultos y ancianos. Hace unos meses nos enfrentamos a una masacre... Una familia entera fue secuestrada y encontrada en el mar.
Aún está grabado en mi memoria lo que vivió mi familia hace unos años... Mi pulso se acelera.
—Agente—Me mira y levanto la cabeza—, ¿se encuentra bien? Recuerdo que leí su expediente...
La puerta se abre repentinamente, después de un ligero toque. Una mujer se asoma por el umbral.
—Señor, el agente Cooper.
—Dile que pase.
—Enseguida, señor.
La puerta vuelve a abrirse, la voz femenina da un par de indicaciones y la puerta se cierra.
—Agente Cooper. Lo estaba esperando.—Le dice el director Dawson
En un par de segundos, tengo al agente Cooper de pie junto a mí.
—Esta es la agente especial McDowell. La estaba poniendo en contexto. Al igual que usted, tiene experiencia en este tipo de casos.
—Lo escucho—Responde el agente Cooper sin mirarme, yo tampoco lo hago.
—Les entregarán un informe detallado del caso. Es al menos lo que tenemos hasta ahora. Trabajarán juntos a partir de este momento.
—¿Trabajar juntos?—Pregunto abruptamente, poniéndome de pie. Mi reacción es exagerada, así que tomo una bocanada de aire, tranquilizándome, y me disculpo rápidamente—. Lo siento, no tenía compañero en Portland. Estoy acostumbrada a trabajar sola.
El agente Dawson me observa con paciencia y noto de reojo que el agente Cooper me mira incisivamente desde la cabeza hasta los pies.
—Entiendo que una prodigio como usted no haya necesitado nunca un compañero—Y añade con una paciencia exquisita, poniéndose de pie y tomando su chaqueta del respaldo de su sillón—. Pero ahora tendrá uno. Si me disculpan, tengo una reunión con el alcalde.
—Eras tú—Me dice el agente Cooper, haciendo un gesto hacia su ropa—. En el estacionamiento, hace un momento.
Por primera vez lo miro. Pelo negro, ojos grises felinos, alto, gallardo, engreído, arrogante y una persona odiosa. Su semblante y aspecto lo dicen todo. También la camisa blanca, los pantalones y los zapatos brillantemente lustrados salpicados de café.
—Ah, se conocen—Dice el agente Dawson, lo mira a él escudriñándolo y luego me mira a mí. Su mente hace todos los engranajes. Y dice finalmente—: Harán un buen equipo.
El agente Cooper elige no protestar y yo guardo silencio antes de que me señalen por insubordinación.
El agente Dawson hace un gesto para marcharse y mientras se dirige hacia la puerta lo alcanzo con la evidencia en la mano.
—Señor, recibí estas flores esta mañana con esta nota. ¿Puedo llevarlas al laboratorio para analizarlas?—Pregunto y enseguida me arrepiento.
—Déjame ver.
Le entrego la nota y la lee. Alza una ceja y frunce el ceño, pero no dice nada. Mira las flores y escucho al agente Cooper murmurar:
—Geranios Cranesbill.
El agente Dawson y yo lo miramos, y él se encoge de hombros.
—Sé algo de flores—Dice.
—Explíqueme todo lo que sabe, señorita McDowell.
—He recibido flores negras y esta misma nota todos los 11 de diciembre desde hace siete años.
El agente Cooper suelta una carcajada, una carcajada nerviosa, pero fuera de lugar.
—¿Está relacionado con los casos en los que ha trabajado?—Pregunta el agente Dawson, serio, después de dedicarle una mirada implacable al agente Cooper.
—Sí, no, sí...—Tartamudeo—. No he podido probarlo, señor.
—Lleve las flores al laboratorio y el agente forense las analizará y también la nota.
—Gracias, señor—Digo
El agente Dawson avanza por la estancia y se detiene antes de abrir la puerta para marcharse y me mira:
—Necesito que se concentre, agente. El culto. Esa es la razón por la que está aquí. Y usted también, agente Cooper. ¿Entendido?
El agente Cooper me mira de reojo.
—Entendido—Decimos ambos al unísono.
Nos dedica a ambos una mirada de reconocimiento y agrega antes de marcharse:
—Muy bien, a trabajar.
Soy la próxima en salir por la puerta y observo al agente Dawson dirigirse hacia los ascensores. El agente Cooper me sigue y balbucea unas cuantas palabras detrás de mí, que no logro oír. Antes de obligarme a mí misma a detenerme y enfrentarlo.
—Agente Cooper—Digo con firmeza, le extiendo la mano y sonrío. Una sonrisa falsa—. Un placer. Será muy agradable trabajar con usted.
Me mira con recelo y me estrecha la mano. Continúo...
—Como somos un equipo ahora, supongo que usted se ocupará del papeleo y yo de alguna cosa aún más aburrida.
—Pensándolo bien—Ataja él—, me gustaría hablar de la nota y las flores.
Me paralizo, nerviosa, pero enseguida me repongo y me encojo de hombros para restarle importancia.
—Es lo que es. Flores negras y la misma nota. Siete años seguidos.
—¿Las mismas flores?
—El año pasado eran dalias. El anterior, tulipanes.
—¿Hay algo especial con el 11 de diciembre?
Suspiro antes de contestar.
—Mi cumpleaños.
En su rostro se dibuja una sonrisa burlona. Instintivamente me preparo para su comentario sarcástico. Sin embargo, su expresión cambia al mirar mi semblante. Parece obligarse a sí mismo a sopesar sus palabras antes de volver a hablar. Me adelanto.
—El culto, agente. Enfóquese en eso—Le digo a modo de despedida y doy vuelta para dirigirme hacia las escaleras.
—Sabe que todo eso puede estar relacionado con este caso, ¿verdad?—Replica a mis espaldas.
—Lo sé. Y probablemente lo está. Siempre lo está.
Si lo hago sentir intrigado, lo oculta bien, porque no vuelve a insistir y me deja marchar.
Коментарі